Los discursos de la Pascua: de “La Ceca a la Meca”

Ministrilla:

Vuelta a la calma de su irrespetuoso trato a los Ejércitos el día de la Pascua Militar, llega la hora de aclararle algunos conceptos.  Parece inútil decirle aquí nada de sus relaciones ajenas al ámbito político como es lo castrense. Es una cuestión que sólo tocaría aquella zona de las libertades y de las censuras que establecen las normas habituales de urbanidad, si no fuera que, en cierto modo, le está confiada, también en este aspecto, una función, si no de magisterio, si de ejemplaridad.

Se dedica usted a crear necesidades artificialmente justificadas, en muchas ocasiones, por las exigencias de su guion que no es otro que el de derribar todo lo que suene a tradición y buenas costumbres. Ha dado una importancia desmedida a ciertas cosas como las de un chat de antiguos compañeros de Armas, en el ejercicio de su derecho constitucional a la libertad de expresión como ciudadanos de primera después de más de cuarenta años de servicio a España, en defensa de la Constitución y con lealtad al Rey, propio de unas mujerzuelas de lengua bífida en una película de la época del Generalísimo en un patio interior de una casa de protección oficial; muy poco instruida en un Acto conmemorativo y festivo y de una gesta en la que se recuperó Menorca a los hijos de la Gran Bretaña para realizar conscientemente un comportamiento indigno de una Ministra de Defensa que sabe de la Institución Militar y de las Leyes que la rigen menos de lo que saben esos asesores graduados en derecho de los que se rodea y de aquellos que no tienen más que la ESO, como nada menos que el antiguo secretario de Defensa; acto que si no se rodea de las formalidades prescritas en las normas de urbanidad son burdos y propios de una mujerzuela de baja estopa.

Precisamente por ello, quienes le recibieron vestidos de uniforme extremaron las medidas de corrección hasta tal extremo que se olvidó de lo que representaba usted: la antítesis del uniforme y de lo que él representa. Más le valiera haberse hecho la tonta y no dar pie a semejante afrenta que, por venir de usted, no se puede tomar como tal pues bien dice el refranero español que no ofende quien quiere si no quien puede.

Como usted no es capaz de comprender que tres años de guerra y cuarenta de postguerra, que nosotros, ni usted ni yo, hemos vivido, han llenado de dolor tantos hogares como usted dice, han determinado tantos sacrificios, tantas estrecheces y tantas ruinas, no parece que sea lícito, aunque fuera cierto, derivar de ello satisfacciones ni provechos que parecen una injuria a los atribulados y empobrecidos. Pero ya que usted no es capaz de comprenderlo, debería fijarse en los militares de todos los grados que así lo comprenden, por razón de aquella función docente que han tenido en el Estado que hasta no hace muchos años ejercían sin realizar ningún tipo de adoctrinamiento.

Condición indispensable para que en usted aliente algo de este espíritu, es que usted se llene de afecto intenso y sincero al pueblo que gobierna, de respetuosa fidelidad, de leal consideración y de una elevada estimación de sus virtudes, de sus conocimientos, de sus aptitudes y, en definitiva, de todo aquello de lo que usted carece.

Es usted como aquellos que por pensar que se lo saben todo, quieren medir los cielos a palmos y contar las estrellas por los dedos. Debería usted pensar que, en todos los hombres y mujeres, si hay inevitables defectos, hay también un acervo de virtudes merecedoras de admiración; y en la milicia tanto como en otras profesiones o más.

Y si alguna vez se le ocurre pensar que las ideas de los antiguos Mandos del Ejército, en retiro merecido por sus sacrificios durante su vida militar y sus años de servicio, son equivocadas, que han elegido desacertadamente sus puntos de vista, o que sus conocimientos no están a la altura que merece el cargo que han desempeñado; si el fenómeno se produce en seres de sano espíritu y de buen deseo como el de los Oficiales Generales, Oficiales, Sub/Oficiales y Tropa que firmaron las cartas a S.M y, posteriormente el manifiesto, es de rigor ser respetuoso y mostrarse modesto y, sobre todo, considerado con las Leyes que rigen en una democracia como la nuestra sobre los derechos que asisten a todo ciudadano de primera como lo somos los que estamos en retiro. No piense que por ello tiene derecho a no respetarlos ni a mirarlos como menos, ni mucho menos a tomar sus manifestaciones como ejemplo de los que se encuentran en activo y reserva, aunque algunos puedan compartir sus puntos de vista, pero continúen sirviendo al Rey, a España y defendiendo la Constitución. Nosotros no tenemos porqué ser demócratas, sino defender la democracia por lealtad a los españoles y a la Carta Magna a pesar de nuestras convicciones personales.

