“La sociabilidad en Cataluña”: una visión científica.

Escalera Reyes reconoce, principalmente con Georg Simmel, el señalamiento de un ámbito de la acción social esencial en las sociedades urbanas modernas, o de clases capitalistas, en las que el debilitamiento y la disolución de los grupos corporativos y de parentesco, por una parte, y la burocratización de las instituciones y organizaciones del estado, por otra, deja un amplio espacio para el desarrollo de la interacción social generalizada, que es la que se ha venido considerando como el campo de la sociabilidad.

No obstante, la concepción de Simmel, de gran influencia en el desarrollo posterior de la Sociología sobre el tema, tiene un carácter esquematizador que ha condicionado notablemente el estudio de la sociabilidad por parte de las ciencias sociales. Junto a los conceptos de voluntad natural y voluntad racional formulados por Tönnies , han determinado la tendencia a considerar a la sociabilidad como la expresión de una supuesta tendencia natural del individuo humano a relacionarse con otros, a satisfacer una necesidad innata de expresar su afectividad, sus emociones, junto a otros, por encima de intereses económicos, profesionales, de prestigio, de poder, objetivos instrumentales que serían la finalidad de las instituciones y organizaciones “fundamentales” de la sociedad: familias, grupos de parentesco, departamentos administrativos, empresas, sindicatos, partidos, iglesias. Se trata, por lo tanto, de una concepción de carácter psicologista e individualista que implica una consideración abstracta del universo social y de los comportamientos humanos, imposibilitando, de ese modo, un análisis auténticamente científico de la significación y las funciones socioculturales de las expresiones de sociabilidad, al no definirse el ámbito y contenido de la misma, como pone de manifiesto Michel Bozon. En relación con dicha concepción, los estudios antropológicos sobre el campo de la sociabilidad, escasamente abordado por lo demás, se han visto circunscritos principalmente a los tiempos, lugares, actividades e instituciones que tienen como rasgo común la puesta en contacto de los individuos, con lo que su explicación se mantiene en la presunción de la existencia de un “homosociabilis” universal.

Las manifestaciones de sociabilidad no son consideradas como hechos sociales, sino como emanaciones diversas y espontáneas de esa necesidad humana instintiva universal, que afectaría por igual a todos los individuos, independientemente del sector y clase social, sexo, grupo de edad a que pertenezcan, y que se expresaría en la frecuentación de bares y cafés, en el gusto por las fiestas, en la participación en las asociaciones, en la práctica de los deportes. Se hace precisa la delimitación del ámbito de la sociabilidad y el establecimiento de postulados teóricos explicativos sobre la misma que respondan a su naturaleza como aspecto de la realidad sociocultural. Con respecto a la primera de las cuestiones, que es la que nos interesa aquí, Maurice Agulhon define el campo de la sociabilidad como el que integra las relaciones interindividuales que se desarrollan en el seno de los grupos intermedios, de las sociedades urbanas, aquéllos que se insertan entre la intimidad del núcleo familiar y el nivel más abstracto de las instituciones políticas(estatales)…y que no tienen una finalidad o interés expreso de carácter económico o político. Espacio que se verá progresivamente ensanchado conforme las “formas de vida tradicionales” vayan siendo transformadas y desarticuladas por la expansión de la “modernización” y la urbanización, con el consiguiente debilitamiento o disolución de los grupos corporativos basados en el parentesco, el trabajo o la religión que, junto a otros contextos no corporativos, como los grupos de trabajo, los rituales de las crisis vitales, los momentos festivo ceremoniales, etc., proporcionaban marcos suficientes para que, subsidiariamente a los fines y funciones principales de los mismos, se pudiera expresar la sociabilidad generalizada entre los individuos con anterioridad al desarrollo de los citados procesos de transición capitalista. Espacio que en las sociedades urbanas modernas será cubierto de modo formal sólo en parte, de lo que sería manifestación concreta el asociacionismo, forma de agrupamiento más característica de la organización social de dichas sociedades, pero que en su mayor parte presenta un desarrollo informal, no en agrupamientos definidos, lo que no quiere decir que no existan grupos con un cierto e incluso notable grado de estabilidad y permanencia, como los denominados cuasigrupos, sistemas interactivos o no-grupos estudiados por Mayer, Vincent o Boissevain entre otros del tipo de las cliques, camarillas, facciones, clientelas, pero siempre de carácter más o menos difuso, no explícito y, al menos en apariencia, espontáneo.

No obstante, es preciso tener en cuenta que la oposición dicotómica entre sociabilidad formal e informal se revela en la práctica demasiado forzada, no existiendo en realidad un corte cualitativo que marque una frontera definida entre ambas, y no presentando diferencias sustanciales en cuanto a las funciones socioculturales desempeñadas por las mismas. Una y otra constituyen, por el contrario, los extremos de un continuo en permanente flujo entre los polos teóricos de mayor o menor grado de formalización/informalidad, como apunta Josepa Cucó.

