CONCLUSIÓN DEL ESTUDIO
La Sinagoga y la Iglesia
Gregorio de Elvira se refiere abundantemente a los judíos como es habitual en la patrística de la época, en el que voy a fundamentar la conclusión de estos cinco libros.
Los judíos son un pueblo (natio, plebs) que había convivido largo tiempo en el seno del Imperio romano con paganos y cristianos. Aunque en el Bajo Imperio la cultura se va haciendo progresivamente más cristiana y el credo niceno llegará a adquirir fuerza de ley no sin esfuerzo en medio de graves conflictos religiosos, siguen conviviendo a mediados del siglo IV cristianos (tanto «ortodoxos» como «heterodoxos»), con judíos observadores de sus ritos (circuncisión y sabath), y «gentiles» fieles a la que había sido legalmente hasta entonces la religión nacional romana. Gregorio de Elvira convive, además literalmente, con estas «alternativas» religiosas y es precisamente a través de su polémica antijudaizante donde percibimos por contraste y autoafirmación la construcción social de la identidad cristiana, la formulación de su propio ideal donde se prefigura una noción sacralizada de la comunidad, una plebs sancta. Sirviéndose del método alegórico en la interpretación de las Sagradas Escrituras, formula no tanto una crítica a la periferia hostil del cristianismo (que ya había empezado a quedar definido en el célebre concilio de Elvira que habría tenido lugar algunos años antes en la sede del propio San Gregorio), como un ejercicio de autodefinición y de permanencia no solo en el credo niceno, sino en la tradición apostólica en la que el pueblo cristiano es siempre una apostolica plebs.
Lex prisca y coherencia en la historia de la salvación
La «cuestión judía» en Gregorio de Elvira es primero exegética porque reivindica como patrimonio para la causa cristiana enteramente el Antiguo Testamento. Su visión no puede ser, por tanto, más programática. La polémica antijudía le sirve para definir aquello que le preocupa, que no es la exclusión política de los judíos, no estamos en ese momento aún, sino la definición, la autocomprensión de la propia comunidad cristiana, su posición en la historia y su destino soteriológico final que no solo la emancipa de la Sinagoga, sino que consagra a la Ecclesia como su sucesora y heredera natural.
Gregorio no pretende dar ningún dato objetivo, no es aquí un «testigo» de un certamen aduersos Iudadeos, que nos dé información positiva de cuántos judíos vivían, y cómo, en la Iliberri cristiana. La predicación antijudía es sobre todo una oportunidad de debate y de presentación de las propias concepciones al pueblo fiel, pueblo que será el «verdadero» Israel a partir de ese momento de acuerdo con la nueva filosofía de la historia imperante. Debemos entenderlo no desde la perspectiva de una fuente objetiva sino desde la construcción de la alteridad.
Gregorio de Elvira identificaba la ley judía con el pasado venerable, pero superado; la ley judía era la lex prisca, identificada con la tradición judía del Antiguo Testamento y que desde el punto de vista cristiano debía ser considerada como derogada. De acuerdo con las concepciones históricas de la nueva filosofía de la historia, la culminación de los tiempos había llegado con Cristo, cerrando el ciclo de la Sinagoga y abriendo la historia universal de la salvación. Los cristianos habrían de ser considerados en lo sucesivo como los verdaderos hebreos, los continuadores auténticos de Abraham y Moisés, quienes en virtud de la exégesis tipológica tan del gusto de Gregorio de Elvira, ya habrían llevado una vida verdaderamente cristiana.
La esencia de lo cristiano se respiraría en ambos Testamentos; perseverar solo en la ley antigua, en los usos y ritos judíos, era concebido como un error histórico que relegaba a la Sinagoga a la categoría de pueblo díscolo, apartado, por ahora, del curso general de la historia de la salvación.
