«El deber no se delega, se asume.»
Hay momentos en la vida en los que el hombre debe mirarse a sí mismo y decidir si quiere ser espectador o protagonista del tiempo que le ha tocado vivir.
No por ambición ni por gloria, sino por coherencia interior.
Porque el deber, cuando llama, no admite demora ni cálculo.
“A cada hombre le es dada su medida de deber, y en ella se juega su dignidad.”
— Ortega y Gasset
He vivido lo suficiente para saber que la mayor derrota no es perder una causa justa, sino dejarla morir por miedo o conveniencia.
La conciencia frente al silencio
Desde hace años observo, como tantos otros, cómo el silencio se vuelve costumbre y cómo la comodidad desplaza a la conciencia.
Pero quien ha servido bajo banderas y jurado defender la verdad incluso con la propia vida, no puede aceptar esa deriva.
El juramento no se extingue con el uniforme: permanece como vínculo moral con la justicia, la lealtad y la verdad.
“España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores la justicia, la libertad y la dignidad de la persona.”
— Constitución Española, art. 1
Cuando las instituciones olvidan ese fundamento, corresponde a los hombres libres recordarlo, aunque ello suponga caminar en soledad.
La justicia como forma del deber
La justicia no es una abstracción, sino una forma concreta del deber.
Decía Cicerón que “la justicia es la reina y señora de todas las virtudes”.
Y no hay virtud posible donde el miedo dicta silencio.
En la vida pública, como en la militar, el honor consiste en hacer lo correcto aunque nadie mire, aunque cueste caro, aunque todo invite a callar.
El cumplimiento del deber puede dejar cicatrices, pero también es lo único que permite al hombre mirarse al espejo sin deshonor.
“El servicio a España exige disciplina, valor y abnegación.”
— Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas
El valor del servicio y la verdad
La disciplina es la constancia en el deber, el valor es la renuncia al miedo, y la abnegación es la serenidad de quien asume las consecuencias de sus actos.
La justicia necesita hombres que no teman a la incomprensión ni a la soledad.
No hay institución fuerte si los individuos que la sostienen renuncian a decir la verdad.
Por eso, cuando el deber llama, el silencio no es opción: es traición a uno mismo y a lo que se representa.
He aprendido que el honor no consiste en no caer, sino en levantarse cada vez que uno tropieza, y en seguir el camino recto cuando todo alrededor se desvía.
Hay batallas que no se libran en los campos ni en los tribunales, sino en la conciencia.
Y es ahí donde el silencio puede ser el enemigo más peligroso.
“El honor es patrimonio del alma, y el alma solo es de Dios.”
— Calderón de la Barca
El ideal superior
No me mueve el resentimiento ni la ambición.
Me guía un ideal superior: la defensa del Derecho, de la verdad y de la dignidad de las instituciones.
No hay paz posible fundada en la mentira, ni justicia duradera sin transparencia.
El Estado de Derecho no se defiende solo con leyes, sino con hombres que las vivan con decencia.
Creo en una España que no tema a la verdad.
Una España que respete a quienes sirven en silencio, que premie la honradez y no la conveniencia, que no confunda la autoridad con el poder ni la obediencia con la sumisión.
Servir es asumir responsabilidades, no esconderse tras el anonimato del cargo.
Conclusión: el deber se cumple
Escribo estas líneas no para convencer, sino para dejar constancia.
Porque el tiempo pasa, los nombres cambian, pero el deber permanece.
Y cuando llegue el día en que todo se aclare, quiero poder decir, con serenidad, que cumplí con mi conciencia y no renegué de lo que sabía justo.
La verdad, al final, es siempre más fuerte que el miedo.
Puede tardar, puede doler, pero nunca muere.
El que la sirve, incluso en soledad, deja una huella que otros seguirán.
Como soldado y como ciudadano, sé que el precio de la justicia es la vigilancia constante.
Y que el silencio, cuando la verdad está en juego, no protege a nadie: solo corrompe lo que toca.
Por eso, seguiré hablando cuando deba hacerlo, con respeto pero sin temor; con serenidad, pero sin rendición.
Porque el deber no se negocia: se cumple.
«Señor, muéstrame tu camino, y dame un corazón dispuesto a seguirlo»
Burgos, octubre de 2025
Enrique Area Sacristán
Teniente Coronel (R.) del Ejército de Tierra