Análisis histórico de los nacionalismos periféricos en España. (III)El Nacionalismo Vasco.

    

                Extinguidas las Diputaciones forales a lo largo de 1877 éstas se negaron a prestar el solicitado consentimiento foral a la nueva Ley, procediéndose el 28 de febrero de 1978 a establecer con las nuevas Diputaciones provinciales el “concierto” económico que se preveía en el artículo 4 de la ley abolitoria, para fijar la cuota contributiva de las provincias y las facultades administrativas de las nuevas Diputaciones.

No faltó quién en el Senado denunciara lo impolítico de esta medida. El General Ignacio del Castillo[i], defensor liberal de la Villa de Bilbao contra los carlistas, advirtió: “No se piense que producirá resultado material favorable a sus intereses la supresión de los fueros. Día vendrá en que la decisión de este asunto lo probará así y aplazo la contestación para ese día”.[ii]

El movimiento sentimental foralista, además de refugiarse en la nostalgia carlista, había de generar la irrupción de un “nacionalismo radical”, repentinamente formulado por Sabino Arana y Goiri[iii]. Así, en contraste con el regionalismo catalán y otros regionalismos aparecidos en España en estas fechas, el nacionalismo vasco no tiene una fase preliminar literaria, sino que aparece desde el primer momento como una formulación política. Esto se debe a que el euskera, salvo algunas formas folclóricas de poesía popular, no había sido usada como vehículo intelectual ni poético culto. Al nacionalismo vasco, igualmente, le faltó la solidez de una escuela histórica como la catalana.

                El nacionalismo de Sabino Arana se apoyará en unos hechos diferenciales: la raza, la lengua, las costumbres, las convicciones religiosas, la historia, etc., algunas de ellas, como la lengua, en franca regresión como consecuencia de la incipiente urbanización de la zona y la recepción a lo largo de todo el siglo XIX de emigrantes como ha quedado demostrado en el capítulo precedente; la raza, también tratada en el mismo capítulo en el que se demuestra que no existe tal o, al menos, no en la ubicación actual de las Provincias Vascongadas; en todo caso formaban un conjunto pluriétnico de sociedades tribales; el territorio histórico de un presunto Estado Medieval, mito desentrañado por los expresivos mapas histórico-geográficos de epígrafes anteriores.

Para finalizar esta introducción y, antes de pasar a analizar el mito sabiniano más importante del nacionalismo vasco, es necesario decir que la atracción proselitista basada en el catolicismo frente al liberalismo y en la identidad vasca frente a la centralización se confundía con las bases doctrinales del carlismo por lo que, para diferenciar ambos movimientos, Sabino Arana publicó “El partido carlista y los fueros vasco-navarros”, en el que se define como antimonárquico y antiespañol, única diferencia sustancial con los principios carlistas de la época que, como se verá más adelante, llegaran a unirse para intentar aprobar por el Gobierno de Madrid el Estatuto de Estella durante la segunda República.

                1.- Los mitos.

               Es un tanto arriesgado tratar cualquier aspecto relacionado con la figura del fundador del nacionalismo vasco, Sabino Arana, pues, debido a sus polémicos escritos, ha sido atacado o defendido siempre con apasionamiento. Parece, pues, necesario señalar desde un primer momento que no pretendemos aquí hacer ninguna valoración de dichos escritos, sino que únicamente nos interesa estudiar los temas recurrentes que en ellos aparecen.

Mediante la creación de un mito, el de la raza distinta y portadora de todas las cualidades positivas, apoyándose en símbolos como la lengua, la religión o las costumbres, y utilizando diferentes estrategias retóricas, pretende lograr, como es propio en el político, la persuasión del destinatario y la adhesión a su causa.

Aunque todos sus discursos (especialmente los más tempranos) se apoyan en la fuerza del mito, tomaremos como ejemplos frases del discurso “La ceguera de los bizkainos” (1894), que apareció en el número 15 de Bizkaitarra (revista fundada por el propio Sabino Arana). En este discurso, el político ofrece la visión que el nacionalismo vasco tenía del resto de fuerzas políticas existentes en Hegoalde (País Vasco Sur o peninsular) y, más concretamente, en la provincia de Bizkaia (también Vizcaya o Bizcaya), a las que define en conjunto como “españolistas”.

Distingue dos grupos opuestos: el católico (formado por carlistas, integristas y fueristas), y el liberal (compuesto por republicanos y monárquicos). A este último grupo dedica poca atención, pues considera que eran muy escasos los bizkainos (vizcaínos) adscritos al mismo, aunque sí tenía importancia entre los inmigrantes. Estos inmigrantes eran considerados, en su mayoría, republicanos, y el resto, monárquicos, socialistas o anarquistas.

Durante toda su actividad política encontramos una constante: dirigirse siempre a los grupos y sectores que más próximos podían hallarse a sus planteamientos para conseguir integrarlos en el nacionalismo vasco.

1. Situación histórico-social presente en el discurso

Sabino Arana Goiri nació en Bilbao en 1865 y murió en Sukarrieta (Bizkaia) en 1903. Fue el creador del nacionalismo en el País Vasco, comunidad situada al norte de España, con un territorio histórico mayor al territorio político que la forma en la actualidad (provincias de Bizkaia, Gipuzkoa y Álava).

Dejó escritas 33 obras poéticas, 14 libros políticos y literarios y más de 600 artículos en prensa. Su legado fue de mayor magnitud. Toda la vida política vasca del siglo XX giraría en torno a los postulados ideológicos promovidos por Sabino.

Creemos que, puesto que habrá lectores que no estén familiarizados con la historia del País Vasco, convendría hablar de la situación que se daba en él hace poco más de cien años, pues Sabino Arana fue, ante todo, fruto de un momento histórico crucial para esta comunidad. Perfilaremos brevemente también la historia del partido fundado por él, el PNV (Partido Nacionalista Vasco).

1.1. El pueblo vasco en el siglo XIX

Durante el siglo XIX, el pueblo vasco sufrió una dramática alteración del sistema en el que había basado su organización política durante varios siglos: el ordenamiento foral. Esta alteración le vino impuesta por la fuerza desde el exterior y sólo una escasa minoría de vascos fue favorable a la abolición del mismo, lo que se hizo patente durante las sucesivas Guerras Carlistas, pues la inmensa mayoría de los habitantes de Euskal Herria apoyó al bando que garantizaba la conservación de los Fueros. Según se señala en la página web de la Sabin Etxea:

Esta conservación chocó frontalmente con el nacionalismo jacobino y liberal español, que entendía que todos los habitantes de la monarquía pertenecían a la nación española, incluidos los vascos y los americanos. Y que no admitía limitación alguna a la soberanía de esta nación española, equiparada a los territorios que en cada momento conservó la monarquía, expresada en la elección de unas cortes soberanas.

Según la ideología nacionalista española, por lo tanto, el ordenamiento foral que se mantenía en Álava, Bizkaia, Gipuzkoa y Navarra, no respondía a la personalidad de la nación vasca, ni era garantía de los derechos que como tal nación le pudieran corresponder.

(…)

El mantenimiento de los Fueros atacaba el fundamento mismo del nuevo Estado nacional y liberal que se quería imponer. Y, por lo tanto, todas las tesis y doctrinas políticas fueristas vascas estaban abocadas al fracaso.

A lo largo del siglo XIX, las sucesivas Guerras Carlistas no supusieron sino derrotas para el pueblo vasco, tras las cuales se fueron eliminando paulatinamente los Fueros, en un complicado proceso que, iniciado por la Ley de 25 de octubre de 1839 de Reforma de los Fueros Vascos, culminó con la Ley de 21 de julio de 1876, que supuso la definitiva liquidación del ordenamiento foral, con la excepción del importante vestigio que constituyeron los Conciertos Económicos.

Este cambio, por la fuerza, de la constitución política de los territorios vascos y su relación con el resto de la monarquía hispánica, quedando la nación vasca totalmente desprovista del reconocimiento de su condición como tal nación diferenciada y de los derechos nacionales que ello suponía, significó un terrible trauma para el pueblo vasco.

Con consecuencias muy concretas y patentes que no tardaron en hacerse notar, y sentir, no sólo en el ámbito político. (“El pueblo vasco a finales del siglo XIX”, en www.sabinetxea.org/libro/libro/libro.html).

Cuando Sabino Arana tenía doce años acudió a los ayuntamientos a alistarse la primera generación de vascos que realizó fuera de su propio país el servicio militar obligatorio, lo que supuso una gran conmoción para la sociedad vasca. Otro hecho importante fue que la enseñanza pública, que anteriormente estaba en manos de los ayuntamientos, pasó a ser atribución del Estado. Comenzaron a llegar al País Vasco maestros nacionales, con un sistema de enseñanza único para todos los niños de la monarquía y una única lengua de enseñanza: el español. Esto era así, independientemente de que los alumnos conocieran o no ese idioma, lo cual no era muy frecuente en la zona vascófona, en la que se podía incluir toda Gipuzkoa y Bizkaia (excepto Bilbao y las Encartaciones) y el norte de Álava y Navarra.

