Estimados «compañeros»: «Temblar como unos azogados»

Estimados «compañeros» (por decir algo):

Esta es una de aquellas expresiones que están prácticamente en desuso (catalogadas como «expresiones viejunas») y que os traigo a colación de la querella que os he interpuesto hace ya un mes, para explicaros su origen y aplicación a vuestro estado de ánimo.

‘Temblar como un azogado’ se ha utilizado durante muchísimo tiempo para indicar que una persona está excesivamente nerviosa (a causa de algún motivo como frio, miedo, tensión…) y a causa de ese estado se le ve temblorosa y convulsionada. Quizás por ello a algún cerebro de los que os reunís para estudiar el caso y decidir lo que hacer, se le ocurrió denunciarme, vía civil, en el mes de septiembre de 2020, por injurias con la aquiescencia de los jurídicos militares que había lugar y del lugar, Madrid, sin saber que eso iba en vuestro perjuicio por aquello de la «Exceptio veritatis»; verdad que ya tiene el Juez decano en mano y denuncia que el «honrado» fiscal de los de Madrid no puede retirar porque caería en falsedad directamente.

Se trata de una locución antiquísima que ya aparece en el capítulo XIX de la primera parte de ‘El Quijote’ (1605):

[…]A cuya vista Sancho comenzó a temblar como un azogado, y los cabellos de la cabeza se le erizaron a don Quijote, el cual, animándose un poco, dijo:

—Esta, sin duda, Sancho, debe de ser grandísima y peligrosísima aventura, donde será necesario que yo muestre todo mi valor y esfuerzo.[…]

El término ‘azogado’ hacía referencia a las personas que trabajaban con mercurio (también llamado ‘azogue’ por su etimología del árabe hispánico ‘azzáwq’) y que solían enfermar a causa de estar en contacto con este metal, como se suele enfermar cuando se tienen problemas de conciencia al tratar de parecerse a «El Príncipe» siendo unos lacayunos inútiles y de escasa inteligencia. Dicha dolencia, entre los muchos síntomas que presenta, esta la sobreexcitación, temblores, convulsiones, espasmos o alteraciones del sistema nervioso, como las vuestras aunque por diferente causa, y era muy común entre los mineros e incluso sombrereros que usaban ese elemento químico para procesar el fieltro con el que realizaban los sombreros.

Esta enfermedad también fue conocida con el término ‘hidragirismo’ (un cultismo que provenía del latín ‘hydrargy̆rus’: mercurio).

No os preocupéis, yo conozco el remedio para vuestro hidragirismo que no es otra cosa, en vuestro caso, que miedo insuperable y cobardía: la inhabilitación y el Establecimiento Penitenciario, que os los voy a servir en frio.

Os dejo unos versos que os dedicó Miguel Hernández, 1937

Hombres veo que de hombres
sólo tienen, sólo gastan
el parecer y el cigarro,
el pantalón y la barba.

En el corazón son liebres,
gallinas en las entrañas,
galgos de rápido vientre,
que en épocas de paz ladran
y en épocas de cañones
desaparecen del mapa.

Estos hombres, estas liebres,
comisarios de la alarma,
cuando escuchan a cien leguas
el estruendo de las balas,
con singular heroísmo
a la carrera se lanzan,
se les alborota el ano,
el pelo se les espanta.
Valientemente se esconden,
gallardamente se escapan
del campo de los peligros
estas fugitivas cacas,
que me duelen hace tiempo
en los cojones del alma.

¿Dónde iréis que no vayáis
a la muerte, liebres pálidas,
podencos de poca fe
y de demasiadas patas?
¿No os avergüenza mirar
en tanto lugar de España
a tanta mujer serena
bajo tantas amenazas?
Un tiro por cada diente
vuestra existencia reclama,
cobardes de piel cobarde
y de corazón de caña.
Tembláis como poseídos
de todo un siglo de escarcha
y vais del sol a la sombra
llenos de desconfianza.
Halláis los sótanos poco
defendidos por las casas.
Vuestro miedo exige al mundo
batallones de murallas,
barreras de plomo a orillas
de precipicios y zanjas
para vuestra pobre vida,
mezquina de sangre y ansias.
No os basta estar defendidos
por lluvias de sangre hidalga,
que no cesa de caer,
generosamente cálida,
un día tras otro día
a la gleba castellana.
No sentís el llamamiento
de las vidas derramadas.
Para salvar vuestra piel
las madrigueras no os bastan,
no os bastan los agujeros,
ni los retretes, ni nada.
Huis y huis, dando al pueblo,
mientras bebéis la distancia,
motivos para mataros
por las corridas espaldas.

Solos se quedan los hombres
al calor de las batallas,
y vosotros, lejos de ellas,
queréis ocultar la infamia,
pero el color de cobardes
no se os irá de la cara.

Ocupad los tristes puestos
de la triste telaraña.
Sustituid a la escoba,
y barred con vuestras nalgas
la mierda que vais dejando
donde colocáis la planta.

Enrique Area Sacristán.

Teniente Coronel de Infantería. (R)

Doctor por la Universidad de Salamanca.

Compartelo:
  • Facebook
  • Twitter
  • Google Bookmarks
  • Add to favorites
  • email

Enlace permanente a este artículo: https://www.defensa-nacional.com/blog/?p=4255

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.