Educar no es instruir.

No me pesará repetir una y mil veces que preparar, dirigir y vigilar la educación de los ciudadanos, en el cumplimiento de las funciones del Gobierno, es educar, organizar, instruir y gobernar, valga la redundancia.

Educar no es otra cosa que cultivar de un modo paciente y continuo las facultades naturales de cada uno: sangre fría, gusto por la acción cívica para promover la sociedad civil, amor propio, buen juicio y hacerlas nacer en la familia y en los colegios si estas faltasen en los individuos.

No es éste un trabajo que se haga en un día, ni que pueda realizarse a hora fija, como una sesión de Instrucción en el ejército o como una clase o una conferencia en el ámbito académico; es, por el contrario, o complementariamente, una obra de todos los días y de todos los instantes, del que sólo se pueden obtener resultados dirigiéndose a la inteligencia y al corazón de todos los ciudadanos y, por ende y por mayores motivos, de los que se encuentran en fase de aprendizaje.

La educación para los ciudadanos, para la ciudadanía, tiene que ser el resultado del conjunto de los actos que los gobiernos y las instituciones lleven a cabo en el ejercicio de desarrollar un espíritu cívico y sustancialmente nacional.

Todo ello, leyes nacionales, leyes autonómicas, órdenes ministeriales, ordenes autonómicas, consejos de los educadores, observaciones, premios, sanciones y un largo etcétera, tienen que tener como objetivo inmediato asegurar el respeto al prójimo, a la ciudadanía y a las Leyes que emanan de la Constitución y las reglas de la disciplina individual que nos hace ser mejores ciudadanos; y otro mediato, pero de más importancia, como es desarrollar el sentimiento del deber, fortificar y dirigir la voluntad; es decir, educar.

Esto lo consiguen las grandes naciones tanto más fácilmente cuanto mejor aciertan a situar a los ciudadanos en una atmósfera de confianza en los objetivos que se pretenden conseguir con la aprobación de determinadas leyes y no con aquellas que, inspiradas en el resultado de una guerra civil, pretenden resucitar pasadas y trasnochadas ideologías y formas de comportarse incívicamente. Y esto lo digo para todos aquellos que, significándose con el sentir de un bando y de otro, no saben que despertar viejas heridas solo puede traer la decadencia y la barbarie a una Nación que se manifiesta prolija en guerras civiles.

La función del gobierno de una nación y de las Instituciones es establecer derechos, servicios, orden, moralidad, educación… Gobernar es prever y prever es estudiar, observar, comparar, reflexionar, organizar; que los gobernantes son al gobierno de su nación un educador o facilitadores de la educación, quizás, antes que otra cosa sin menospreciarlas.

Dada la organización y constitución del Estado, admitiendo que caso de que no se hubiera producido deslealtad en determinados gobiernos de renombradas Comunidades Autónomas no hubiese sido necesario escribir este artículo, es insensato pensar que los hombres que hoy constituyen la Nación española conserven en los largos años que está durando este adoctrinamiento de la sociedad, un hilo de pertenencia y de conciencia nacional. Con la falta de educación y el adoctrinamiento de la sociedad no es posible, porque no lo consideran útil, aunque pudiera conseguirse, hacer o desarrollar ciudadanos con conciencia cívica alguna.

Enrique Area Sacristán.

Teniente Coronel de Infantería.

Doctor por la Universidad de Salamanca.

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