        En la misma página web se indica:

Aparte de la cuestión política, desde el plano económico destacó a finales del XIX, en Bizkaia y en torno a la ría del Nervión y la cuenca de Triano fundamentalmente, el desarrollo de un proceso de industrialización basado en la minería y la siderurgia. La numerosa mano de obra que este proceso reclamó, provino en su mayoría de Burgos, Logroño, Soria, León y Galicia.

Se encontró Bizkaia con la primera inmigración importante que había tenido lugar en su territorio en varios siglos. Ya que el ordenamiento foral había supuesto, al menos desde la Edad Media, una fuerte restricción en la admisión de extranjeros, a los que se les había exigido pruebas de nobleza, que le estaba reconocida por el Fuero a todos los habitantes del Señorío [de Bizkaia].

Así, la sociedad de Bizkaia, desconocedora hasta entonces de lo que era una inmigración, se enfrentó a la más intensa que pudiera ningún bizkaíno haber imaginado. En tan solo diez años, entre 1887 y 1897, Bilbao duplicó su población, pasando de tener 37.866 habitantes a 74.076. Barakaldo la triplicó, pasando de 4.705 a 12.796, y Sestao llegó a multiplicarla por nueve, pasando de 1.074 a 9.084 habitantes.

Por si el desequilibrio social que este hecho suponía por sí solo no bastara, además, excepto en las primeras fases del proceso, cuando hubo inmigración procedente de otros territorios vascos, la inmensa mayoría de los inmigrantes pertenecían a una cultura distinta de la vasca. Y además, al comienzo de esta primera inmigración masiva, la población inmigrante, a diferencia de lo que ocurriría en épocas posteriores, no experimentó ningún proceso de integración en la cultura y mentalidad vascas.

Esto, junto a la referida actuación de la administración estatal, supuso que el Pueblo Vasco sufriera un espectacular proceso de aculturación. Semejante, o más grave, si se tiene en cuenta el creciente y aplastante peso demográfico de la población inmigrante respecto a la autóctona, a cualquier proceso de aculturación que por esas fechas pudiera sufrir una nación del tercer mundo colonizada por una potencia europea. Proceso en el que la cultura vasca corrió un riesgo cierto de desaparición.

Derrota militar, derrota política, industrialización, proceso de aculturación y desmoralización son, en suma, los principales factores del contexto histórico vasco de finales del siglo XIX que hay que tener en cuenta a la hora de abordar e interpretar el pensamiento de Sabino de Arana y Goiri.

Así, cabe entender la figura de Sabino Arana, que se rebeló contra esa situación, aun pensando que era ya demasiado tarde para la supervivencia de su nación, según sus palabras, recogidas en la página web señalada:

Cuando me pongo a pensar, así sobre esto como sobre la raza, comprendo claramente que esto se va: se va antes de que termine el siglo que acaba de empezar.

1.2. El Partido Nacionalista Vasco

El Partido Nacionalista Vasco nace oficialmente el 31 de julio de 1895 de la mano de Sabino Arana y un grupo de entusiastas bizkaitarras. Su origen fue fruto de la época. Como se ha visto, la industrialización del siglo XIX en Bizkaia y las minas de Somorrostro supusieron un cambio importante en la sociedad previa a la Guerra Civil. En ese momento histórico se generaron la mayoría de fuerzas políticas y sindicales que aún perduran más de cien años después: el PSOE (Partido Socialista Obrero Español) de Pablo Iglesias o el primer PNV de Sabino Arana debieron su existencia a esas transformaciones. El nacionalismo vasco estuvo impregnado precisamente de aquellas señales que hicieron de él un diseño político muy marcado por el bizkaitarrismo de Arana, en detrimento de incursiones más culturalizantes e integradoras como las del navarro Arturo Campión y su Asociación Euskara.

En 1897, con el anuncio de un debate entre los carlistas y el propio Sabino, aparecerá de manera más explícita la identidad del Partido recién constituido: “Euskadi es la patria de los vascos”. Sobre este lema, y con diversas aportaciones, muchas de ellas ligadas al papel supremo que la religión católica (Jaungoikoa eta lege zaharra-‘Dios y la ley antigua o fueros’) debería jugar en la articulación de la sociedad vasca, el nacionalismo vasco adquiere una ideología muy definida.

Para Sabino Arana, la fuente de todos los problemas por mantener la identidad vasca era España. En cuanto a la concreción de la Patria euskaldun (o Patria vasca), ésta debería estar formada por seis estados (País Vasco norte y sur), correspondientes a sus herrialdes en forma de confederación, respetando la decisión de cada uno de ellos. Para Sabino, la raza, y no la lengua como afirmaba Campión, era el elemento que conformaba la identidad vasca.

El nacimiento del PNV estuvo marcado por la represión gubernativa: Sabino fue encarcelado dos veces, los primeros batzokis (lugares de reunión del PNV) de Bilbao y Bermeo clausurados y sus órganos de expresión cerrados. Sin embargo, a pesar de la prohibición expresa de las autoridades de Madrid a cualquier aventura organizativa separatista, el PNV recibiría un impulso decisivo para su consolidación. Ramón Sota, el industrial vizcaíno por excelencia, y a su muerte en 1936 la mayor fortuna del Estado español se adhirió a la causa de Sabino. Esto permitió que el Partido recién constituido pudiera presentarse a las elecciones, distribuir propaganda y, en definitiva, tener una situación financiera desahogada para emprender cualquier tipo de iniciativa.

Las elecciones municipales del 14 de mayo de 1899 dieron los primeros concejales jeltzales (seguidores del lema JEL), en Arteaga, Bermeo, Bilbao y Mundaka. Antes, el 11 de septiembre de 1898, Sabino había salido elegido diputado provincial por Bilbao. En las provinciales de 1903, el PNV continuaba sin despegarse electoralmente. El único diputado que logró fue Pedro Chalbaud, un dirigente jelkide (afiliado al partido nacionalista vasco) de nefasto recuerdo para los socialistas, ya que en la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), entregó los archivos de la militancia vizcaína del PSOE al gobernador civil que desató una razia contra ellos. Habría que esperar hasta 1918 para que el PNV alcanzase el respaldo electoral importante en Hegoalde, el cual ya había logrado en Bilbao, pues tuvo la alcaldía de la ciudad desde 1907.

La creación del Partido Nacionalista Vasco representó el momento de una propuesta de independencia como proyecto político. Desde entonces, lo que queda por hacer es establecer las estrategias para asegurar el propósito. Este propósito está sujeto a cambios tácticos, como así se observa en el discurso de Sabino Arana y, posteriormente, en la política del partido. Desde luego esto no les diferencia de otros muchos partidos políticos, puesto que el objetivo es siempre la obtención del poder.

El discurso de Sabino Arana, y en concreto el que analizamos aquí, propone recuperar el pasado y mantener un estado de cosas perdido. El modo de la acción política se presenta  profundamente rupturista al implicar la separación histórica e institucional con España y Francia. Por tácticas circunstanciales tal rupturismo se pospone y se olvida en los últimos discursos de Sabino Arana.

Desde un:

Y ahora, gritad conmigo: ¡Viva la independencia de Bizkaya! (t. I, p. 160; 3 de junio de 1893).

    Pasará a:

Mi consejo es éste: hay que hacerse españolistas y trabajar con toda el alma por el programa que se trace con este carácter. A mi modo de ver la Patria nos lo exige (t.III, p. 2175; texto escrito a su hermano desde la cárcel de Bilbao, 23-6-1902).

…los buenos vascos seguirían trabajando por su pueblo, pero sin considerarlo aisladamente, sino dentro del Estado Español (t. III, pp. 2179, 2180; 29-6-1902)

Al año siguiente de la muerte de Sabino Arana, acontecida en 1903, el PNV ya tenía organización propia en veinte localidades de Bizkaia y cinco de Gipuzkoa. Aún habría que esperar unos años para que, finalmente, en 1911, la organización completa del PNV estuviera dispuesta.

A partir de ahí, el PNV viviría diversas circunstancias adversas, entre ellas, las más importantes fueron: la clausura de sus centros y el exilio de sus dirigentes con la llegada de la Dictadura del general Primo de Rivera; la Guerra Civil y la consecuente formación de un Ejército Vasco, compuesto por batallones de todas las organizaciones políticas que defendería la tierra vasca hasta que en junio de 1937 cayó definitivamente Bilbao; el establecimiento del Gobierno Vasco en el exilio de París y la huída del lehendakari (presidente) Aguirre a Bélgica y más tarde a Berlín, para finalmente abandonar Europa y establecerse en EE.UU.

En relación con lo que acontecía en el mundo en ese momento, señalaremos que, con la Segunda Guerra mundial en su apogeo, el PNV colaboró abiertamente con los servicios de información de los países aliados, Gran Bretaña y EE. UU. El primer argumento para avalar esta cooperación era obvio: la caída de Hitler y Mussolini llevaría implícita la de Franco. Por eso, cuando la guerra finalizó y Franco siguió en su sitio por imperativos de la recién inaugurada Guerra Fría, la maniobra del PNV fue considerada un estrepitoso fracaso. El 27 de agosto de 1953 el Gobierno español firmaba el Concordato con la Santa Sede y el 26 de septiembre de 1953 se producía la rúbrica de los pactos militares y económicos entre Washington y Madrid. El Vaticano y Washington, los dos pilares estratégicos del PNV, apostaban claramente por el apoyo al régimen franquista.

