La Identidad Nacional.

¿Qué significado tiene para un niño o una niña ser nacional de una determinada nación? y ¿ser europeo? ¿Se pueden ser las dos cosas a la vez? ¿Con qué símbolos se identifican? ¿Qué significado otorgan a las banderas y a los himnos? En definitiva, ¿cómo se forma el sentimiento nacional?

Este fue el tema de investigación, que constituyó la tesis doctoral de Begoña Molero Otero, y que intenta dar respuesta a estas preguntas ya que tiene por objeto de estudio la génesis de la identidad nacional.

La muestra del estudio estuvo formada por 160 sujetos de 6 a 14 años escolarizados en dos modelos lingüísticos diferentes en Escuelas de Bilbao: modelo A (enseñanza íntegra en castellano y euskera como asignatura) y modelo D (enseñanza íntegra en euskera y castellano como asignatura). La técnica empleada para recoger los datos fue la entrevista clínica basada en una entrevista semiestructurada, ayudados por distinto material que fue diseñado expresamente para la investigación.

Entre los resultados obtenidos “nos ha parecido especialmente relevante la existencia de representaciones sociales diferentes del mismo asociadas a la identidad nacional y en función del modelo lingüístico de escolarización. Para la mayoría de los individuos castellano hablantes el País Vasco está formado por tres provincias, mientras que para los del grupo euskaldun el País Vasco está formado por siete provincias. Por otra parte, la mayor parte de los individuos que conciben un País Vasco formado por 3 provincias se identificaron como «españoles y vascos», mientras que un País Vasco formado por 7 provincias fue asumido en proporciones similares por individuos identificados como «vascos» o como «españoles y vascos». También se observa una relación entre la identidad nacional y el grado de conocimiento sobre el país. Aquellas personas que se han identificado como «sólo vascos» son los que más conocimientos poseen sobre el País Vasco.Los aspectos más sobresalientes de la propia identidad han sido los relativos a la identidad personal (edad, sexo) y los grupos sociales de pertenencia (familia, escuela, amigos), por delante de las referencias a la nacionalidad, aunque éstas aumentan con la edad y ocupan junto a la identidad personal el primer lugar entre los sujetos de 13-14 años. Sin embargo, cuando los niños se tienen que identificar ante un extranjero la referencia nacional se sitúa en primer lugar. Se identifican ante todo como «de Bilbao», seguido de «españoles» y por último como «vascos». Respecto a la categorización nacional «españoles», «vascos» o «españoles y vascos», la doble identidad es la categoría más sobresaliente, pero a partir de 12-13 años la identidad vasca cobra fuerza y pasa a ser la más importante entre los de 13-14 años. Los individuos castellano hablantes se consideran en su mayoría «españoles y vascos» o «españoles», mientras que los euskaldunes se ven a sí mismos como «españoles y vascos» o «vascos». Los motivos en que sustentan los niños su identidad van modificándose con la edad, de manera que los lazos afectivos con el grupo nacional como razón de la identidad nacional aumentan progresivamente con la edad”.

“Además, la comprensión del valor simbólico de los emblemas pasa por una serie de estadios o niveles que están relacionados con el nivel de desarrollo cognitivo de los sujetos. La bandera del equipo de fútbol local es la preferida por los más pequeños, la bandera española provoca las mayores adhesiones entre los 8-9 años y los 10-11 años para después descender, mientras que la apreciación de la bandera vasca aumenta progresivamente con la edad. En este punto el modelo lingüístico ha establecido diferencias significativas entre los grupos. Los del modelo A eligen ante todo la bandera española para representar al propio grupo en unos hipotéticos Juegos, mientras que los del modelo D se pronuncian por la ikurriña. Acompañando a la bandera se escucharía el himno español ya que el himno vasco es prácticamente desconocido.”

De la lectura de todos los estudios clásicos de la nacionalidad, se desprende la importancia que ha tenido la lengua, entre otros factores, en la formación de los “grupos nacionales”  como elemento diferenciador con “los otros grupos” de la misma clase. Como ejemplo más determinante en el caso español, tenemos el esfuerzo realizado por el gobierno de la Comunidad Autónoma de Vascongadas en la euskaldunización de su población escolar.

Según David Miller, “las ideas de nacionalidad son creaciones conscientes de cuerpos de personas, que las han elaborado y revisado con el propósito de dar sentido a los que les rodea social y políticamente, y nosotros también estamos implicados en ese proceso”. Lo que nos da una idea de la importancia de la existencia de cuerpos de personas conscientes de la formación de la Nación.

Como ejemplo muy claro de este proceso de Ingeniería Social, que trataremos más adelante, véanse, los resultados obtenidos en la Comunidad Vasca respecto a la euskaldunización de sus Recursos Humanos.

