El desafío de la definición de «terrorismo» y su realidad política.

 Hoy en día hay dos grandes debates relacionados con la definición del fenómeno del terrorismo. El primero es acerca de su uso y de su contenido, es decir, de la demarcación “lingüística” de esta parte de realidad; la segunda es acerca de la validez analítica de la propia palabra. En relación con la primera problemática, en el mundo académico y político es “simplemente imposible llegar a un acuerdo acerca de la definición de ‘terrorismo’”. Es importante resaltar que, en la línea de lo que defiende Richard Jackson, no se está argumentando que el terrorismo no es real y que no produce violencia, sufrimiento y víctimas, sino que el significado que se da a determinados actos violentos convierte algunos en terrorismo y otros no. Si por un lado las definiciones legales y políticas siguen siendo demasiado ambiguas y, por lo tanto, permiten una interpretación —y consecuente aplicación— más libre, las que han sido forjadas en el campo académico son demasiado detalladas, y, en consecuencia, complicadas para ser usadas. Este problema surge del hecho de que el terrorismo no es un fenómeno observable a nivel ontológico, sino una construcción social, y por lo tanto, al intentar definirlo, se encuentran varios problemas.

Una de las principales dificultades reside en el hecho de que esta es una categorización que se impone desde el exterior como forma de condena de un determinado acto definido como no legítimo e inmoral. Asimismo, junto a la sensación de inmoralidad, al aplicar esta etiqueta a un acontecimiento se le asigna una cierta “espectacularidad” y “sensacionalismo”. En consecuencia, este término tiene una fuerte capacidad para capturar la atención y ha sido usado de forma abusiva por los medios de comunicación y la prensa debido a esta característica. Sin embargo, el resultado de esta práctica ha sido su uso “en una variedad de contextos tan diferentes que el término ha sido forzado casi hasta no tener sentido”. Esto se debe también al hecho de que la aplicación de este a un determinado acto violento tiene un carácter subjetivo, es decir que su uso depende tanto de las condiciones políticas e históricas como de las creencias y la percepción del mundo de cada uno de nosotros.

En respuesta a estas dificultades, una tesis que algunos autores críticos han empezado a avanzar es que el término “terrorismo” ya no tiene utilidad analítica alguna y debería ser abandonado. A pesar de no estar totalmente de acuerdo con esta idea, creo que los autores críticos tienen razón al evidenciar que esta palabra ha sido utilizada para catalogar actos muy diferentes entre ellos, y que su uso actual nos lleva a hacer suposiciones acerca de un acontecimiento, por la única razón de ser nombrado con el mismo término que otro hecho, cuyas características no tendrían porqué ser generalizables. Autores como Dominic Bryan, por lo tanto, abogan por dejar de lado esta palabra y, en lugar de simplemente asumir que todos los actos terroristas se parecen, “centrar la investigación académica sobre la violencia en la necesidad de entender los significados, las motivaciones y las relaciones de poder en los cuales tiene lugar esta misma”. El mismo autor también argumenta que los elementos que cualquier definición del fenómeno tiene —principalmente que es un acto con motivación política; que tiene un componente simbólico muy grande; que se dirige a objetivos inocentes y que niega el enfrentamiento abierto— son elementos muy ambiguos, aplicables también a otros actos que no pertenecen a este tipo de violencia o, al revés, no observables en acontecimientos que se describen como terrorismo. Esto se debe al hecho de que “el proceso de definición tiene lugar dentro de una red de relaciones de poder a través de las cuales los que tienen más poder pueden definir los actos de los que tienen menos” y, como se dijo anteriormente, la designación de algo como terrorismo no es un proceso objetivo.

Es necesario señalar, sin embargo, que la posición de Bryan no es compartida por todos los autores de la corriente crítica. Esto se debe al hecho de que, aunque algunos comparten las premisas teóricas de Bryan y, sobre todo la necesidad de considerar los otros elementos que influyen en la producción de estas acciones violentas, opinan que el deshacerse totalmente de la categoría de “terrorismo” podría ser muy extremo. Claramente, nos dice Richard Jackson, tenemos que prestar atención al usarla, ser conscientes de su uso y de las implicaciones que esta tiene para la configuración de nuestro mundo. No debemos, por lo tanto, tomarnos este término como referente de una “verdad absoluta” presente en la realidad, sino que debería considerarse simplemente como una categoría que nos puede ayudar a poner un poco de orden en lo que conocemos como realidad, siendo siempre conscientes de sus límites y de las problemáticas que su uso conlleva.

