Por amor a la Patria. (VII). Los términos en España: patriotismo.

El término patria, derivado etimológicamente del concepto pater, va asociado a la noción de padre. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española da como primera acepción del término patria, la siguiente:

«Nación propia nuestra, con la suma de cosas materiales e inmateriales, pasadas, presentes y futuras, que cautivan la amorosa adhesión de los patriotas», definiendo, a su vez, a éstos, como «las personas que tienen amor a su patria y procuran todo su bien». Como puede observarse, la idea de patria va unida a la de nación, de ahí que no deba extrañar que algunos nacionalistas en España, al amparo del concepto de las «nacionalidades”, introducido en el artículo 2 de nuestra Constitución del año 1978, recaben para Cataluña, País Vasco, étc., consideradas como tales, en sus Estatutos respectivos, la condición de patria propia, lo cual, a nuestro modo de ver, es un auténtico disparate histórico.

Toda vez que el citado artículo 2 de nuestra vigente Carta Magna, determina taxativamente que España es una sola Nación, pues comienza diciendo: «La Nación española», (en singular, no en plural), en España, al existir una sola Nación, coexiste, por lo tanto, una sola patria. Del vocablo patria, se han emitido muchas definiciones, algunas con evidentes connotaciones etimológicas; patria, como hemos dicho, deriva del latín pater, como las que aportaron Nietsche —la patria es la tierra y los hijos—, o Charles Maurras —la patria es un ser de la misma naturaleza, que nuestro padre y nuestra madre: la patria es lo que une por encima de lo que divide—. Otras, ligan el concepto de patria a las ideas de nación o pueblo, como las suministradas por Cánovas —la patria es la conciencia que cada nación posee de sí misma—, o Vázquez de Mella —la patria es la conciencia y sentimiento más o menos claro e intenso de esa comunidad moral e histórica, que en su grado máximo se llama nación. La idea de patria ha evolucionado a lo largo de siglos como hemos visto, de ahí la dificultad de dar una definición omnicomprensiva de todas las épocas. En la Atenas clásica, el patriotismo era un sentido de fidelidad cívico-religiosa a las tradiciones y las instituciones de la ciudad —Sócrates es ejecutado por antipatriota, esto es, por negar la divinidad a Palas Atenea, diosa de Atenas—. En Roma, el concepto de patria se confunde con la idea de fidelidad al Imperio; existía un patriotismo único para todos los hombres del mundo civilizado. Se suele afirmar que los pueblos bárbaros, en tanto en cuanto que eran tribus nómadas, no llegaron a tener conciencia de adscripción a una patria concreta, toda vez que se movían con un sentido aterritorial, sustentado en un instinto de lealtad a la horda. Una vez conquistaron el Imperio Romano, fueron decantando un sentimiento de posesión territorial, en el que se vislumbra una tosca apreciación de la idea de patria. En algunos países como Francia o Reino Unido, las voces de nación o patria entrañan el mismo significado. En España, el término nación va asociado más a la idea de colectividad o pueblo, mientras que patria, se liga a una idea o expresión de sentimiento afectivo, que se decanta en muchos ciudadanos y que se materializa en el amor a la bandera, símbolo de la unidad del Estado. A nivel de calle se suelen confundir o identificar los conceptos de nación, patria y país, es normal que esto acontezca. No se puede pedir que todo ciudadano, por el simple hecho de serlo, sea un experto en Ciencias Políticas o en Teoría del Estado. Desde una óptica universitaria o académica, la diferencia fundamental entre aquellos términos estriba en que; el primero, hace referencia más bien al conjunto de habitantes de un país regido por un mismo gobierno; el segundo se concreta en una especie de sentimiento afectivo respecto al espacio geográfico que nos vio nacer, y que se corresponde con la posesión de cierta ciudadanía; el tercero puede considerarse como un vocablo aséptico, neutro, referido al territorio. En resumen, la idea de nación se asocia con la de población, la de patria se vincula con la de la comunidad estatal, y la del país se liga a una entidad de carácter geográfico. Resumiendo lo anteriormente explicitado, el vocablo patria se incardina tanto al hecho del nacimiento, como al del lugar donde éste ha tenido lugar. Así el Diccionario de Covarrubias del año 1.610, define la patria como «la tierra donde uno ha nacido», y el Diccionario de Autoridades del año 1.734 reitera dicha idea al señalar que patria «es el lugar, ciudad o país en que se ha nacido». En ambos Diccionarios, el concepto de patria está desvinculado de la idea de sentimiento afectivo hacia el entorno geográfico que nos vio nacer. Dada la ligazón de la idea de patria con la de Estado, la lealtad y fidelidad a la patria, se extiende, por ende, a la estructura que sirve de cobertura jurídica a aquel ente estatal. En suma, la idea de patria, lleva inherente un sentimiento de amor y fidelidad hacia la sociedad política donde nos incardinamos como ciudadanos. La máxima expresión del afecto hacia la Patria-Estado, se materializa en la entrega de la vida por ella durante un conflicto bélico. El patriotismo, como idea y como sentimiento, viene siendo objeto de rechazo por algunos pensadores e ideologías:

1) A mediados del siglo XIX, en el Manifiesto Comunista del año 1.848 de Marx-Engels, se sustenta la tesis de la apatridia del proletariado. Como si un obrero manual por el solo hecho de serlo, no tuviera —o no pudiera tener apego a su patria.

