«Hacer» región era hacer patria.

La gran paradoja que se dio en la España de la Restauración fue la omnipresencia de la región en el ámbito simbólico e identitario en agudo contraste con el escaso o nulo reconocimiento de la región como ámbito de organización territorial y política. El auge del regionalismo articulado (político o no) fue sólo una de las dimensiones a considerar, pero tal vez ni siquiera la más decisiva.

En la historiografía española, lo más habitual ha sido considerar a la región irrelevante desde el punto de vista de la construcción de las identidades nacionales, de tal forma que está ausente de la mayor parte de las reflexiones generales o de las síntesis interpretativas dedicadas al análisis de la identidad nacional española contemporánea. En general, la región (y su corolario, político o no, el «regionalismo») es vista siempre como una especie de residuo del pasado (materia exclusiva para el reaccionarismo o el folclorismo); aparece como mero trámite dispuesto a ser superado en la identidad nacional (sea española o de cualquier otro discurso nacionalista alternativo). Paradójicamente ello ha supuesto la esencialización del concepto, ya que una definición como ésta acaba por aceptar como válido, como elemento constituyente indudable, un intocado primordialismo.

Habitualmente se ha señalado cómo a lo largo del siglo XIX (y buena parte del XX), el marco simbólico privilegiado de la mayoría de los habitantes venía definido por su pertenencia al espacio local —entendido en un sentido amplio— tanto en España como en la mayor parte de la Europa Occidental. Pero ello no implica ninguna contradicción con la construcción de la nación, ya que era a partir del ámbito local como la mayoría de los ciudadanos percibían la realidad social, como construían su identidad individual y colectiva, y así la identidad nacional. El caso español es precisamente una muestra de cómo se contribuyó a reafirmar las identidades regionales y locales de forma que se pudiera conseguir enraizar e interiorizar de manera más efectiva la identidad nacional. Por ello, cabe señalar que la diversidad regional, lejos de ser un rasgo anecdótico, era un rasgo fundamental de la identidad española contemporánea.

Es por todo ello que coincido con Eric Storm cuando ha insistido en la necesidad de adoptar en el estudio de los procesos de afianzamiento de las identidades regionales (y del surgimiento del regionalismo) una perspectiva comparada. Cabe recordar que ese afianzamiento se produjo en diversos países europeos al mismo tiempo, por lo que no bastaría con aludir a explicaciones estrictamente locales. Asimismo, ha señalado Storm, la región y los regionalismos finiseculares no deberían ser entendidos ni en España ni en los demás casos como un tipo de anomalía, fruto de debilidades estructurales de los procesos de construcción de la nación, sino, antes bien, como una «parte integral del desarrollo cultural» de Europa desde fines del siglo XIX.

A lo largo del trabajo de Ferrán Achilés Cardona, cuya sintesis muestro humildemente, se ha tratado de analizar la construcción de un nuevo «paradigma regional» en el imaginario nacional español, en concreto en el ámbito no de la política, sino de diversas dimensiones culturales. En primer lugar, a través de un discurso científico, un discurso de legitimación, que se extiende por diversas disciplinas, y, en segundo lugar, a partir de un discurso estético de modernidad. El resultado que ello ofrece es que la región no puede ser entendida como un elemento arcaico, más o menos obligado a la nostalgia y/o al regionalismo conservador, sino que actuó como un factor de modernidad y modernización en la construcción de la identidad nacional española, al igual que sucedió en el resto de Europa.

La imaginación de la región se produce así al mismo tiempo que se construye la moderna identidad nacional española. Fue en el contexto de la búsqueda de esencias, de «almas», de autenticidades y casticismos como se llevó a cabo la imaginación de la región. Ésta, por lo tanto, no es algo dado ni algo previo, aunque se la tiende a imaginar como la materialización, el fundamento de lo auténticamente castizo, de lo español.

¿Cuál fue la razón de esta coincidencia en el tiempo de propuestas de procedencia tan distinta? ¿Por qué fue la región precisamente una de las piezas clave para entender la nación? No parece fácil ofrecer una respuesta unívoca a estas cuestiones, aunque en opinión del autor lo más relevante es precisamente la coincidencia. Ciertas disciplinas, como la geografía, acabaron por toparse con las regiones por razones en parte derivadas de su propio desarrollo científico, mientras que en el caso de la literatura ello respondió al primado de criterios estéticos de naturaleza muy diferente. En todos los casos, sin embargo, la región se convirtió en un elemento clave cuando se buscó una manera más intensa y «verdadera» de pensar y comprender la nación. En el periodo de entre siglos, la premisa nacional fue una dimensión clave en toda Europa en el ámbito de la cultura. La búsqueda de las «esencias» nacionales recorrió el continente, y es ahí donde la región pareció cumplir un papel insustituible.

Tal vez resulte útil recordar, para concluir, que, como es sabido, Ortega y Gasset ofreció hacia 1928 como solución («la» solución) para los problemas de España (re)organizar la vida local (esto es, «buscar» la vida pública en su realidad más concreta) precisamente a través de una unidad política local como la «gran comarca», es decir, la «región». Pedía Ortega organizar España en nueve o diez grandes comarcas. Ése era, en resumen, el gran remedio para la España invertebrada. Para Ortega, claro está, se trataba de una propuesta política y de reorganización social de España, y no simplemente de una descentralización. Es más, era un intento de nacionalización. Pero si Ortega llegó a plantear la cuestión es, creo, porque desde hacía varias décadas el imaginario regional era inseparable de la idea de nación. Tal vez así se entiende mejor el trasfondo de esta propuesta, aunque resulte menos innovadora de lo que parecía (de hecho, incluso coincide en el número de regiones que geógrafos y otros teóricos proponían). La idea orteguiana era en realidad una forma de (no) reconocer lo que ya había: la vida local nunca fue lo opuesto de la vida nacional. El ámbito local era la metáfora de la nación, también en España. La propuesta de Ortega, por tanto, debe entenderse desde otra dirección, hacia otro tipo de discurso nacionalista. La región, sin embargo, era la única solución. «Hacer» región era hacer patria.

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