Por amor a la Patria. (V). El nacimiento del lenguaje nacionalista.

Enlazando con el artículo de ayer, los radicales ingleses no eran los únicos que utilizaban el lenguaje del patriotismo republicano para apoyar su causa. Poco después, los patriotas españoles que luchaban contra la invasión de Napoleón también utilizaron ese lenguaje para crear un concepto de patria basado en los principios de libertad y buen gobierno. Patria, según un artículo de la guerra de la independencia, no se refiere al lugar de nacimiento de un individuo o de un grupo, como propone la versión convencional, sino al Estado de la sociedad al que pertenecen y cuyas leyes protegen su libertad y aseguran su felicidad, como los antiguos proponían. Patria viene de pater, y evoca imágenes familiares de amor, armonía y felicidad. La distinción fundamental es entre patria y país: un país es cualquier lugar o cualquier comunidad en la que nacemos o en la que vivimos, patria es sólo libertad y buen gobierno: “Donde no había leyes que no iban en interés de todos, donde no había un gobierno paternal atento con el beneficio común…había sin lugar a duda un país, un pueblo, un grupo de hombres, pero no había patrie.

Entendido de esta forma, el patriotismo está claramente separado de la lealtad monárquica. Como otro patriota señalaba en el mismo periodo de la independencia, la palabra patria no pertenece al lenguaje de los monarcas españoles: éstos hablan de “mi corona”, “mis propiedades” o “mis vasallos”. La palabra patria recuperó el uso generalizado y adquirió sentido cuando el pueblo español, enfrentado a la calamidad de la invasión de Napoleón, se levantó y encontró la energía para comprometerse en una gran causa: “La palabra patria, tan magnífica y llena de esperanza en este momento de calamidad, esta patria que en la vida política no era únicamente una palabra ociosa, ahora la vemos realizada en nuestros corazones”.
Sin embargo, en otros lugares de Europa, el lenguaje del patriotismo derivado de la tradición republicana y la Revolución francesa se mostró inadecuado como medio para ayudar a los pueblos a alcanzar su libertad. El ideal puramente político de patrie sonaba demasiado abstracto; apelaciones a rebelarse por el amor a la libertad dejaban a demasiada gente fría o, simplemente, poco entusiasta. Había que concebir una forma diferente de patria; era necesario un amor diferente.

El ejemplo más ilustrativo de la nueva critica del patriotismo republicano fue el “Ensayo histórico sobre la revolución napolitana de 1799” de Vincenzo Cuoco que, de forma elegante pero firme, aunque compartiendo y admirando el compromiso de los patriotas con la libertad, denunciaba su inadecuado saber político debido en parte a su pobre conocimiento y comprensión de las costumbres, historia y tradiciones del pueblo napolitano. Las palabras república y patria sonaban en sus bocas faltas de sinceridad.

En el análisis de Cuoco, la libertad exige unidad cultural. Una de las causas principales de la debilidad de la revolución napolitana fue el hecho de que la cultura de los patriotas y del pueblo eran diferentes. Tenían, dice Cuoco, ideas diferentes. Los patriotas culturalmente eran franceses o ingleses; el pueblo al que llamaban para luchar por la república era napolitano. La admiración de los patriotas por la cultura extranjera fue, en los primeros momentos de la república, “el mayor obstáculo para el establecimiento de la libertad” porque el pueblo no podía entender su cultura y los despreciaba. La cultura extranjera dividió y retrasó la educación civil y política de todo el pueblo. Para servir bien a la patria, se la debe amar, pero debe basarse en un sentimiento de autorespeto: respeto por la cultura e historia propias. Ese amor a la patria que viene de la educación pública y que genera el orgullo nacional les dio a los franceses la fuerza para llevar a cabo triunfalmente su revolución; la falta de unidad cultural y de orgullo nacional debilitó el amor a la libertad de los napolitanos y condenó su revolución al fracaso.

La patria es un objeto de amor; la patria es un objeto de estima y orgullo. Sin embargo, estimar la nación es, como dice Cuoco, una condición necesaria para amar a la patria. Quiere decir que el amor a la patria debe ser político y cultural; que el compromiso con la libertad política no puede ser compromiso con la libertad política impersonal, sino con la libertad política de ese pueblo en particular. No es una cuestión meramente pragmática; lo que está en juego no es simplemente el mal funcionamiento de una acción política sostenida por un amor a la patria que no es corroborado por la estima de la cultura de la nación; es una cuestión de significado y contenido de la libertad política. La libertad que hay que buscar y por la que hay que luchar ha de ser la libertad que ese pueblo particular ama y quiere porque está cercana y es congénita a su cultura.
Una critica más radical del lenguaje del patriotismo republicano durante el mismo periodo procedió de Alemania. Mientras Cuoco había criticado la exclusiva vinculación de los patriotas a los valores políticos de libertad y su despreocupación por la cultura nacional, los teóricos alemanes rechazaron la prioridad de esos mismos valores en favor de la unidad cultural y espiritual de la nación.

Entendido como cultura, la patria no se distingue de nación. De hecho, Herder utiliza los dos términos como sinónimos. “¡En cuanto a nosotros, gracias a Dios”, escribe sarcásticamente, “el carácter nacional ya no existe¡ Nos amamos unos a otros o, más bien entre nosotros, siendo todos igual de corteses, bien educados y sosegados”. Unas líneas después, reafirma este punto sustituyendo “carácter nacional” por “patria”; el alma nacional “es la madre de todas las culturas que hay en la tierra” y todas las culturas son la expresión del alma nacional. Una persona sin espíritu patriótico, señala Herder, “se ha perdido y a todo el mundo a su alrededor”. Quiere decir que ha perdido la propia identidad espiritual, que viene del contacto con la cultura nacional.
Nación significa unicidad. La unidad cultural de una nación basada en la historia, el lenguaje, la literatura, la religión, el arte y la ciencia constituyen el pueblo como individuo, un cuerpo único con su propia alma, sus facultades y sus fuerzas espirituales. Aunque cada nación tiene una individualidad particular e “inexpresable”, se puede decir que cada nación es, a su manera, una. Cada nacionalidad es “un pueblo con su propia cultura nacional, así como con su lengua”.

Para Herder, nacionalismo significa centrarse en lo espiritual y enraizarse en una cultura nacional particular. Forja el término nacionalismo para que quiera decir vinculación exclusiva a la cultura nacional “propia protegida contra el cosmopolitismo y la asimilación cultural”.

Herder va a dar un papel esencial a las naciones, ya que cada una tiene un espíritu propio, el espíritu del pueblo (Volksgeist) y es diferente para cada nación. Herder lo define como las fuerzas creativas que habitan inconscientes en cada pueblo y se manifiestan en creaciones propias de cada pueblo, sobre todo la lengua, pero también la poesía, la historia o el derecho. Esto va a contracorriente, puesto que, como vimos ayer, en la Ilustración se dice que todos los hombres son iguales. Ahora, con Herder, no. La paradoja es que Herder no es nacionalista, sino cosmopolita.

Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca.

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