Socialismo, comunismo y nacionalismo.

El etnicismo, como ideología que explica el interés de la izquierda radical por la causa nacionalista, presenta algunos inconvenientes para los movimientos nacionalistas. Sus defensores son conscientes de las profundas diferencias entre sus puntos de vista y los de un nacionalismo de base política y estatal. La nación-Estado, la nación-mercado, sería un concepto confiscado por el sistema capitalista. El protagonista de la recuperación étnica debe ser pues la nacionalidad de base cultural en guerra con la nación de base política, que ya hemos visto en artículos anteriores. Hay razones para sospechar de la tendencia casi universal de toda organización política estatal a desbordar los límites étnicos y constituirse en potencial o real amenaza para la nacionalidad.

El nacionalismo izquierdista cuenta por otro lado con un curioso mecanismo de retroalimentación ideológica: la sorprendente vuelta, vía Tercer Mundo, del viejo nacionalismo cultural, con nuevos y exóticos ropajes, a sus bases de origen. Como llama la atención Allardt o J. Marsal entre nosotros conceptos como «colonialismo interior», » «liberación nacional» o genocidio cultural» vienen a enriquecer la visión del mundo y de la lucha política de los viejos nacionalismos culturales europeos. En el marco africano y asiático el nacionalismo es un expediente ideológico a través del cual se pretende llevar adelante un proceso de modernización económica y social, creando una adecuada movilización popular y aportando una fuente fundamental de legitimación a los titulares del poder político. Nada de esto se plantea en el marco europeo occidental, pese a la utilización de argumentos de origen común.

Un estudio sobre los dirigentes nacionalistas en Francia a finales de los setenta resultaba profundamente revelador; profesores de enseñanza media preferentemente, junto con curas católicos, aportan un anormal contingente de cuadros a los nacionalismos bretón y vasco. Pese al declive relativo de su estatus social, los líderes nacionalistas seguían teniendo mayor prestigio y seguridad económica que la media nacional, estaban sujetos a mayor movilidad social y habían experimentado grandes cambios personales en el transcurso de sus vidas. «El activismo étnico, concluye Beer, puede ser causado por una inusual movilidad ascendente de alguna gente que encuentra sus vidas transformadas a un ritmo mayor al que pueden ajustarse».

Para completar esta referencia al nacionalismo ligado a posiciones radicales, hay que hacer alusión a una última circunstancia de difuso carácter político-sociológico. El fenómeno del «nacionalismo de los funcionarios» no es novedoso, especialmente claro es en relación a fenómenos nacionalistas ligados a la realidad Estado-nación. Lo que puede ser más sorprendente es una similar vocación por el mundo de lo «público» a cargo de esas nuevas clases medias, de alto nivel educativo en gran número de casos, que han visto ligados sus intereses a los potenciales o reales aparatos de poder ofrecidos por el revival del nacionalismo cultural europeo.

El nacionalismo de estas nuevas clases medias y el nacionalismo de la izquierda radical tienen objetivos diferenciados pero permanece, sin embargo, la identidad derivada de una común movilización nacionalista y de una muy próxima base social de sus protagonistas como ha sucedido en Cataluña con el pacto entre la antigua CIU y ERC. No hay que extrañarse que se produzca una interacción entre estas dos clases de nacionalismo, más separado en el siempre vago mundo de las ideas que en la prosaica realidad de intereses económicos, sociales y hasta vitales de quienes les dan vida.

Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca.

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