La construcción de la guerra y de los conflictos armados*

Los medios de comunicación construyen la realidad. Esta premisa fundamental para la educación en medios de comunicación (EMC) cobra especial relevancia en periodos de crisis. Una vez que uno o varios gobiernos han decidido iniciar una guerra, por cualesquiera motivos que serán convenientemente ocultados, el primer paso es «vender» la necesidad de esa guerra a su propia población. Desde la I Guerra Mundial, los estrategas bélicos son conscientes de que una guerra se pierde antes frente a la opinión pública que en el campo de batalla. De ahí que sea fundamental su control.

Tras la caída del Muro de Berlín, el mantenimiento de la expansión de la globalización capitalista se traduce en la doctrina estadounidense en la necesidad de una guerra global y prolongada contra el «peligro» del caos y la anarquía, considerando las amenazas a la estabilidad y hegemonía del «imperio» como una agresión propiamente dicha que requiere de una respuesta (Sierra, 2002). Esta doctrina es reforzada tras el 11- S. Para la difícil justificación de estas intervenciones armadas se recurrirá al concepto de la «guerra justa», en cuya construcción el papel de los medios es fundamental.

La construcción de la realidad que operan los medios en el día a día se genera desde un determinado marco, marco generador cuya composición y límites están determinados por los grupos dominantes de una sociedad. Dentro de ese marco se realiza la interpretación de los acontecimientos, se construyen los sentidos. Según recoge Mucchielli (2002), la influencia de una comunicación depende del sentido que esa comunicación tenga para el receptor, y ese sentido depende del contexto, del marco en que se produce la comunicación. Así pues, el control de ese marco permite el control sobre los sentidos, y de esta forma se consigue hacer efectiva la influencia, la manipulación sobre los receptores.

En tiempos de «paz» ese marco dominante puede ser más amplio (aunque se va cerrando paulatinamente según se va preparando la ofensiva). Pero en tiempo de crisis, como lo es un conflicto bélico, el marco necesita ser redefinido, reducido y reforzado, de tal manera que la realidad generada desde él sea única e incontrovertible. Todos los esfuerzos de un gobierno irán encaminados desde un primer momento a controlar la definición de ese marco, y para ello es imprescindible la colaboración de los medios de comunicación, generadores últimos de ese escenario. Un gobierno en esa tesitura recurrirá a todos los instrumentos a su alcance para conseguir ese objetivo, operando en dos líneas clásicas: control de cualquier emisor que pudiera intervenir en la definición del marco (comúnmente llamado «censura») y difusión de sus propios mensajes a tal efecto constructivo («propaganda»).

Conflictos armados y cobertura mediática: aproximación al aprendizaje de  máquina supervisado
Conflictos armados y cobertura mediática

Ni que decir tiene que esas operaciones no siempre son exitosas, como hemos podido comprobar en la posición de la opinión pública española ante la última guerra contra Irak. La imposibilidad de cerrar un marco único, retroalimentado con el rechazo de gran parte de la población –no olvidemos que los significados últimos siempre los construye cada individuo–, ha invalidado parcialmente los esfuerzos propagandísticos del gobierno pro-guerra.

La construcción de la justificación de la «guerra justa y necesaria» requiere de un importante esfuerzo propagandístico. Como toda propaganda, no se trata de convencer con argumentos racionales sino de persuadir a través de la manipulación de las emociones, en especial, el miedo. Para este fin, la televisión se convierte en el medio ideal gracias a su potencial emotivo, cuyo despliegue es fácilmente constatable en el día a día de la programación.

Conectar con el miedo de las personas pasa por aplicar una vieja táctica propagandística, que no por ello ha perdido efectividad: la construcción del enemigo atroz. Desde los alemanes que descuartizaban a los niños belgas en la I Guerra Mundial, pasando por los iraquíes que sacaban de sus incubadores a los bebés kuwaitíes en la primera Guerra del Golfo, hasta llegar a la construcción del «monstruo» Husein capaz de acabar con el planeta gracias a sus armas de destrucción masiva, la necesidad de construir una amenaza creíble para la población es uno de los papeles encomendados a los medios antes de lanzar un ataque bélico.