Con el término “terrorismo” se suelen indicar actos de violencia muy diferentes entre ellos, perpetuados con objetivos y métodos distintos, por varias organizaciones y actores. En consecuencia, en el campo de los estudios de terrorismo se han ido imponiendo diferentes categorías analíticas que sirven para “definir” mejor este fenómeno. Las distinciones más comunes de terrorismo son entre doméstico e internacional; estatal y no estatal —aunque de este se hablará más en detalle posteriormente—; grupal o individual; según el método usado —de armas de destrucción de masa, ciberterrorismo o suicidio—; según la ideología seguida —revolucionaria o de izquierda, de derecha, nacionalista-separatista, religiosa.

Desarrollar categorías conceptuales es una manera de organizar la realidad y el conocimiento que puede aparecer como inocua. Sin embargo, hay que tener cuidado al usarlas porque, como remarcan los autores de los estudios críticos de terrorismo, unas categorías conceptuales diferentes empujan a entender este fenómeno como un tipo de violencia diferente, y sobre todo lo descontextualizan del ámbito en el que se desarrolla. Por lo tanto, como sucedía con en el problema de aplicación de la misma definición, también aplicando el mismo adjetivo a la palabra “terrorismo” se tenderá a comparar un acontecimiento de un tipo con otro que comparte la misma “etiqueta”, sin tener en cuenta la coyuntura histórica y política en la cual tienen lugar. Asimismo, hay que tener en cuenta que las categorías “son producto de unas estructuras de poder y tienen implicaciones políticas serias, en particular en cómo las sociedades responden al terrorismo”. Lo que los autores de esta corriente vienen ―en mi opinión, justamente― a criticar es la universalización de estas categorías, que claramente hace que la “especificidad histórica y geográfica de los actores” no sea considerada. De la misma forma, lo que estos teóricos quieren evidenciar son “las implicaciones políticas y normativas del uso de categorías en la investigación social”.

Opino que, si consideramos el terrorismo como el producto de una construcción social, llegamos a desmontar muchos de los mitos acerca de este fenómeno en las sociedades occidentales y, de hecho, nos damos cuenta de que estos mismos son producto de la coyuntura histórico-política en la que han sido creados. Estoy de acuerdo con los autores críticos cuando argumentan que, hoy en día, estas ideas son tan comunes y fuertes que se puede hablar de un verdadero “discurso dominante” o “régimen de verdad” sobre el terrorismo, por lo menos en las sociedades occidentales. Además, me encuentro de acuerdo con ellos cuando afirman que “los mitos y las narrativas acerca del terrorismo han sido repetidas tantas veces por tantos actores autoritarios en la sociedad, y se ha actuado en consecuencia como si estos fueran realmente verdaderos ―por ejemplo, a través de las prácticas de la lucha contra el terrorismo―, que se han convertido en una realidad externa que a su vez parece confirmar estos mitos”.

Siguiendo las teorías de Robert Cox ―y de Michael Foucault―, los autores de los estudios críticos de terrorismo argumentan que cada “régimen de verdad” es el producto de unas relaciones de poder en un determinado contexto. Asimismo, también la producción de “verdades” acerca del terrorismo en las sociedades occidentales sirve unos intereses específicos, por lo que un gran mérito de los autores críticos no es sólo el de desmontar estas verdades, sino también el de desvelar cuáles son los intereses subyacentes a cada uno de estos mitos y ver a qué actores sirve cada narrativa.

Los medios de comunicación, las industrias militares, los servicios de seguridad nacional e internacional, y los mismos académicos y expertos en terrorismo tienen todos intereses en que el discurso dominante acerca de este fenómeno siga siendo el mismo. Sin embargo, el actor al que más sirve este discurso es el mismo estado. Aunque sea verdad que a través del discurso acerca del terrorismo se proporciona más poder y más libertades a los gobernantes, que pueden usar los miedos de la gente para apoyar sus proyectos políticos, el elemento más importante que este discurso viene a servir es el de dar, en cierta medida, legitimidad al estado occidental, porque le permite desempeñar la función de democracia liberal que protege sus ciudadanos de posibles amenazas y castiga a los responsables de actos de violencia en contra de ellos. Además, hay que evidenciar que este discurso puede ser utilizado también para reforzar la identidad nacional.