Gellner estima el número de naciones potenciales contando lenguas, presumiendo que tener una lengua diferente es suficiente para convertir a un grupo en una “nación potencial”.

Todorov afirma que la primera reacción, espontánea, frente al extranjero es imaginarlo inferior, puesto que es diferente de nosotros: ni siquiera es un hombre o, si lo es, es un bárbaro inferior; si no habla nuestra lengua, es que no habla ninguna, no sabe hablar, como pensaba todavía Colón. Y así, los eslavos de Europa llaman a su vecino alemán nemec, el mudo; los mayas de Yucatán llaman a los invasores toltecas nunob, los mudos, y los mayas cakchiqueles se refieren a los mayas mam como «tartamudos» o «mudos». Los mismos aztecas llaman a las gentes que están al sur de Veracruz nonualca, los mudos, y los que no hablan náhuatl son llamados tenime, bárbaros, o popoloca, salvajes. Comparten el desprecio de todos los pueblos hacia sus vecinos al considerar que los más alejados, cultural o geográficamente, ni siquiera son propios para ser sacrificados y consumidos.

Esta es una forma arcaica de nacionalismo extremo en el que la nación es presentada como el objeto supremo de lealtad como las defendidas por Fichte y en las que la lengua y la cultura son factores determinantes para excluir al otro colectivo.

Sin embargo, si tomamos a aquellos pueblos que por el reconocimiento mutuo y las creencias compartidas constituyen naciones, no hay una única característica (como la raza o la religión) que tengan todos sus ciudadanos en común.

Entonces, ¿cuáles son las características más importantes, según los clásicos, para identificarse como nación?, ¿cuál es el proceso de adoctrinamiento que siguen los Gobiernos para configurar la identidad de los grupos nacionales?; sin olvidar la orientación que le queremos dar a esta investigación como un problema de relación intergrupos, propio de la psicología social, pasemos a analizar los diferentes puntos de vista y puntos de encuentro de algunos de los estudios sociológicos sobre la identidad nacional.

Vamos a examinar en base a las tesis de David Miller los siguientes aspectos que, en su opinión, definen la identidad nacional y que es compartida por la mayoría de los clásicos:

1.- Las comunidades nacionales están constituidas por creencias, por lo tanto, es un error identificar a las naciones escrutando para ver qué personas tienen atributos comunes tales como la raza o la religión.

2.- Es una identidad que encarna una continuidad  histórica.

3.- Es una identidad activa.

4.- Conecta a un grupo de personas con un espacio geográfico particular

5.- Requiere que el grupo nacional comparta una cultura pública común  y distintiva.

Estos cinco elementos juntos sirven, según este autor, para distinguir la nacionalidad de otras fuentes colectivas de identidad personal.

En opinión de Smith, este fenómeno de creación nacional está caracterizado por precisar un código legal unificado, precisar una economía unificada, poseer un territorio compacto, a ser posible con fronteras naturales defendibles y poseer una “cultura política” única y unos sistemas públicos de educación de masas, a fin de socializar a las generaciones futuras para que sean “ciudadanos” de la nueva nación.

Sin embargo, si una nación quiere sobrevivir, debe hacerlo, según este autor en dos niveles: el socio-político y el cultural-psicológico. Desde el ámbito socio-político, los estados tienen la obligación de socializar a los nuevos ciudadanos. Desde el ámbito cultural-psicológico se fomentan señas culturales originales y un sentido de la diferenciación, cuando no de “pueblo elegido”. En la nación moderna estos elementos han de ser preservados, y desde luego cultivados, si la nación pretende ser visible.

Para intentar explicar cómo y porqué nacen las naciones debemos empezar por analizar los sistemas de enseñanza y escolarización, sus contenidos y socialización informal que conforman las identidades y vínculos étnicos que constituyen en la mayoría de los casos su fundamento cultural y que han desempeñado un papel importante tanto en la formación de las primeras naciones como en la de las posteriores. “Puesto que es extremadamente difícil medir la conciencia y el sentimiento si no es in- directamente”, hay que centrarse en realizar el análisis lo más empíricamente posible: el lenguaje, la religión, los valores y actitudes, las leyes, la educación, la política, la organización social y, por último, la tecnología y cultura material.

Todos ellos pueden ser modelados a conveniencia de grupos de poder o de intereses a través de uno de ellos: la política. Este factor es, quizás, el más importante al poseer la característica de orientar e impulsar los procesos nacionalistas y sus identidades grupales, por controlarlos.

