Igualdad, diversidad y uniformes escolares

Inspirada en un artículo del teniente coronel Enrique Área Sacristán, escribo lo siguiente:

La dictadura gubernamental de la igualdad, el pensamiento único, la imposición de «lo Mismo», tiene su origen en un proyecto de homogeneización social, de aniquilación de la desigualdad, que es la esencia misma de la humanidad y aquello que permite a la sociedad sobrevivir y evolucionar, gracias al resultado fértil de la variedad. Ante la implantación tiránica de la uniformidad absoluta, morimos.

Contradictoriamente, el concepto de igualdad se publicita en la propaganda oficial adherido al de diversidad, cuando en realidad son palabras antónimas y conceptos excluyentes entre sí.

Al tiempo, se desprecian ciertas manifestaciones de equidad, por no encontrarse dentro de la agenda ideológica, tales como el uniforme escolar. Sus beneficios son, en primer lugar, que los alumnos acudan al centro “educativo” con el objeto de estudiar y no de desfilar o llamar la atención del sexo opuesto. Se trata de ropa de trabajo (como los mecánicos tienen la suya), la cual les identifica, favorece la cohesión de grupo, y logra eliminar una forma de discriminación hacia aquellos que no cuentan con posibles para comprar la marca de moda, o hacia los que poseen suficiente personalidad como para lucir un estilo propio, y precisamente por distinguirse, por no despersonalizarse uniéndose al rebaño, son sancionados por éste mediante la segregación y las burlas. ¡Qué tolerantes son los jóvenes, qué poco fascistas, cuánto valoran y abrazan la diversidad!

Otra virtud del uniforme escolar es que genera o refuerza la actitud de trabajo, disciplina y seriedad, y no impulsa la vagancia y la desidia: uno de los consejos clásicos para que un empleado ofrezca rendimiento y profesionalidad trabajando desde casa, es que cambie el chándal y el pijama (que es como acuden demasiados niños y adolescentes a clase a diario) por un atuendo propio de un adulto con intenciones laboriosas. Uno sólo ha de preguntar a un actor de qué forma el ataviarse como su personaje transforma su actitud, su locución e incluso su postura física.

Preocupa que los jóvenes no puedan expresarse mediante la vestimenta durante seis horas de clase al día; tranquilizo a los quejumbrosos y alarmados recordándoles que los susodichos disponen de dieciocho horas restantes en el día para parecer un indigente, lucir pijama o chándal, o el tanga vaquero, el trapo de camiseta y la chancla. Todos iguales, tan dignos y elegantes.

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