El error de O`Brien.

El error crucial de O´Brien, Conor Cruise O´Brien, Godland: Reflections on Religion and Nationalism, Harvard University Press, Cambridge, Mass, 1988, no es algo que haya que desenterrar arduamente a partir de sus supuestos subyacentes. Es proclamado de viva voz para que todos lo oigan:

«Es imposible concebir una sociedad organizada sin nacionalismo, y ni siquiera sin un santo nacionalismo, porque cualquier nacionalismo que no sea capaz de inspirar reverencia no podrá ser una fuerza vinculante efectiva».

Lo que este autor declara que es inconcebible, dice Gellner, no sólo es perfectamente concebible sino que constituye la condición política normal de la mayor parte de la humanidad. El poder político puede preservarse o no sin la santidad: esto no es algo evidente. Pero el grueso de las comunidades sociales y políticas que han existido en el transcurso de la historia de la humanidad, y que poseyeron bastante fuerza vinculante como para sobrevivir un periodo significativo de tiempo, no estuvieron basadas en el principio nacionalista, ni sagrado ni sobrio. Las ciudades-estado, los segmentos tribales, las comunidades participativas de todo tipo fueron generalmente mucho más pequeñas que la totalidad de los miembros de la misma cultura, o lo que hoy llamamos una «nación». Había, al mismo tiempo, unidades más grandes, estados e imperios dinásticos, cuyas fronteras superaban en general los límites de lo que llamamos nación. A los gobernantes de esas unidades no les inquietaba que sus fronteras transgrediesen los límites etnográficos, por así decir, o que no los alcanzasen. Les interesaba la capacidad laboral y contributiva de sus súbditos , no su cultura. Es sólo en los tiempos modernos que esa congruencia entre los límites políticos y culturales se vuelve causa de honda preocupación, y consecuentemente que una política sin nacionalismo se aproxima a lo inconcebible. Preocupado, continúa Gellner, por la interesante cuestión de cuanta santidad resulta necesaria para la cohesión social, se limita a suponer que el nacionalismo también es necesario para ese objetivo, lo que no es verdad.

Lo que en realidad está investigando O´Brien es el problema de por qué algunos sentimientos de integración en una unidad política se vuelven por así decirlo hipersagrados, irritados, virulentos y peligrosos. Es una buena pregunta, pero no es igual a la otra que también quiere investigar, es decir: ¿cuál es la razón del nacionalismo? ¿Por qué las personas entregan algunas veces su lealtad solamente a unidades definidas por una cultura compartida, en otras palabras, unidades nacionales? ¿Por qué la identificación y la lealtad se alojan, bajo algunas condiciones, sólo en colectividades semejantes a una «nación» moderna, es decir, asambleas amplias y anónimas de individuos culturalmente homogéneos?.

O´Brien, dice Gellner, puede tener razón y que alguna medida de identificación mística y emotiva resulte indispensable, o puede estar equivocado. A Gellner no le parece evidente que las sociedades no puedan también fundarse en el miedo, la inercia, el propio interés racional u otros principios, ingredientes que aparecen en las Comunidades que hemos estado analizando en estos artículos.

En el pasado, lo que mantenía unida a la sociedad era la estructura social, no la cultura; pero eso ha cambiado. Y ése es el secreto del nacionalismo: el nuevo papel de la cultura en la sociedad industrial e industrializada.

Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca.

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