Según de Blas Guerrero, de todos los elementos culturales que intervienen en la génesis, desarrollo y transformación de los movimientos e ideologías nacionalistas, ninguno ha alcanzado la importancia de la lengua. Fichte podría afirmar en este sentido que “… (se da el nombre de pueblo) a los hombres que conviven y están bajo la misma influencia externa sobre los órganos vocales y que en comunicación ininterrumpida van formando un idioma”.

Así, podemos esquematizar las relaciones de los diferentes grupos que conforman las sociedades, en cuyo seno se desenvuelven sus identidades tomando como ejemplo de estructura estatal la de España por incluir Comunidades Autónomas con gobiernos con capacidad de impulsar y orientar procesos sociopolíticos y culturales propios.

De esta forma, podemos entender el nacionalismo en cuanto ideología y lenguaje tanto como una forma de cultura como un tipo de ideología política y de movimiento social en el que los distintos grupos actúan sobre distintos factores para lograr sus intereses.

Y existe un ideal nacionalista de unidad, en opinión de Smith: el ideal nacionalista de unidad. Este ideal significa cohesión social, hermandad de todos los componentes de la nación misma, en palabras de este autor, lo que los patriotas franceses llamaban fraternité durante la Revolución.

El ideal nacionalista de unidad ha alentado durante décadas la indivisibilidad de la nación y justificado la erradicación de otras culturas o movimientos diferentes en interés de la homogeneidad cultural y política. Esta forma de actuar convierte a los Estados en agentes de la nación en ciernes (nation-to-be) y creadores de una comunidad política y cultural popular en la que la educación y el movimiento de masas se encuentra en el orden de cada día.

¿Es esto ético? En la actualidad, se ha producido un giro teórico de la ética a lo social como el pluralismo práctico de morales vividas conduciendo a la formulación de una ética civil de convivencia sobre la base de unos mínimos comunes a todos los ciudadanos. ¿Cuáles son esos mínimos? Los propios de la convivencia democrática o, traducido esto a términos jurídicos, los establecidos en la Constitución. Este deslizamiento de la ética a la ética social y el parentesco estrecho entre ésta y la ética política, con la mediación de la ética civil, están contribuyendo a la reducción de la ética a la filosofía del derecho o, por emplear la expresión de John Rawls, a la teoría de la justicia.

Por tanto, podemos concluir este epígrafe afirmando que son los Estados y los movimientos los que pueden fomentar o retener los nacionalismos: cuanto más débil sea el poder de aquellos para controlar las variables o factores antedichos, mayor será la probabilidad de que resurjan otros nacionalismos incentivados u orientados por grupos de interés cuya existencia se fundamentará en los mismos elementos que hicieron nacer las primarias: el territorio, la historia y la comunidad. Y en este aspecto es donde entra a jugar nuestra dependencia de identidad nacional respecto de los medios de comunicación de masas.

Por decirlo de forma diferente, parece haber una conexión entre la idea de nacionalidad tal como surgió en los siglos XVII y XVIII y la idea de soberanía popular, que es lo que esgrimen los nacionalistas excluyentes de la España del siglo XX y XXI.

Al amparo de estas afirmaciones, para analizar esta cuestión contenida en la idea de nacionalidad desde un punto de vista ético debemos aceptar las proposiciones de Maurice Block.

Lo que sostiene a una nación unida son las creencias, pero éstas creencias sólo pueden transmitirse a través de medios y artefactos culturales, como dice Miller, puestos a disposición de los grupos de interés. Éste es el fundamento de la afirmación de Benedict Anderson de que las naciones son “comunidades imaginadas” y entiende por esto que no sean invenciones completamente espurias, sino que dependen de actos colectivos de imaginación que encuentran su expresión a través de los medios de comunicación.

¿Cómo sé yo lo que es ser español o lo que es la nación española? “Lo saco de las editoriales de los periódicos, de los libros de historia, de las películas, de las canciones, y doy por descontado que lo que estoy ingiriendo está siendo también digerido por millones de españoles a los que nunca he visto. Por tanto, las naciones no pueden existir a menos que dispongan de medios de comunicación de masas que fomenten una cultura de masas común, que hagan posible tal imaginario colectivo.”

Sin embargo, parece necesario, para tratar con profundidad este tema, recuperar una concepción antropológica de la moral, la vuelta a la reflexión sobre la condición humana, a la búsqueda de un contenido moral  del  que podamos dar razón. Contenido consistente en un proyecto cuya realización requiere una fuerza moral, la “moral elevada” de la que hablaba Ortega consistente en quehaceres conforme a proyecto o fin. Proyecto personal y proyecto colectivo que han ido cobrando sucesivas concreciones históricas tanto en la visión del mundo religioso como secular.

Enrique Area Sacristán

Teniente Coronel de Infantería

Doctor por la Universidad de Salamanca

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