Y así no estamos solo ante la sustitución de un pueblo elegido (el de la Sinagoga) por otro (el de la Ecclesia), cuanto más ante la sanción de un hecho antiguo y entendido como cierto: que el mensaje cristiano era ya una realidad desde los lejanos tiempos de los patriarcas. La conversión del pueblo de la Sinagoga es algo esperado con ansia; representará, no solo la ocasión para la reconciliación (ambos pueblos tienen en Abraham al padre común) sino la materialización de la victoria final de Cristo y su pueblo. Así se expresa la historia como providencia universal. En este sentido, dicha «reconciliación» solo es tal ante los ojos de la del predicador, pues se está llegando a la creación de un sistema cada vez más coercitivo en el que la Iglesia se involucra con el aparato estatal para crear una respublica Christiana. Para Gregorio de Elvira no hay ninguna duda de que la reconciliación entre la Sinagoga y la Iglesia supondrá el nacimiento de un pueblo nuevo, lo cual supondrá la culminación de los tiempos históricos. Israel tiene un destino glorioso al lado de los cristianos, una vez ambos pueblos se hayan reconciliado. La integración del pueblo de la Sinagoga en el discurso gregoriano se hace obsesivamente en el seno de la interpretación bíblica. La interpretación recurre a pasajes del Antiguo Testamento que se entienden cristológicamente y desde la exégesis unificadora que convierte en una unidad los dos Testamentos, siguiendo un esquema finalista y mesiánico. Puede decirse que se basa en la apropiación de la tradición judaica al servicio de una eclesiología fuertemente militante que va a presentarse en breve como una sacra respublica.
La polémica antijudía es programática, intelectualmente centrada en el texto escrito, de coherencia hermenéutica. Por oposición al ritual judío los nuevos misterios de la predicación cristiana consideran derogada la vigencia histórica de la prisca lex ante la culminación del hecho mesiánico.
Gregorio de Elvira se sirve de una metodología exegética de carácter tipológico, en virtud de la cual se encuentra un sentido profundo en la Escritura que la tradición judía persistiría, a su juicio, en ignorar. Desde este punto de vista, y de manera significativa, en la Biblia se revela tanto el destino del pueblo de la Sinagoga como el de la Ecclesia, pues la coherencia y veracidad de ambos Testamentos demuestra que la tradición hebrea está inacabada solo si se entiende el Antiguo Testamento como prefiguración del Nuevo. Para ello, poniéndose aparentemente a disposición del texto, pero en realidad proyectando ya una solución, el obispo pretende, como guardián social de la sabiduría, afrontar el estudio de las etimologías del hebreo, para extraer el verdadero sentido de estas, que habría sido ignorado por la exégesis rabínica.
El punto de unión común de ambos pueblos, judío y cristiano, es la literatura bíblica, por eso la exégesis gregoriana se centra en los textos del Antiguo Testamento, que se aborda desde formas de interpretación y exégesis que son de tradición relativamente obsoleta en tiempos del obispo.
En términos modernos Gregorio de Elvira, que tantos esfuerzos de predicación y misión hace para que su comunidad advierta las directrices fundamentales de todos los tipos y figuras que explican las historias del Antiguo Testamento enlazándolas con el Nuevo, es un ideólogo con una misión: otorgar una explicación a toda la historia humana basándose en la exégesis bíblica y la contraposición a la Sinagoga.
Dentro de esta coherencia intertestamentaria los personajes de la Antigüedad judía son ya cristianos ante litteram. Por eso al hablar de las teofanías del Antiguo Testamento se afirma que ya el Hijo de Dios fue visto, y reconocido, por los patriarcas. La nueva tradición cristiana, de la que el sistema hermenéutico gregoriano es un buen ejemplo, sincroniza el Antiguo Testamento con el Nuevo y los hace contemporizar entre sí. Moisés como caudillo es el tipo de Cristo como dux, pues se trata en ambos casos del mismo conductor del pueblo de Dios. No en vano es la figura principal del Tratado VII, y su trayectoria heroica como conductor del pueblo elegido es interpretada como metáfora «escenográfica», que explica el drama de la salvación y la liturgia bautismal.
Al igual que ocurría con Abraham y José, cada uno de los personajes que lo rodean y cada uno de sus acontecimientos biográficos son en realidad prefiguraciones, que contienen en sí mismas el mensaje de la salvación. Moisés tiene un poderoso antagonista que sin embargo es vencido, el Faraón, imagen antagónica del anticristo, tanto como Egipto representa al mundo terrenal abocado a la corrupción. El pueblo de Israel prefiguraba al hombre, sumido en la servidumbre del pecado, y a quien Cristo había de salvar al final de los tiempos liberándolo del peso de la historia «Aegyptus itaque figura saeculi fuit, Pharao diaboli, filii Israel protoplasti imaginem induerant, ex cuius origine censebantur; Moyses autem, qui eos missus est liberare, typum Xpisti gerebat». Los hechos narrados se entienden desde una interpretación figurada, en virtud de la comparación tipológica de Moisés con Cristo que hace que todo acontecimiento responda a un plan que demuestra que el Salvador ya estaría presente en la Escritura. La exégesis gregoriana se vuelve audaz en su proceso de expropiación de la tradición judía a sus legítimos propietarios para forjar un nuevo modo de pensar. Y así, las parteras de los judíos cuando se niegan a eliminar a los varones tal y como les había ordenado el faraón, realizan realmente en ese momento su contribución al drama mesiánico y simbólicamente se independizan al mismo tiempo de la Sinagoga.