Esto no fue óbice, sin embargo, para que los jelkides siguieran colaborando con los nuevos servicios secretos occidentales. Desplazaron agentes al bloque del Este, llegaron más tarde hasta China e incluso expulsaron al PCE (Partido Comunista Español) del Gobierno vasco en el exilio siguiendo las directrices impuestas por Washington. Fueron años oscuros, sin ningún tipo de esperanza para reactivar una organización en Hegoalde (País Vasco español), fuera de las cuestiones anecdóticas. Juan Ajuriagerra se hizo con la dirección del Partido, en una posición que vio reforzada con la muerte de Agirre en 1960.

Durante este tiempo, hasta la muerte de Franco, el PNV vivió apesadumbrado por la derrota y esperando que la muerte de Franco lograra cambiar el signo político del país. Su única iniciativa de envergadura fue la celebración del Congreso Mundial Vasco en París en 1956, pero siempre mirando hacia atrás. La ruptura con las generaciones que no conocieron la guerra fue evidente: el nacimiento del grupo terrorista ETA probablemente se debió, entre otras cosas, a la inactividad del PNV.

En 1977, el 25 de marzo, ocho días después de su inscripción en el Registro de Asociaciones Políticas, tenía lugar en Iruñea (Pamplona) la primera Asamblea Nacional del PNV después de la Guerra Civil.

La trayectoria del PNV desde la muerte de Franco hasta nuestros días ha sido la de un partido con aspiraciones de poder que le llevan a pactar diversas alianzas.

        En cuanto a la figura de Sabino Arana durante este tiempo, fuera de lo que supuso como base ideológica del PNV, en 1960, para la naciente izquierda abertzale, Sabino Arana fue referencia desde el reconocimiento de su ruptura política con un carlismo moribundo. El resto era cuestionable. Si para Arana la raza era el factor indispensable para configurar una nacionalidad, para ETA, en cambio, los ejes eran la etnia, en sentido dinámico, y la lengua, es decir el euskara, en su aspecto más inmediato y aglutinador. El nacionalismo había sido una doctrina inmóvil y, en este escenario, la izquierda abertzale acogió siempre a Sabino Arana con discreción.

En los tiempos más recientes se han hecho algunas alusiones a la relación entre el nacionalismo vasco y el nacionalismo alemán. Elorza (2001) hace una serie de precisiones:

-Subrayar la conexión entre nacionalismo vasco y nazismo no equivale a hacer de la evolución del primero un capítulo más de la historia de los fascismos.

-La asociación ha de establecerse con el referente nacionalsocialista alemán y no con un fascismo genérico.

-La deriva nazi del movimiento abertzale radical ha alcanzado el nivel de desarrollo que conocemos por la actitud pasiva de Gobiernos presididos por el nacionalismo democrático.

-No estamos ante una elección entre independencia o constitucionalismo, sino ante el reto de defender en Euskadi la democracia amenazada por una forma particular de nazismo asentado sobre las acciones terroristas. Y sigue:

No es preciso insistir en la trayectoria política de un PNV que desde el inicial fuerismo regionalista de los euskalerriacos desembocó en posiciones de democracia cristiana estatutista. (…). Pero eso no impide que el núcleo de la ideología nacionalista, tal y como la define el fundador, Sabino Arana, sea por su racismo agresivo y por su xenofobia antiespañola, perfectamente asimilable al ideario nacionalsocialista. Es más, no se trata de un invento que surge del vacío, sino de la culminación de una trayectoria secular, en que la defensa de los fueros y el mito de la independencia originaria tenían por base la lógica de exclusión del otro contenida en la limpieza de sangre asumida tanto por el Señorío de Vizcaya como por la Provincia de Guipúzcoa desde el año 1500 aproximadamente; de ello se derivaba la auto-consideración como ‘pueblo escogido’, cuyos habitantes gozaban de la ‘nobleza universal’. Y todo colectivo excelso por su sangre requiere un oponente envilecido, las ‘gentes de mala raza’, judíos, moros y herejes en el Antiguo Régimen, inmigrantes españoles en el periodo de industrialización. También coincidieron nacionalsocialismo y sabinianismo en la necesidad de cubrir la ausencia de antecedentes estatales -el Imperio lo impidió en el caso alemán- con el recurso a un pasado legendario que refrendara la conciencia de superioridad. Y finalmente en la circunstancia actual, la combinación de dos niveles de terrorismo con el claro propósito de intimidar y/o eliminar políticamente a la ciudadanía vasca no abertzale, nos sitúa en plena pesadilla nazi. La homología es, pues, pertinente.

No conviene realizar comparaciones de este tipo, sino más bien analizar la figura y el discurso de Sabino en su momento histórico y en su contexto geográfico precisos, que es donde encontraremos su origen y razón de ser.

2. La fuerza del mito

El discurso nacionalista de S. Arana se sustenta en la fuerza del mito. Ofrece una visión de un mundo carente de ambigüedad, es un mundo sin dudas, donde las categorías bien/mal, buenos/malos, están claramente definidas. Veamos ejemplos del artículo mencionado:

Era feliz la familia bizkaina, porque así sus costumbres como las leyes del estado estaban informadas en los principios religioso-morales del catolicismo; y vosotros le habéis dicho que debe olvidarse ya de cosas que pasaron a la historia; que es oscurantismo, que es retroceso desear la conformidad de las leyes y las costumbres con los preceptos de Dios; que sobra en el lema tradicional de Bizkaya la palabra Dios, y debe sustituirse con otra que signifique el ateísmo o liberalismo, importado por el extranjero y corruptor de las sociedades, debiéndose contentar los bizkainos con unos Fueros sin Dios, con unos Fueros que no existen, con un poder sin autoridad, con un cuerpo sin alma, con un monstruo. (t. I, p. 364).

Presenta a la sociedad vasca del momento enferma por la corrupción española. Utiliza el motivo del ubi sunt? para oponer el presente degradado al pasado feliz y virtuoso:

Vuestros usos y costumbres eran dignos de la nobleza, virtud y virilidad de vuestro pueblo: y vosotros, degenerados y corrompidos por la influencia española, o los habéis adulterado por completo, o los habéis reemplazado por los usos y costumbres de un pueblo a la vez afeminado y embrutecido.  (pp. 364, 365)

…os habéis hermanado y confundido con la raza más vil y despreciable de Europa, y estáis procurando que esta raza envilecida sustituya a la vuestra en el territorio de vuestra Patria. (p. 365)

Aparece así el mito de la raza vasca, del grupo étnico con un carácter cultural único:

Vuestra raza, singular por sus bellas cualidades, pero más singular aún por no tener ningún punto de contacto o fraternidad ni con la raza española, ni con la francesa, que son sus vecinas, ni con raza alguna del mundo, era la que constituía a vuestra Patria Bizkaya; y vosotros, sin pizca de dignidad y sin respeto a vuestros padres, habéis mezclado vuestra sangre con la española o maketa (p. 365).

Era antes vuestro carácter noble y altivo a la vez que sencillo, franco y generoso; y hoy vais haciéndoos tan viles y pusilánimes, tan miserables, falsos y ruines como vuestros mismos dominadores (p. 365).

2.1. ¿Qué es el mito?

En general, se describe como el compendio de los conocimientos basados en leyendas, cuentos, historias y religiones. Estos conocimientos provienen generalmente de fuentes que se pierden en el remoto pasado. De manera que, evidentemente, la comprobación de los hechos resulta imposible. Pueden estar basados, o no, en hechos reales, pero no existe posibilidad de saberlo. Y, de hecho, si se comprueba que es verdadero pasaría a ser historia y dejaría de poseer esa fuerza que es subyacente al mito.

La mitología comprende los siguientes temas: religiones; sagas o leyendas heroicas, folktalesMarchenn o leyendas; tradiciones; supersticiones.

Como señala Cadena (2000), los conocimientos adquiridos por vía del mito tienen un valor psicológico muy importante para el ser humano. La tradición y la religión proporcionan una tranquilidad y seguridad ante la adversidad que no se consiguen con los conocimientos científicos. Sus postulados inmutables tienen gran atractivo porque liberan al espíritu humano de la pesada carga de la evaluación ética y de toma de decisiones que es necesaria ante los cambiantes acontecimientos de la vida. Una vez que los acontecimientos están codificados y evaluados por una autoridad moral (Sabino Arana en el caso que nos ocupa), no es necesario correr el riesgo de las interpretaciones personales de cada uno. Es decir, el político ejerce una función tranquilizadora.

Socialmente, el mito también tiene un valor muy importante. Es tal su fuerza, que se trasmite inalterado de generación en generación y regula la estructuración social y la definición ética y moral de las comunidades. Desde luego, para que esto suceda, debe existir también una organización encargada de promover y conservar el mito y los rituales que de él emanan.

