De la chusma a la Nación.

Al principio, el concepto de nación era despectivo: en Roma esa denominación se reservaba para grupos de forasteros de determinada región geográfica cuyo estatus era inferior al de los ciudadanos romanos. El concepto era similar al griego ta ethne, también utilizado para aludir a extranjeros y, en concreto, a infieles, y al hebreo amamim, referido a los no pertenecientes al pueblo elegido monoteísta.

La aplicabilidad de la idea de nación y su potencia se multiplicaron por mil a medida que el significado de la palabra de transformó a través de los siglos. En un determinado momento histórico, en concreto a mediados del Siglo XVI en Inglaterra, la palabra nación en su acepción conciliar de una élite se aplicó a la población de un País y se convirtió en sinónimo del término pueblo. Esta transformación semántica señaló la primera aparición de nación, en el sentido que apreciamos hoy en día, y dio comienzo a la era del nacionalismo. La gran trascendencia de esta revolución conceptual se vio acentuada por el hecho de que, aunque el referente general de la palabra pueblo antes de su nacionalización era la población de una región, se aplicaba en concreto a las clases bajas y en general se utilizaba en el sentido de chusma o plebe. La equiparación de los dos conceptos implicaba el ascenso del vulgo a la posición de una élite, fundamentalmente política. Como sinónimo de nación el pueblo perdió su connotación despectiva y pasó a convertirse en el depositario de la soberanía.

En consecuencia, la identidad nacional en su sentido característico moderno, es una identidad que se deriva de la pertenencia a un pueblo, cuyo rasgo principal es que se define como una nación. Entendido de este modo cada uno de los miembros de ese pueblo participa de la calidad superior y elitista de éste, y es así como se interpreta que una población nacional es esencialmente homogénea y que las divisiones en función del estatus y la clase son superficiales. Este principio está en la base de todos los nacionalismos y justifica que se consideren expresiones del mismo fenómeno general.

En cada una de las relaciones que han fundamentado alguna vez la interpretación del nacionalismo, ya sea el territorio o el idioma común, la estatalidad o las tradiciones compartidas, la historia o la raza, se dan importantes excepciones. Sin embargo, el nacionalismo no tiene por qué estar relacionado con ninguno de esos factores, aunque por norma tenga que ver, al menos, con alguno de ellos. Dicho de otro modo, el nacionalismo no es necesariamente una forma de particularismo. Es una ideología política, o una clase de ideología política que se deriva del mismo principio básico, y, como tal, no tiene que identificarse con ninguna comunidad en particular.

Basado en LIAH GREENFELD, «Nacionalismo, cinco vías hacía la modernidad», Centro de Estudios políticos y Constitucionales, Madrid, 2005.

Enrique Area Sacristán
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca

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