Te costará un ojo de la cara, que te parta un rayo.

Cuando el rey Tulio Hostilio ejecutó cruelmente al líder de Alba Longa, los romanos creyeron que Júpiter lo maldijo: «que te parta un rayo»

El rey sabino de Roma, Tulio Hostilio, nunca le prestó mucha atención a la cultura griega, reinante y respetada en el Mundo Clásico. Se cuenta que no temía y comúnmente menospreciaba a los dioses helénicos, algo que convirtió a su disparatada muerte en una ironía de la cual se desprendió la frase «que te parta un rayo».

Tulio Hostilio fue uno de los reyes sabinos de roma, los cuales, irónicamente, a pesar de ser sabinos y no latinos, le dieron a la antigua Roma gran parte de su intensidad. Otro de los reyes sabinos fue Numa Pompilo, famoso por haber construido un templo de la paz que nunca vio dicha paz.

Este templo poseía una curiosidad, al ser un templo al que se iba a orar en tiempos de guerra, sus puertas deberían permanecer cerradas en los tiempos de paz y abiertas en los de guerra. Roma, como es de público conocimiento, era un pueblo guerrero por excelencia, por lo que, durante más de mil años, el templo cerró sus puertas sólo cuatro veces por una breve cantidad de días (tan breve que dicha cantidad de días es prácticamente insignificante estadísticamente, es decir, a nivel de estadísticas es lo mismo que Roma nunca haya tenido paz).

Una con el mismo Numa Pompilo en el poder; otra, siglos más tarde bajo el consulado de Titus Manlius, la tercera bajo el imperio de César Augusto en el 29 a.C. y la cuarta y última vez en el 70 d.C durante el imperio de Vespaciano. Según se cree, el número de días combinado del cierre de puertas no llega a sumar un año entero.

Por fortuna el templo ha llegado a nuestros días relativamente intacto, algo que no se puede decir de la gran mayoría de los edificios romanos. Recordemos que en el siglo XIV tras el gran terremoto de Roma el cual derribó una gran cantidad de edificios romanos, muchas personas simplemente tomaron la roca y el mármol derribado de los edificios romanos para sus propias casas. 

Pero volviendo a Tulio Hostilio, su juventud y reinado estuvieron señalados por la guerra, la traición y los conflictos -de hecho, fue tan belicoso que de su apellido proviene la palabra hostilidad-. Entre sus hazañas militares se encuentra la conquista de Alba Longa, a la cual no destruyó, sino que asimiló, ya que eran personas de la misma etnia y cultura que los romanos y ambas hablaban la lengua latina.

Alba Longa era una ciudad que según la leyenda había sido fundada por uno de los hijos del mismísimo Eneas, el héroe y personaje principal de La Eneida, la clásica obra del gran escritor y poeta romano Virgilio.

En un conflicto posterior acusaría falsamente de traición al jefe de los albanos dándole a sus líderes una de las muertes más descabelladas y dolorosas que se podían imaginar, con una tortura tan cruel que rivalizó incluso a las torturas que los khanes mongoles daban a sus enemigos.

No obstante, pasarían los años y Tulio Hostilio sería consumido por la paranoia y la frase «que te parta un rayo» tendría su origen.

Con el tiempo, Tulio comenzó a volverse supersticioso y a temer un castigo divino. Esto lo llevaba a comentar frecuentemente que Zeus -Júpiter para los romanos- dios del trueno y rey del Olimpo, lo mataría con un rayo o que Hermes -Mercurio para los romanos- le envenenaría su vino. Con el tiempo se comenzó a obsesionar con su muerte y un posible castigo tanto a manos de los dioses como de sus enemigos políticos.

Paranoia que lo llevó a quitar todas las piezas metálicas del palacio -si bien los romanos no sabían el por qué el metal atraía la furia de Júpiter, la observación a lo largo de los siglos los llevó a darse cuenta de que cargar algo metálico en una tormenta no era muy sabio- y a distanciarse de los hombres del gobierno. Muy a su pesar, y según indica la tradición, Tulio murió partido por un rayo cuando caminaba frente a su familia en el año 640 aC.

Las historias de la mitología nórdica, si bien carentes de la poesía, lírica e iluminación que Grecia supo darle a su religión, poseen una fuerza interna y un carisma único. Aventuras y acontecimientos dignos de leyendas épicas encapsulados en todo tipo de consejos para la vida cotidiana. Esto nos lleva a cómo fue que Odín, el «gran padre» del panteón nórdico, perdió su ojo y, de manera paradójica, ganó el conocimiento infinito al hacerlo. Siendo además el origen de la frase «costar un ojo de la cara».

Un día como cualquier otro, Odín, fue a buscar a sus hermanos por las praderas de Asgard, sin embargo, pasaron las horas y la búsqueda no dio sus frutos. Acongojado, montó su poderoso caballo, el brioso Sleipner, y se dirigió al territorio de su amigo y consejero Mimer. Mimer era tan sabio y prudente como particular.

Este, único en su tipo, era una enorme cabeza sin cuerpo, que en el pasado había pertenecido a un gigante. Postrado e incapacitado de moverse, no obstante, era el guardián de la Fuente de Mimer, una fuente cuyas aguas poseían la sabiduría del universo y a la cual Mimer cuidaba celosamente de cualquier intruso. Si bien no podía moverse, sus gritos eran tan poderosos que podían matar a cualquiera.

Al llegar a la fuente Odín había acumulado gran preocupación pensando en el destino de sus hermanos, por lo que increpó a Mimer para que le permitiese beber un sorbo del agua de la fuente y así conocer la ubicación de sus hermanos. Pero Mimer, tan viejo como sabio se negó rotundamente.

Odín, aún más preocupado, le preguntó por qué la negativa, a lo que Mimer replicó que en la vida, se debía de ser precavido, y, cuestionando a Odín quien se encontraba parado a un lado con un semblante entristecido, qué pensaba que pasaría si él, Mimer, le permitiese a cualquiera que llegase con un problema tomar agua de la fuente.

Simplemente, cada uno sabría su destino, por lo tanto, el destino ya no tendría importancia alguna y lentamente el mundo dejaría de funcionar. ¿Para qué hacer algo si ya se sabe de antemano que pasará?

Odín, ante tan sabia réplica, quedó atónito, y murmurando para sí mismo dijo «Daría un ojo por un sorbo», la cabeza del gigante, que lo que tenía de sabio lo tenía de aburrido, algo lógico dada su situación, respondió: «¿Darías un ojo? trato hecho».

Odín palidecería al punto del estupor. Sin embargo, tras reflexionar, arrancaría uno de sus ojos del zócalo y, deseando no pensar en lo que acababa de hacer, lo arrojaría a la fuente. Este, tras dar unos giros en el agua, caería hasta depositarse en el fondo de esta. Desde ese mismo día Odín se convertiría en el ser más sabio del universo, siendo capaz de ver adelante y atrás en el tiempo y conociendo las consecuencias a todas y cada una de las acciones.

¿Cuál es la moraleja? A veces, por más que nos duela y nos cueste, deberemos sacrificar cosas muy valiosas a nosotros para ganar algo aún mejor, cuestión que Irene no tiene a bien hacer con la Ley del “si es si”, entre otras chapuzas, y seguirá siendo tan ministra como analfabeta al igual que muchos de los que le apoyan dentro y fuera del Consejo de ministros. Que os parta un rayo, paletos; tuertos tendríais más lucidez.

Compartelo:
  • Facebook
  • Twitter
  • Google Bookmarks
  • Add to favorites
  • email

Enlace permanente a este artículo: https://www.defensa-nacional.com/blog/?p=14549

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.