Falsos maquetos, falsos charnegos, falsa raza.

Al principio de la Edad Moderna en España, el Estado nacional impuso una rígida homogeneización étnica, religiosa y cultural. Después de expulsar a las dos minorías más importantes, los judíos, exiliados por los Reyes Católicos en 1492, y los moriscos, desterrados por Felipe II en 1609, existe una población religiosamente homogénea, inconsciente de sus orígenes étnicos que asimiló fácilmente la peque- ñas minorías inmigrantes. Siempre han existido algunos grupos diferenciados como los “agotes” en Navarra o los “vaqueiros de alzada” en Asturias, sin embargo, la única minoría étnica claramente tradicional son los gitanos, que parece que llegaron a España al final de la Edad Media.

Su modo de vida nómada les has dispersado por todo el país, aunque la mayor parte de comunidades gitanas se encuentran en Madrid, Barcelona y las ciudades más grandes del sur.

Como en otros países, los gitanos españoles han conservado desde hace siglos su propia organización cultural y social, basada en clases y linajes. El modelo tradicional de segregación es cada vez más difícil de mantener en áreas urbanas, donde su integración plantea problemas en escuelas, vecindarios, e incluso en comunidades locales.

La inmigración más reciente está dando paso a nuevas minorías étnicas todavía no definidas claramente a principios del XX, pero que en este decenio empieza a dar problemas de integración. Mientras que los europeos no tienen problemas de incorporación, y la asimilación de latinoamericanos presenta pocas dificultades debido a su afinidad cultural con España, la integración de africanos y asiáticos es más conflictiva.

Los informes elaborados sobre este tema muestran que el nivel de hostilidad hacia los inmigrantes extranjeros en España es uno de los más bajos de Europa.

“La globalización y el multiculturalismo son dos realidades relacionadas. El aumento de las desigualdades económicas en el mundo ha conllevado la emigración desde las zonas menos desarrolladas hacia las más prósperas, lo que ha supuesto la llegada a los países occidentales de gentes con diversas culturas. Pero, al mismo tiempo, la globalización, en tanto encarnación del neoliberalismo económico, ha supuesto la erosión del Estado del Bienestar y de muchos derechos sociales y, en consecuencia, Han aumentado las desigualdades en el interior de los países desarrollados. De esta forma la integración socioeconómica y cultural de los inmigrantes se ve dificultada. Como resultado, se perfila un escenario con muchas sombras para la convivencia multicultural y la justicia social”

Obieta señala que “el primer elemento constitutivo de un pueblo es el elemento personal. Al tratar de aplicar a este elemento el derecho de autodeterminación surge con frecuencia el problema de determinar, o definir, quiénes son los miembros que integran en realidad ese pueblo (…) Tratándose de definir a los miembros de un pueblo, tal realidad no puede ser otra que la presencia en ellos, en mayor o menor grado, de los dos elementos característicos de todo pueblo, el elemento objetivo y el elemento subjetivo. En principio, pues, serán miembros de cada grupo o pueblo todas aquellas personas que nacidas en él y establecidas en su territorio estén dotadas de los dos elementos dichos”.

Es, por tanto, muy importante realizar un estudio de los movimientos migratorios de la población en España, para determinar que “pueblos” diferenciados pueden existir siendo extremadamente importante lo que Obieta determina como la autodefinición o el “derecho a la autodefinición”.

Aplicando al caso de España los cinco tipos de tipología que se pueden dar, en función de su derecho de pertenencia o no al pueblo imaginario o la nación imaginaría definida por el esencialista Obieta, podemos afirmar que pueden existir en las Comunidades que exigen un reconocimiento nacional, los siguientes:

a.- Originarios con conciencia nacional de la presunta Nación que se quiere constituir con un Estado propio.

b.- Originarios sin esa conciencia nacional.

c.- Originarios con conciencia nacional española.

d.- Originarios advenedizos con conciencia nacional de la presunta Nación que se quiere constituir con un Estado propio.

e.- Originarios advenedizos con conciencia nacional española.