Esta labor necesita del apoyo de otras dos técnicas propagandísticas, que son dos rutinas habituales en el quehacer informativo de los medios: la fragmentación y la simplificación. La construcción del enemigo cruel requiere centrarse sólo en aquellos hechos que refuercen ese posicionamiento negativo, evitando su puesta en relación con otros hechos que podrían desmontar la mascarada. Y una vez seleccionada esa pequeña porción de la realidad que va a ser objeto de nuestra atención, debe ser simplificada al máximo para que sea fácilmente transmitible a todos los públicos. De ahí surgen conceptos como «el eje del mal» o la «guerra humanitaria». La manipulación que se hace del lenguaje, vaciando de significado unos términos, pervirtiendo otros, y en general construyendo connotaciones según los vocablos utilizados son una práctica habitual de los medios.

Estas tácticas forman estrategia con una técnica más, imprescindible: la reiteración. Es conocido el dicho de que veinticuatro mil repeticiones hacen una verdad. La repetición continuada de un hecho, idea o palabra acaba por integrarla en nuestra realidad olvidando cuál era su origen.

Por otro lado, el poder del control de la información es el poder de crear realidades. Esto se ha sabido siempre, y explica que, desde el origen de los sistemas de comunicación, como ocurrió con las primeras organizaciones de correos o con el telégrafo, se haya intentado ejercer un control de la información circulante (cuestión aparte es que el primer uso de esos desarrollos comunicativos fuera además con fines militares). Según recoge Mattelart, ya en la Francia de Luis XIII funcionó el Gabinete Negro, «despacho de la oficina de correos donde se violaba el secreto de las cartas», que rápidamente se extendió por el resto de naciones. Cuatro siglos después, los Estados Unidos han aprobado varias normativas para intervenir páginas web y correos electrónicos: viejas estrategias en nuevos medios.

Según las teorías clásicas de la censura, el control de la información puede realizarse en la fuente, en el canal y en el emisor final, el medio de comunicación, siendo la primera y la última las más interesantes de estudiar para nuestros fines.

Para el ejercicio del control en la fuente podemos hablar de dos actuaciones principales: la creación de oficinas de coordinación de la censura, asentadas normalmente en el centro neurálgico de toma de decisiones del país censor; y el control de la toma de información en el escenario del conflicto.

El primer factor resulta clave para el éxito de la operación de control. La coordinación efectiva de la censura y la propaganda ya fue una de las claves de la superioridad de las fuerzas aliadas frente al ejército alemán en la I Guerra Mundial.

Precisamente una de las funciones de estas oficinas, y entramos en el segundo punto, es dictar las directrices sobre cómo debe ser el control de la toma de información en la zona de conflicto armado. No es esta una cuestión nueva, pero se convertirá en tema de obsesión de los gobiernos a partir del supuesto descontrol sufrido en la guerra de Vietnam.

A partir del desastre sufrido en territorio vietnamita, los sucesivos conflictos irán perfeccionando un método de control absoluto para el acceso de los informadores a los escenarios bélicos: los pools, reducidos grupos de periodistas seleccionados –los poco afines tendrán difícil su ingreso–, acompañados y guiados en todo momento por miembros del ejército y que deberán acatar estrictamente las normas fijadas.

En la reciente guerra contra Irak, la simbiosis ejército-periodistas ha llegado a su máxima expresión conocida hasta la fecha. Las necesidades comerciales de los medios de transmitir la guerra en directo se combinan con las necesidades de control y propaganda de los gobiernos atacantes, generando un nuevo concepto, el reportero embedded, literalmente «empotrado, incrustado», al ejército, se entiende (que no se ha tardado en traducir irónicamente por «encamados», extrayendo el término bed). Los seiscientos periodistas que así viven esta guerra se ven obligados a firmar unas estrictas reglas, incluido el control sobre la información. El control en el emisor, por su parte, suele producirse en dos vías principalmente: las «recomendaciones» por parte de los gobiernos a los medios de comunicación sobre sus actuaciones y, la más grave, la propia autocensura del medio, vinculada al más simplista patrioterismo.

