La chorrada estaba en la explicación, no en el término «matria».

El Consejo Directivo de la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Nacional de Cuyo, situada en el centro oeste de la República Argentina, tradicionalmente conformada por las provincias de MendozaSan Juan y San Luis, autorizó a la reciente graduada de la carrera de Diseño Gráfico, Ana Gabriela Blanco, a que en el acto de egreso, frente a las fórmulas tradicionales de juramento -”Por Dios y la Patria”, “Por los Santos Evangelios y la Patria” o “Por la Patria y mi honor”-, lo hiciera “Por la Matria y mi honor”, lo que causó revuelo en la comunidad universitaria y en el público en general, generando reacciones en su mayoría adversas.

Creo entender que esa elección no es un mero capricho ni una cuestión baladí, sino una decisión que posee un fuerte significado simbólico ya que estimo que va más allá de una simple reivindicación feminista.

Hugo Francisco Bauzá, filólogo clásico, pone el énfasis en que el mundo, desde fines de la centuria pasada a lo que va del presente, vive una innegable revolución sociocultural, y que es una necedad atreverse a negarla. Puede vérsela en una nueva mirada sobre las diferentes formas de sexualidad, en la aceptación del matrimonio igualitario o en las discusiones sobre la legislación en materia de aborto o bien sobre las referidas al lenguaje inclusivo, entre otros emergentes dignos de destacarse. La vida ha estado -y está- en permanente proceso de transformación, acelerado en las últimas décadas por la difusión de ideas, en particular, a través de las redes sociales.

Comienzo por una paradoja que se ha repetido o discutido en la actualidad y que viene de nuestros ancestros más primitivos respecto al término democracia, patria y matria:

 Atenas, cuna de la democracia y fuente indiscutible para Occidente de las experiencias políticas, confinó a las mujeres al oíkos ‘hogar’, impidiéndoles en todos los casos su participación en el ágora, es decir, la plaza donde se congregaban los ciudadanos para discutir los asuntos de Estado y, por tanto, manteniéndolas al margen de las cuestiones que concernían a la pólis ‘ciudad estado’; por demás no olvidemos que las mujeres, al igual que los extranjeros, los esclavos y los niños no tenían derecho al voto. Actitud similar se daba en la casi totalidad de las póleis griegas, salvo algunas excepciones en las islas, aunque estos eran casos contados.

En el canto VI de la Ilíada, en la conmovedora escena de la despedida de Héctor y Andrómaca, el príncipe troyano, antes de marchar al combate donde habrá de sucumbir a manos de Aquiles, tras confortar a su esposa, le dice: “Mas ve a casa y ocúpate de tus labores, / el telar y la rueca, y ordena a las sirvientas / aplicarse a la faena. Del combate se cuidarán los hombres / todos los que en Ilio han nacido y yo, sobre todo.” (vv. 490-493, trad. E. Crespo Güemes).

Idéntico parecer se advierte en el canto I de la Odisea. Cuando Penélope ruega al aedo Femio deje de cantar el funesto destino de Troya, pues su infortunio le corroe el corazón, su hijo, tras reconvenirle, le dice:

“mas tú vete / a tus salas de nuevo y atiende a tus propias labores, / al telar y a la rueca, y ordena, asimismo, a tus siervas / aplicarse al trabajo; el hablar les compete a los hombres / y entre todos a mí, porque tengo el poder en la casa” (vv. 355-359, trad. J. M. Pabón); vale decir que, ante el varón, la mujer está privada de mando e, incluso, de palabra si su juicio contradice al de aquél.

No sucedía lo mismo en Creta, en islas cercanas del Egeo y en algunas regiones de la Jonia, es decir, el territorio helénico en Asia Menor donde el tratamiento dado a las mujeres era diferente. De ejemplos memorables evoco los casos de la poeta Safo, en la isla de Lesbos, y el de Artemisia que, siendo mujer, reinó en Halicarnaso. Más aún, antes del arribo de pueblos guerreros procedentes del norte de lo que hoy es Europa, en el segundo milenio antes de nuestra era, en la isla de Creta, se dio un florecimiento cultural de alto relieve en consonancia con un primitivo matriarcado a juzgar por las imágenes que de él nos han llegado. Destaco que, según Platón, en dicha isla “a la patria la llamaban matria” (cf. República, 575d, donde habla de metrís ‘Tierra natal’; véase también PlutarcoMoralia 792e), noción vinculada con el culto a la Diosa Madre.