Comenzaré aportando datos de las migraciones mundiales para pasar directamente a las migraciones interiores en España por ser la Nación objeto de estudio donde se da el caso de que parte de la población de determinadas Comunidades se quiere autodefinir diferenciada de la española en base a la lengua, la raza, la historia y el territorio.

Los desplazamientos de población hasta el 2000 por causas extraordinarias no tienen como destino principal occidente, sino los países del entorno geográfico. De este forma, Asia y África se convierten en los principales receptores de población refugiada, muy por encima de los países desarrollados, a pesar de la insistente retórica que sitúa a Europa como principal afectada por las olas migratorias.

Existe una realidad que tiende a olvidarse: que una parte muy importante de los movimientos migratorios se da entre los países desarrollados. Más adelante desarrollaré en más detalle esta realidad.

La regla general europea parece ser ésa. Tomando como muestra algunos países significativos, parece más bien que la regla consiste en un aumento continuado de la concentración espacial de la población desde 1800 hasta nuestros días. Además, la comparación entre las densidades demográficas de partida y las densidades actuales revela importantes diferencias de magnitud, pero no de orden. Dicho de otro modo, las posiciones relativas de las regiones han tendido a mantenerse a lo largo del proceso de industrialización.

Los países de la Península Ibérica destacan por la elevada concentración espacial de su población, y en particular por la intensidad con que el proceso de industrialización tendió a profundizar las disparidades demográficas legadas por el periodo preindustrial. Tanto en España como en Portugal, la concentración demográfica au- mentó levemente entre mediados del siglo XIX y mediados del siglo XX, lo cual se corresponde con fases de crecimiento económico y cambio estructural no muy acentuados. Durante el tercer cuarto del siglo XX, en cambio, estos países registraron sus “etapas doradas” de crecimiento, convergiendo con claridad con respecto a los países del centro europeo y completando los cambios estructurales kuznetsianos. Este periodo de crecimiento acelerado se correspondió con un gran aumento de las disparidades demográficas regionales y provinciales. Cuando el crecimiento se desaceleró durante el último cuarto del siglo XX, la concentración demográfica prosiguió, pero de nuevo a un ritmo pausado. Como en Francia, e incluso con más claridad que en Francia, las posiciones relativas de las regiones y provincias no se vieron alteradas por la industrialización. Las nueve regiones portuguesas menos densamente pobladas en 1878 (Beja, Portalegre, Evora, Bragança, Castelo Branca, Guarda, Vila Real, Santarem y el Algarve) seguían siéndolo en 1991. Lo que la industrialización hizo en Portugal fue reforzar las disparidades preexistentes, y así, si en 1878 hasta once regiones (sobre un total de dieciocho) tenían densidades demográficas superiores a la media nacional, en 1991 sólo ocho lo hacían. La región más densamente poblada, Porto, pasó de multiplicar la media nacional por cuatro a multiplicarla por seis; Lisboa, de 1,5 a 3,5. Mientras, regiones como Beja, Portalegre o Evora, que se movían en torno al 30% de la media nacional en 1878, lo hacían alrededor del 20% en 1991. El caso español refleja un desenlace similar, que lo conecta no ya con su vecino portugués sino con la pauta general europea. Los rasgos distintivos de España son el grado particularmente elevado de concentración demográfica con el que se ha saldado la industrialización (compartido con Portugal), la importante conexión entre las densidades de partida y el crecimiento demográfico posterior (compartida por Francia y Portugal, pero no por Italia, Suecia o Bélgica) y, en contraste con el caso francés, el carácter no uniforme del ritmo de aumento de las disparidades demográficas a lo largo del proceso de industrialización (consecuencia a su vez de la pauta comparada de crecimiento y cambio estructural de la economía española contemporánea). El caso español es paradigmático de lo que parece la pauta europea: un aumento continuado de la concentración demográfica (sin que se haya detectado una pauta de U invertida a lo largo del crecimiento con cambios estructurales) y unas posiciones relativas firmemente establecidas ya antes de la industrialización.

