Emérita Majestad: que las explicaciones las dé Sánchez o ello, su mujer.

Pedro Sánchez ha afirmado por primera vez este jueves que el rey emérito Juan Carlos I tendría que dar explicaciones ante las «perturbadoras informaciones» que se han publicado recientemente sobre sus cuentas. 

«Creo que sería conveniente que el rey Juan Carlos diga cuál es su opinión sobre estos hechos e informaciones perturbadoras que socavan la confianza del pueblo español en las instituciones», ha dicho el presidente Sánchez. 

Muchas veces creemos que dar explicaciones es solo un problema de decirle a lo demás todo aquello que hacemos o dejamos de hacer, pero el tema va más allá de eso: dar explicaciones también tiene que ver con la compulsión por agradar, por cuidar el “qué dirán”, por sentirnos “queridos” y por proteger a toda costa lo que creemos que es nuestra “imagen pública”. Todo esto es una fuente de tremendas complicaciones, sufrimiento, frustraciones, sobrecostos e incoherencias. Veamos por qué.

La compulsión por agradar

Como ya lo he explicado detalladamente en otras entradas, vivimos condicionados para diseñar nuestra vida buscando el agrado de los demás. Nos vestimos y configuramos la apariencia de nuestro cuerpo pensando en cómo nos vean, conseguimos lo que tenemos para que otros puedan medir nuestro “éxito” (o status que llaman) y últimamente contamos con Facebook o twi terpara facilitar la “publicidad” personal.

Me refiero al hecho de volver la vida personal en especie de tribuna pública; cualquier trivialidad hay que contarla. Incluso tengo amigas que parece que se movieran por la vida con fotógrafo personal, de verdad que les quedan muy bonitas las fotos… se les abona el esfuerzo.

Dos buenos colegas blogueros hacen referencia a este asunto con mejor detalle. Les recomiendo revisar: “Deja de compararte” del blog Minimun, así como esta otra entrada del amigo Kevin en su blog Minimal Spot: «Mis dos años sin Face book»; y al que le caiga el guante… simplemente cójalo, póngalo en perspectiva, entiéndalo y haga algo con él para transformarlo. Seguro que esta es una maravillosa fuente de simplificación.

El “qué dirán”

Luego de vivir 61 primaveras, el “qué dirán” no me ha servido de nada. Los pocos “qué dirán” que me han servido finalmente fueron los buenos, o “recomendaciones” que llaman, y que realmente son tan pocos y tan específicos que los puedo contar en los dedos de las manos. Esas fueron buenas opiniones que alguien se formó y que cambiaron mi vida. También ha habido “qué dirán” que han afectado mi reputación, pero como cuido que mis actos sean los que reflejen mi ser, finalmente los ataques a mi “imagen” siempre han terminado desvirtuados.

Aquí toco un punto importante: aunque crecí en una cultura orientada a cuidar el “qué dirán” (sí, es cierto, puedo decir con absoluta tranquilidad que los hispanos somos bastante esclavos del “qué dirán”), también he recibido el balance de cuidar el peso de mis actos, es decir, más que dar explicaciones, me he esforzado por conectar la esencia de mi ser primero en mi hacer. He visto que a esto también le llaman “coherencia”. Hacer las cosas antes que hablar de ellas, porque las cosas, al hacerse, hablan por sí mismas.

Cuidarse del “qué dirán” he visto que es una fuente de mucho sufrimiento, complicaciones y tremendo sobrecosto. Lo veo como una fuente de sufrimiento porque cuando otros no dicen lo que queríamos que dijeran, nos sentimos frustrados, doloridos, inseguros y hasta defraudados. Dejamos nuestra valía personal y autoafirmación en manos de alguien más. ¡Qué tremenda cosa tan “loca”!

Cuidar el “qué dirán” genera complicaciones porque nos hace consumir más de lo necesario, accediendo a artículos y servicios totalmente inútiles para que otros digan “cosas bonitas” sobre nosotros: mira la ropa que usa, mira el móvil (teléfono celular) que tiene, mira los viajes que hace, mira cómo es de buen papá / mamá, mira el colegio al que van sus hijos, mira el automóvil que se compró, mira el sitio de rumba en el que estuvo… mira, mira, mira… y cuando te metes en toda esa carrera de ratas nadie vendrá a decirte: “claro, como me interesa seguir hablando bien de ti, entonces te voy a dar este dinero extra para que sigas comprándote cosas mejores y yo poder seguir manteniendo un buen ‘qué diré…’ de ti”… no, no, no, de ninguna forma. Estos mismos seres serán los que te despedacen cuando se desplomen las endebles bases de tu imagen pública material.

Por otra parte, el cuidado del “qué dirán” te pone en la disyuntiva de no saber a quién agradar y cómo hacerlo, porque al final terminas queriendo agradar a todo el mundo y no agradas a nadie, por lo que luego sufres más ante tanto desagrado y desaprobación. Ponlo en ejemplos simples y casos concretos. Sólo piensa en la última fiesta a la que fuiste ¿Cuánto te costó el vestido y la peluquería? ¿En la ropa de quién más estabas pensando? ¿Para qué la necesitabas? ¿De verdad había que reemplazar el material que ya tenías? Cada quien duerme con su conciencia y sabe qué hizo. El tema aquí es preguntarse al final ¿Lo que hice era genuinamente para mí o para cuidar el “qué dirán”?

