Los falsos profetas: los políticos sin principios, Pedro y Yolanda.

Dicen en tierras hispanoamericanas que el que no conoce a Dios ante cualquier pendejo se hinca. Así, no faltan los que se creen a pie juntillas todas las patrañas que sueltan estos miserables que se lucran con el dolor ajeno, lo mismo que los que están ahí para ayudarles en lo que se ofrezca. De ahí que resulta muy lamentable que alguien que se autodefine como “defensor del pueblo” sea capaz de engañar a un grupo vulnerable de la población y lo haga creer que puede cometer delitos sin que haya consecuencias.

Entiéndase claro, esto no se trata de si se le obliga a saltar como batracio de un color a otro porque se le cierran las puertas; ¡se trata de principios! Se trata de que tú no puedes cambiar de ideología o de fe o de familia porque las cosas se pusieron difíciles; se trata de que en la adversidad se prueba el temple del acero y ahí es donde se mide de qué están hechos los hombres (y al decir «hombres» me refiero a varones y a mujeres).

Se han puesto a pensar ¿cuáles son sus propuestas? Más allá de hablar mal de los partidos políticos que no le son afines, ¿qué más ha dicho? ¿No parece haber una absoluta incongruencia terminar de aliado con uno de ellos, acaso el más cuestionado; y aliarse, salvo honrosas excepciones, con nefastos personajes expulsados por corruptos de los otros institutos o enquistados ahora alrededor suyo como mercenarios por un sueldo, después de haber recorrido todo el espectro partidario y que ahora se dedican a insultar a los demás en redes, ¿por unas cuantas migajas? ¿Cuál es el verdadero propósito del populista? Déjenme esbozarlo en tres palabras: Ostentar el Poder.

Francamente, y fíjense que lo advierto, esperando sinceramente que nunca nos toque escribir desde el exilio, habiendo nuestra patria perdido la democracia, francamente, lo repito, este es por mucho, el más peligroso de todos los personajes que han desfilado por la palestra política. Es un dictador en potencia y tiene todo el perfil psicodinámico para convertirse en uno. Está enamorado de sí mismo y no quiere a nadie más. Es completamente rencoroso y desconfía de todos y no siente culpa por nada que haga. Habla bien pero no cree nada de lo que dice; y como todos los sociópatas, no tiene ningún empacho en utilizar los más ruines medios para conseguir sus fines; y así se hacen rodear de troles y mafiosos; para finalmente cumplir aquel refrán popular de que el león juzga por su condición y por eso no puede acercarse a nadie ni permitir que nadie se le aproxime, como quedó demostrado recientemente cuando uno de ellos se hizo acompañar de unos matones con pistolas a la vista, para evitar que su escaso público lo tocara en un Super.

España, sin embargo, es Rufián, es Álvarez de Toledo y es Arrimadas. También Ana Oramas o Laura Borràs, como también lo son Oskar Matute, Jaume Asens o Iván Espinosa de los Monteros. También la ministra Calviño, Unai Sordo, Pepe Álvarez o Antonio Garamendi. Hasta los fugados en Waterloo son parte de España, y por eso, precisamente, la justicia los reclama. No busca su repatriación obligada por ser catalanes o por ser independentistas, sino por ser españoles que han vulnerado la ley. Puigdemont o Comín, de hecho, son tan españoles como Núñez Feijóo o García Page, cuyo lenguaje de taberna barata solo puede esconder una frustración política. ¿Utilizaría ese lenguaje soez ante el comité federal de su partido?

Y pensar que se puede salir del actual colapso sin políticas inclusivas es una auténtica majadería. ¿No es del todo incompatible pactar con los independentistas y, al mismo tiempo, hacer política de Estado en asuntos como el monumental déficit de la Seguridad Social, la transición demográfica, la reindustrialización del país o la política educativa?. Es lo que tienen las sociedades complejas, que requieran soluciones también complejas, y cuando la política cae en el simplismo más primitivo lo único que se consigue es un sainete parlamentario en el que las figuras entran y salen del escenario para contar sus gracietas y sus comentarios jocosos buscando el aplauso fácil del público, pero sin atender a los problemas de fondo del país.

Se trata de un sectarismo absurdo que dice muy poco del sistema de partidos, que parece haber recuperado lo peor de la España cerril que colocaba sambenitos y zamarras humillantes en busca de una pretendida pureza de sangre, más propios de los tiempos del imperio en los que se favorecía el escarnio público que los del siglo XXI.

En política, no pasa por llegar a acuerdos, con quien sea. Con quien sea. Incluso con quienes vulneraron la ley y ahora no lo hacen después de haber saldado las cuentas penales con la sociedad, salvo que no se busque justicia, sino venganza. Otra cosa es el reproche moral y el reconocimiento de las víctimas.

Esas soluciones simples a problemas complejos son las que explica la emergente territorialización de la vida política española, y que se resume en el hecho de que cada vez más ciudadanos ven en los localismos la solución. Cuando los partidos de ámbito nacional no son capaces de encontrar respuestas a lo que preocupa a los ciudadanos, hay un regreso al terruño, a lo más cercano, lo que acaba por matar el perímetro de las ideologías, que son el campo natural de la política y que necesariamente tienen un componente más transversal. Y sin ideología, los movimientos políticos son espasmódicos. Incluso, violentos. Se pasa de votar a Podemos a votar a Vox con una facilidad asombrosa.

O, dicho de otra forma, sin política resucitan los falsos profetas de la democracia que, en realidad, quieren acabar con la democracia porque desprecian al otro, por ser negro, por ser homosexual, por ser independentista, por ser empresario, por ser sindicalista, por ser de derechas o por ser de izquierdas. Por ser inmigrante o por ser catalán. O andaluz o murciano.

Entre el centón de noticias, tuits y patrañas he leído una definición atinadísima: ‘Solidaridad no es regalar lo que nos sobra sino compartir lo que se tiene’, tan cercana al concepto cristiano de partir la propia capa con el desnudo y que se resume en la idea de la fraternidad.

¡Cuidado, Patria querida! Que tenemos el peor de los peligros. Un lobo con piel de oveja… y para tropicalizarlo, una cuervo disfrazado de golondrina.

Enrique Area Sacristán.

Teniente Coronel de Infantería.

Doctor por la Universidad de Salamanca

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