Su discurso de Pascua se encuentra en las antípodas del de S.M y demuestra que va usted de la ceca a la meca sin ningún orden ni criterio personal, anteponiendo los intereses políticos a los de la Institución Militar.

Para conocimiento de los menos instruidos hay que explicar este dicho y sus acepciones. ¿Qué es ceca y de dónde viene? Según la RAE, del término árabe hispánico sákka, y este, a su vez, del árabe clásico sikkah. La ceca, explica el diccionario, es la casa donde se labran las monedas y en Marruecos, la moneda en sí, país donde se reciben grandes cantidades de cecas “donadas por su gobierno” y que son monedas de todos los españoles.

Parece ser que la expresión no siempre se ha usado con el artículo «la» delante y de ahí viene el lío. En El Quijote Cervantes escribió, en boca de Sancho: «…dejándonos andar de ceca en meca y de zoca en colodra, como dicen».

Y esa ausencia de artículo, así como que los dos nombres (ceca y meca) están escritos en minúscula, es a lo que se agarran algunos estudiosos (José María Iribarren entre ellos) para interpretar que no se refiere con ellos a lugares concretos (la Ceca y la Meca), sino que son «dos palabras empleadas como pronombres indefinidos o adverbios de lugar, y que el ceca y meca se dijo por sonsonete, como se dicen hoy muchas frases que pudiéramos llamar de repetición fonética».

Es decir, expresiones como «troche y moche», «tejemaneje» o «el oro y el moro». Meca, por tanto, carecería de significado y sería simplemente un juego de consonantes frente a ceca, que sí podría tener ese sentido de casa de moneda.            
Pero hay más explicaciones. Ceca es como se llamó erróneamente en Córdoba a la mezquita, probablemente por similitud fonética entre ambas palabras: ceca y Meca. De hecho, Covarrubias aseguró en su Tesoro de la lengua castellana que Ceca era «cierta casa de devoción en Córdoba, a donde los moros venían en romería; de allí se dijo “andar de ceca en meca”». También es de la misma opinión Diego Clemencín, conocido cervantista. Por tanto, para los seguidores de esta corriente, ir de la Ceca a la Meca haría alusión a la peregrinación a estos dos sitios igualmente sagrados, pero muy alejados entre sí.

Al hilo de ceca como casa donde se acuña la moneda, hay otras versiones que creen ver una intención de contraponer lo espiritual (la Meca) frente a lo material (la ceca). Y explican que, para peregrinar a la Meca, deber sagrado de todo musulmán al menos una vez en la vida, debe antes ahorrarse mucho dinero por el importante desembolso económico que supone la peregrinación al santo lugar. Por tanto, la ceca aludiría a ese dinero, al capital necesario para emprender el viaje hacia lo sagrado: la Meca.

Hay todavía una versión más, la que dio el profesor P. Piulach, cirujano barcelonés, en 1970. Piulach cree que fueron los venecianos quienes introdujeron ceca como ‘casa de moneda’. La expresión denotaba la envidia que provocaban los antiguos y ricos mercaderes cuando se retiraban, después de haber viajado por medio mundo. Así, cuando los otros comerciantes en activo los veían, solían decir que lo habían recorrido todo, desde la Ceca a la Meca (dalla Zecca alla Meca).

En opinión de Piulach, la frase pasó a otros países hasta llegar a España a través de las cruzadas, por la relación de nuestro país con Nápoles y Sicilia, «y en la coalición con Génova y Venecia contra los turcos, que culminó en la batalla de Lepanto».    

Expuestas quedan, pues, todas las cartas. Ahora, como diría Quevedo, «entre el clavel y la rosa, su majestad escoja». Yo ya he escogido para su discurso la opción de Diego Clemencín: , ir de la Ceca a la Meca haría alusión a la peregrinación que ha realizado en su alocución, con afirmaciones muy alejadas del lugar y contenido, poco relacionables entre sí.  

Su discurso ha ido de la ceca a la meca, haciendo afirmaciones peregrinas de todo lo que significa un Acto eminentemente castrense como su Pascua.

Enrique Area Sacristán.

Teniente Coronel de Infantería.

Doctor por la Universidad de Salamanca

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