A los Mandos Intermedios de los Mossos.

Es posible que hasta ahora nada haya dicho respecto a las propagandas de distintas naturalezas de que alguien puede tratar de hacer campo a vuestras Unidades de Mossos, faltando a la legalidad vigente de la que vosotros debéis ser fecundos defensores como representantes de la violencia legitima en esa Región tan española como Cataluña.

De ellas la más frecuente es la antiespañola; no es oportuno que te hable ahora del origen de esa idea, ni del campo en que fructifica tal semilla; me basta con dejar aquí anotado que os la encontráis con frecuencia entre vuestros subordinados; tratar de desconocer esta verdad o cerrar los ojos a  ella vale tanto como decir que su existencia os intimida. Y en verdad que nada habrá menos justificado que el temor o el recelo; cuando os topéis con alguna manifestación de este mal, tratar, al contrario, la cuestión frente a frente, a plena luz; y puesto que tenéis todas las probabilidades a vuestro lado por potestad y autoridad, ¿por qué no jugar la partida?

La propaganda que viene de fuera es difícil de vigilar, pero advertida, es bien sencillo evitarla. Vuestra acción personal dentro de vuestras Unidades se reducirá a hacer perseguir las publicaciones y escritos subversivos que pudieran haber sido introducidos: examina a tus subordinados que los retienen y pronto te darás cuenta de qué clase de hombre es aquél con quien tienes que habértelas. Puede ser un hombre inculto y torpe, en el que te será fácil borrar el efecto de la propaganda subversiva y perniciosa, haciendo uso de tu ascendiente y de tus dotes de persuasión; castigar sin haber tratado de convencer es un error crasisimo: destruye primero todas las afirmaciones del escrito o documento sorprendido; demuestra cumplidamente los errores que trata de propagar; aprovecha la ocasión para dar una lección de ciudadanía a los hombres que te escuchan; y, solamente después de hacer esto, explicarás a aquél a quien enderezas tus argumentos, la naturaleza y la importancia de la falta que comete reteniendo y dando publicidad dentro de la Unidad a semejantes escritos; castigar sin haber intentado persuadir es reconocerse impotente para ello, es prestar fuerza a la perniciosa propaganda. Pero puede suceder también que el hombre con que te encuentres sea un Mosso avispado, y para este caso el camino que debes seguir te lo indicaré enseguida.

En cualquier caso, es preciso que des cuenta de ello a tus superiores. Puesto en conocimiento de las autoridades, las investigaciones internas podrán dar buena cuenta de la propaganda y sus agentes; déjalo por escrito.

Y a ti, que sabes bien los puntos que estos propagandistas suelen calzar, de café y de encrucijada al principio y descaradamente, en desgracia, en los tiempos que vivimos, te tiene que importar lo que se dice a tus Mossos, pero si cuando regresan al cuartel o la comisaría tienes tú la palabra, con cien codos de altura sobre aquéllos, y con la ventaja de ser el último que habla, mantendrás a tu Unidad unida y homogénea para tiempos que se proclaman fatalmente venideros.

Pero vengan de fuera o nazcan dentro de casa esos aires de revuelta, siempre cuentan dentro de la Unidad en que se produce el fenómeno, con un agente; el cual es, por lo general, un Mosso con buena instrucción, inteligente, con facilidad de palabra, mucha vanidad y deseo violento de darse a conocer. No son distintas las condiciones que debe reunir un buen Mosso; y reconociéndolo así, ¿cómo no sentirnos tentados a procurar la seductora transformación?

En el otro extremo, también desagradable, se tiene que hablar; porque cuando tu Unidad, a la que has consagrado todos tus desvelos, llegue al enfrentamiento que está por venir, puede suceder que aunque la Unidad satisfaga cumplidamente tus deseos, algunos hombres de ella no esté a la altura de la misión que debes cumplir, por su insuficiencia moral, envenenada por la propaganda.

Dos clases de Mossos hay cuya moral en las crisis políticas como la que ahora vivimos es insuficiente o degenerada: los débiles por temperamento, faltos de valor físico a enfrentarse a las mayorías relativas, y los débiles por cálculo, que no quieren exponerse a la posible pérdida en el conflicto.

Los primeros se revelan enseguida; pero su enfermedad es fácilmente curable: bastará someterlos a un entrenamiento progresivo y, si fuera posible, individual, dosificando gradualmente las experiencias a las que se les somete. La idea no es nueva; ya el Marqués de la Mina escribía así en sus Memorias: “el famoso autor Garao asienta que el valor no se adquiere; pero yo, venerando su opinión, digo que se aumenta o se aprende, porque la costumbre de los peligros enseña a superarlos y asustan menos al que en otras ocasiones observó que se quedaron en amenaza”.

Aquellos otros en los que el cálculo administra el miedo a lo que puede pasar después del conflicto, no son fáciles de descubrir, porque ya procurarán ellos pasar desapercibidos y no introducir el desorden en tu Unidad. Pero tan pronto como se les reconozca hay que hacérselo comprender sin rodeos ni contemplaciones; es preciso hacerles notar que se les observa, y que la primera vez que sean sorprendidos caerá sobre ellos todo el peso de la Ley que, desgraciadamente no se respeta a nivel administrativo pero que poniéndolo en conocimiento de los Jueces puede tener implicaciones reales.

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