“Las cosas claras y el chocolate espeso”

Un año que pocos olvidan es 1492, pregunta de examen de nuestros tiempos colegiales para situar el descubrimiento del Nuevo Mundo, América, por parte de España. A partir de ese momento, soldados y religiosos comenzaron a asentarse en esas tierras y a conocer nuevos productos que posteriormente llegarían a sus lugares de origen como el cacao.

Llegó a Europa tras las incursiones de Colón en América, donde el chocolate era considerado un alimento divino. Cuenta la leyenda que en México el dios Quetzalcoatl regaló a los hombres el árbol del cacao antes de ser expulsado del paraíso. Allí en América Central los indígenas producían cerveza con la pulpa de las vainas de este árbol y accidentalmente aprendieron que lo que desechaban del cacao podía convertirse en una bebida amarga y espesa.

Cuando el monje español fray Aguilar envió desde América las primeras muestras de la planta de cacao a sus compañeros de congregación del Monasterio de Piedra para que las dieran a conocer, al principio no gustó mucho por su sabor amargo, siendo utilizada solo con fines medicinales. Más tarde, a unas monjas del convento de Guajaca (luego Oaxaca, nombre que le dio Carlos V en 1532 por su extensa zona de árboles de guajes) se les ocurrió agregar azúcar al preparado de cacao, causando furor el nuevo producto en España y poco más tarde en toda Europa. Fueron tiempos en que la Iglesia se debatió entre si la bebida rompía o no el ayuno pascual, al tiempo que el pueblo discutía sobre cual era la mejor forma de tomarlo: espeso oclaro. Para unos el chocolate se debía tomar muy cargado de cacao, chocolate espeso o “a la española”; mientras otros se inclinaban por la forma “a la francesa”, más claro y diluido en leche.

Finalmente ganaron los que se inclinaron por el chocolate “cargado”, y la frase “las cosas claras, y el chocolates espeso” para llamar a las cosas por su nombre. No hace muchos años aún circulaba una variante en la que la palabra “cosas” se sustituía por “cuentas” para referirse a las deudas de las personas.El chocolate se podrá tomar todo lo espeso que se quiera, pero las cosas, especialmente las de Estado, hay que dejarlas claras, muy claras, sin posibilidad de error. El desafío independentista nos lleva a situaciones increíbles. Como que Puigdemont falseara las declaraciones de Llarena; que un alcalde del tres al cuatro llame «bichos» a ciudadanos catalanes contrarios al independentismo o que los independentistas pretendan manejar el timón que gobierna la nao española. El Gobierno está en la obligación de reaccionar o se lo comen vivo. Hasta la fecha parece más próximo a las tesis secesionistas que al interés de España y su unidad.

Yo era de las que comía pan con chocolate para merendar y acababa tirando el pan y lamiendo el chocolate con toda la lujuria del mundo -aunque entonces ignoraba el término lujuria-. Más tarde, y quizá influido por la literatura, envidié a los curas de pueblo y a los obispos de tripa prominente, que imaginaba todas las tardes sentados en una mesa camilla relamiéndose los bigotes frente a una taza de chocolate, mientras una abnegada ama de llaves los observaba en el ángulo oscuro del salón. No es descabellado asociar el chocolate con el placer, con la lujuria y no digamos ya con la adicción. Aparte de su valor nutritivo, están más que comprobados sus efectos afrodisiacos. Chupar unos dedos untados de chocolate, embadurnarse la cara, pasar la lengua por el borde de la taza, sentir cómo se deshace la ensaimada en el paladar… Claro que, por poner un ejemplo, en el desayuno oficial que todos los años por Sant Jordi ofrece el presidente catalán en el Pati dels Tarongers, y que consiste básicamente en chocolate, hay muy poco de lujuria en el acto de mojar el bizcocho porque, salvando excepciones, todo el mundo está por otra cosa y el morbo consiste en quién da la mano a quién.

El puerto de Barcelona da entrada a los productos de las Indias, y así el primer chocolate de Europa se sirve en una recepción real poco después de haber descubierto el Nuevo Continente. Alrededor del puerto crecen los almacenes de cacao y en 1777 se abre el primer obrador de producción mecánica. También es en Barcelona donde, en 1947, Lluís Santapau inventa lmona de chocolate. Y como no hay chocolate sin algo que mojar, en Madrid aparecen los churros, en Mallorca las ensaimadas y en Cataluña los bizcochos. Lo que no aparece en ningún terruño actualmente es el querer compartir entre españoles de las distintas Comunidades y Regiones una buena taza de chocolate; al pan pan y al vino vino o las cosas claras y el chocolate espeso: ahora no tenemos voluntad de formar una Nación, para lo que los mediocres políticos bien podrian sentarse a tomar juntos una buena taza de chocolate espeso, desde el propio Gobierno de España.

Enrique Area Sacristán.

Teniente Coronel de Infantería.

Doctor por la Universidad de Salamanca.

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