Sobre el honor y una propuesta de código.

          El objeto de este artículo, tal como sugiere su título, es el de abordar una serie de consideraciones sobre esta cualidad moral que puedan servir de base preliminar, para el establecimiento de un Código o Decálogo que oriente con su obligado cumplimiento todas las acciones, tanto personales como de grupo, en la vida militar.

          El Honor dice la RAE, “es la cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo”. Y en una segunda acepción, lo define como “gloria o buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones heroicas, la cual trasciende a las familias, personas  y acciones mismas de quien se la granjea”.

SOBRE EL HONOR, EN LO MILITAR Y EN LO CIVIL. (Pedro Motas Mosquera ...

          Es obligado comenzar analizando la situación de las fuerzas Armadas en el momento actual, dando un salto histórico pasando de largo por los siglos XVI, XVII, XVIII y el nefasto XIX, para situarnos en el XX finalizada la Guerra Civil. La situación de aislamiento político internacional del país, unido a la devastación de la guerra, hizo que el ejército estuviera al servicio de la política, pero no hacia el exterior sino hacia el interior del país. Sobre todo, lo que quedó marcado profundamente fue la percepción que tenía la sociedad de sus Fuerzas Armadas. Aunque en esta época nunca intervinieron directamente en política, el jefe del Estado era militar y ese vínculo era lo que la gente percibía, percepción que estaba apoyada por un despliegue y una composición de las fuerzas típicas de un ejército de ocupación.

          Afortunadamente, la instauración de la democracia y el consiguiente ingreso en las organizaciones internacionales hicieron que cambiaran radicalmente las cosas y, en la actualidad, los ejércitos españoles son homologables con los de cualquier país de nuestro entorno, pero a pesar de todo, hay tres aspectos que nos diferencian de los demás: 1) La percepción que tiene la sociedad de sus Fuerzas Armadas, es básicamente como si se tratara de una ONG; 2) La clase política, sobre todo de determinadas ideologías, a pesar de no haber vivido ningún episodio de interferencia de los ejércitos, muestran un cierto recelo hacia la Fuerzas Armadas; y 3) La clase política en general, muestra una clara y preocupante falta de voluntad de emplear a las Fuerzas Armadas en ningún caso y bajo ninguna circunstancia, aunque  estén en juego importantes intereses nacionales.

Oferta de empleo público: Defensa convoca 3.500 plazas - Noticias ...

          Así las cosas, surge una pregunta: ¿La institución militar ha llevado a cabo alguna autocrítica y una evaluación profunda de su situación, que condujera a los tipos de reformas que son necesarias para corregir algunas de las patologías que la aquejan en la actualidad?  La evidencia demuestra que no se ha hecho, aunque es muy cierto que se han producido muchos cambios en las FAS, pero ninguno de ellos ha ido encaminado a introducir mejoras que afecten al comportamiento ético, moral y profesional, de cada uno de sus componentes, ni de la institución en su conjunto. Nunca se ha pretendido potenciar el espíritu de cuerpo, sino todo lo contrario; no se han tenido en cuenta las virtudes que realmente deberían adornar la actuación de cada uno de sus miembros, ni fomentar el orgullo de pertenencia a las FAS; jamás se ha pretendido definir qué comportamiento y qué actitud se espera de cada miembro y del conjunto. En definitiva, no se ha intentado establecer lo que se puede denominar un código de honor, aceptado por todos y de obligada observancia.

          El código de honor debe ser el reflejo de una vida, que con las necesarias diferencias es lo más parecido a la vida monástica. Un monje, se considera que es un buen monje cuando observa y practica los valores que su orden monástica tiene establecidos. De la misma manera, un buen militar es aquel que reconoce un conjunto de valores y obligaciones que tiene en común con los demás miembros de la organización y los observa escrupulosamente, lo cual exige un alto grado de entrega y de generosidad. La entrada en una comunidad de esas características exige, por tanto,  el reconocimiento, aceptación y observancia de todo el conjunto de valores y normas comunes. Mientras pertenezca a la comunidad, se le exige una estricta fidelidad al código de valores establecido y a sus normas de actuación y comportamiento. La violación del código debe suponer la expulsión de la comunidad cuando la gravedad haya sobrepasado los límites establecidos, sencillamente porque el individuo que ha violado dicho código se ha situado con su acción fuera de la comunidad. Esa acción, lo que en realidad significa, es que rechaza a la comunidad y sus valores y no está dispuesto a seguir pagando el “precio de pertenecer”.