Todo esto puede decirse de forma general acerca del mito, pero se ajusta a lo que aparece en los discursos de Sabino Arana. En ellos está presente este mito que va a ser la fuerza movilizadora de las masas nacionalistas, y que sigue vigente a través de los años y se sustenta y conserva en el nacionalismo cuyas bases ideológicas sentó Sabino Arana.

Así lo expresa Zubero (1999) a la vez que hace un juicio del valor al respecto:

Seguir a vueltas con la paz o, lo que es lo mismo, seguir haciendo girar toda la política vasca sobre la idea de proceso de paz, es seguir alimentando la ficción que más daño nos ha hecho: la ficción de la excepcionalidad vasca; el mito del fuimos especiales, del somos distintos, del volveremos a ser especiales cuando nos liberemos de aquellos que no nos dejan ser distintos.

Una ficción estructuralmente anormalizadora, generadora de permanente insatisfacción y, a la larga, de insoportable frustración.

Pero situémonos en el momento histórico correspondiente a la creación del mito que nos ocupa. Como nos recuerda Puchala (1996), es notable el grado de artificiosidad de las realidades que los intelectuales y dirigentes políticos de los siglos XIX y XX nos presentan. Las visiones del mundo que proponían las diferentes elites (como suele ser habitual) eran en gran parte inexactas.

Sin embargo, según la definición de Mannheim (1936: 55-59), esto es precisamente lo que hizo de ellas ideologías y no teorías. Las ideologías son falsas ideas que ocultan intereses particulares y distorsionan la percepción de la realidad objetiva al servicio de estos intereses. Son poderosos instrumentos políticos, y el hecho de que sus partidarios crean en ellas las refuerza aún más.

Está claro que, ante el cambio histórico y social del país, el discurso sabiniano promueve el miedo y el rechazo ante lo nuevo y desconocido (realidades institucionales o masas de inmigrantes) e incita a la acción opositora por medio del mito de la raza pura y distinta.

El mito es entonces la base otorgadora de fuerza. Señala Puchala que los mitos son precisamente esas creencias públicamente sostenidas que unen a los pueblos, los confortan mitigando sus incertidumbres y los movilizan para la acción. Así, en el discurso político que pretende el cambio, aparece la necesidad del mito como fuerza impulsora.

2.2. ¿Cómo surge el mito?

Desde el origen de la raza humana se ha recurrido al mito como elemento principal para explicar incógnitas sobre temas trascendentes, esto es, aquellos que tratan sobre el ser humano y sus relaciones entre sí, su destino final y su permanencia dentro del Universo, y también sobre el mundo físico y la existencia de la otra vida, así como la predestinación y las fuerzas sobrenaturales. 

Esto fue así hasta la Grecia clásica, pues en el lapso comprendido entre el siglo IV A.C. y el II D.C. se dio en una reducida zona del mediterráneo el nacimiento y desarrollo del pensamiento científico.

        Pero lo cierto es que este pensamiento científico no eliminó el mito, e incluso lo fortaleció. Rubert de Ventós (1997) indica en tal sentido:

La razón nos hace libres – sí, pero también miserables -. La técnica nos permite controlar el mundo sin tener que experimentarlo – sí, pero incitándonos a mitificarlo -. El desarrollo de las luces parece así asociado a un aumento de los mitos y ritos necesarios para enfrentar el mundo desencantado que de ellas resulta. El duende ya no está en las cosas, y somos ahora nosotros los responsables de echarles cuento.

¿Que cuál es ese cuento? En realidad se trata de varios cuentos o modalidades del género fantástico. Por ejemplo: el mito de un origen o en un destino compartido que suplan culturalmente la solidaridad instintiva del enjambre o de la termitera- a menos instinto, pues, más cuento, más mito -. Otro ejemplo: la distracción con que hemos de aturdirnos para no pensar en que acaba todo (ese olvido sin esperanza que Pascal definió como el “divertissement” y cuya forma mercantil es hoy el “entertaiment”). Otro ejemplo aún: la mistificación a la que somos tan proclives; la necesidad de imaginar nuestras acciones disfrazadas de las más pintorescas intenciones.

Esto es, según el mismo autor:

…[que] el mito no es histórica y psicológicamente anterior a la razón, sino, por el contrario, su producto o consecuencia. Que en la miseria de la razón está la razón del mito, y que estas fantasías o fábulas sobre las que hemos de levantar nuestras más prosaicas aspiraciones no son sino cataplasmas con los que aliviar el escozor de la racionalidad descarnada, los símbolos con que tratamos de suturar los membra disyecta de todo aquello que la razón había dejado ‘claro y distinto’.

También en este sentido se expresa L. A. de Cuenca (2000):

Son absurdos e inútiles los esfuerzos de la razón por eliminar el mito, entre otras cosas porque el mito está en la base de las especulaciones de la razón y porque la razón pura y dura, sin el hálito vital que le transfiere el mito, es completamente estéril. Hay dos frases a este respecto que son particularmente ilustrativas. Una, de Santiyana, que reza: “Cuando los dioses se van, dejan siempre detrás fantasmas.” La otra es la archiconocida de Goya, que no sé hasta qué punto sabía lo que estaba diciendo, como leyenda de uno de sus Caprichos: “El sueño de la razón produce monstruos”.

El mito del origen y destino compartido de unos pocos del que habla X. Rubert de Ventós es el que propone Sabino Arana para aliviar el dolor de una tierra que teme la pérdida de su cultura, de sus leyes, de su identidad, ante el real e inevitable cambio que está sufriendo y que no es capaz de asimilar racionalmente. Es la creación de la “confortable ilusión” de la que habla Steinberg (1989), como veremos enseguida.

No es algo extraño e inusual que Sabino Arana o sus seguidores llevaran a cabo la creación mítica de una identidad, un origen, una raza distinta y perfecta. La creación mítica (sea de un héroe, un origen o una visión del mundo) es algo que todos los pueblos hacen en algún momento de su historia.

2.3. ¿Por qué, para qué y por quién es creado el mito?

Generalmente, aparece como un fenómeno psicoantropológico ante determinadas circunstancias coyunturales históricas, en general momentos de tensión, opresión, indefensión o falta de horizontes claros a nivel social, siempre refiriéndonos a una colectividad.

Inseguridad y temor –sentimientos e incertidumbres propios de todo proceso de cambio histórico–, patentes en los discursos de Sabino Arana, son las causas de la creación mítica del discurso sabiniano.

Como hemos señalado, el fenómeno mítico supone que, a partir de la concientización, de la apelación, se puede motivar para la acción (en este caso separadora) y de este modo actuar sobre los mecanismos institucionales para modificar la realidad.

En todos sus escritos, y en especial en “La ceguera de los bizkainos”, que es el que hemos tomado como base en este trabajo, se revela el deseo de apelar a los vizcaínos a la recuperación de un relato histórico para ordenar el presente y el futuro. Se trata de una narración clara y cerrada en sí misma que le sirve para dar una explicación a todo, pero sin presentar objetivamente la realidad, estableciéndose una meta: “mantener incólume la independencia de Bizkaia”.

Llegamos así a las funciones (psicológicas y sociales) que cumple el mito en cualquier civilización, según las ideas expresadas por Campbell en sus obras:

-El mito tiende un puente entre la conciencia individual y la necesidad de explicación de los enigmas.

-El mito ofrece una imagen interpretativa y abarcadora de esa relación sustentadora.

-El mito potencia el orden social y causa una adaptación y una conciliación entre los individuos  de la sociedad.

-La más importante función del mito es proteger el centrado y desarrollo del individuo en su integridad, con él mismo (el microcosmos), su cultura (el mesocosmos), el universo (el macrocosmos), y finalmente con la unidad pan cósmica, el último Misterio creativo, que es tanto externo como interno a él y a todas las cosas.

Lo que es evidente es que Sabino Arana no construye el mito, este no se construye desde arriba, sino que nace en el sentimiento popular hasta llegar a esa jerarquía superior. En este caso, una creencia que deviene verdad absoluta, ideología (en otros casos un personaje que se convierte en héroe).

Evidentemente, deben existir ciertas condiciones socioculturales para que esto ocurra. Una de ellas es la conexión de esa idea o personaje con la gente común y otra es un momento histórico-social determinado donde las condiciones del presente favorezcan la necesidad y la creación del mito. Esto sucedía en la época de Sabino Arana y por eso se dio su figura y por eso se creó el nacionalismo vasco.

Así pues, los mitos están construidos en un momento social determinado, en respuesta a unas circunstancias y necesidades; en general, la mayoría acaban olvidándose o se renuncia a ellos. Para explicar por qué algunos persisten tenemos que explorar la relación que tienen con instituciones más grandes que los sustentan y los promueven y que, a cambio, se sirven de ellos (Steinberg, 1989: 263).

