Una rosa sobre una espada.

Dicen España Madre y una ráfaga de sagrado orgullo, de patética música secular, canta a la altura de nuestros oídos. ¿Habéis caído en que jamás se dijo Madre Francia o Inglaterra Madre? España fundadora es, pues, como Roma. Por las venas de España les vienen el Eros helénico y la cáritas cristiana, el logos griego y la norma, la voluntad romana. Por España se insertaron en lo universal, en la cultura a la cual pertenecen filialmente, que es la cultura occidental y cristiana. La cultura que reconoce su centro en la sagrada y libre persona del hombre, del hombre hispánico de carne y hueso dotado de un alma inmortal, capaz de salvarse, y responsable ante dios: cultura que, para todos nosotros, descendientes del Imperio, es católica, grecolatina, hispánica y americana. Honor, dignidad, hidalguía, libertad, respeto por el hombre, son nuestra herencia y el humanismo españoles que no es otra cosa que histórica y heroica aspiración a la unidad: el impulso genial de Isabel la Católica completa la unidad espiritual del mundo. Un marino español, Elcano, completa la unidad geográfica de la tierra. Una sola eran todas las tierras, como una sola eran todas las almas de los hombres. Un teólogo español, Laínez, define la unidad metafísica del mundo. Otro fraile español, en Salamanca, entre sus doradas piedras caídas de la luna, bajo la mirada da Dios y del César, proclama la unidad de la raza humana, el parejo destino trascendente de todos los hombres y la dignidad del hombre americano. Y no olvidemos que otro español de ánimo errante, quimérico y heterodoxo, descubrió la circulación de la sangre. Sobre esta básica tensión hacia la unidad se funda el humanismo español del cual somos nosotros, hispanos e hispanoamericanos, criaturas y herederos. La grandeza de España radica en haber configurado un mundo histórico y social, dotándolo de su savia espiritualista y caballeresca, en haber elevado a lo más alto el valor del hombre en los Quijotes y Amadises de América. Fe en el hombre. Confianza en el hombre. Esperanza en el hombre. Dignidad del hombre. Libertad profunda del hombre. Esto somos. Esta es la tradición Hispana y americana. Y esto es lo que debemos prolongar y defender. Esto que llevaron las naves cuyas velas inflaba el inmenso viento de España y de Cristo. El viento del espíritu. Y en ellas, también, sobre el heroísmo, la lengua, como una rosa sobre una espada. Pero la tradición, ya se dijo certera y bellamente, no puede limitarse a un ánimo de copiar lo que hicieron los grandes que nos antecedieron, sino en el ánimo de adivinar lo que harían ellos en nuestra circunstancia.

Es bueno y justo y saludable esclarecer y afirmar orgullosamente nuestros orígenes en estos días de zozobra de la memoria. No hay patria sin historia, que es la conciencia del propio ser. No hay nacionalidad sin una idea siquiera aproximada de su vocación y destino. Una nación sólo obra válidamente cuando obra en el sentido que le determinan su propia índole, su mismidad, su autenticidad, prescritas en su historia, prefiguradas en sus héroes. Para hacer, hay que ser. El problema de lo que haremos está condicionado al problema de lo que somos, a nuestros orígenes.

Basado en la obra de Eduardo Carranza.

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