          Por todo ello, es preciso asumir que las FAS no son adecuadas para todo el mundo, de la misma manera que la vida monástica tampoco lo es. El compromiso que se establece es especial y muy diferente al que existe en la vida civil. Trabajar para Telefónica es básicamente lo mismo que trabajar para Seat o para Gas Natural. En todas ellas las normas empresariales y los modos de actuación que se exigen a sus empleados son fundamentalmente los mismos. Todo está orientado a que cada uno persiga su propio interés (que debe coincidir con el de la empresa, si quiere prosperar) y casi todo vale si produce beneficios. Por el contrario, en la vida militar, las responsabilidades y el compromiso que adquieren sus miembros (y este es mayor conforme aumenta la categoría militar) trascienden a su propio interés material y nada vale si se sale de las normas y del código de valores establecido. El problema, como ya se ha señalado, es que se tiende a considerar que la vida militar es lo mismo que trabajar en cualquier otra ocupación. Esta equiparación es falsa, engañosa y, en definitiva, peligrosa, porque no tiene en cuenta que a los militares se les puede llegar a exigir, que el cumplimiento de su deber “den hasta la última gota de su sangre”. Solo por eso, debería ser suficiente para distinguir claramente la vida militar de todas las demás.

La primera coronel del Ejército español: "Soy un militar y he ...

          El código que se establezca debe fijar, entre otras muchas cosas, que el ejercicio del mando, a cualquier nivel, es ante todo una carga moral, que coloca al que lo ejerce ante una gran responsabilidad ética y moral. Por ello, el mando nunca puede ejercerse únicamente para cumplir con una reglamentación y como paso necesario que hay que realizar como parte de la carrera militar. De hecho, el mando constituye la propia esencia de la vida militar, pero no por sus prerrogativas, sino por sus responsabilidades. Una organización militar será inútil si no es capaz de generar en su seno buenos jefes. La guerra es el arte de manejar los conflictos y el hecho de mandar es una expresión de ese arte, que está colocado a un nivel casi místico en la relación de los valores militares y ocupa un lugar central en el altar de la ética militar. No reconocer el acto de mandar como el núcleo central de una responsabilidad moral, y no asumir que esa responsabilidad debe recaer plenamente sobre el que lo ejerce, es negar que exista alguna diferencia entre la actividad militar y cualquier otra ocupación.

          La idea de que la integridad moral es la base de la actuación de todo jefe impone que los estándares morales deben ser compartidos por todos ellos y que, además, deben ser evidentes para los hombres a su mando. Esto se puede resumir de una forma muy simple: hay cosas que no se pueden hacer, y por tanto, existe una línea que todo aquel que posea esa integridad moral, no puede traspasar. Por ello hay que rechazar la idea de que “hay que hacer lo que sea preciso” para aplicarla a cualquier circunstancia.

          El que ejerce el mando debe velar por el bienestar de sus hombres. Eso no significa que deba evitar ponerlos en situaciones de peligro. Si eso fuera así, debería evitar enzarzarse en combate, que es la función fundamental de toda unidad militar. Este aspecto se refiere a que nunca debe malemplear a los hombres, ni utilizarlos en acciones que no estén directamente relacionadas con el verdadero objetivo del mando. El peligro está siempre presente en el combate, pero la idea es precisamente la de exponer a los hombres a ese peligro solamente cuando se trata de alcanzar los objetivos militares legítimos que se han establecido.

          Otro de los aspectos fundamentales es que un buen jefe debe siempre compartir los riesgos y los peligros de las misiones con sus hombres y, si fuera preciso, aceptar dar su propia vida. Como ya se ha mencionado antes, esta máxima es la que más diferencia a la profesión militar de cualquier otra. La creencia de que “un buen gestor, es un buen líder” es profundamente errónea y se convierte en perversa cuando, por extensión, se pretende llegar a pensar que un jefe puede” gestionar” a sus hombres hasta llevarlos a la muerte en el cumplimiento de una misión. Para eso hace falta mucho más que “gestionarlos”, como se puede hacer con el material a su disposición. Desde siempre, ha sido un artículo de fe en todos los grandes ejércitos, que los hombres en combate deber ver a sus jefes, compartiendo los peligros y sacrificios junto a ellos.

          La lealtad es otro de los aspectos clave. Sin una lealtad bien orientada y en todas direcciones (de abajo a arriba, de arriba hacia abajo y al mismo nivel), no puede existir la eficacia ni la cohesión en las unidades, ni en toda la organización. La lealtad puede significar en muchas ocasiones, renunciar al interés propio y buscar únicamente el bien de la comunidad. Por eso la lealtad puede tener aspectos muy distintos en la vida militar respecto a cualquier otra ocupación. La lealtad a un superior asume que este actúa siempre de forma ética, moral, dentro de las competencias de su cargo y en estricto cumplimiento de las órdenes recibidas, que a su vez deben satisfacer también los mismos requisitos.