Esa institución más grande es, en este caso, la institución política. El político es un elegido, un iluminado que es capaz de dar al mito su forma y asumir el papel de guía y sustentador de éste. En un texto anterior al que aquí nos ocupa, Sabino Arana cuenta cómo descubrió la “verdad” (“El discurso de Larrazabal”, 3-6-1893):

…una mañana en que nos paseábamos en nuestro jardín mi hermano Luis y yo, entablamos una discusión política. Mi hermano era ya bizkaino nacionalista; yo defendía mi carlismo per accidens. Finalmente, después de un largo debate, en el que uno y otro nos atacábamos y nos defendíamos sólo con el objeto de hallar la verdad, tantas pruebas históricas y políticas me presentó él para convencerme de que Bizkaya no era España, y tanto se esforzó en demostrarme ­­­­­que el carlismo, aun como medio para obtener no ya un aislamiento absoluto y toda ruptura de relaciones con España, sino simplemente la tradición señorial, era no sólo innecesario sino inconveniente y perjudicial, que mi mente, comprendiendo que mi hermano conocíamás que yo la historia y que no era capaz de engañarme, entró en la fase de la duda y concluí prometiéndole estudiar con ánimo sereno la historia de Bizkaya y adherirme firmemente a la verdad.

(…)

Pronto comencé a conocer a mi Patria en su historia y en sus leyes; pero no debe el hombre tomar una resolución grave sin antes escla­recer el asunto y convencerse de la justicia de la causa y la conveniencia de sus efectos.

Mas al cabo de un año de transición, disipáronse en mi inteligencia todas las sombras con que la oscurecía el desconocimiento de mi Pa­tria, y levantando el corazón hacia Dios, de Bizkaya eterno Señor, ofrecí todo cuanto soy y tengo en apoyo de la restauración patria, y juré (y hoy ratifico mi juramento) trabajar en tal sentido con todas mis débiles fuerzas, arrostrando cuantos obstáculos se me pusieran de frente y disponiéndome, en caso necesario, al sacrificio de todos mis afectos, desde el de familia y de amistad hasta las conveniencias so­ciales, la hacienda y la misma vida. Y el lema Jaungoikua eta Lagi­zarra iluminó mi mente y absorbió toda mi atención, y Jaungoikua eta Lagizarra se grabó en mi corazón para nunca más borrarse; y por guía de todos los actos de mi vida me tracé un lema particular cuyas iniciales van al final del opúsculo que conocéis y de todos mis escritos. (t. I, pp. 157, 158).

2.4. ¿Es la etnicidad en sí misma un mito?

No. Esto llega cuando se saca de su contexto histórico y se asume que tiene un poder explicatorio independiente. El problema, como señala Steinberg (1989), tiene que ver con la “materialización” de la cultura. Ésta sucede cuando la cultura se trata como una cosa en sí misma, independientemente de las otras esferas de la vida.

La “materialización” de los valores étnicos ha hecho una mística de la etnicidad, creando la ilusión de que hay algo inefable acerca del fenómeno étnico, algo sin  explicación racional. Esto ocurre, sobre todo, cuando los grupos étnicos creen estar dotados de una serie de valores culturales y no se intenta entender estos valores en términos de sus fuentes materiales. Desmitificar la etnicidad requiere una exploración de cómo las fuerzas sociales influyen en la forma y contenido de la etnicidad, y un examen de las relaciones específicas entre los factores étnicos, por un lado, y una amplia selección de los factores históricos, económicos, políticos y sociales, por otro.

La etnicidad implica una forma de pensar, de sentir y de actuar determinadas, que constituyen la esencia de la cultura. Lo que sucede es que la cultura no existe en el vacío, no es algo fijo e inmutable, sino que está en constante flujo y forma parte de un proceso social mayor.

¿Por qué el mito de la etnicidad? La comunidad étnica funciona como un refugio contra la alienación que domina en la sociedad moderna. Las preguntas ¿quién soy? y ¿a qué pertenezco? indican que nuestra sociedad no crea alternativas para las ricas culturas que identificamos con nuestros abuelos. Sin duda, esto ayuda a explicar por qué la gente sigue apegada al pasado étnico, por qué ansían el ritual y el sentido de pertenencia. Debemos preguntarnos si la etnicidad puede tener un sentido en nuestra vida social normal, como así lo tenía en el pasado para gente con un modo de vida muy diferente al nuestro. “El mito étnico fundamental, quizá, es la creencia de que los símbolos culturales del pasado pueden proporcionar algo más que una confortable ilusión para protegernos de los descontentos del presente”. (Steinberg, 1989: 262)

Cabe preguntarse si el mito de la etnicidad tiene cabida en la sociedad actual, si podemos mantenerlo como algo necesario para el hombre (necesidad de pertenencia a un grupo); en este caso quizá habría que modificarlo. Aunque, de nuevo, surge la cuestión de que el problema no es en sí mismo el mito, sino para qué se emplea: en este caso, apelar a una acción diferenciadora y agresivamente separadora.

2.5. Símbolos culturales o partes del mito

Así pues, hallamos que parte de la fuerza del discurso sabiniano viene dada por la fuerza del mito y, también, por la elaboración de un discurso sustentado en ciertos símbolos culturales que definen la esencia vasca, los cuales, según el emisor, son rasgos propios que excluyen al otro: “y ¿no le bastan a Bizkaya para ser feliz la religión expresada en Jaungoikua, y la independencia, instituciones, costumbres, raza y lengua significadas por Lagizaŕa?”  (t. I, p. 370).

El político realiza una selección léxica para reforzar la fuerza ilocucionaria, alabando a los partidarios y denostando a los enemigos.

Veamos las frecuencias de ciertas palabras que definen la idea central del discurso sabiniano (establecimiento del mito de la etnicidad y los símbolos que lo conforman, y confrontación nosotros/los otros, derivada de la creación del mito):

     El artículo tiene un total de 4.608 palabras, las frecuencias de algunas de estas palabras con mayor fuerza e importancia en el discurso son las siguientes:

PalabraFrecuencia total
NOSOTROS11
ELLOS11
BIZKAYA55
ESPAÑA23
BIZKAINO(s)40
NACIÓN(ONES)13
NACIONALISTA(s)2
ESPAÑOLISMO6
ESPAÑOLISTA11
EXTRANJERO/-A /-ISTA13
RAZA12
LENGUA7
INDEPENDENCIA7
COSTUMBRES9
RELIGIÓN (religioso/-a)9
BANDERA7
PATRIA27
TRADICIÓN/-AL(ES)/-ALISTA(S)25
INSTITUCIONES4
FUEROS10
JAUNGOIKOA ETA LEGE ZAHARRA/ ETA FUEROAK12
LIBERTAD(-ades)5
JUSTICIA4

2.5.1. En cuanto a la oposición nosotros/los otros, base del discurso de Sabino Arana, ésta es creada a partir del establecimiento de la raza aparte, portadora de todas las virtudes y que, por tanto, no debe mezclarse con las otras, que están degradadas. Los mitos traen siempre héroes y villanos, nosotros y los otros. En este caso, “nosotros” son  los vascos nacionalistas y “los otros”, los vascos no nacionalistas más los no vascos, esto es, los españoles.

Sobre los nacionalistas señala:

Enfrente de todas estas políticas extranjeristas, está la política bizkaina, el partido nacionalista (…).

Según esa política bizkaina, habiendo sido siempre Bizkaya nación separada, tiene derecho a reconstituirse libremente conforme a su tradición. (p. 372)

Sobre los vascos no nacionalistas, a los cuales amenaza:

¡Bizkainos! Aún es hora de despertar; aún es hora de soltar la venda españolista que os ciega, y de reconocer a vuestra Patria…

Pero, si no queréis abandonar esos caminos por donde os llevan los enemigos de Bizkaia; si os obstináis en ayudar al verdugo de Bizkaia; si Bizkaia perece por vuestra indolencia; si vosotros mismos dais la muerte a vuestra Patria… que vuestros nietos os maldigan y os execren. (t. I, p. 373)

Sobre los españoles y sus partidos:

¿Queréis conocer la moral del liberalismo? Revisad las cárceles, los garitos y los lupanares: siempre los hallaréis concurridos de liberales; la mayor parte os dirán que son republicanos, porque así comienzan a llamarse cuando ya les va hastiando el liberalismo moderado.

¿Queréis comprender el fuerismo de los liberales, sean monárquicos o republicanos? Contad y examinad a los maketos que invaden el territorio bizkaino: el noventa por ciento son con seguridad liberales; de esos noventa, unos sesenta serán antes de un mes republicanos; los demás, o monárquicos o socialistas, o anarquistas.

¡He ahí la gente que nos viene a predicar a los bizkainos libertad y política republicana! (t. I, p. 368)

2.5.2. Además de la oposición ellos/nosotros, se presenta también la oposición nación española/nación bizkaina. Esta oposición la describe largamente a través de la historia:

El niño que en 1371 había heredado de su madre el Señorío de Bizkaya, heredaba de su padre ocho años después el Reino de Castilla, viniendo a ser Juan III de Bizkaya y I de Castilla, y resultando así una misma persona revestida de los diversos títulos de Señor de Bizkaya y Rey de España. Este hecho casual, repetido constantemente desde aquella fecha de 1379, por razón del carácter hereditario de ambos títulos, ocasionó un tan continuo roce de la nación bizkaina con la española, que produjo lo que nosotros llamamos españolismo.