Sin duda será el conflicto EEUU-Afganistán tras el 11-S el que nos ofrezca los más claros ejemplos de la historia reciente de hasta dónde puede llegar la autocensura y el patrioterismo de un medio, ocultando y combatiendo incluso las actuaciones más críticas de algunos colegas suyos, que también las hubo. Las «recomendaciones» del gobierno Bush para, por ejemplo, no emitir los discursos grabados de Bin Laden fueron ampliamente superadas por la propia autocensura de los medios estadounidenses, enfrentados como estaban a una triple presión: la del gobierno, la de la opinión pública y la de su propio patrioterismo.

La CNN llegaría a editar un manual para sus corresponsales sobre cómo cubrir la guerra de Afganistán, con reglas como las siguientes: no hacer énfasis en las víctimas civiles inocentes de los bombardeos aliados, ni en las penurias en que vive la población, y por supuesto contraponer estas imágenes siempre con el atentado contra las Torres Gemelas que dio origen a las represalias.

Esta estrategia de relacionar aquellas informaciones que no se pueden evitar con otras que las matizan e «interpretan» es una de las prácticas más habituales en la construcción de la información. Los significados se crean por relación entre noticias, y esto es aprovechado útilmente por los medios para posicionar la información en un sentido u otro. Las épocas de guerra son, una vez más, una oportunidad inmejorable para comprobarlo.

Por último, para cerrar el ciclo completo, la desinformación es el estado ideal de una sociedad para ser manipulada, y por contraposición uno de los principales peligros para una democracia. Entendemos que existe desinformación siempre y cuando se dificulta o imposibilita la correlación entre la representación del receptor y la realidad original. Es decir, cuando el receptor se ve impedido por agentes externos a elaborarse una representación cercana a la realidad de los hechos en toda su dimensión. Esto incluye las prácticas clásicas de propaganda y censura que venimos desglosando, pero también otros hechos más propios de nuestro mercado actual de la información.

La cobertura del conflicto bélico en Ucrania nos da un buen ejemplo de ello. La autoimpuesta necesidad de los medios de rellenar horas y horas con los últimos acontecimientos de la guerra –que se podrían abordar en apenas unos minutos– abre la puerta a la repetición continua de las mismas imágenes y datos, a todos los rumores e informaciones no contrastados que cualquier fuente esté interesada en colar, en definitiva, a la desinformación más absoluta

Se apunta aquí el otro gran vehículo de la desinformación actual, la velocidad. No basta con saturar de «información», además hay que ser los primeros, sin tiempo ni opción de contrastar ni confirmar dato alguno. La presencia de Internet con entidad propia en una guerra, sin olvidar su papel positivo como medio alternativo de información, viene a reforzar este hecho. Sin duda tras estas dos actuaciones de los medios se esconde otro de los principios clave de la EMC: los medios de comunicación son ante todo empresas que buscan atraer a la máxima audiencia posible para venderla al mejor postor, tanto anunciante como gobierno.

Ganar una paz definitiva pasa por conseguir verdaderas democracias participativas. Una participación efectiva no es posible sin una buena información, y ésta depende de la capacidad de cada ciudadano por construírsela. Así pues, la educación en medios de comunicación se revela una vez más como una herramienta imprescindible para nuestras sociedades, que debe sembrar en tiempos de paz para evitar que puedan venir nuevas guerras. Sirva esta breve síntesis de la relación medios-conflictos armados para no olvidar su importancia.

La guerra que estamos viviendo está servida a través de los medios de comunicación totalmente sesgados que dan por buena la información de solo una de las partes en lid: la que le conviene al gobierno que ya ha tomado parte en la acción bélica, sea cual fuere.

*Fernando Tucho Fernández es profesor de Periodismo Audiovisual en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y miembro fundador de Aire Comunicación.

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