«Estamos de reformas: perdonen las molestias»

Paletadas de tierra: hay muchas formas de enterrar a un muerto; algunas menos de enterrar a un vivo. A la vez que escribo, se estarán escribiendo decenas de textos al respecto de la sociedad de la información. De una información que al parecer puede medirse o, según la última jerga, ‘pesarse’ en kilobaits. En otro lugar he descrito con algún detalle la ocultación que trae consigo la ‘información’. Baste señalar aquí que una buena forma de enterrar la información es…¡con más información! Veámoslo.

Si para realizar un test entre la audiencia preguntara algo como:

¿Qué distancia hay entre la Tierra y Marte?

Entendería que la pregunta originara rechazo: a fin de cuentas no somos habitualmente astronautas y además es una distancia que varía mucho con el tiempo.

La probabilidad de que alguien entre ustedes haya viajado en automóvil es razonablemente alta. Quiere esto decir que el uso de la gasolina se puede considerar una actividad cotidiana en nuestra cultura. Cabe esperar que ustedes sepan o almacenen gran cantidad de información sobre automóviles, motores de explosión, códigos de la circulación, pólizas de seguro, etc. Así que como ejemplo para un ejercicio, para un test, podría con naturalidad proponer lo siguiente:

Por cada kilogramo de gasolina quemada se emiten 2,5 kilogramos de dióxido de carbono a la atmósfera: ¿cierto o falso? (No se precipite: piénselo con calma. Pero juegue limpio: no vaya a consultar una enciclopedia.)

Bien. Usualmente, un tercio del público suele estar de acuerdo, otro tercio suele estar en desacuerdo, y el tercio restante ni sabe ni contesta. Es posible que el primer tercio adopte su actitud por respeto a la autoridad (sería lo más preocupante); que el tercer tercio represente la indiferencia ante todo lo que huela a aritmética; por último, quizás el segundo tercio se acuerde de que, en condiciones normales, la materia ni se crea ni se destruye y piense, en consecuencia, que resulta chocante que de un kilo salgan dos y medio.

Sea como fuera, quizás lo peor del caso es lo que permanece generalmente oculto: el oxígeno del aire: a razón de unos cuatro kilos por cada kilo de combustible. Todo parece dispuesto como para que nadie se preocupe por él (y este sería el mayor mérito de la ‘tecnología’), para que nadie hable de su precio: pero representa el mayor porcentaje del material combustible que quema un vulgar motor de explosión (¿se acuerdan del carburador?), de tal suerte que no resultaría desafortunada como figura retórica llamar combustible al oxígeno del que nadie se acuerda pero que todo el mundo usa sin darse mucha cuenta. ¿Todo el mundo? Ahí está el truco del jugador de ventaja: el aire es de todos pero no todos pueden usarlo con igual intensidad: la ventaja no sólo está en tener capacidad de compra para adquirir el combustible: la ventaja también está, y quizás sobre todo está, en poder usar el oxígeno de todos sin tener que dar cuentas (y éste es el segundo gran logro de la ‘tecnología’). Son hechos que se recuerdan a menudo, pero que en los momentos críticos se olvidan: se habla de la sociedad de la ‘información’ y de la ‘globalización’ de las comunicaciones cuando probablemente más de la mitad de la población humana del planeta no ha efectuado ni una sola llamada telefónica en su vida (ni espera hacerlo). Lo peor del caso es que lo oculto en la mayor parte de nuestras actividades cotidianas resulta ser lo fundamental desde el punto de vista de la insostenibilidad de nuestra civilización urbano-industrial (Vázquez, 2001).

Como podemos apuntar, resulta muchísimo más sencillo demostrar que algo es falso que lo contrario. Pero incluso esa sencilla demostración de lo falso cuesta trabajo y esfuerzo. Pues bien, menos trabajo todavía cuesta ocultar tales demostraciones: basta con echar tierra sobre estos asuntos. Se hace a menudo: todos los días. Más arriba he mostrado tan sólo algunos de los muchos ejemplos históricos que podrían citarse. Pero merecerá la pena ampliar la muestra de los ejemplos cotidianos. Porque, junto a los instrumentos paliativos glosados por Naredo, creo que no ha de resultar desdeñable como instrumento el desvelar persistentemente la insostenibilidad en los asuntos diarios más humildes.

