La propiedad y la coprofagía política.

Me contó un hombre que relataba unas historias estupendas que durante sus años mozos en París le llamó la atención observar cómo, en los urinarios públicos, había de vez en cuando señores echando trozos de pan por el suelo. Se preguntó si sería con el noble propósito de dar de comer a las ratas, lo que ennoblecía enormemente al ciudadano francés, hasta que le dijeron que no: que se trataba de coprófagos. Los tíos echaban mendrugos de pan por el suelo de los baños para ir a recogerlos dos días después. Bien impregnados en orines, como los pastelitos llamados borrachos, se los comían en plan Saturno devorando a sus hijos de nuestro Francisco de Goya.

Las expropiaciones vuelven a estar de moda en España gracias a PODEMOS y a las eléctricas. El presidente Chávez, su ídolo político antes de que se convirtieran en asesores del inmaduro MADURO, las llegó a convertir en un frecuente espectáculo televisivo. «Exprópiese», decía ante cualquier compañía que le parecía conveniente pasar al sector público, apuntando con el índice como si fuera un Harry Potter socialista.

El amigo Chávez, maestro de populistas en sede española, no tuvo en cuenta que la distancia entre cerebro y lengua es muy corta para que no se tenga cuidado con los dislates por parte en este caso, de las autoridades… a menos que de tanto que quieran imitar a su líder, también se coman “las heces” … coprofagia política pues, por parte de los ayudantes a gobernar de PODEMOS.

Hace unos años, otra populista del mismo calibre que los dirigentes de PODEMOS, aplicaba la furia expropiatoria de la mano de la presidente Cristina Fernández en Argentina. La víctima fue la española Repsol. Tras un simple trámite perdió su filial YPF pasando a discutir el monto de la indemnización. Probablemente muy bajo objetivamente según estaba el mercado. En esas transacciones, el monto que se alcanza suele ser un tercio de lo que se solicita.

A los gobiernos que se apoderan de lo ajeno les resulta muy fácil hacer las cuentas del Gran Capitán, entre otras razones, porque en los países neo-populistas cualquier relación entre la ley y la justicia es pura coincidencia. En esos ambientes, apelar a los tribunales suele ser una manera heroica de practicar la coprofagia. Un gobernante que también lo hizo, fue Evo Morales. El 1° de mayo de 2012 tuvo la cortesía de regalarles a los obreros de Bolivia una empresa, también española, que distribuía energía eléctrica, casualmente otra energética española. Ignoro por qué no les regaló a los hijos de los obreros unos McDonald`s o una cadena de pizzerías; lo que sí sé es que las eléctricas están en el punto de mira de los podemitas, filios y maestros de los neo-populistas hispano-americanos.

Expropiar, no obstante, lo popular que resulta, es un camino generalmente corto hacia el desastre económico. El capital se esconde, huye o se inhibe de llegar a sitios donde corre peligro. Por otra parte, la empresa expropiada no tarda en convertirse en un saco sin fondo, ineficiente y tecnológicamente atrasada, permanentemente necesitada de inyecciones de capital para que no se hunda bajo el peso de la corrupción y el clientelismo.

¿Por qué el Estado es un empresario tan rematadamente malo? Sencillo: porque al Estado lo dirigen los políticos. Los fines que estos persiguen son diferentes y opuestos a los de los propietarios de los negocios. A los políticos no les interesa la rentabilidad y las utilidades para invertir y continuar creciendo, sino controlar para beneficiarse y beneficiar a sus partidarios. Tampoco les conviene tener como adversarios a los sindicatos. Es mejor complacerlos. Total: el dinero con que se paga a los empleados públicos no proviene del bolsillo propio sino del nebuloso producto de los impuestos. Es lo que los españoles llamamos «disparar con pólvora del rey». Le cuesta a otro.

El señor que unta panecillos en pis está desafiando un esquema de valores que es de todo menos sencillo. No se puede hacer el experimento en casa porque le da a uno la gana. No puede uno ponerse a comer sus heces a ver si se le ponen los ojos en blanco del gusto ni rezarle a las bombillas para sentir que te la chupa el demiurgo cada vez que alguien da la luz. En cada acto, llamado o mal llamado de perversión o transgresión, necesitamos a toda la sociedad en su conjunto para que baile con nosotros.

Es lo que explica el sentir de los dirigentes de PODEMOS y que explica un libro de 2009, Nuestro lado oscuro, de Élisabeth Roudinesco. Habla de la perversión, de qué lo ha sido y qué lo ha dejado de ser con el paso del tiempo. Por ejemplo, flagelarse en la Edad Media acercaba a Dios, era una sana costumbre, hasta que poco a poco se fue bajando el látigo para azotarse en el culo porque aquello despertaba cierto interés sexual y pasó a ser perverso. Así como la homosexualidad, que fue cosa del diablo, ahora es lo más normal del mundo. O la pura masturbación, que durante los siglos XVIII, XIX y hasta bien entrado el XX se consideró por muchos médicos como una fuente de terribles enfermedades. Los que se masturbaban, bajo esa lógica, se estaban destruyendo a sí mismos, eran perversos. Pero luego ya se ha admitido que en el peor de los casos el masturbador es que está estresado o aburrido o simplemente conectado a internet una tarde lluviosa de invierno.

El negocio de los políticos es ganar elecciones. Es una especie voraz que se alimenta de votos, de aplausos y, cuando son deshonestos, del dinero ajeno. Por eso es un error poner a un gobierno a operar una fábrica de pan. Al cabo de cierto tiempo el pan no alcanzará, resultará carísimo y, encima, saldrá duro. Donde las sociedades son sensatas y las gentes quieren progresar, en lugar de expropiar negocios y constituir ruinosos Estados-empresarios, lo que hacen los políticos más sagaces, impulsados por sus electores, es propiciar la incesante creación de un denso tejido empresarial privado que paga impuestos para beneficio de todos. Eso sí: en esas sociedades los políticos tienen mucho menos poder relativo que en el siempre crispado mundillo neopopulista. Por eso les va mucho mejor en la coprofagía política .

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