Anatomía y carnaza

Pese a la normalización de lo que debería ser insólito, pedir a una mujer material sexual propio (erótico o pornográfico), es y será siempre deshonroso, para el solicitante y el solicitado.

La palabra puta continúa inserta en el vocabulario cotidiano. Dado que suele continuar considerándose indigno ganarse la vida copulando, el término también se emplea como insulto genérico, independiente de su etimología: según la RAE, “quizá del latín vulgar puttus, niño”. Lucir un atuendo (o mejor dicho, falta del mismo) propio de la profesión, también venía unido al calificativo fulana; utilizo el tiempo pasado porque desde hace dos décadas las putas ya no quieren parecer señoras, y las que podrían ser señoras deciden vestir como prostitutas, apariencia férreamente impuesta (si bien disfrazada de inocua tendencia) por las redes sociales y la televisión.

Hoy día, si una mujer decide cubrir el propio cuerpo, generalmente por motivos de dignidad (no somos animales), higiene y estética (todos estamos más guapos tapados, nadie es Venus o Adonis), es ridiculizada por muchos, acusada (porque es una acusación, y una forma de discriminar) de ser monjil, mojigata, remilgada… de ser una niña, no una mujer ni una adulta; tampoco atractiva o popular, lo cual en una sociedad exhibicionista y soberbia como la nuestra, equivale para muchos a no existir.

Desde la pérdida del conservadurismo social, se necesita colocar las ubres sobre la mesa para ser una Mujer, llamar la atención o incluso conseguir un empleo. La carne atrae, reclama, genera conversación; porque es fácil, apela a los instintos, no requiere desconectarse de la anestesia audiovisual y usar la razón. Se precisa criterio, sensibilidad, y moral para cruzar la superficie de la carne e indagar en la identidad humana. Existe la posibilidad de aceptar la completa naturaleza humana, que incluye sexualidad, buscar cultivarla y disfrutarla con fruición. Al tiempo, uno puede reconocer que un cuerpo en ocasiones alberga complejidades, tesoros, luz… y dedicar décadas a explorarlo y apreciarlo. Porque alcanzar el epicentro del alma de una persona, es el viaje de una vida.

Existen varias industrias multimillonarias que a través de las ubicuas pantallas (impuestas dictatorialmente) desarrollan estrategias publicitarias o de lavado de cerebro, agresivas y recalcitrantes, para favorecer la vagancia (es decir, la debilidad), la regresión de la inteligencia, dinamitar la atención, el abandono del interior y la obsesión con el exterior: moda (compra este pantalón y te sentirás triunfadora y superior), maquillaje, filtros para cámara fotográfica, y redes sociales; tratamientos estéticos y dietas insanas porque la gerontofobia y la pocrescofobia gobiernan, y se impone la talla única. Al tiempo, otras industrias igualmente eficientes taladrean la mente con el mensaje de la autoaceptación y el “sé tú mismo”. Es contradictorio y enloquecedor.

Muchas de estas empresas están especialmente centradas en la mujer, a quien también se bombardea con el concepto del feminismo, movimiento que murió en los años 70 del pasado siglo, debido a que hoy se le reviste de una naturaleza opuesta a la originaria, la real: ser feminista no consiste en practicar el nudismo en la calle o las pantallas, en renunciar a la feminidad clásica, el matrimonio, o la maternidad, tampoco consiste en odiar a los hombres (por el hecho de serlo) o buscar destruir su masculinidad; el feminismo pretende que una mujer sea valorada principalmente por su intelecto, su cultura, su moral y su personalidad, no su cuerpo.

La realidad es esquizofrénica: el vocablo puta y sus sinónimos continúan utilizándose ampliamente. Para validar ese insulto mientras mantenemos y ampliamos el mercado de abastos en que se ha convertido la sociedad y la fantasía de las pantallas, hemos generado todavía más disparates poco edificantes: he escuchado con asombro a varias personas (sobretodo mujeres jóvenes) asegurar que si una fémina enseña la teta es sexy, mientras que si descubre el pezón, cae en el terreno putero; mostrar la nalga es positivamente provocativo, exhibir el ano es pornográfico.

Mientras se producen estas meditaciones propias de San Agustín de Hipona, los hombres continúan tapados, celebrando que las calles y colegios e institutos se hayan convertido en un prostíbulo orgulloso, en el que tantas mujeres compiten por desnudarse y recibir estatus social a cambio. Porque en ello estriba estar liberada y no ser una facha reprimida.

No existen fronteras cuando se trata de alimentar el insaciable monstruo de la vanidad y el egocentrismo. Violamos la propia dignidad con el objetivo de recibir atención y escuchar nuestro nombre pronunciado, que se apriete un botón dentro de una pantalla junto a un alias, supuesto representante de nuestra identidad como seres humanos. Mientras, establecemos débiles y ridículos lindes para posicionarnos por encima de los demás y disculparnos: si yo expongo el surco glúteo y tú la hendidura interglútea, tú eres más puta que yo.