          Los actos deshonrosos de un oficial o suboficial afectan a todo el cuerpo. De la misma manera, al conjunto  de  todos ellos  se  les  juzga  por las acciones de cada uno de sus miembros; de ahí la importancia de que todas  esas acciones deben ser siempre irreprochables. Por tanto, cada oficial o suboficial es responsable del comportamiento de sus compañeros, lo cual supone asumir la responsabilidad de que cada uno permanezca fiel a los valores de la comunidad.

          Antes de seguir adelante con esta propuesta, puede no obstante ocurrir  que algunos se escandalicen por el simple hecho de hablar de honor y de códigos de honor, pero eso es debido a la manipulación  ideológica, a lo “políticamente correcto”, a la hipersensibilidad de determinados aspectos y que se traduce en una prueba más de que  lo que se pretende es que el ejército sea en todos los aspectos igual a la sociedad, sin tener en cuenta  sus especiales características  y su mandato constitucional. Para determinadas ideologías, hablar de honor significa indefectiblemente hablar de fascismo, de la misma manera que hablar de moral se identifica con la religión y si se pone el énfasis en la ética, parece que se es un pusilánime. Una de las tareas pendientes de la institución militar, es la de desprenderse de esos complejos y defender con orgullo su identidad.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, concretemos una propuesta de Código de Honor:

1.- La naturaleza de cualquier tipo de mando es una carga moral que sitúa a cada oficial en el centro de la responsabilidad ética.

2.- En sentimiento de integridad moral de un oficial está en el núcleo de su liderazgo. Nunca se puede poner como excusa la carrera militar de un individuo para justificar cualquier violación del propio honor y dignidad.

3.- Todo oficial debe transmitir una actitud que inspire confianza y denote una elevada responsabilidad moral. Ningún oficial puede violar esa confianza o evitar su responsabilidad por alguna de sus acciones, independientemente del coste personal que puedan tener.

4.- La primera lealtad de un oficial debe estar dirigida al buen desempeño de las tareas y obligaciones de su mando, así como debe preocuparse por el bienestar de sus hombres y nunca permitirá que sean empleados de forma errónea o abusiva.

5.- Un oficial nunca consentirá que sus hombres soporten penalidades, riesgos y peligros innecesarios, ni aquellas situaciones que él mismo no estaría dispuesto a afrontar. Todo oficial debe estar preparado para compartir los riesgos y sacrificios a los que se exponen sus hombres.

6.- Un oficial es ante todo un líder. Debe dirigir a sus hombres mediante el ejemplo y sus acciones personales. Él no debe buscar únicamente la efectividad de sus hombres, sino que debe liderarlos, lo cual exigirá que haga patente su capacidad para afrontar los riesgos necesarios.

7.- Un oficial nunca ejecutará una orden que él considere ética o moralmente errónea y comunicará este tipo de órdenes, políticas o acciones a sus superiores lo antes posible, siguiendo los canales reglamentarios.

8.- Ningún oficial encubrirá intencionadamente cualquier acto de sus superiores, subordinados o compañeros que vaya en contra de su sentido del honor.

9.- Ningún oficial castigará ni permitirá el castigo o la discriminación ejercida sobre un subordinado o compañero por decir la verdad acerca de cualquier asunto.

10.- Todos los oficiales son responsables de las acciones u omisiones de sus compañeros. Los actos deshonrosos de un oficial perjudican a todo el colectivo; las acciones del cuerpo de oficiales vienen determinadas por los actos de sus miembros y estas acciones deben siempre estar libres de cualquier tipo de reproches.

Este Código incluye aspectos filosóficos, resaltando los de carácter ético. Ambos tienen un contenido casi religioso y tratan de definir al oficial de una forma muy distinta a la de un “oficial-gestor” u “oficial-empresario” con los que se ha tratado de asociar. Sin duda el propósito de un Código de Honor debe ir más allá de propiciar un sentimiento de pertenencia a una empresa o a un club determinado. Por el contrario, debe conseguir engendrar ese sentimiento de pertenencia mediante una serie de directrices y exigencias cuya aceptación y seguimiento voluntarios constituyen el paradigma de esa pertenencia.

Tte.Gral. Santiago San Antonio Copero (E.A.).

Gral. de Bgda. Joaquín Sánchez Díaz (E.A.) (R).

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