Tierra y polvo

Mide 1.60. Le saco 15 cm. No creo que finalizase la EGB. He pasado por la universidad. Nació y siempre ha vivido en un pueblo de mil habitantes; la capital de la provincia es el viaje más largo que ha realizado, menos de una docena de veces en una vida de siete décadas. He viajado al extranjero doce veces. De entre todas las personas que he conocido en mi vida, ese agricultor es una de las que más respeto y consideración inspiran en mí.

Su piel curtida por el sol castellano acumula entre sus pliegues experiencias y emociones que ni mi fértil imaginación podría encontrar. Sus manos están plagadas de marcas, precio pagado por arar la tierra, generar alimento para una porción de España. Muchas de las personas a las que los agricultores han nutrido, han pasado décadas comiendo entre eructos y maldiciendo la voz que la televisión o la radio emanan, sin preguntarse de dónde proviene lo que están ingiriendo, qué manos han sacado de la tierra lo que llevan a la boca.

Me gustaría conocer lo que piensa ese agricultor sobre mí, en caso de que me haya tenido en mente. Su recuerdo desde luego ha quedado grabado en la mía, aunque sólo hayamos compartido metro cuadrado durante apenas dos horas hace varios años.

Imagino la casa de la infancia de ese hombre, protagonizada por un forzado minimalismo, y excesiva dureza. No creo que haya leído libros de protocolo, o que pasara demasiadas horas sobre los capítulos de Urbanidad de los manuales que en su niñez contenía la educación básica. Frente a mí desplegó más modales que incontables que han calentado la silla de un aula más de quince años, y se precian de tener título universitario. El agricultor castellano, nada más entré en la habitación en que nos conocimos, me miró a los ojos de forma directa y sencilla, y me ofreció los buenos días.

En nuestro breve encuentro, él sólo se hizo audible para compartir ideas sensatas, que siempre eran producto de haber escuchado a las diferentes partes allí reunidas, ideas que encontraban solución al problema planteado y satisfacían a todos. No eliminaría una palabra que pronunció ni cambiaría un tono.

No recuerdo el timbre de voz del agricultor, sólo el poso de sus palabras, la manera en que captaba mi atención por encima de las demás personas sentadas a la mesa. Emanaba dignidad, solidez, seriedad, y nervios templados tras una vida que los había puesto a prueba. Por todo ello su recuerdo permanece nítido en mí.

Lo opuesto a mi agricultor son cuadrúpedos que en el espejo ven emperadores. Que suponen que, por usar calzado deportivo cuando no están practicando deporte y vivir en una ciudad podrida de contaminación, son mejores que un agricultor, que lleva la cintura del pantalón a la altura de la propia y disfruta de miras amplias. Que pese a desconocer nombres de escritores, sí entiende de naturaleza humana, de entrañas, y sólo necesita un minuto para saber de qué pasta está hecho el individuo frente al que se encuentra.

El agricultor castellano considera elemental tomar la iniciativa de saludar a quien entra en la estancia. Existen mentecatos que ven en ello una punzada en su orgullo, por eso sólo dan los buenos días si el otro lo hace primero, y lo hacen con volumen ridículamente bajo, y tono mortecino. Al igual que el piloto automático del agricultor es tener modales, para los bobalicones es caminar con la barbilla dos centímetros excesivamente levantada, y expresarse indefectiblemente con tono engreído; porque ellos siempre lo saben todo, no se equivocan, y jamás les queda nada por aprender.

Tienen los aires tan subidos, que entran en tu propia casa y ni saludan, porque eso queda para provincianos. Con languidez cruzan tu puerta, como quien, en extenuante esfuerzo, decide hacerte el honor de su presencia, mostrarte lo que es un señorito de ciudá, cuando en realidad sólo son paletos con móvil. La falta de riego cerebral también les impide pronunciar la deshonrosa palabra gracias.

Generan repulsión y lo ignoran. Encarnan el esnobismo, viven para fingir y ocultar quiénes son en realidad. Piensan que su tapadera continúa a salvo, que nadie les ha calado sólo por guardar más silencio que los muertos durante las comidas en casa ajena. Todos les desenmascaramos hace tiempo, aunque lo ignoren.

El anca de una rana tiene más expresión que su cara, y su tono de voz adormece más que el balido de una oveja. Por muchas veces que hablen de ello, uno es incapaz de recordar nada que digan, excepto un tema: siempre intentan soslayar el nombre del municipio del que proceden. Desconfía de quien se avergüenza de sus raíces

Dudo de que pueda catalogárseles de Persona, dado que para ello debe contarse con personalidad. Ellos poseen el mismo encanto y riqueza interior que un organismo unicelular. Están convencidos de  ser algo, alguien, incluso mucho; paradójicamente, con cada movimiento y palabra hacen transparente su falta de autoestima, que intentan paliar, así como sus numerosas carencias, con mala educación, prepotencia, distancia y frialdad. Desprecian a aquellos que tienen clase, sofisticación, por pura envidia, porque saben que nunca la disfrutarán, dado que no se puede comprar ni se trata de un problema matemático que su mente técnica y cuadriculada pueda resolver. Es una cuestión de categoría y crianza, conceptos cuya superficie jamás podrán arañar. Siempre serán seres paupérrimos, no importa el precio del automóvil que se maten trabajando para adquirir.

Los mamarrachos buscan en la paternidad o puestos de trabajo con subordinados, formas de asfixiar a una persona, dominarla, imponerse con actitud propia de un dictador de los años treinta (al tiempo que se consideran progres por vivir mirando una pantalla). Intentan aplastar la personalidad de quien está bajo su poder, del que abusan despóticamente, considerando que sólo están ejerciendo un derecho. Tratan a las personas como un juego de piezas que uno compra para montar una figura de su gusto. Tu vida me pertenece. Me importa un carajo tu identidad, aquí se hace lo que yo diga, para eso te he creado/contratado. Cómo te atreves a no permitir que te moldee como al barro. Tú no eres libre, ¿por qué soy el único que lo comprende? Señoras y señores, el pijo de ciudad es en realidad un esclavista y más totalitario que Francisco Franco Bahamonde.

Esos animales de selva (con reloj de marca) imaginan que a base de presión y fuerza pueden convertir un ser humano en un autómata, y que, por una vez, van a sentirse poderosos y su voluntad va a imperar. Que tal vez, algún día dejarán de sentirse una montaña de mierda, un cero a la izquierda. Al fin verán un machote en el espejo.

Si no estuvieran enfermos de altanería pasarían un lustro en un psicólogo, para solucionar sus problemas y dejar de envenenar la vida de quien tienen cerca. También pararían de generar lástima, mucha lástima. Les dirijo mi desprecio, por todo ello y por las faltas de respeto, flagrantes y repetidas, a quien es excelso a su lado, personas epítome de categoría y buena crianza.

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