Como consecuencia natural de ese roce, en efecto, nuestros padres comenzaron por pensar y sentir como los españoles, alegrábanse con los españoles cuando España alcanzaba alguna gloria, apenábanse con ellos cuando España padecía alguna desgracia, y llegaron de esta suerte a juzgar que Bizkaya era, sí, una región privilegiada y de historia y legislación separadas de las de Castilla, pero región, al cabo, de la nación española.

Desarrollándose paulatinamente este españolismo en el espíritu bizkaino, llega ya en el siglo XVIII a presentarse perfectamente marcado y definido, y a dominar y borrar por completo la idea de nacionalidad a principios del presente, que hoy afortunadamente se acerca ya a su fin. (pp. 365, 366)

Bien pudo el bizkaino haberse desengañado, al ver el falso fuerismo de Carlos V y Carlos VII durante las dos guerras que por su causa mantuvo y al contemplar la manera como ambas terminaron. Pero el carlismo, a fin de no perder el más firme apoyo de sus ideales, confeccionó un solo lema con el legitimista de España y el tradicional de Bizkaya, y estampó en su bandera estas palabras: Dios, Fueros, Patria y Rey; horrible amalgama de las aspiraciones de dos naciones enemigas, de los intereses del esclavo y de su tirano.

Y ¡aún hay bizkainos que no hayan comprendido el burdo engaño!

¿No saben que Bizkaya ha sido siempre independiente de España, que ha constituido siempre nación aparte, y que por consiguiente la política tradicional de Bizkaya no tiene más lema que el bizkaino de Jaungoikua eta Foruak? ¿Que los bizkainos no tienen más Patria que Bizkaya, y ésta se halla sobreentendida en la palabra Foruak o Lagizaŕa, que expresa su independencia e instituciones tradicionales? ¿Que de extender más el concepto de su Patria sólo deben extenderlo a comprender a los estados que como Bizkaya hablan el Euskera, son de nuestra misma raza e idénticos al nuestro en carácter y en costumbres? ¿Que Bizkaya nunca ha tenido Reyes? ¿Que aun los reyes muy católicos de España que a un tiempo han sido Señores de Bizkaya, o han intentado cometer o han consumado casi todos, inicuos contrafueros?

¿No saben que Bizkaya nunca ha estado políticamente unida a España, y que por lo tanto la política tradicional de Bizkaya es muy distinta y muy diferente de la española? ¿Que si los títulos de Rey de España y Señor de Bizkaya concurrieron en una misma persona, fue simplemente porque un Señor de Bizkaya heredó el trono de España, y porque eran hereditarios ambos títulos, si bien el segundo no lo era por ley escrita? ¿Que si esos dos cargos fueron desde entonces desempeñados por una sola persona, nunca por esto llegaron a confundirse, pues correspondían a dos diversas naciones?

¿No saben que la institución señorial puede Bizkaya suprimirla cuando quiera, pues que libremente la creó por conveniencias anejas a determinada época? ¿Que el cargo señorial sólo habría de costar a Bizkaya sangre y dinero? ¿Que el cargo de Señor es ni más ni menos que un empleo del Estado Bizkaino y que sus funciones podrían ser desempeñadas por tribunales elegidos por los pueblos de Bizkaya? ¿Que la institución señorial no es más que una forma de gobierno, y una forma de gobierno simplemente secundaria? ¿Que, por esta razón, no se significa en el lema bizkaino a otro Señor que al que lo es de todas las naciones, al que está en los cielos, a Jaungoikua?

¿No saben, en fin, que Bizkaya, como nación aparte que ha sido siempre tiene su propia política tradicional, expresada en su lema Jaungoikua eta Foruak o Lagizaŕa, y sería indignidad y vileza el solicitar del extranjero otra política? Y ¿no le bastan a Bizkaya para ser feliz la religión expresada en Jaungoikua, y la independencia, instituciones, costumbres, raza y lengua significadas por Lagizaŕa? (pp. 369, 370)

Enfrente de todas estas políticas extranjeristas, está la política bizkaina, el partido nacionalista; el cual despertó hace poco más de un año por la publicación de un humilde opúsculo y aún no cuenta más que con una sociedad en Bilbao y un periódico mensual.

Según esa política bizkaina, habiendo sido siempre Bizkaya nación separada, tiene derecho a reconstituirse libremente conforme a su tradición. Su lema tradicional es Jaungoikua eta Lagizaŕa, significando con la primera palabra el católico fundamento de la legislación bizkaina, y con la tercera la independencia, las instituciones tradicionales esenciales, los buenos usos y las buenas costumbres de nuestros mayores, la raza euskeriana y el Euskera como lengua nacional. A este lema no puede añadírsele ni quitársele nada.

Dado el asentimiento de los demás pueblos euskerianos, a saber, Alaba, Gipuzkoa, Lapurdi, Benabarra, Nabarra y Zuberoa, Bizkaya se confederaría con ellos pues que son hermanos suyos por la raza, la lengua, el carácter y las costumbres. (p. 372)

Sabino Arana habla, pues, de la nación bizkaina y admite la creación de una nación junto a provincias históricamente unidas al País Vasco.

2.5.3. Surge aquí el problema de la definición del concepto “nación”, tarea nada fácil, pues cada uno tenemos nuestra propia lista de los elementos que hacen que una nación lo sea. Pero probablemente todas incluyen los elementos que forman la identidad básica del grupo: cultura, historia, tradición, lengua, religión, raza y, también, territorio.

El término nación es, sin embargo, empleado con muy diferentes significados: tribu, pueblo, grupo étnico, raza, religión, nacionalidad, país, estado…

Los hechos pasados y presentes indican que para que una tribu o pueblo llegue o no a ser nación depende de cuánto poder tiene y de circunstancias históricas, políticas y económicas. La paz tras la I Guerra Mundial estableció la autodeterminación de las naciones pero, como se vio luego, los vencedores crearon naciones sin tener en cuenta los pueblos, y cuando éstos trataron de ejercer la auto-determinación se les aplastó con fuerza. Una guerra mundial más tarde, los Estados Unidos proclamaron la autodeterminación de los pueblos, pero no se establecía qué era un pueblo o nación. Esto explica por qué, después de la II Guerra Mundial, las ex-colonias de Asia y África fueron convertidas en naciones siguiendo únicamente arbitrarias conveniencias administrativas coloniales.

En ocasiones, por nación queremos decir grupo culturalmente homogéneo, pero si usamos después nación como sinónimo de ‘estado’ no podría ser, pues los estados no son necesariamente culturalmente homogéneos.

Por otro lado, las naciones que reclaman la soberanía y no la consiguen permanecerían como tribus o minorías, sólo porque no tienen poder suficiente para conseguirla o se dan otras circunstancias adversas.

En países como Francia, Gran Bretaña y otros de Europa, y especialmente en Estados Unidos, el desarrollo del capitalismo, la revolución industrial, la burguesía y el establecimiento de nuevos sistemas de gobierno basados en la soberanía popular crearon nuevas culturas en las naciones que estaban en este proceso. La evolución del concepto nación se movió en estos lugares no desde lo cultural a lo político, sino al contrario. La nacionalidad vino a significar, especialmente en el uso oficial, el tener pasaporte de ciudadano en ese estado, independientemente del país de origen o nacimiento del individuo. Y llegó a ser el símbolo de una identidad cultural nueva que desplazaba o al menos compartía sitio con cualquier legado cultural ancestral que un individuo pudiera tener.

En lugares como el este de Europa, la nacionalidad es un término aplicado a determinados grupos comunales cuyas características culturales son las suyas, pero cuyo estatus político está fijado por el lugar que ocupaban en grandes imperios, por ejemplo, bajo los Hausburgo, los Romanovs o los gobernantes otomanos. Estos grupos se definen por la región, la lengua, y, en el imperio otomano especialmente, por la religión. Un judío en Polonia no es un polaco de nacionalidad, ni un ucraniano o georgiano o alemán en Rusia es un ruso.

España está a medio camino entre los dos modelos, aunque quizá, pese a lo que queramos creer, más cercana al segundo, en especial en zonas como el País Vasco.