La cantidad de extranjeros residentes en España se ha duplicado en un periodo de cinco años al principio del XXI. La mayor parte de estos, escogen como residencia las Comunidades de Madrid y de la costa Mediterránea, sobresaliendo la Comunidad de Cataluña en la franja costera.

Hoy día, España ha completado en lo esencial los principales cambios kuznetsianos. La transformación secular experimentada por su economía y su sociedad a lo largo del último siglo y medio es, a buen seguro, la más intensa de su historia. Pero uno de los rasgos que permanece son las disparidades demográficas, y el mapa de las mismas sigue reproduciendo contrastes regionales bastante similares a los ya presentes en 1860. España es ahora un país con más de 80 habitantes por km2 (si bien esto sigue siendo una densidad baja para el estándar europeo) pero pocas provincias tienen en efecto 80 habitantes por km2. Este aspecto es aún más acusado que en 1860. Hoy día, Madrid y Barcelona cuentan con más de 600 habitantes por km2, Vizcaya con más de 500; el umbral de 200 es superado por las provincias mediterráneas de Valencia y Alicante y las dos provincias de las Islas Canarias. A muy escasa distancia geográfica de Valencia, la provincia aragonesa de Teruel tiene hoy tan sólo 9 habitantes por km2. La desertización demográfica alcanza extremos similares en la vecina provincia castellano-leonesa de Soria. Pero ambas provincias están lejos de ser excepciones anómalas. Antes, al contrario, la situación actual devuelve magnificado el tradicional contraste entre una periferia litoral densamente poblada (al menos para la media española) y un interior despoblado cuya población ha migrado principalmente a las Comunidades de Madrid, Cataluña y País Vasco.

Los datos sobre movilidad recogidos tanto en censos de población y renovaciones padronales como por la EVR desde 1961, ponen de relieve que, desde principios de la década de los sesenta hasta la actualidad, se han producido más de veinte millones de cambios de residencia entre municipios españoles. Si a ellos sumamos los diez millones estimados para el período 1900-1960, se puede hablar de una cifra superior a los treinta millones de desplazamientos internos en el siglo pasado.

Si bien durante épocas precedentes de nuestra historia se produjeron en España corrientes migratorias internas de cierta relevancia, no será hasta el último tercio del siglo XIX cuando comiencen a ser cuantitativamente importantes y adquieran un carácter permanente. A partir de este momento, las migraciones interiores se mantendrán casi ininterrumpidamente hasta la actualidad, aunque con notables cambios en su intensidad y en sus propias características.

En las últimas décadas del siglo XIX se produce un progresivo deterioro de la población rural española como consecuencia de diversos factores, entre ellos la crisis de determinadas producciones agrarias (el caso de la vid, afectada por la filoxera, es emblemático) y la progresiva mecanización (aunque aún incipiente) de las labores agrícolas (especialmente la siega del trigo, que era hasta entonces una de las principales causas de la movilidad interior). Como resultado, desde el último tercio del siglo XIX se inicia una corriente migratoria desde las áreas rurales españolas que va a tener como destinos preferentes: por una parte, los países de Ultramar, y, por otro, los focos urbano-industriales españoles. Si hasta la Primera Guerra Mundial la corriente ultramarina es la de mayor importancia, a partir de 1915 se produce un notable desarrollo de las migraciones dirigidas a los pujantes focos industriales (beneficiados por la guerra mundial) del País Vasco (industria siderúrgica) y Cataluña (industria textil).

