Desaparición de los polos derecha-izquierda

Lo que convierte en obsoleta la distinción derecha-izquierda hoy día no es solamente el hecho de que, desde hace una década y media, la izquierda no ha dejado de derechizarse en materia económica, mientras la derecha se izquierdizaba en materia cultural y de costumbres, dando así lugar a un vasto centro moderado donde se funden corrientes que hasta ayer se oponían, ya que el centro no puede borrar el contraste con respecto a los polos que le rodean, sino que es también la presencia de un «tercero transversal» a todos los campos. Ya se trate de la Guerra del Golfo, de la agresión contra Serbia por parte de las fuerzas de la OTAN, de las negociaciones en el marco de la Organización Mundial del Comercio, de la reunificación de Alemania y sus consecuencias, del debate sobre la construcción europea y la moneda única, de las controversias en relación a las identidades culturales o las biotecnologías, todos los debates que han tenido lugar estos últimos años han producido divisiones irreductibles a las separaciones tradicionales. Las líneas de fractura son ahora transversales: pasan tanto por el interior de la derecha como por el interior de la izquierda. Dibujan de ahora en adelante nuevas distinciones.
La desaparición de la división derecha-izquierda no quiere, en efecto, decir que todas las distinciones vayan a desaparecer, sino únicamente que esta distinción, tal y como la hemos conocido hasta hace un tiempo, ha perdido lo esencial de su significado. Reflejo de una época que concluye, su tiempo pasó. Pero habrá nuevas distinciones. Vemos ya esbozarse fronteras inéditas, ya sea alrededor de la posmodernidad, del lugar del trabajo remunerado, de Europa y las regiones, de las identidades culturales, del productivismo o del medioambiente. Estos debates no han dado lugar todavía a verdaderas reclasificaciones, pero nos encontramos, sin duda alguna, ante el principio de un proceso de recomposición de larga duración.
Todo el mundo conoce el célebre apóstrofe de Ortega y Gasset: «ser de derechas o de izquierdas es elegir una de las innumerables maneras que se le ofrecen al hombre de ser un imbécil; ambas, en efecto, son formas de hemipléjia moral». Bernard Charbonneau decía a su vez: «somos seguidores de Maurras o de Marx, igual que ciertos insectos conservan un ojo ciego en la noche de los abismos». Y añadía: «la distinción de principios entre la derecha y la izquierda es absurda, porque sus valores se complementan (…) La libertad en sí misma o el orden en sí mismo no pueden ser más que la mentira que disimula la tiranía, y el caos. La verdad no está a la derecha ni a la izquierda, tampoco está en el punto medio exacto, está contenido en la tensión de sus exigencias extremas. Y si un día tienen que encontrarse, no será en la negación, sino yendo al límite de ellas mismas». Y para concluir: «por fin ha llegado para nosotros el momento de rechazar a la vez la derecha y la izquierda con el fin de reconciliar en nosotros las tensión de sus aspiraciones fundamentales».
Sobre la distinción derecha-izquierda, Jean Baudrillard escribía recientemente: «si un día la imaginación política, la exigencia y la voluntad políticas tienen una oportunidad de volver a cobrar actualidad, será, lo mas seguro, únicamente sobre la base de la abolición radical de esta distinción fosilizada que se ha anulado ella misma y devaluado con el curso de las décadas, y que sólo se sostiene por la complicidad en la corrupción». Dejar atrás esta diferenciación, no es situarse «ni a la derecha ni a la izquierda», lo que no quiere decir gran cosa, sino más bien «a la derecha y a la izquierda». Podría ser una forma de no ser hemipléjico o de dejar de ser tuerto. Las ideas no valen por la etiqueta que les pongamos encima. Más que las ideas de derecha o de izquierda, lo único que cuenta es defender las ideas justas.
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca.

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