2) El internacionalismo obrero supone, a su vez, una quiebra a la conciencia ciudadana de amor a una patria concreta, y en el intento de sustituir la idea de Estado-Patria por la de Internacional obrera, como la patria del proletario. Esto, la historia lo ha desmentido cuando, en las últimas guerras, los obreros de distintos países se han matado entre sí, echando por tierra la tesis de que los obreros-hermanos nunca lucharían entre ellos.

3) La concepción supranacional europea, en tanto en cuanto mitiga el ardor del sentimiento patriótico, o las doctrinas de carácter ecuménico o universalista, intentan saltar —o saltan— por encima de las fronteras nacionales.

4) El patriotismo localista o regionalista, toda vez que implica un soslayamiento de la «patria de todos», por la idea de la «patria de unos cuantos»: esto es, se pretende hacer incompatible el amor al «terruño» con el amor al Estado-Patria, como si un ciudadano cualquiera no pudiese estimar simultáneamente a su provincia y a su Estado. La interacción de los términos patriota y nacionalista es obvia, habida cuenta que todo ciudadano que ama a su patria es un nacionalista y viceversa.

Ahora bien, se pueden descubrir matices entre ambos conceptos. El nacionalismo significa, según Horace B. Davis «preocupación por los intereses de una comunidad particular, mientras que el patriotismo puede significar esto, o bien preocupación por los intereses de un Estado particular. Ni el nacionalismo, ni el patriotismo, tienen por qué ser necesariamente agresivos, pero sí lo serán especialmente, si toman formas de jingoísmo o de chauvinismo, que se consideran viciosas. Nacionalismo y patriotismo, son sentimientos que van unidos. Por un lado, el patriotismo se vertebra a través del Estado. Por otro, la nación suscita adhesiones y afectos, cuyo máximo exponente es el patriotismo. No se puede entender el nacionalismo sin un ápice de sentimientos patrióticos, ni comprender un patriotismo que no se apoye en el Estado». A juicio de José A. Recalde, «el nacionalismo no es otra cosa que una de las formas del patriotismo, la que surge como ideología de masas de una estructura social modernizada. La contraposición entre patriotismo, como amor a lo propio, y nacionalismo, como oposición a lo ajeno, prima indebidamente al primer concepto, y ataca, por excesiva generalización, al segundo». Según Fichte, «el amor a la patria ha de condicionar la vida y actividad del Estado, en lo tocante a fijarle un fin más amplio que el que suele adscribirle normalmente. El amor patrio ha de extender la esfera de competencia del ente estatal, más allá de la mera tutela de la paz interna, de la propiedad, de la libertad personal, de la vida y del bienestar de todos. Únicamente para este fin superior y para ningún otro, reúne el Estado un poder armado». El canto a la patria ha sido recogido a lo largo de las páginas de la Historia por la pluma de insignes pensadores. Decía Homero que «sólo un vaticinio es bueno: combatir por la patria». Para Tucídides, patria «es toda cosa, su misma naturaleza». A juicio de Platón, «no hemos nacido para nosotros, sino para nuestra patria». Ovidio afirmaba que «el amor a la patria es más fuerte que todas las razones del mundo». Séneca sentenciaba que «ninguno ama a su patria porque es grande, sino porque es suya». Maquiavelo señalaba que «ningún hombre de honor censurará a quien procure defender a su patria, de cualquier manera que la defienda». El propio Voltaire llegó a decir ¡Qué amada es la patria para todo corazón bien nacido! Napoleón puntualizó que «la primera virtud es la devoción a la patria». Por último, Lord Byron apostilló que «el que no ama a su patria no puede amar nada». Desde la óptica de una eficaz política de defensa, el amor a la patria «es un sentimiento que ha de anidar generosamente en la masa de ciudadanos. Es un hecho constatado en numerosas guerras, que un soldado, no experimenta todo, pero que ama profundamente a su patria, se crece en el combate y es capaz de superar a su oponente más técnico, pero tibio y apático en el campo de batalla». En este sentido, el Decreto de la Asamblea Legislativa francesa de 11 de julio de 1 792, enfervorizó al pueblo francés con estas palabras: «Numerosas tropas avanzan hacia nuestras fronteras, todos los enemigos de la libertad se arman contra nuestra Constitución. Ciudadanos, la patria está en peligro». Un ejemplo histórico vale más que mil palabras. Dicha convocatoria patriótica hizo el milagro no sólo de levantar en masa al pueblo francés contra la invasión extranjera, sino también de contenerla, infligiendo los bisoños patriotas de la Revolución severas derrotas a tropas experimentadas, mandadas por prestigiosos generales. Para concluir, es oportuno puntualizar «que en el español es detestable una hiperbolización del amor a la patria chica, en detrimento del interés superior del amor a la patria grande. Ese amor al terruño es laudable, en tanto en cuanto no se superpone, no obstaculiza, ni difumina el amor a la patria de todos. Esa obsesión localista es una consecuencia del plegamiento de España a finales del siglo XIX sobre sí misma; pero también revela egoísmo y desinterés por los demás compatriotas, cuando no falta de cosmopolitismo y visión pacata del mundo que nos toca vivir».

En principio, el nostálgico amor a la patria pequeña, asociado a las indelebles huellas de la niñez, es un sentimiento romántico positivo; ahora bien, se trueca en mezquindad y pobreza, como reconoció el prestigioso historiador Menéndez Pidal, “si las experiencias y las ideas generosas de la juventud no lo extienden a la patria grande, la patria a secas, como el amor patrio degenera también en una delimitación, si la mayor madurez del hombre no lo comparte con el de la patria universal, con el de todo el país del que recibe alguna benéfica inspiración de la vida superior”.

Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca

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