Sobre tal asunto el helenista y poeta Robert Graves ha escrito un sugestivo volumen –The White Goddess. A Historial Grammar of Poetic Myth, 1961- donde, rastreando las huellas de esa “Diosa Blanca”, nos habla de un culto a una divinidad femenina ancestral, base y fundamento de los restantes celebrados en la cuenca mediterránea.

Fue necesario llegar al año 1861, momento en que el jurista suizo Johann Jakob Bachofen publica una obra revolucionaria: Das Mutterrecht ‘El derecho materno’. Se trata, como dice el subtítulo, de Una investigación sobre la ginecocracia en el mundo antiguo según su naturaleza religiosa y jurídica, de la que hoy contamos con la traducción a nuestra lengua de la pluma de M. del Mar Llinares García bajo el título El Matriarcado (Madrid, Ed. Akal). En ella el estudioso nos informa sobre la existencia de un momento muy remoto de la historia de la humanidad en que los valores morales, jurídicos y políticos se habrían articulado en torno a las nociones de la madre y la mujer, lo que hoy viene siendo corroborado tanto por la ciencia antropológica, cuanto por la arqueología, en este caso, a través de numerosas estatuillas de figuras femeninas de pechos muy abultados que remitirían a la devoción a una deidad femenina, idea hoy retomada por dos estudiosas norteamericanas, Anne Baring Jules Cashford, en una obra ciclópea: The Myth of the Goddess. Evolution of an Image, donde exhuman vestigios del mito de dicha deidad desde el neolítico a nuestros días. Se han hallado imágenes de esta divinidad a orillas de toda la cuenca del Mediterráneo, vale decir, desde la Península ibérica hasta las costas de Asia Menor e, incluso, hasta en la región de Anatolia en la actual Turquía.

Destaco también que en la primitiva religión griega se advierten huellas de la tensión entre un matriarcado originario frente al patriarcado de los invasores que terminó por imponerse; al respecto, confróntense en la Orestía de Esquilo, los discursos de Clitemnestra y el de su esposo, el arrogante Agamenón.

Sobre la bipolaridad entre patriarcado y matriarcado, sugiero meditar sobre las palabras patrimonio y matrimonio. La primera, procedente de la voz pater ‘padre’, remite a “la hacienda que uno ha heredado de sus ascendientes” (Diccionario de la RAE); matrimonio, en cambio, proviene de mater ‘madre’ y concierne a la “unión de hombre y mujer concertada de por vida mediante determinados ritos o formalidades legales” (Diccionario de la RAE). Vale decir que el patrimonio alude a lo material, en tanto el matrimonio a un compromiso fiduciario lo que, simbólicamente, parece entrañar mayor relieve.

Que alguien, exaltando valores femeninos, aspire a jurar no por la patria sino “Por la Matria y por su honor”, lejos de ser juzgado como un mero capricho, como una arriesgada “jugada” feminista, entiendo que puede ser visto también como el deseo, seguramente genuino – ¿por qué dudarlo? -, de una joven que se compromete con solemnidad a respetar y orientar en el ejercicio de su profesión todos sus actos en favor de la Madre tierra en la que vive y que la ha visto nacer. En tal sentido la voz matria (igual a Madre tierra) que remite de modo concreto al terruño natal, parece de mayor relevancia que la voz patria, de sentido más abstracto. Sumemos a esas consideraciones el hecho de que en la región del noroeste argentino el culto a la Pachamama, es decir, ‘la Madre tierra’, cultivado por los collas y sus descendientes y que, desde época precolombina se celebra año a año, está fuertemente arraigado por lo que, más allá de una mirada folklórica meramente superficial, posee una carga simbólica importante, que privilegia lo femenino, y que no debe ser descuidada.

La chorrada estaba en la explicación, no en el término «matria», nombrado por la inculta ministra Yolanda; esto que explica tan bien el término de la mano de Hugo Francisco Bauzá, no lo conocía la susodicha.(deducido de las explicaciones con que nos deleitó para que se tuvieran en cuenta y, los españoles, aprobáramos la sustitución del término «patria» por «matria»)

Investigado por Hugo Francisco Bauzá, filólogo clásico y ensayista argentino.

Enrique Area Sacristán.

Teniente Coronel de Infantería. (R)

Doctor por la Universidad de Salamanca.

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