Existe socialmente un gran desprecio y rechazo hacia las profesionales de la prostitución y la pornografía (ellas, no tanto ellos). En el año 2021, con naturalidad muchos reconocen en público consumir pornografía, pero no presentarían con la misma comodidad a sus amigos o padres a su novia actriz porno. Entonces, ¿juzgamos la actividad o a sus profesionales? Incontables hombres han recurrido y recurren a los servicios de una meretriz, mientras pública y privadamente las han condenado al infierno y reniegan de ellas como de leprosos. Sin duda, continúa existiendo un halo de vergüenza y condena en torno a la utilización del cuerpo propio con fines económicos. Observo otra contradicción: que la pornografía sea el único campo laboral en que las mujeres cobren sistemáticamente más que los hombres. Es decir, la explotación de la carne femenina sigue estando mucho más demandada que la masculina. 

La contemplación de la figura humana y del sexo no es inherentemente indecente ni insana: las esculturas de desnudo que se encuentran en el Vaticano, son muestra de la culminación del intelecto humano aplicado a la creación de la belleza. Son una manera más de estudiar anatomía humana y materiales de construcción. Constituyen así mismo un símbolo de Occidente.

Ciertos líderes islámicos, previamente a su visita, han solicitado que las obras de arte del Vaticano sean parcialmente ocultadas para no sentirse ofendidos (actitud que jamás consienten o sencillamente ignoran en su país a diario cuando los demás la muestran). Al tiempo, en sus naciones encarcelan o apedrean a una mujer si se muestra públicamente con vestido corto, mientras hacen oídos sordos a las imploraciones de Amnistía Internacional. Es decir, se sonrojan por contemplar un pubis de mármol, pero no por matar a pedradas a una mujer.

Entretanto, viven con el piloto automático del victimismo: así reaccionan muchos musulmanes cuando Emmanuel Macron afirma que no quiere terroristas en su nación. Tamaño atrevimiento el del francés… Es preferible arriesgarse a perder vidas humanas antes que desautorizar la entrada de ciertos individuos: no existen límites cuando está en juego que un occidental reciba el insulto satánico “intolerante”.

No todos los musulmanes son terroristas, e incluso algunos son ejemplo de conducta pacífica, y la mayoría de terroristas que han actuado en los últimos tiempos en naciones extranjeras (Francia, Alemania, Austria y España -Barcelona en 2017-), lo hacen en nombre de Alá.

Observemos otro ejemplo de demonización del cuerpo humano y prácticas sexuales, ahora entre occidentales: continúa habiendo padres que se escandalizan si su hijo ve un busto descubierto en televisión, o a dos personas mostrando afecto físico o practicando sexo respetuoso y responsable, en persona o en pantalla. Pero no se les descompone el rostro ante el hecho de pasar los días gritándose el uno al otro delante del niño, tratándose con repugnancia y asco, o ignorándose. Eso sí trastorna la mente infantil, eso sí causa llagas y puede destrozar el resto de su vida: es difícil tomar decisiones emocionales sanas, saber buscar y construir amor como adulto, si has pasado la infancia rodeado de ataques personales, agresividad y odio.

Volvamos al tema original de este artículo, la naturalidad con que se solicita a una mujer material pornográfico propio. Pese a que existen comportamientos más abyectos en el Parlamento e innumerables lugares de trabajo y viviendas, que en las mujeres que abren el cuerpo a cambio de una retribución económica, la realidad es que las profesionales de la pornografía y la prostitución continúan estando desprestigiadas, incomprensiblemente disfrutan de peor reputación que un político ladrón, o que los jefes y padres tóxicos.

Por ello resulta denigrante que un hombre pida a una mujer fotografías o vídeos de carácter sexual. Es probable que su intención no sea agraviar, pero están colocando a esa mujer a la altura de una actriz porno, piensan que existe una posibilidad de que ella permita que esa clase de imágenes terminen en internet (en el caso inusual de que él no las compartiese, todo dispositivo puede ser fácilmente pirateado): un ser humano convertido por voluntad propia en un trozo de carne, para disfrute lascivo de un desconocido en cualquier punto del planeta.

Sospecho que los hombres realizan con naturalidad esas demandas porque con frecuencia son satisfechas; es lamentable y decepcionante que no existan más mujeres con el valor del respeto hacia sí mismas. Si están tan liberadas y son tan independientes y fuertes, ¿por qué ceden a ello?, ¿por inconsciencia respecto a las consecuencias, o porque no existen fronteras cuando se trata de recibir la atención de un hombre?

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