El debate de España como Nación.

Desde la transición, el debate de España como Nación ha estado siempre inmerso dentro del marco del desafío planteado por los nacionalismos subestatales. Entre los defensores de la unidad de España, las reivindicaciones nacionalistas de la periferia han agudizado la percepción de la existencia de una identidad nacional española creada a lo largo de una historia común que afecta a todas las regiones de la Patria. Definir la nación con relación al mundo que se encuentra más allá de nuestras fronteras es mucho más problemático en la nueva democracia. El nacionalismo español tradicional determinaba en buena medida la identidad en relación a un «otro» extranjero fácilmente identificable, aunque, por lo general, imaginario. Ese enemigo externo iba variando en función de las circunstancias. A comienzos del siglo XIX los franceses desempeñaron el papel de estereotipo de anti-español en el proceso de auto-identificación española, pero su representación era compleja y a menudo contradictoria. Los liberales españoles bajo el absolutismo habían mirado a Francia como modelo de modernidad, pero cuando Napoleón invadió España, el país vecino se convirtió también en un enemigo de la nación hispana. Para los absolutistas, la nación era de por sí un concepto subversivo procedente de la Revolución francesa que ponía en cuestión el poder de la monarquía y la Iglesia, de tal modo que el patriotismo inicial de muchos reaccionarios se articuló en torno al supuesto carácter católico de España para no ser éstos tachados de afrancesados.
Un «otro» más duradero ha sido el «moro». Éste ha sido el estereotipo cultural frente al cual se ha definido la identidad española por oposición en el proceso de re-elaboración del pasado y del presente, desde la «ocupación» árabe de la España cristiana durante más de setecientos años hasta las guerras coloniales en Marruecos en los siglos XIX y XX. Las representaciones del «moro» se acabaron integrando en la cultura popular a lo largo de los siglos, cargadas de connotaciones racistas y religiosas. Sin embargo, el mismo colectivo puede desempeñar prácticamente el papel opuesto en circunstancias excepcionales como el caso del mito del «moro bueno» durante la última guerra civil española.
En el mundo posterior a la II Guerra Mundial surgieron nuevas identidades colectivas proyectadas fuera y también dentro de las naciones; no sólo identidades supranacionales asociadas con las democracias occidentales, Europa, el Atlántico Norte y el Mediterráneo, sino también identidades subnacionales. La caída del comunismo puso fin a las certezas ideológicas de la Guerra Fría y erosionó las identidades definidas en función de ideologías políticas. Además, el proceso de globalización fomentó identidades múltiples que diluían o debilitaban los estereotipos tradicionales que, si bien siguieron relativamente presentes y están resurgiendo actualmente, desaparecieron en gran medida del discurso público.
Hemos de añadir a estos datos relativos a la identidad europea de los españoles una encuesta realizada en 2002-2003 en la que se revelaba con fuerza una doble identidad muy fuerte de los españoles. En dos sondeos llevados a cabo en esos años, más del 60% de los encuestados aseguraban sentirse tanto españoles como europeos, mientras que sólo el 31,5 % de ellos se consideraban sólo españoles. La identificación con Europa era más alta en España que en el resto de Países a excepción de Italia, y las más bajas en Gran Bretaña, donde el 64,5 % se identificaban exclusivamente con el Reino Unido y únicamente el 29 % lo hacían también con Europa, demostración de que las encuestas han sido fiables dada la situación actual del Reino Unido con el BREXIT.
Por tanto, llegamos a la pregunta más importante: ¿Qué conceptos de España y de la identidad española han sido proyectados internacionalmente?
Hay unos 500 millones de hispano hablantes de los que el 10 % se encuentran en Estados Unidos, lo que hace al español una de las tres lenguas más importantes del mundo, en tanto que la venta de bienes culturales en el extranjero constituye, prácticamente el 5% del PIB. La Marca España coordina esfuerzos para construir una imagen de España en sintonía con sus nuevas realidades económicas, sociales y culturales y, aún así, pese a la existencia de este tipo de programas, los gobiernos españoles no han conseguido capitalizar este enorme potencial para fortalecer la influencia de España a nivel internacional. Además, no se ha llevado a cabo una política cultural clara que canalice las distintas actividades organizadas por esa gran cantidad de instituciones públicas que representan a España en el extranjero, y cuando se puede percibir la puesta en marcha de una política en ese sentido su propósito es normalmente el de distorsionar las complejas realidades de la España contemporánea en beneficio de un determinado proyecto ideológico, Iñiguez, 2006.

Quizás esta sea la causa de esta sensación de fracaso por lo que nos gusta tan poco el trato con nuestras Comunidades rebeldes. Se puede calificar esta actitud espiritual de «pesimismo patriótico». Pero el «pesimismo patriótico» ha quedado en hipótesis; con menos que heroísmo, con abnegación en política exterior, hubiéramos podido aceptar hasta el final el cumplimiento en los Ejércitos, específicamente, de nuestro deber militar como herramienta política. Mientras que lo que hacen es evadirse, y al exhibir su mutilación espiritual, muestra su pesimismo sin suscitar el latido de la vena heroica.
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca.

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