2.5.4. Varios símbolos aparecen una y otra vez en el texto como partes del mito, entre ellos las leyes y la religión, estrechamente unidas:

Era feliz la familia bizkaina, porque así sus costumbres como las leyes del estado estaban informadas en los principios religioso-morales del catolicismo; y vosotros le habéis dicho que debe olvidarse ya de cosas que pasaron a la historia; que es oscurantismo, que es retroceso desear la conformidad de las leyes y las costumbres con los preceptos de Dios; que sobra en el lema tradicional de Bizkaya la palabra Dios, y debe sustituirse con otra que signifique el ateísmo o liberalismo, importado por el extranjero y corruptor de las sociedades, debiéndose contentar los bizkainos con unos Fueros sin Dios, con unos Fueros que no existen, con un poder sin autoridad, con un cuerpo sin alma, con un monstruo. Establecida estaba en Bizkaya una constitución y unas leyes nacidas en sus mismas costumbres, sancionadas libremente por ella misma y que son la admiración de historiadores y jurisconsultos; y vosotros habéis preferido aceptar una constitución y unas leyes creadas por el extranjero, por el mismo que aborrece a vuestra Patria. Libre e independiente de poder extraño, vivía Bizkaya, gobernándose y legislándose a sí misma, como nación aparte, como estado constituido; y vosotros, cansados de ser libres, habéis acatado la dominación extraña, os habéis sometido al extranjero poder, tenéis a vuestra Patria como región de país extranjero y habéis renegado de vuestra nacionalidad para aceptar la extranjera. (p. 364)

2.5.5. Símbolos son también los usos y costumbres:

Vuestros usos y costumbres eran dignos de la nobleza, virtud y virilidad de vuestro pueblo: y vosotros, degenerados y corrompidos por la influencia española, o los habéis adulterado por completo, o los habéis reemplazado por los usos y costumbres de un pueblo a la vez afeminado y embrutecido. (pp. 364, 365)

2.5.6. Y la lengua:

Poseíais una lengua más antigua que cualquiera de las conocidas, más rica que vuestros montes, más vigorosa y altiva que vuestras costas, más bella que vuestros campos, y era la lengua de vuestros padres, la lengua de vuestra raza, la lengua de vuestra nacionalidad y hoy vosotros, la despreciáis sin vergüenza y aceptáis en su lugar el idioma de unas gentes groseras y degradadas, el idioma del mismo opresor de vuestra Patria. (p. 365)

Conclusiones

La fuerza del discurso de Sabino Arana se asienta en el mito de la etnicidad, y su meta es la construcción de la nación vasca por medio de la eliminación de las diferencias étnicas (los españoles inmigrantes) e ideológicas (los vascos no adscritos al nacionalismo).

Hay que tener en cuenta que el mito étnico, como todos los mitos, trae una moral implícita: “nosotros no somos responsables, moral o políticamente, de su desgracia”. (S. Steinberg, 1989: 267).

El que Sabino Arana creara un mito, el de la etnicidad, como base de su discurso no era una novedad. Los mitos políticos, culturales y religiosos están en el origen mismo de la sociedad humana y ello porque los mitos son exposiciones generales del mundo y de sus partes. Se cree que son verdaderos y se actúa en consecuencia siempre que las circunstancias sugieran o precisen una respuesta común. Son, para la humanidad, el sustituto del instinto. Además, estos mitos, se basan más en la fe que en los hechos y, en la sociedad humana, lo que más importa es la creencia.

Los mitos están construidos en un momento social determinado, en respuesta a unas circunstancias y necesidades. La mayoría de los mitos se olvidan, pero, si queremos averiguar por qué algunos persisten (como sucede en mayor o menor medida con el que creó Sabino Arana) tenemos que explorar la relación que tienen con instituciones más grandes que los sustentan y los promueven, y que, a cambio, se sirven de ellos.

En los textos de Sabino Arana hemos encontrado muchas de las características propias del discurso político panfletario, que, en general, basa su eficacia propagandística en decir pocas cosas, en decirlas dentro de un orden mítico (buenos/malos) y en emplear recursos retóricos (el ornatus como parte de la elocutio), entre ellos las recurrencias gramaticales (repetición de estructuras sintácticas: “Ved al carlista […]. Ved al partido euskalerriaco […]. Ved a los partidos anti-fueristas”, pp. 372, 373) y las metáforas hiperbólicas (“la mano criminal que ha hundido ya el puñal en el seno de nuestra Patria y está despedazándole las entrañas”, p. 372).

3.- El Nacionalismo político del siglo XIX y principios del XX.

                El 21 de julio de 1876, se abolían los fueros de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava.[iv] La guerra carlista había terminado pocos meses antes y había producido una reacción antiforalista exacerbada en los más diversos ámbitos sociales de la geografía española.

                El tema foral es un ingrediente político a tener en cuenta en las primeras definiciones intelectuales del particularismo vasco, en lo que podríamos denominar la trayectoria prenacionalista, que tomará cuerpo específico en pautas interpretativas diferentes a partir de 1876, cuando la abolición de los fueros provoque una viva reacción posteriormente culminada en la creación del nacionalismo político vasco.

El PNV surje como respuesta ideológica, política y organizativa de un sector tardío de la burguesía vasca frente al poder de la oligarquía financiera de Neguri y frente a la creciente amenaza de un proletariado cada vez más numeroso, consciente y organizado. Vemos también cómo desde el principio  esta burguesía aparece fragmentada en dos sectores claramente diferenciados: por un lado los jauntxos que han invertido en el desarrollo industrial, convirtiéndose en una burguesía con intereses urbanos;  del otro, los jauntxos que se mantienen como propietarios rurales, pequeña nobleza y rentistas. Cómo cada uno de estos dos sectores se expresa en una línea y un pensamiento distintos para organizar el nacionalismo vasco, y cómo en esa batalla, Sabino Arana, máximo representante de los segundos se impone sobre los primeros es uno de los objetivos de este análisis. En este segundo capítulo abordaremos uno de los componentes que Sabino Arana introduce en el nacionalismo vasco: un pensamiento tradicionalista, ultraconservador, retrógado, reaccionario y esencialmente antidemocrático.

  A finales del siglo XIX, el nacionalismo de Arana debe abrirse paso entre los dos grandes bloques que dominan la vida política de Vascongadas. Por una parte el bloque caciquil-liberal dominado por la alta burguesía vizcaína. Dentro del sistema oligárquico de la Restauración (sucesión de gobiernos conservadores y liberales), la oligarquía vizcaína, que necesita la libertad de importación y exportación con Inglaterra, se alinea con los liberales en tanto que defensores del librecambismo frente al proteccionismo económico de los conservadores.

  Por el otro, el bloque de carlistas e integristas, sobre todo los primeros, que dominan el interior de Vizcaya. A arrebatarles esa hegemonía en el mundo rural, apropiándose de su base de masas, se dirige desde el primer momento el nacionalismo de Arana. Así lo confirma, entre 1895 y 1897, el propio Arana en sendos artículos:  “(…) del carlismo van desertando sujetos de gran valor para pasarse a nuestro campo, y muchos hay (…) en su seno que van insensiblemente adhiriéndose a nuestras doctrinas, y a medida de esto enfriándose en carlismo (…) esto se va, me refiero al carlismo en Bizcaya (…) El carlismo muere aquí”.  Y los hechos, más de 100 años después, lo corroboran. Basta observar los resultados de las últimas elecciones para comprobar cómo las mayorías nacionalistas coinciden casi miméticamente con las tradicionales zonas de influencia del carlismo.

                 Pero, ¿cómo se explica la aparente paradoja de que un movimiento eminentemente urbano, surgido de clases urbanas y dirigido por personas criadas en un ambiente urbano se oriente de esa manera  hacia el mundo rural?

La inmunda villa

                 “Bilbao, la inmunda villa de Bizcaya (…) Aquí (…) está el foco de donde irradian todas las pestes que matan a Bizcaya”. (Sabino Arana. Baserritarra, 1897).

  Las continuas manifestaciones de desprecio de Arana hacia Bilbao  son expresión de la impotencia de la burguesía que representa por hacerse con el control de los núcleos urbanos. La rápida industrialización de Vizcaya trae aparejado un notable cambio demográfico. Las concentraciones urbanas vizcaínas crecen al mismo ritmo frenético que la concentración de capital en manos de la alta burguesía minera y siderúrgica. Tan detestable será para Arana ésta como aquéllas. Sí, frente a la oligarquía financiera vizcaína la burguesía nacionalista se revela como una clase decadente, sin posibilidad de competir económicamente con ella; frente a las ciudades, el nacionalismo, impotente ante la rápida difusión de las ideas liberales, republicanas y socialistas, es incapaz de aspirar a ningún tipo de hegemonía política.

               En los resultados de las elecciones municipales en Bilbao de 1901 y 1903, se puede observar esto claramente. El hundimiento político del caciquismo oligárquico liberal tras el fallecimiento del gran industrial Chávarri y la disolución del grupo de presión La Piña , no significa ningún avance para el nacionalismo. Ese voto urbano aprisionado hasta entonces por los métodos corruptos y caciquiles de los liberales se desplaza en masa hacia los republicanos, que representan, frente al sistema de la Restauración, la alternativa de un nuevo régimen de marcado carácter progresista.

  Esta imposibilidad de control del mundo urbano es la base material que empuja al discurso nacionalista hacia el ruralismo. Y lo que  permite que el pensamiento de Sabino Arana, impregnado de un fuerte contenido tradicionalista, antiurbano y de exaltación del mundo baserritarra, aldeano, se haga hegemónico dentro del nacionalismo. Condición necesaria para que éste, a su vez, pueda hacerse hegemónico en un mundo rural donde los efectos del desarrollo capitalista han hecho entrar en crisis a las fuerzas políticas del Viejo Régimen.

