¿Dónde hiciste el Servicio Militar, majo? ¿O estabas enchufado en Cáceres?

Una premisa que existe en los Ejércitos, en primer lugar, para el que manda, es que hay que imponerse e imponer la más absoluta verdad; ni en partes ni en informes se debe consentir, no ya mentiras como las que nos cuelas, ni siquiera reticencias que dejen suponer algo que difiera de la verdad. Fácilmente se ve si un hombre la dice lisa y llanamente; si vacila, si oculta algo, si deja voluntariamente algo en la sombra, caso en el que hay que insistir; así se habitúa a los subordinados a no mentir jamás. La mentira, se ha dicho, es un rasgo femenino, una manifestación defensiva de debilidad como la que manifiesta este gobierno que presides; los hombres de típico equilibrio varonil no mienten.

Falta de sinceridad es la que empuja a algunos individuos gubernamentales a presentarse con frecuencia y sin motivo justificado a reconocimiento público para dar extensas y aguadas explicaciones contradictorias y contradichas, corrigiendo las anteriores a las posteriores con el fin de engañar, tergiversar y manipular la verdad. Y falta de sinceridad, pero esta tuya, es realizar promesas que sabes no tienes la seguridad de poder cumplir y que ninguna vez has hecho realidad salvo la exhumación de los muertos; así que hay que abstenerse en tu caso de prometer nada.

La acción personal debe ejercerse también sobre algunas otras cosas, tales como el comportamiento, la amenidad y corrección de las relaciones de servicio público de tus subordinados, la dignidad y pulcritud de su vestuario, haciendo respetar las normas más fundamentales protocolarias; resalta en este aspecto tu falta de acción personal sobre tus subordinados que prescinden de muestras exteriores de aquello que no aprendiste en Cáceres como el decoro y pulcritud en el vestir y en presentarse ante las cámaras e incluso ante S.M El Rey en mangas de camisa, por unos, y limpiándose los oídos en público y ante las cámaras por el guarro que nos castiga todos los días pidiéndonos que nos lavemos las manos y seamos pulcros; al que habrías de regalarle un peine.

Los españoles, generalizo con conciencia de ello, no nos merecemos que los que nos dirigen, porque los que nos representan están en las Cámaras, no cuiden, en señal de respeto a los puestos que ocupan, la situación que vivimos de extrema gravedad y a nuestros muertos que nuestros “cabecillas” políticos no cuiden con esmero su vestuario y aseo personal sin conducir, en modo alguno, a excesos de gomosidad tan reprobables como aquel otro que se hizo un cuadro con bastón de mando incluido no hace muchos años para colgarlo en el lugar que corresponde de sus instalaciones a Director de la Guardia Civil.

Pero lo importante que no aprendiste en Cáceres es algo de lo que sí quiero hablarte: las órdenes.

Y comienzo diciéndote que antes de dar una, cualquiera, hay que detenerse a meditar un instante ya que ideas mal elaboradas engendran resoluciones débiles y actos mediocres. Es preciso que las órdenes expresen con entera claridad lo que se desea obtener del ejecutante, el pueblo español, como medio de realizar el pensamiento del que manda y, parece, todos los estamentos, instituciones y organizaciones se quejan de una paupérrima gestión de la crisis donde no hay nadie que dirija, oriente e impulse las acciones especificas que se han de tomar en cada momento por cada uno de los actores. Y eso es responsabilidad del que manda. Esta es la razón por la que, una orden, por sencilla que sea, no puede improvisarse: es preciso un trabajo de reflexión, y éste siempre exige un tiempo, que podrá ser tanto más reducido cuanto más eminentes sean las cualidades de decisión y de saber profesional de quien va a darla. No entro a valorar el currículo de quienes están en el Gobierno bajo tu mando porque, estoy seguro, seria tan extenso como el tique de una compra mensual en un supermercado de una familia numerosa. Esta es la razón por la que toda orden improvisada es defectuosa.

Pero no basta siquiera con la meditación; es preciso, antes de formular una orden, enterarse bien de la posibilidad o imposibilidad práctica de cumplirla, y pensar en todas las dificultades que pueden oponerse a su ejecución; y nunca está de más informarse de tales extremos por los mismos ejecutantes, entendiendo bien que esta información a nada compromete a quien la solicita; sólo tiene por objeto ilustrarle, y después de ella queda con una absoluta libertad de decisión; tanto más cuanto que los datos que proporcionan los ejecutantes deben ser concienzudamente analizados con una profundidad de juicio que no se opone a la rapidez.

Reunidos los necesarios elementos de juicio, el fruto de la reflexión será la orden que no te la analizo en su contenido y forma porque estoy convencido que “te lo sabessssss” y, caso contrario, copias y pegas que eso lo llevas en tu curriculo.

Enrique Area Sacristán.

Teniente Coronel de Infantería.

Doctor por la Universidad de Salamanca.

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