Gabilondo, Iglesias y el chocolate y las cañas de Madrid

¿Qué quiere decir Pablo Iglesias cuando asegura que en España los medios de comunicación «son un poder sin control democrático»? ¿Es que deben de tenerlo? ¿Qué pretende cuando señala a jueces y a periodistas que no acogen sus mensajes? Porque no creo que se refiera a esos informadores que presumen de contar las cosas claras, repitiendo cada día las mismas críticas, como ínclitos partidarios de un periodismo políticamente servil, interesado y complaciente.

«Iglesias y Echenique están aplicando cosas que aprendieron de Venezuela», afirman otros medios. Los mismos que le piden a Sánchez que escuche con atención los mensajes de su socio de Gobierno, pero que no caiga en el silencio cómplice de un «Gobierno antisistema», con el consiguiente deterioro democrático. Porque es verdad que algunos de ellos quisieran aplicar aquí cosas aprendidas en la Venezuela de Chávez y Maduro, pero los líderes hispanos ya han sujetado muchas pretensiones, porque no hay más cera que la que arde y los votos disponibles son los que son. A esto le llaman realidad. No obstante, el forcejeo continuará, e Iglesias seguirá echando sus pulsos a través de sus marionetas femeninas en el Gobierno de la Nación; las masculinas y los de género neutro ya han demostrado que ni siquiera existen para esta política de analfabetos en el que no sobresalen ni por inútiles: no se les nota nada más que para recibir el sueldo.

¿Qué debería hacer ahora el Sr. Gabilondo en Madrid? Claramente, no seguir pensando solo en sus intereses y en su destino como ha quedado reflejado en su verborrea trastrabillada e incomprensible en el debate que sufrimos el otro día con él. Porque la mejor forma de defenderlos, sus intereses y su destino, es acertar con la solución de los problemas actuales, evitando crear otros nuevos como unirse con quien decía no se iba a unir. Así podrá tener éxito a la hora de afrontar los conflictos fijados en el horizonte: su propia relación con UP, el entendimiento con otras fuerzas, la culminación de la lucha contra la pandemia y la muy necesaria recuperación económica. Porque esta es la única forma de frenar el deterioro democrático, y no con humos derivados del Gobierno de España como una ley trans, subida de impuestos y demás jodiendas comunistas, sin deslizarse por el barrizal de un futuro incierto. Lo demás es sermonear en el desierto, con riesgo de históricos retrocesos sociales, políticos y económicos en una Comunidad que es ejemplo de Europa en muchos aspectos.

Los políticos de izquierdas tienen que llamar a las cosas por su nombre y la Comunidad de Madrid está incluida dentro de un objetivo común y universal que es, nada más ni nada menos, la seguridad y el bienestar económico y social de todos los españoles. No me diga Sr, Gabilondo, que hay que hablar sólo de Madrid como afirmó en el debate; que no hay que tener en cuenta en unas elecciones autonómicas en Madrid, en Cataluña, en Andalucía o en cualquier otra Comunidad el beneficio y la defensa de los intereses de todos los españoles porque del Gobierno de la Nación emanan las políticas generales por las que se han de regir las Comunidades autónomas en muchos aspectos. No olvide usted que los presidentes autonómicos son los representantes del Estado en las Comunidades en las que gobiernan. La prueba que más le puede abrir los ojos es su engaño sobre la subida de impuestos en Madrid. Mientras usted dice que no es momento de subirlos, desde el gobierno central y desde el PSOE/UP se asegura que se subirán. No es que le hayan dejado con el culo al aire, sino que nunca lo ha tenido cubierto.

En Madrid, y en muchos sitios de España, se ganarán las elecciones no dentro de mucho tiempo llamando a las cosas por su nombre: las cosas claras y el chocolate espeso.

Sabrá usted que un año que pocos de nuestra época de estudiantes olvidan es 1492, pregunta de examen de nuestros tiempos colegiales para situar el descubrimiento del Nuevo Mundo, América, por parte de España que los alumnos de muchas comunidades no saben. A partir de ese momento, soldados y religiosos comenzaron a asentarse en esas tierras y a conocer nuevos productos que posteriormente llegarían a sus lugares de origen como el cacao; no el cacao que nos quieren montar en Madrid, reflejo del de la Nación desgobernada por personajes de su partido y asociados, sino el producto para desayunar o merendar tan típico de esta Comunidad: chocolate que acompañamos con churros o con porras.

Llegó a Europa tras las incursiones de Colón en América, donde el chocolate era considerado un alimento divino. Cuenta la leyenda que en México el dios Quetzalcoatl regaló a los hombres el árbol del cacao antes de ser expulsado del paraíso. Allí en América Central los indígenas producían cerveza con la pulpa de las vainas de este árbol y accidentalmente aprendieron que lo que desechaban del cacao podía convertirse en una bebida amarga y espesa. Ya ve, chocolate para unos y cañas de cerveza para otros con la misma planta, productos muy típicos de Madrid.

Sabrá que fue el monje español fray Aguilar el que envió desde América las primeras muestras de la planta de cacao a sus compañeros de congregación del Monasterio de Piedra; sepa usted que está ubicado en Aragón, el otro gran reino de España que la fundó, para que las dieran a conocer; al principio no gustó mucho por su sabor amargo, siendo utilizada solo con fines medicinales. Más tarde, a unas monjas del convento de Guajaca, luego Oaxaca, nombre que le dio Carlos V en 1532 por su extensa zona de árboles de guajes, se les ocurrió agregar azúcar al preparado de cacao, causando furor el nuevo producto en España y poco más tarde en toda Europa. Fueron tiempos en que la Iglesia, otro de sus enemigos ficticios por aquello de ser muy española, se debatió entre si la bebida rompía o no el ayuno pascual, al tiempo que el pueblo discutía sobre cuál era la mejor forma de tomarlo: espeso o claro. Para unos el chocolate se debía tomar muy cargado de cacao, chocolate espeso o “a la española”; mientras otros se inclinaban por la forma “a la francesa”, más claro y diluido en leche. Finalmente ganaron los que se inclinaron por el chocolate “cargado”, y la frase “las cosas claras, y el chocolates espeso” para llamar a las cosas por su nombre. No hace muchos años aún circulaba una variante en la que la palabra “cosas” se sustituía por “cuentas” para referirse a las deudas de las personas. Deudas que ustedes quieren que paguen los madrileños pero no los Vascos o navarros que poseen sus conciertos económicos feudales y que ustedes no tienen el valor de igualar al resto de los españoles.

Creo que a usted le gusta el chocolate a la francesa; es usted un personaje político diluido por Sánchez y por Iglesias. A los madrileños les gustan las cosas claras y el chocolate espeso. Usted no los representa ni los representará.

Enrique Area Sacristán.

Teniente Coronel de Infantería. (R)

Doctor por la Universidad de Salamanca.

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