Durante esta primera etapa de despegue, las principales áreas expulsoras son: Galicia (especialmente hacia Madrid, donde muchos gallegos se emplean en el servicio doméstico y la hostelería), ambas Castillas, Cantabria, Navarra, Aragón, las provincias orientales de Andalucía (Almería, Jaén y Granada), y la mayoría de las provincias levantinas (Castellón, Alicante y, especialmente, Murcia).

En cuanto a las migraciones de la segunda mitad del s. XX, se ha realizado una estimación basada en los datos que el Censo de 2001 proporciona para ellas. Debe señalarse también que existen algunos municipios en los que el porcentaje de personas nacidas en el mismo respecto a su población residente puede parecer muy pequeño. Este hecho podría deberse a que hay municipios donde la mayor parte de los nacimientos tienen lugar en centros sanitarios que, con frecuencia, se encuentran situados fuera del término municipal de residencia de la madre, optando ésta por inscribir al nacido en el municipio correspondiente al centro sanitario. Este efecto puede tener poca repercusión para el total provincial, pero a nivel municipal adquiere importancia.

Casi la mitad de los españoles han nacido en el mismo municipio donde residen (48,2%). Las comunidades autónomas que registran una más alta proporción de los mismos son Murcia (67,4%), Galicia (63,0%), Extremadura (59,1%) y Andalucía (58,6%). Por el contrario, las comunidades en las que residen un menor número de nacidos en el propio municipio son Madrid (33,4%), Cataluña (36,9%), Navarra (40,7%) y País Vasco (40,9%). De esta manera, puede afirmarse que esta variable ofrece una radiografía muy aproximada de las comunidades que históricamente han generado la corriente principal de la emigración (las que tienen las tasas más altas) y de las que han recibido el flujo inmigratorio (las que tienen las tasas más bajas). También, cabe destacar el muy significativo aumento de los residentes nacidos en un país extranjero, que pone de manifiesto el denso flujo de inmigrantes que nuestro país está recibiendo. Si a los nacidos en el propio municipio sumamos también los nacidos en otros municipios de la propia comunidad autónoma, nos encontramos con un alto índice de autoctonía, ya que tres de cada cuatro españoles (76,5%) han nacido en la comunidad en la que residen, frente al 78,5% de dos años antes. Destacan especialmente las comunidades de Galicia (90,9%), Andalucía (89,6%), Extremadura (89,0%) y Castilla y León (87,2%), con índices de autoctonía diez puntos porcentuales por encima de la media nacional.

Las comunidades que más proporción de aloctonía registran son, en consonancia con las que presentaban un menor número de nacidos en el municipio de residencia, Madrid donde un 39,9% han nacido en otra comunidad española o en el extranjero, seguida de Baleares (34,2%), Cataluña (31,1%) y País Vasco (27,2%). La media nacional de aloctonía se encuentra en el 20,9%. Las comunidades de Baleares (7,4%), Canarias (5,9%), más la Comunidad Valenciana (4,3%) y Madrid (4,2%), presentan los porcentajes mayores de personas nacidas en el extranjero residiendo en sus municipios, siempre con respecto a la media nacional (3,1%).

Es claro, por tanto, y después de analizar las tasas y saldos de migración desde los años 1960 a 2000, que se muestran en los cuadros de las páginas 96-116 de mi tesis, que existe una conciencia psicológica nacional de pertenencia a una cultura nacional a través de una identidad nacional española en todo el territorio, fomentado por el intercambio de información y formas de las distintas Comunidades y Provincias donde se han producido estas migraciones; no considerándose individualmente que exista una emigración a otro País o Nación que no fuera España en el interior del territorio de la misma.

Sin embargo, el grueso del nacionalismo ha mantenido escaramuzas recientes junto al exclusivismo étnico e ideológico, sin poner más impedimentos a los llamados advenedizos que el aprendizaje de la lengua y la aceptación de las ideas nacionalistas y exclusivistas.

