Agradecimiento a los Cuerpos de Seguridad

Todos los días deberían ser el día de España. Nuestra nación, como patria y hogar de todos los españoles, debiera ser para estos una preocupación y objeto de estudio y análisis constante. Todos los días han de ser 12 de octubre, orgulloso Día de la Hispanidad, momento en que recordar y honrar nuestras excelsas raíces, y la riqueza de nuestro patrimonio, los rasgos que nos convierten en lo que somos, que nos elevan a la categoría de Civilización, y nos unen.

Resulta inverosímil que España sea la única nación del mundo donde existe una organización para defender su propio territorio: DENAES (Fundación para la Defensa de la Nación Española), creada en el año 2006. Esta organización es considerada por una parte de los españoles quasi hitleriana, cuando su mero objeto es defender a esos mismos españoles. En los colegios de primaria y secundaria de EE.UU., se canta el himno nacional cada mañana en pie, con la mano en el pecho y mirando con fijeza la bandera nacional; y ningún medio de comunicación americano encuentra paralelismo entre esos colegios y los campos de concentración nazis. Los norteamericanos saben que la unión de los compatriotas es el primer paso en el camino hacia la fortaleza de una nación, lo cual permite resistir ataques externos, y facilita su longevidad y progreso.

Para la supervivencia de una nación, el avance y la convivencia pacífica, es tan indispensable el patriotismo como la autoridad: padres, profesores y cuerpos de seguridad son los pilares de una sociedad, y cada uno debiera implantar y mantener cada día orden, exigencia y jerarquía, con cuanta mano dura sea necesaria. Para ello necesitan apoyo logístico, legal, económico y moral.

Hablemos de una de esas tres figuras de autoridad, los Cuerpos de Seguridad: todos hemos visto a personas llorar de impotencia porque han sido asaltadas, robadas, o encontrado su casa desvalijada, y reprochar a la Policía el no ayudarles. La realidad es que a la mayoría o la totalidad de los agentes, vocacionales, les encantaría servir y proteger. El problema es que reciben órdenes del ministerio del Interior, el cual reparte las cartas para que gane la partida el antagonista de la historia, para que la persona honrada siempre pierda. Nadie está más frustrado y desesperado que los agentes de Policía, los cuales se preparan para defender a los buenos de la escoria, cada día lucen con orgullo el uniforme y ponen su vida en peligro. Como contestación, el gobierno les desprotege e ignora de forma agraviante, amén de impedir acciones contundentes por su parte, es decir, cumplir con su función de salvaguardar la seguridad del ciudadano. Resulta incoherente que ese mismo español abone el sueldo al policía y al político.

Hablemos de la salud mental en los Cuerpos de Seguridad: cuando un civil sufre un trauma, durante años visita al psicólogo o psiquiatra, ese suceso ocupa un punto central en su vida, y en ocasiones, pese al transcurso de las décadas, considera que la herida aún no ha cerrado. Los honorables Cuerpos y Fuerzas de Seguridad de España, experimentan esos traumas a diario, y ello no abre el telediario o encabeza un periódico un mísero día. Como niños, los implicados y el resto de españoles se comportan como si, por cerrar los ojos o guardar silencio, la realidad incómoda desapareciese. Lo que no puede ocultarse es que, según el portal “h50 digital policial”, entre los años 2000 y 2018 en España se suicidaron 188 policías nacionales. Según el diario “El español”, la tasa de suicidios en ese cuerpo es nueve veces superior a la media española. Un policía nacional se quita la vida cada cuarenta días, un guardia civil cada veintiséis. Recordemos que las cifras publicadas suelen ser menores que las reales, lo cual es debido parcialmente a que existen intereses, incluso por parte de las propias instituciones de Seguridad, para vilmente camuflar esos suicidios y hacerlos pasar por accidentes laborales.

La salud mental, como problema individual y social, ha comenzado a dejar de ser un tabú (según la RAE, del polinesio “lo prohibido”), hemos empezado a hablar del dolor, del sufrimiento, de la incapacidad de muchos para… vivir. Los uniformados, aunque en ocasiones parezcan héroes, son en realidad seres humanos, individuos de carne y hueso con debilidades, carencias… y roturas internas. En ocasiones en ese campo laboral, uno es acusado de maricón, de poco machote por pedir ayuda, por levantar la mano y declarar “no me encuentro bien”. La auténtica fortaleza consiste en reconocer el problema y pedir ayuda, hurgar en la herida y arrancar de raíz las malas hierbas. La solución al dolor emocional nunca está en vivir envuelto en un muro de cemento o hielo. Si uno desconecta de su propia humanidad, si se priva de las emociones, es decir, de la vida, es posible que termine con el cañón de la pistola en la boca.

Dada la dureza de esa profesión, puede ser recomendable ejercer frialdad y desapego un tiempo, pero debe escogerse un determinado momento del día o la semana para liberar las emociones, vivirlas, enfrentarse a ellas, para a la postre poder digerirlas y que no se conviertan en veneno mortal.

Los uniformados se enfrentan a diario a lo que es inconcebible para los civiles. En el cumplimiento de sus obligaciones, tanto en España como en misiones exteriores, se generan fantasmas que no volverán a permitirles dormir tranquilos una sola noche el resto de su vida. Los civiles, cada día al despertarnos, vamos a trabajar pensando en que llegue la hora del descanso para tomar un bocadillo; ellos piensan en que despistarse un instante, cometer el más mínimo error, puede costar la vida propia o la de un compañero.

Es un deber patriótico, un deber de cada español, cuidar a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, por decencia y por necesidad: que nuestras acciones individuales en el hogar nos encaminen a una vida productiva y feliz, sólo es posible con la seguridad en la calle y en las fronteras que ellos previamente nos proporcionan.

Todos los días, no sólo el 12 de octubre, deberíamos celebrar España, y dar las gracias a nuestras tropas, policías y guardias civiles. Con frecuencia deberíamos informarnos sobre sus duros entrenamientos, y sentirnos afortunados de que existan quienes pueden y quieren superar las exigentes pruebas intelectuales y físicas de esa profesión. Los uniformados son admirables y merecen todo nuestro respeto y reconocimiento, no los monigotes y fantoches que viven para escupir sandeces incesantemente, y para reír como monos con vídeos que merman el coeficiente intelectual. Mientras, miles de hombres y mujeres viven bajo un estricto código moral, ejerciendo a diario valores como la lealtad, el compañerismo, la disciplina férrea, y el sacrificio.

Es lamentable que uno no pueda informarse con antelación y facilidad del día de regreso a España de nuestras tropas. No necesito contar con lazos de parentesco o afecto con ningún uniformado, sólo soy una ciudadana con el valor del agradecimiento y el aprecio del esfuerzo, con la lucidez suficiente como para reconocer quién proporciona la seguridad de que disfruto. Soy una española con vergüenza y patriotismo, que quiere acudir a recibir a nuestras Fuerzas Armadas tras un extenuante despliegue. Quiero darles la bienvenida portando una bandera inmensa, una sonrisa, y bien vestida.

Compatriotas, les pido que se pongan en pie y eleven su copa en dirección a la bandera rojigualda, que griten unidos: ¡VIVA ESPAÑA! ¡VIVA EL EJÉRCITO! ¡VIVA LA POLICÍA! ¡VIVA LA GUARDIA CIVIL!

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