Dedicado al «Excelentísimo General»

Aprovechando las circunstancias judiciales, reitero, debidamente modificado, el artículo que escribí en diciembre de hace dos años, dedicado a Ñoña, responsable de mantener el orden en materia de defensa en todo el territorio nacional, para dedicárselo al General Serrano Barberán, «Asesor jurídico» del JEME  Jefe de la Asesoría del Ejército y, parece por lo que manda y ordena sin tener mando ni orden, descendiente de Herodes.
«Para el buen gobierno de los Ejércitos es necesario, dice Gavet en L`art de commander, que el que lo ejerza haga, ante todo, abstracción de si mismo, de los intereses, de las pasiones, cosas todas ellas propias para hacer desviar la atención de su verdadero objeto como es servir a la Patria con abnegación», cualidad que es el carácter esencial del que manda y de la que careces, entre otras muchas insuficiencias como la profesionalidad que no es otra cosa que el conocimiento de una disciplina que corresponde a un profesional y por cuyo saber se le llama profesional, precisamente, ya que ninguno otro que no lo tenga puede ejercer esa actividad.

Así mismo, aunque parezca una contradicción, cita Mayer el ejemplo de Napoleón y asegura que en un gran jefe puede haber, hay, casi siempre, un gran ambicioso. No me cabe ninguna duda en este caso lo de la ambición desmedida aunque esta muy lejos, más bien es la antítesis, de gran jefe como demuestra, firmando de puño y letra, su desconocimiento absoluto de la profesión militar y, lo que todavía es peor, de su disciplina específica, las leyes.

Dice más; dice que los verdaderos hombres de guerra tienen el instinto de la destrucción, la ambición del éxito, la indiferencia por los sufrimientos de los demás, y hasta, quizás, una secreta voluptuosidad de hacer mal para darse a si mismos la medida de su poder y de su insensibilidad. Tales naturalezas no son simpáticas y no encuentran acogida en tiempos normales en una sociedad educada; no se las busca más que en momentos de crisis, cuando se desencadenan las pasiones sanguinarias.

Y todo ello no resta un ápice de verdad a lo que Gavet escribe; y no porque no sea exacto lo que dice Mayer, sino porque con ello sólo se refiere a los grandes Jefes que, no te quepa la menor duda, existen en los Ejércitos y que están dispuestos a demostrar la verdad de mis palabras como si fueras un ave de gallinero. Tiempo al tiempo.

Al ineducado falta indefectiblemente la ecuanimidad, la imparcialidad, la integridad, la justicia, y nada hay tan enervante como verse sometido a la voluntad de un Jefe variable, que hoy por la mañana deja absoluta libertad a los que faltan, pasando por todo, incluso por los striper en el ejército, y por la tarde, con ocasión, quizá, de una reflexión iluminada, o acaso porque su propia negligencia política ha sido reprendida, se muestra exigente en público y quiere ganar el retraso a que ha dado lugar su descuido vanagloriándose de nada inocentes felicitaciones públicas que se prestan más a la risa que al respeto.

No una, sino muchas veces, habrás visto escrito, y otras mil oído, que para mandar o asesorar al Mando, en la verdadera acepción de la palabra, es absolutamente preciso el prestigio. Pero te tengo que decir que esta palabra se me aparece en este lugar como algo desmesurado; entiendo que el prestigio es algo que sólo forma parte del patrimonio de los grandes Jefes. Dice bien Vaillant en L´arme du soldat que la cualidad para los Jefes de pequeña categoría es la ascendencia pues el prestigio sólo está para aquellos privilegiados , familia de los genios y ni una ni otro parece que ilumine tú personalidad. No tiene prestigio quien quiere y no hay que olvidar que es temerario tomar a los grandes hombres por modelo; sólo en intentarlo hay ya cierta pretensión de asemejarse a ellos, quizá algo vanidosa, no digo ya si la referencia que se toma es un pájaro, astuto, débil de gallinero.

Y para finalizar, he de recordarte unas sabias palabras sobre los Ejércitos a raíz de tu inconsistencia en materia de defensa nacional:

“Para el Ejército no puede haber nada que le sea indiferente: desde la educación que se da al niño en las escuelas hasta aquella que recibe en los grados superiores de la enseñanza, desde la forma de acrecer las fuerzas contributivas del país hasta el desarrollo de las obras públicas, ferrocarriles, puentes y carreteras; todos estos elementos constituyen eslabones que forman la cadena de los elementos militares para la defensa del territorio. No puede ser tampoco indiferente al Ejército la capacidad productiva del país, lo mismo en la agricultura que en la industria. No hay una fábrica que no pueda llegar a ser un día un elemento militar útil y necesario, ni un campo sin cultivo que no pueda perjudicar en un momento dado al interés militar: todo con el Ejército tiene conexión”.

Regla general de buen gobierno es la de no excederse en el hablar; hazlo con medida, “ca lo poco e bien dicho finca en el corazón”, menos, todavía, excederse en dar explicaciones sin serte solicitadas que ponen de manifiesto ese dicho tan famoso de «excusatio non petita, accusatio manifesta».

Dije. De donde no hay, no se puede sacar.

Enrique Area Sacristán
Teniente coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca.

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