Al calor de nuestra incultura.

«Ser, vibrar en torno a una cultura, latir al calor de una lengua, afirmarse como herederos de quienes nos precedieron sobre esta tierra…¿Qué sentido tienen tales cosas?». Si poco sentido revisten hoy tales cosas en la generalidad en España, aún menos lo tienen para ese españolito que al mundo llega… y ninguna de las dos Españas, ni España como tal le helará o alegrará el corazón salvo que se lo enseñemos.

Existe, sin embargo, una notable excepción al respecto. Ser, vibrar en torno a una cultura, una lengua, una tradición, una religión…¿No es esto, precisamente, lo que mueve a los nacionalistas?¿No es esto lo que con tanto ahínco persiguen en Cataluña y en Vascongadas, pero también en otras partes como Quebec o Flandes?¿Dónde encontrar hoy alguien que se estremezca de emoción ante algo como la lengua española en España? «Alguien», no un poeta, no un filólogo, no un amante de las letras…; toda una colectividad. ¿Dónde descubrir alguien que, desvelándose por la lengua, la ame y mime tanto como los catalanes y Vascos la suya?¿Dónde encontrar gentes cuya vida esté hasta tal punto envuelta por esta trama de sentimientos y querencias denominada «país»?¿Dónde hallar hombres y mujeres que, en medio del aire pastoso que nos envuelve, vibren pensando en lo que sus antepasados fueron y significaron?¿Donde encontrar gentes menos solas hoy en España? Y persiguiéndolo, catalanes y vascos, es como alcanzan su única pero indiscutible grandeza. Una grandeza que es tanto más factible celebrar en tanto lo que el nacionalismo excluyente conlleva, y he dejado claro en todos mis artículos, de perverso y disgregador.
¿Dónde encontrar gentes menos solas…pero también gentes más ensimismadas, más encerradas en su propio ser?¿Dónde descubrir gentes que vivan rememorando el pasado…, pero también deformándolo, inventándoselo incluso?¿Dónde encontrar más odio?…¿Dónde descubrir una mayor negación de «lo otro» en general… y de ciertos «otros» en particular?

Lo que pervierte al nacionalismo excluyente no es lo que afirma. Es lo que niega. Si su grandeza se transforma en miseria, no es por afirmar una lengua, no es por revivir un pasado. Al contrario, ahí radica su grandeza. Si ésta se transforma en miseria, es por rechazar y negar la otra lengua, el otro pasado, la lengua y el pasado que, junto con los específicos, configuran a unos países… amados con un tan exclusivista amor, que se quedan ahogados.

La lengua y la historia española son, al igual que las específicas, parte consustancial de Cataluña y Vascongadas, lo son…, pero no son sentidas así. Éste es el problema. Y nada se resolverá hasta que este problema no se solvente de algún modo; hasta que este doble sentimiento no se sienta, no se experimente en toda su hermanada complejidad.

Afirmar la compleja pluralidad que nacionalmente nos conforma: ¿no es ésta la alentadora tarea que se ha asignado a sí misma la España de las autonomías? En cierto sentido, sí. Pero en otro, no. Por un lado, se ha puesto la base indispensable para tal pluralidad. Nuestra Nación se ha articulado en un Estado, de hecho, federal; en un Reino infinitamente más cercano al modelo de los Austrias que al centralismo borbónico. El problema es que todo ello se ha llevado a cabo como si fuera suficiente para zanjar la cuestión; como si se acabara ahí un asunto que se ha querido limitar a su dimensión político-administrativa. Pero no es ésta su dimensión fundamental. Lo que entre nosotros se juega tiene ante todo que ver con una tupida maraña de sentimientos, creencias, afectos…: lo más difícil de abordar y manejar políticamente.

Tal vez por ello la tarea primera no incumba, hoy por hoy, a los políticos. Tal vez lo más decisivo no se juegue hoy en despachos ministeriales y consejerías autonómicas. Tal vez lo primordial se juegue, el nacionalismo catalán lo ha comprendido así hace muchos años, en escuelas y Universidades, en estudios y ensayos, en libros y manuales, en periódicos y televisiones; en todos esos medios de expresión y de formación en los que se sustenta en últimas ese «proyecto sugestivo de vida en común» que , según Ortega, es una Nación. Un proyecto que jamás podrá ser tal sin que se derrumbe la gran montaña de dislates y despropósitos con que han logrado enturbiar tanto la idea de España como la de sus partes integrantes.

¿Cuál es hoy nuestro «sugestivo proyecto de vida en común? No lo hay: ni sugestivo ni indigesto. No tenemos otro proyecto que el de «ir tirando», consumiendo, produciendo con el perfil bajo, a ras de suelo, sin mayor vuelo ni aliento. ¿Cómo podría ningún gran proyecto embriagar nuestro ánimo, si sólo pidiendo disculpas y perdones somos capaces de invocar nuestro nombre colectivo?¿Cómo encontrar un proyecto mínimamente sustancial en ese vacío al que la democracia remite, en ese «haz lo que quieras, que todo, finalmente, da igual»?

Sucede todo lo contrario en el caso de nuestros amigos… o enemigos nacionalistas. Todo lo hacen al calor de su cultura… o incultura.

Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca
Extractado de «España, un hecho».

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