Desde el punto de vista de Escalera Reyes, las expresiones de sociabilidad forman un único sistema que integra todas las formas de interacción social, desde las que se desarrollan en el seno de organizaciones o grupos corporativos existentes previamente a los individuos que los integran, que tienen funciones y objetivos específicos de tipo económico, administrativo, político, religioso, etc., y cuyos miembros ven, por ello, fuertemente condicionadas el tipo de relaciones que mantienen entre ellos, que vendrían a constituir lo que denominaremos expresiones de sociabilidad institucionalizada; hasta aquellas otras expresiones de sociabilidad, a las que denominaremos no institucionalizada, que se desarrollan aparentemente de manera voluntaria y autónoma por parte de los individuos, dando lugar a grupos que, ya formalizados en asociaciones o sin presentar estructura formalizada, vendrían determinados por la necesidad de encontrar contextos de expansión, recreo, actividades de interés común, etc., alejadas en cualquier caso de los objetivos y funciones fundamentales tendentes a la producción y reproducción social, que corresponderían a las de la primera categoría. Además, el mismo considera que, independientemente del grado de institucionalización o formalización, las expresiones que dimanan de la sociabilidad, los citados contactos y relaciones interindividuales, no son nunca “amorfas”, sino que responden siempre a una estructura que, incluso bajo la apariencia de espontaneidad, las condiciona y determina. Cuestión fundamental a tener en cuenta si se pretende un verdadero análisis científico de las mismas que no caiga en el psicologismo. Sobre la base de la estructura de clases sociales siempre existentes en las sociedades capitalistas, que es la determinante fundamental de la configuración de dichos contactos y relaciones, horizontales y verticales, entre los individuos, la expresión de la sociabilidad da lugar a redes de vínculos interpersonales, sólo en parte cristalizados en grupos u organizaciones formales, las cuales, en todo caso, son siempre producto de y/o contribuyen al desarrollo y expansión de dichas redes sociales. Por otra parte, las expresiones de sociabilidad no institucionalizada, que tiene en nuestras sociedades su ámbito de expresión más claro en el tiempo de asueto, se manifiesta también en el interior de las organizaciones institucionalizados con finalidades específicas (familias, parentelas, departamentos y agencias de las administraciones del estado, empresas, sociedades económicas, cooperativas, sindicatos, partidos, iglesias), en cuyo seno se desarrollan redes y cuasi-grupos, en muchos casos relacionados más o menos directamente con los objetivos de dichos agrupamientos u organizaciones, pero que en un elevado número de ocasiones también pueden rebasar en su actuación sus límites y objetivos, orientándola hacia otros contextos e instancias para fines diversos (económicos, políticos, expresivos, etc.).

Con todo, debe tenerse en cuenta la muy extendida concepción del ocio como de importancia social secundaria, al margen de las actividades explícitamente relacionadas con la producción y el poder, cuya función principal no sería otra que la de permitir la recuperación física y psíquica de los agentes sociales, económicos y políticos, necesaria para la continuidad de los procesos “realmente” importantes de la vida social.

Mucho más allá de esa interpretación reduccionista, Joffre Dumazedier considera que el ocio es el tiempo no directamente productivo que puede ser empleado para el desarrollo de las redes de relaciones sociales de los individuos e, indirectamente, como tiempo para el acceso y acumulación de prestigio, liderazgo y poder, constituyendo por ello una importante fuente de status sociopolítico. El tiempo libre cumple una función social genérica como contexto que propicia el contacto social, el establecimiento y desarrollo de relaciones interpersonales primarias de naturaleza informal, al mismo tiempo que proporciona instancias concretas para la extensión de esas redes de relaciones. Desde este punto de vista, el tiempo de ocio aparece como un valor potencial susceptible de ser capitalizado por los individuos en sus estrategias con respecto a la competición por el prestigio y la influencia, en definitiva, por el poder social y político. De ahí la importancia que se puede conceder al análisis de los contextos, manifestaciones y formas de la sociabilidad de carácter “recreativo, cultural o festivo”, que han tenido como objeto expreso la ocupación del ocio y del tiempo libre, u otros de carácter no expresamente productivo o político.

En consecuencia con todo lo expresado con anterioridad, y desde el momento en que consideramos que las conductas sociables son fenómenos sociales, no innatos ni de naturaleza exclusivamente psicológica, y que las expresiones de la sociabilidad forman sistema, hallándose absolutamente sustentadas sobre el conjunto de las estructuras socioculturales que conforman una determinada sociedad, no constituyendo un campo aparte, desligado de los intereses y procesos económicos y políticos, cabe concluir que el análisis de dichos fenómenos y manifestaciones de sociabilidad, formales e informales que se producen en Cataluña, puede proporcionarnos un punto de vista estratégico muy útil para abordar el conocimiento profundo de las estructuras, sistemas y procesos de la sociedad que se rigen por la Ingeniería social.
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca.

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