Basándonos en este último elemento, podemos evidenciar una razón más profunda para la existencia de este discurso del terrorismo, tal y como se plantea hoy en día. Siguiendo las teorías según las cuales la identidad se produce de una manera negativa o “en negación”, podemos decir que el terrorismo construye nuestra sociedad liberal occidental, indicándonos todo lo que nuestra “civilización occidental” rechaza. Es más, si marcamos lo que consideramos indeseable, quién y qué tenemos que temer, “estas designaciones también nos dicen quiénes somos”. Como justamente señalan los autores críticos, “las sociedades occidentales en las últimas décadas han llegado a definirnos en oposición al terrorismo hasta el punto que ‘el terrorismo’ ahora funciona como un marcador negativo […] de la identidad occidental”.

Quiero evidenciar que, en mi opinión, la perpetuación del discurso no es una decisión totalmente consciente y hecha de “mala fe”. De hecho, argumento que en un “régimen de verdad” como este no hay una relación lineal de causa y consecuencia, sino que la práctica y el discurso se retroalimentan de una manera circular y, por lo tanto, el discurso es al mismo tiempo la causa y el efecto del fenómeno del terrorismo y de la lucha en contra de él. En otras palabras, la estrategia del terrorismo llega al corazón de la moral y de la ética de las potencias occidentales y sacude sus valores y esto da lugar a los varios elementos del discurso que hemos venido analizando. Sin embargo, al mismo tiempo, esta construcción social del fenómeno, exactamente por el hecho de ser producto de un contexto histórico y social específico, también da lugar al discurso que la regula.

De todas formas, creo que los estudios ortodoxos de terrorismo se pueden criticar por su explicación “simplista” del fenómeno del terrorismo y creo que, al contrario, los estudios críticos de terrorismo nos proporcionan un análisis más profundo y amplio del problema. El hecho de resaltar que el terrorismo no es un fenómeno que ocurre en el vacío me parece particularmente acertado. Como todas las construcciones sociales, el mismo terrorismo es un producto de nuestros tiempos y de nuestra cultura y, por lo tanto, es justo analizarlo dentro este marco teórico y conceptual específico. Considero también que uno de los aportes principales de estos estudios, como algunos autores críticos defienden, es el de conseguir evidenciar la necesidad de salir de nuestro eurocentrismo o visión occidental al acercarnos al fenómeno y tener en cuenta, no solo el contexto, sino también las voces que hasta ahora han sido silenciadas para poder obtener un cuadro más completo.

Claramente, desde esta perspectiva, considero que la manera en la que se define, se estudia y se representa este fenómeno, retroalimenta y fortalece su construcción. Por lo tanto, estos autores críticos, con los que estoy de acuerdo, argumentan que “la relación entre la categoría usada y la violencia del mundo real que esta describe tiene que ser un foco de atención crítica”. Esto porque, como agudamente evidencian, a este proceso de categorización pueden subyacer diferentes intereses, puesto que, como ya remarcaba Michael Foucault, siempre hay una relación entre la creación de conocimiento y el poder. Por esta razón, los autores de los estudios críticos de terrorismo están interesados en descubrir cuáles han sido los factores que han influido en el establecimiento en el imaginario social de la idea de terrorismo mayoritariamente aceptada en nuestras sociedades occidentales limitando el conocimiento de otros métodos, otras técnicas, otros campos y otras formas de hacer terrorismo, en nuestro caso el vasco, nacionalista no-estatal contra el propio Estado y sus Instituciones, desde éstas mismas, sirviéndose del “permiso político” de acceso a ellas y forzando, violentando o flanqueando el espíritu de las leyes de un sistema democrático liberal para conseguir mediante estos actos, ahora sí estoy de acuerdo totalmente con los críticos, el mismo objetivo que con la violencia en todas sus acepciones modernas en las que caben otros métodos, técnicas, otros campos y otras formas de realizar violencia, forzar o violentar el estatus político mayoritariamente aceptado y no solo la violencia de la utilización de las armas y explosivos.

Basado sustancialmente en la aspirante a Doctor Alice Martini, «Terrorismo: un enfoque crítico», Grupo de Estudios de Relaciones Internacionales (GERI) – UAM, 2015.

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