La imagen pública

Nadie duda de la importancia de la imagen pública. Inclusive tal vez sea uno de los activos intangibles más valiosos que tenemos. Una buena imagen pública puede hacer una enorme diferencia en nuestra calidad de vida y en lo simple que pueda llegar a ser todo para nosotros. La imagen pública va desde el historial de crédito ante el sistema financiero de tu país (en España por lo menos esto ha dejado de ser importante por la corrupción imperante y, esta última, abre algunas puertas), hasta lo que digan tus familiares de ti (si planeas irte de viaje con tu novia… aunque ahora ya no tengo ese problema porque ya me separé…), pasando por el hecho de que las personas que te rodean te juzgan como alguien confiable o no, y de hecho confían o desconfían de ti.

El punto aquí es que creemos que la imagen pública es algo que fabricamos nosotros mismos, pero lo que no nos damos cuenta es que en realidad ésta se construye como producto de los juicios que hacen los demás sobre nosotros y de la coherencia de nuestros actos. La cosa es tan simple como yo decir que soy “buena paga” y que cumplo con mis deudas, pero en realidad le debo a medio mundo todo y no les pago a tiempo. Puedo decir lo que quiera, pero mis actos muestran que definitivamente “no soy” quien “digo” ser. Tal vez esto suene  a verdad de Perogrullo, pero si miras a tu alrededor abunda la gente que no entiende esto y que actúa en este espacio de incoherencia. En conclusión, somos lo que hacemos, nuestros actos nos definen, no nuestro discurso.

Guardaos de los falsos profetas que vienen a vosotros con vestidos de ovejas pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos.

No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis. (Mateo 7: 15-20)

Dar explicaciones es impráctico

Tus amigos no las necesitan: tus amigos, tus verdaderos amigos, los que te quieren con el alma, los que te tratan como parte de su familia, los que te ven como una hermana o hermano, son incondicionales contigo y te respetan. Si haces algo que va en contra de lo que ellos piensan lo aceptarán aunque no lo compartan o harán lo necesario para prevenirte de caer al abismo. No pedirán justificación por tus actos o una explicación de tus porqués. Simplemente te respetarán.

Tus enemigos nos las creen: quien no cree en ti, quien compite contigo, quien te irrespeta, quien está en tu contra, quien te tiene envidia… quien se siente tu enemigo (cuídate tú de ver y de buscar “enemigos”… y de casar peleas), siempre pensará que lo que haces es artificial, que estás tramando algo o que tus logros son en contra de ellos.  Así que no te afanes por explicar ni demostrar nada a tus “enemigos”, es mejor dejar que ellos solos se hundan en su lodo personal y que no te salpiquen.

Los estúpidos no las entienden: hay personas que no entienden tus explicaciones o sencillamente no les importan. Estos seres te ignoran y te ignorarán siempre… pero tú piensas que les tienes que dar una explicación por alguna clase de razón imaginaria que te has pintado en la cabeza. Me he visto en esta situación y la sensación al final es la de sentirme como un tonto, y para echarle más fuego a la tontería, hay otros tontos que han confundido mi necesidad de dar explicaciones y luego me han pedido un informe completo (sí, bien escrito y en diapositivas de Power Point…); cuídate de caer en estas tonterías que complican tanto la vida (y las reuniones de trabajo…).

Unas salidas finales

  1. Lo primero y más importante es darte cuenta de que muy pocas veces hay que dar explicaciones, y de que la mayoría de las veces a nadie le importan tus explicaciones.
  2. Antes de dar explicaciones piensa si esto contribuye a mejorar, prevenir, corregir o solucionar algo. Si no es así, cierra la boca.
  3. La mayoría de las veces las explicaciones también suenan a excusas, y a casi nadie le gusta escuchar excusas de otro, a no ser que se trate de ofrecer una genuina disculpa.
  4. Si vas a dar una explicación, piensa si esto posteriormente podría generar alguna complicación extra. Recuerda nuestro mantra: “mantenlo simple… mantenlo simple… mantenlo simple…”. Si explicar lo que no nos han pedido enreda las cosas, pues no lo expliques ¿Para qué habría que hacerlo?
  5. Antes de dar una explicación, sobre todo a través del acto de consumir o comprar algo, piensa en lo irrelevante e innecesario que puede ser. De nuevo: a nadie le importa lo que tienes o dejas de tener, salvo para hablar de ti un momento o meterte en chismes, pero las palabras siempre se las lleva el viento o la próxima compra tonta que estas personas hagan para poder igualarse psicológicamente a ti.

Tus actos te definen y dicen quién eres: si van en la vía de lo que quieres mostrar, no tienes que decir nada. Si van en contra, con mayor razón cierra la boca porque te ganarás  más enemigos.

En definitiva, ningún pazguato inmoral como Sánchez puede ni debe ponerle en el brete de dar explicaciones a nadie por ser cabeza de la corrupción; y menos a quien que no sea un funcionario de alto standing del ministerio de justicia, digase juez del Supremo, y eso no ha pasado ni, creo, pasará.

¡¡¡Vente pa España, que aquí te queremos¡¡¡ Emérita Majestad y pasa de esta cuadrilla de incultos enfermizos.

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