Del análisis de los cuadros correspondientes de la misma tesis se puede deducir que existe un punto de inflexión en la década de los 70, producida, fundamentalmente por la primera crisis del petróleo, por la desaparición de la industria pesada y por la presión de los nacionalismos excluyentes e incipientes como movimientos de masas que indujeron a partir de entonces y hasta nuestros días a la parte de la población migrante que no aceptaba las imposiciones de lengua e ideológicas a volver a sus lugares de origen.

¿Qué papel cabe otorgar entonces a la industrialización y el crecimiento kuznetsiano en la explicación de las disparidades demográficas? Como en otros países de Europa, con Francia como ejemplo más emblemático, lo que hizo la industrialización no fue crear sus propias disparidades demográficas, introduciendo elementos de ruptura en la dinámica espacial de la población. Lo que hizo la industrialización fue reforzar y profundizar las disparidades demográficas que le fueron legadas por el Antiguo Régimen.

Un  índice de la homogeneidad étnica de la población española lo podemos obtener, en primer lugar, estudiando dos factores como son la homogamia y heterogamia espacial en la España del siglo XX. Este estudio nos mostrar cómo ven los individuos de unas Comunidades a los de otras.

El lugar donde se conocen los futuros matrimonios y la elección de pareja “advenediza” limitada por la movilidad geográfica y la distancia residencial. El desarrollo de las comunicaciones ha sido una constante a lo largo de todo el s.XX que ha facilitado estas migraciones interiores con el consiguiente aumento de los matrimonios heterógamos. 

Las provincias que tienen los valores más bajos son las que a lo largo del siglo, y especialmente a partir de los años 60, han recibido los mayores flujos migratorios (País Vasco, Barcelona y Madrid). Pero, junto a ellas, se encuentran otras provincias donde el peso de la homogamia no se debe a la llegada de flujos migratorios, sino al de sistema de organización social predominante en la zona vinculado a un sistema de heredero único. Algunas de estas zonas son, por ejemplo, Huesca, Lérida, Gerona o Santander. Pero aquí se mezclan experiencias de distintas generaciones, por lo que seleccionamos tres (2ª- 1911/20, 5ª-1941/50 y 7ª-1961/70) un análisis más detallado.

Una primera mirada nos muestra cómo la tónica general es el descenso de la homogamia, que se produce también a escala provincial, a pesar de lo cual los con- trastes provincias se mantienen. Lógicamente es en la primera generación donde se aprecian los mayores valores de homogamia matrimonial. En siete provincias –Lugo, Cuenca, Huelva, Badajoz, Cáceres, Murcia y Ciudad Real–, el 70% o más de los egos se casaron con personas de su mismo municipio. En Ciudad Real, casi 8 de cada 10 personas de esta generación se casaron con una persona de su mismo municipio.

El mapa de la generación 5 (1941-50) muestra, en comparación con la generación 2, un importante descenso en los grados de homogamia, tendencia que se acentúa en la generación 7 (1961-70). Esta pérdida de intensidad está señalando un aumento de la heterogamia matrimonial en toda la península.

En el análisis de los mapas, se observar un territorio dividido a grandes rasgos entre un norte heterógamo y un sur homógamo. Es decir, aquellas zonas de España donde más heterogeneidad se ha dado a lo largo del s. XX, donde más mezcla “étnica”, menos supuesta “pureza de raza” y más “advenedizos” existen, si se puede decir así, es donde se reclama la independencia en base a una inexistente pureza de sangre que como queda demostrado a lo largo de todo este artículo es absolutamente ficticia y obediente a intereses sociopolíticos.

Podemos concluir este artículo, afirmando que los movimientos migratorios correspondientes a las dos fases de los últimos 150 años han producido una homogeneización de la población española, no existiendo diferencias étnicas en ella, como complemento al análisis de la homogamía y heterogamía.

Enrique Area Sacristán

Teniente Coronel de Infantería

Doctor por la Universidad de Salamanca

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