A raíz del asesinato de dos Guardías: El deber de mandar del Gobierno y los ministros.

Para educar a los hombres que servimos en la milicia es preciso crear un ambiente de confianza y hacerles vivir en él; y esto no sera posible si, ante todo, no consiguen atraer hacia ellos la confianza de los miembros de los Ejércitos en que se va a respetar el artículo 2º de nuestra Constitución y, por consiguiente el artículo 8º de la misma, no cercenando la capacidad de estos de cumplir con la defensa de la unidad de la Patria.
Puesto que deben tratar de conseguir este resultado, no está de más que recuerde en estos momentos que vivimos la diferencia que hay entre el respeto y la confianza que pueden nuestros gobernantes inspirar a los militares. Se siente respeto al grado, al empleo, sea quien sea el que lo ostente, haciendo una marcada distinción entre el grado y la persona, del mismo modo que ante una centinela se ve desaparecer la modesta personalidad del soldado que la monta, para reconocer solamente la autoridad que encarna. En nuestro caso en particular no concedemos nunca nuestra confianza por igual a todos los que nos gobiernan aunque sean representantes elegidos por votación popular, sean Presidentes o Ministros o cualquiera otra autoridad de la estructura del Estado: quien inspira la confianza es el hombre, es la personalidad.
Traten ustedes de conseguirla, porque ella será la que una entre sí a los Ejércitos, será vínculo que los ligue y, para ustedes un poderoso auxiliar en el ejercicio de su función de gobernar.
Nosotros nos inclinamos a plegarnos a la voluntad del que gobierna siempre y cuando se reconozca capaz o que tenga fama de serlo, de saber su oficio y de ser instruido; nuestra profesión es un sacerdocio, y, como tal, exige cierto número de virtudes en quien nos manda, cuya carencia debe excluir a quien la tenga del ejercicio de mandar sobre ninguna Fuerza Armada.
En pocas cosas se harán ver tanto los nobles sentimientos de los militares como en el culto por parte de quien los manda a la verdad. Sólo unos gobernantes, entre los que están también los de la oposición, que actúan de mala fe haciendo creer que fía del engaño lo que no se atreven a esperar del valor, con que sobre la mancha de pérfido, adquiere la nota de cobarde, y porque el soldado español exige la esencia descarnada de las cosas, la verdad desnuda, y rechaza lo que sólo son manifestaciones de la forma.
No vale ni basta aparecer ante los Ejércitos como nobles, buenos, justos y «cariñosos»: es preciso serlo; nada está tan lejos de los miembros de los Ejércitos y del verdadero espíritu de quien debe mandarlos como expresiones como esas de «mostrarse cuidadoso del bienestar de los miembros de la Fuerzas Armadas…, de la igualdad de género», » manifestarles afectuosa solicitud»…; porque sabemos que los que pretenden poner por obra tales simulaciones lo hacen, de seguro, porque han sentido confusamente algo que en un rincón de su espíritu les dice una gran verdad, de la que no acaban de presentarse bien: que los que carecen de las virtudes de respetar y presentar la verdad desencarnada ante quienes están dispuestos a derramar su sangre por la Patria están ocupando un puesto que no les corresponde. Pero además tampoco se dan cuenta de que su fingimiento es inútil, porque no puede mantenerse indefinidamente una situación de ficción pues, si tal puede engañar a unos pocos de los que nos mandan, como parece ser siempre y en cualquier caso con demasiada frecuencia sea cual sea el número de ellos, a la mayoría de nosotros nos han dotado de un espíritu de observación suficiente para poder apreciar el valor real de los que nos mandan, sino directamente, por la comprobación de los resultados obtenidos, ya que todo acto, y, por lo tanto, todo error, todo descuido en la ficción, tiene sus efectos sobre ellos o en sus inmediaciones.
Todos conocemos la flaqueza humana y todos la disculpamos, pero también nos irritamos contra la hipocresía y la doblez de los que tratan de engañarnos, y el espíritu de justicia trae aparejada, ante todo, la obligación de exigir a cada uno el cumplimiento exacto de sus obligaciones sea cual fuere el cargo que ocupe.

Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca.

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