El verdadero protagonista de la historia sagrada es el pueblo cristiano, cuya presencia en el Antiguo Testamento se rastrea a través de las innumerables tipologías. Gregorio de Elvira se apoya con fuerza en la tradición exegética norteafricana. Así concibe la derogación de la Ley y la proclamación del triunfo de Cristo. La rica tradición polemista en torno a los ritos judaizantes le sirve para igual propósito; la circuncisión o el sabbath son signo de una antigua espiritualidad, sustituida por una creciente sacramentalización de la vida cada vez más visible en el bautismo y la penitencia.
El sentido literal e histórico de los hechos del pueblo de Israel anticipa las verdades espirituales de la fe. De esta forma, cuando se narra que la madre (tipo de la Sinagoga) de Moisés (tipo de Cristo) ocultó su nacimiento durante tres meses, Gregorio de Elvira ve ahí la alusión velada al misterio de la trinidad, elemento central en una época de grandes debates cristológicos. Su interpretación de carácter numerológico le permite entrever además la señal de acontecimientos en la vida de Cristo prefigurados en la historia de Moisés. Y así como la Sinagoga abandona a Cristo, la madre de Moisés abandona a su hijo.
Gregorio de Elvira piensa que no es sino la imagen del mundo judío del cual provenía Cristo y que lo había rechazado. La interpretación tipológica que hace Gregorio sobre Moisés de nuevo en sus Tractatus le permite trazar los orígenes de este gran conflicto histórico entre Iglesia y Sinagoga: «Mater ataque Moysi figura erat synagogae patrum ac prophetarum, ex quorum origine Xpistus secundum carnem est natus». He aquí una verdadera interpretación de la historia universal desde la predicación, al mismo tiempo que señala las diferencias con la Sinagoga y marca distancias con la tradición judía. Busca también en el entorno de los personajes centrales a los personajes secundarios, susceptibles de ser interpretados desde la exégesis tipológica, una exégesis que emplea para afrontar las preocupaciones de su tiempo y la necesidad de forjar la identidad cristiana y la concepción de la Ecclesia como una institución total. Las prefiguraciones de carácter profético prosiguen con los personajes que están alrededor de Moisés y Abraham. Mientras tanto, dentro de la concepción política de Gregorio de Elvira, un nuevo pueblo se une al pueblo de Dios, los antiguos gentiles reciben al mismo Cristo que la Sinagoga había rechazado; es el caso de la hija del Faraón, que recoge a Moisés de las aguas en donde lo había abandonado su propia madre. La hija del Faraón no es sino la alusión a la Iglesia; los pueblos paganos habían estado próximos al demonio, en clara alusión al culto de los ídolos como se ejemplifica a través de la hija del Faraón. Pero ese momento histórico está cerrado, la Iglesia se ha nutrido de la amalgama de pueblos que abandonaron el culto idolátrico, esa enorme diversidad étnica de gentes sustituyendo al díscolo pueblo de la Sinagoga. Con todo, la reconciliación con Israel también llegará, y con ella, la reconciliación universal y el final de la historia; por eso se sirve Gregorio de Elvira de Tertuliano para afirmar que Israel «creerá al final de los tiempos»: in nouissimis temporibus … creditura est. Gregorio de Elvira será repetido e imitado en la Antigüedad cristiana así como en la Edad Media en la que, tras el Concilio de Nicea, la cristiandad intentará imponer su Doctrina sobre la que no cree que Jesús fuera el Mesías esperado, que dio lugar a su acoso durante toda la historia posterior, culminando su atroz persecución en el holocausto nazi del s. XX. Holocausto que, para la cristiandad, produjo un intento de superar la base intelectual de la persecución de los judíos que había realizado durante veinte siglos a un pueblo y sus descendientes, a los que inculpó de deicidio con Inocencio III, con la declaración en el Concilio Vaticano II de que no se puede culpar a un pueblo entero y sus descendientes de un crimen que, además, no cometió; lo crucificaron los romanos y, teológicamente fue una expiación de los pecados. Su crimen ha sido “no creer en el Mesías”.