Mis inmigrantes favoritos

Mi inmigrante favorito es mi dentista. A lo largo de mi vida, es el único de su profesión en cuyas manos he decidido colocar la salud de mi dentadura. Él siempre ha demostrado que ésa ha sido una decisión acertada, por la forma en que ello ha colaborado con mi salud y bienestar.

Se trata de un hombre con una formación académica sólida y vasta, que goza de más de un cuarto de siglo de experiencia, en el que ha demostrado competencia diariamente (muchos trabajadores pasan veinticinco años haciendo las cosas mal). Disfruto con su cercanía porque, en cada ocasión, me ha tratado con buenos modales y amabilidad.

Aunque casi todos los pacientes acudamos a la consulta de un médico empujados por el dolor y en ocasiones salgamos afectados o preocupados, dado que ese dentista ha sido parte de mi infancia, le recuerdo con frecuencia y le menciono de manera entrañable.

El didactismo siempre encuentra lugar, incluso en la consulta del dentista: aprovecho cada oportunidad para observar la manera en que interactúa con su plétora de pacientes. Cada persona conforma un planeta propio, y mi dentista, que cuenta con una inmensa inteligencia social, sabe tratar a cada individuo de la manera idónea para que la comunicación (verbal y de otros tipos) sea eficiente, para mantenerse él en control de la situación, y para que el cliente continúe siéndolo. Pienso que él no se comporta como lo hace, no escoge sus palabras y tono concienzudamente, sino que se generan en él de forma natural; tal es su destreza social.

Mi dentista es mi inmigrante favorito porque emana inteligencia y pericia, cada día me he tratado con cortesía y calidez (no puedo decir lo mismo de personas a las que pensaba me unía algo más íntimo que los dientes), y porque ha cuidado a lo largo de los años de mi salud y de la de más de un ser querido, siempre de forma impecable, sin importar la gravedad del problema o la complejidad del procedimiento.

Espero que se sienta orgulloso de haber demostrado tanto, como persona y como profesional, de haber alcanzado ese nivel de excelencia en su campo, y construido una reputación. Es loable que pese al número de clientes desagradables, chulescos y groseros a los que sin duda ha tenido que enfrentarse, no se haya convertido en uno de ellos.

Celebro la existencia de mi inmigrante favorito porque ha beneficiado a los españoles con su brillante aptitud durante más de veinticinco años, en los que ha reducido el dolor, sesgado la enfermedad bucal de miles de personas, y con todo ello favorecido el bienestar vital del paciente; y de cualquier persona que se encuentre cerca, porque todo lo bueno y malo que experimenta el individuo, irradia sobre el grupo. Igualmente, mi dentista respeta la ley, despliega un comportamiento más cívico que miles de españoles e inmigrantes, y ha colaborado con las arcas nacionales mediante el pago de impuestos y generando empleo.

Mi segundo inmigrante favorito es el ferretero de mi barrio. Su locución es más agradable y suave, audible, que las formas agresivas y arrabaleras que desgraciadamente abundan en la actualidad. Tiene un temperamento tranquilo, parece ser sensato y razonable, y sus modales le convierten en una persona civilizada, es uno de los autónomos más corteses del barrio. Se gana la vida con honradez, y siempre es atento y servicial con el cliente.

Me alegro de que ese ferretero llegase a España, y deseo que su negocio crezca, o al menos le permita vivir con la dignidad y bienestar que merece.

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