Así, las papeleras de plástico, dispuestas a recibir todo tipo de envases, también de plástico, materiales preciosos que sólo serán usados una vez; las motocicletas provistas de aspirador para recoger excrementos caninos en los alcorques de las aceras; las motosegadoras de césped que luego es retirado hacia los vertederos periféricos; los camiones de recogida de basura previamente seleccionada gratuitamente por la ciudadanía, rumbo a la incineradora donde todo volverá a ser mezclado; todos ellos artefactos contaminantes y sucios de por sí, todos ellos pintados de verde y blanco, y rotulados con un enfático «Madrid, limpio y verde» y un clarificador «Departamento de Medio Ambiente. Ayuntamiento de Madrid», todos ellos son muestras no menos importantes de esa transformación irracional e insostenible de nuestra vida urbana, desde modos relativa y globalmente limpios de hacer las cosas, basados en energía humana y animal (como los barrenderos y chatarreros de mi infancia), hacia modos sucios de multiplicar nuestros problemas mientras parece que se solucionan.

Papeleras, motocicletas, motosegadoras, camiones: humildes ejemplos del aplastante proceso que opera en todos los planos de la producción y el consumo: «desde la lógica capitalista de la competencia generalizada por la búsqueda del beneficio inmediato, […] es mucho más económico y eficiente ocultar un problema o alterar su aspecto […] que abordarlo en toda su profundidad: el bloqueo de los mecanismos sociales y políticos de reacción al deterioro ecológico que así se logra […] es mucho más conveniente que la amortización precipitada de gigantescas inversiones para reconstruir los sistemas productivos en términos ecológicamente más compatibles» (Estevan, 1998: 58-59).

«Las clases políticas también se benefician de este enfoque del tratamiento de la crisis ecológica. Reelaborando los conceptos, la terminología y las políticas sectoriales (residuos, agua, transporte, energía, etc.) para exportar u ocultar el proceso de deterioro ambiental, consiguen credibilidad institucional y rentabilidad ecológico-electoral a corto plazo, aunque a largo plazo los procesos de degradación no sólo no se frenan sino que se aceleran. Pero serán otros equipos y personajes políticos los que tendrán que responder por ello en su día. El sistema de selección de la clase política ya promocionará en su momento a los que sean capaces de inventar las mejores justificaciones mediáticas para las situaciones que se vayan presentando.» Estevan (1998: 59)

Asi es como podemos entender que los cincuenta últimos años, a los que se ha referido Naredo, estén compuestos por 25 años de dictadura y por 25 años de partitocracia, y que hayan sido estos últimos los que han resultado más duros en términos ecológicos.

Como espero que se vea claramente proximamente, la refundación de la democracia en términos participativos, con nuevas formas de acción política compatibles con la incertidumbre de la verdad y la certeza de la mentira, es, probablemente el instrumento más necesario de los que estamos aquí buscando.

(Hay que recordar que las construcciones culturales obligan, y no es posible desembarazarse de ellas sólo con fuerza mental. Quizás por ello la facilidad con que ocurren los procesos de ocultación que hemos examinado. Quizás no sea posible desembarazarse del modo de ‘alimentación’ capitalista a través de una toma de conciencia colectiva. Quizás hay que esperar a que esquilme la base de recursos sobre la que se asienta como está ocurriendo ahora, tras la pandemia. Justo en ese momento de crisis, de apertura, de transición imprescindible a un nuevo modo de ‘alimentación’ por inventar, las ideas-fuerza pueden demostrar más fácilmente su valía y es para ese entonces incierto para cuando hemos de tenerlas preparadas: como ha sugerido Harris (1977: 263), la razón aconseja que nuestra vehemencia sea proporcional a nuestra actual desventaja.)

Extractado de Mariano Vázquez Espí

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