  “El carlismo se muere aquí”.  La apreciación de Sabino Arana es tan exacta como eficaz es su rancio y retrógrado discurso para atraerse a las fuerzas vivas del tradicionalismo y el carlismo. “Del carlismo van desertando sujetos de gran valor”, es decir, no hay un desplazamiento en masa, sino, en primer lugar, la atracción y captación de los notables y caciques del carlismo hacia las filas del nacionalismo. Y esto ocurre, según Sabino Arana, porque muchos de ellos “van insensiblemente adhiriéndose a nuestras doctrinas”, esto es, no es necesaria una ruptura ideológica ni política para dar el paso del carlismo al nacionalismo sabiniano, pues éste recoge en su doctrina los valores ultrareaccionarios de aquél.

La funesta manía de pensar

  “En pueblos tan degenerados como el maketo y maketizados, resulta el universal sufragio un verdadero crimen”. (Sabino Arana. Bizkaitarra. 1897)

  Para Sabino Arana, el modelo surgido de la revolución francesa, el régimen de libertades políticas de reunión, de expresión, de asociación, sufragio universal, división de poderes, etc, es “esencialmente antibizcaíno”  pues, según él, “los principios de nuestro Fuero y los del liberalismo son diametralmente antitéticos, absolutamente incompatibles” . Querer aplicar “a nuestra patria la Constitución española de Cádiz”  sólo puede ser obra de “algunos malos bizcaínos”. En consecuencia con ello afirma que “los españoles, y los bizcaínos españoles y liberales: tales son los enemigos de mi Patria”.  La aversión de Sabino Arana al sistema liberal de libertades políticas es extremo: “¿Queréis conocer la moral del liberalismo? Revisad las cárceles, los garitos y los lupanares: siempre los encontraréis concurridos de liberales”.  La crítica desaforada del nacionalismo sabiniano a la democracia moderna descansa en una pretendida superioridad de la democracia tradicional y orgánica. Para ello se hace necesario tanto una lectura idealizada y falsa de la tradición histórica de Euskadi como la apelación a los valores eternos y superiores de una inexistente raza de hombres: los euzkos.

  Para Arana y los posteriores historiadores del nacionalismo, en Euskadi nunca hubo feudalismo, todos los vascos fueron originariamente nobles y “en Bizkaya, aún menos que en los otros Estados vascos, no hubo distinción de clases”. Por ello, en la Constitución y organización del Estado vizcaíno bajo el lema Jaungoikoa eta Legi Zarra, primer diseño  del modelo de organización política y social hecho por el Bizcaya Buru Batzar entre 1895 y 1896 se sostiene que el poder del nuevo Estado independiente al que aspiran los nacionalistas descansa en las “Juntas Generales compuestas por los representantes de las anteiglesias, valles, consejos, villas y ciudad de Vizcaya, atribuyéndose un voto a cada uno de ellos”. Es decir, idéntico diseño a la Udalbitza que propone hoy Arzallus y compañía, y gracias a la cual, de consumarse alguna vez, 4.400 votantes de 38 aldeas de Vascongadas tendrían más poder que los 850.000 votantes de los 37 principales núcleos de población. En Arana y sus seguidores, reconstruir  instituciones y sistemas de representación antidemocráticos propios del Antiguo Régimen aparece como la alternativa para conservar las heredades de los “propietarios del caserío”, amenazadas por la “invasión de los maketos”. La fórmula de los sabinianos para detener esta invasión se explica con absoluta claridad en el siguiente párrafo de El Correo Vasco de 1899: “Procúrese dar a los obreros vaskos los empleos en las fábricas, suprimiendo a esa gente extraña que trae las malas ideas y corrompe a la gente del país. Suprímanse los periódicos impíos y liberales, desde la empecatada Lucha de Clases hasta el frívolo Noticiero Bilbaíno; constrúyanse capillas en las fábricas, ejercítense en ellas en la santificación de las fiestas, impóngase el silencio a esos cuatro improvisados oradores de caras patibularias que arengan en medio de las turbas, y los talleres se convertirán en una colonia de honrados y pacíficos obreros”.  Eliminar a los que “no son de aquí” que además traen las malas ideas, suprimir “la prensa tendenciosa”, “desarmar verbalmente” a quienes arengan a las turbas,… Y todo ello con la bendición eclesiástica. ¿Les suena este programa?

La conexión vaticana.

  “Nosotros los vascos patriotas (…) no reconocemos Iglesia Española, Iglesia Francesa, ni Iglesia particular ninguna. Sólo reconocemos y acatamos a la Iglesia Cristiana Universal, que hoy tiene su Cabeza y Sede en Roma y por eso se llama Romana”. (Sabino Arana. Junio 1903).

  Los reiterados signos de acatamiento y sumisión al Vaticano, junto con la tenaz labor de propaganda entre el clero vasco, son, desde sus orígenes, una constante del nacionalismo sabiniano. Toda la obra de Arana, de hecho, está preñada de una invocación religiosa extrema. Según él, la independencia de Euskadi tiene como misión última apartarla del liberalismo, dominante en los gobiernos de la nación española, que es un“sistema que pretende hallar la libertad fuera de Dios y siguiendo los preceptos de Satanás”, y alejarla de un pueblo, el español, que“siempre ha permanecido irreligioso e inmoral”.

  En esta cruzada, Sabino Arana acabará encontrando el respaldo absoluto del Vaticano y de la Iglesia vasca a su proyecto de Euskadi, proyecto al que el dirigente socialista bilbaíno Indalecio Prieto calificó de Gibraltar vaticanista (“Estos del PNV quieren convertirse en un Gibraltar vaticanista”).

  Para comprender el fenómeno de la conversión del clero vasco en una fuerza de choque del nacionalismo sabiniano, así como la del PNV en uno de los brazos armados del Vaticano en España, es necesario remontarse al período anterior a la aparición del propio nacionalismo, a las guerras carlistas.

¡Viva la Santa Inquisición!

               Este es uno de los gritos que resuenan en el alzamiento de la primera guerra carlista. La desamortización de Mendizábal, la expropiación y venta de las yermas tierras de cultivo propiedad de las órdenes religiosas, es la razón de fondo. La abolición del tribunal de la Inquisición el pretexto moral. Si el Vaticano y la jerarquía eclesiástica española lo apoyan sin reservas, aunque sin cerrar nunca las puertas a las negociaciones con Madrid, es en el seno del clero vasco donde la reacción será más amplia y radical. Posiblemente ello se deba a la tardía cristianización de Euskadi, lo que, unido a la presencia omnipotente de las milicias jesuíticas, permite que allí la Iglesia se mantenga todavía fuerte y pujante, frente a la irreversible decadencia en que ha entrado en el resto de España. Lo cierto es que los curas rurales vascos se convierten en el arquetipo del“cura trabucaire”, fenómeno que perdurará durante muchas décadas, llegando hasta nuestros días.

  Tras el final de la última guerra carlista, con el pacto entre la alta burguesía financiera y la aristocracia terrateniente, el carlismo se queda sin su sostén decisivo: el sector de la alta nobleza que comprende que una vuelta al Viejo Régimen es imposible y negocia su ubicación política y social con las nuevas clases emergentes en el modelo de la Restauración. Las masas campesinas de la Euskadi profunda (y de Cataluña), que habían levantado la bandera fuerista del carlismo como defensa de sus libertades y derechos de propiedad comunales frente al desarrollo del capitalismo en el campo, quedan desamparadas y desencuadradas políticamente. Otro tanto ocurre con el bajo clero rural y amplios sectores de la Iglesia. El integrismo católico de Sabino Arana vendrá a llenar este vacío.

  Desde el primer momento, Arana entiende la importancia decisiva de ganarse a la Iglesia para el desarrollo del nacionalismo en Euskadi. Buena prueba de ello es la temprana e intensa actividad de propaganda hecha por el PNV entre los clérigos. Todos los periódicos y libros editados por Sabino y Luis Arana son enviados sistemática y gratuitamente a los superiores y casas de religiosos de toda Vizcaya. Al mismo tiempo, el Bizcaya Buru Batzar recoge información sobre los curas de toda la provincia.

El ansia insolente

                Pero este acercamiento a la Iglesia sólo es posible desde el integrismo más reaccionario, pues estamos hablando de una época en la que ya la burguesía triunfante y su nuevo Estado liberal (“y por tanto hereje”, S. Arana) se impone en toda Europa liquidando los privilegios feudales de los que hasta entonces había disfrutado la Iglesia. Y como reacción, el Vaticano adopta una posición extremadamente reaccionaria, interviniendo y creando focos conspiratorios e insurrectos por doquier. El Papa León XIII, en su Letra Apostólica de 1881 exhorta a“poner respeto a los indomables instintos de los revoltosos [y] a apagar en las muchedumbres el ansia insolente de las libertades”.

  El nacionalismo sabiniano adopta desde el primer momento una posición de acatamiento y sumisión al Vaticano, del que espera obtener el reconocimiento necesario para que la influencia eclesiástica sobre la sociedad rural vasca actúe en su favor.“La anteposición del término Jauingoikua (Dios) a Lagizarra (Ley Vieja) determina la supeditación y sumisión de lo político a lo religioso, del cuerpo al alma, del Estado a la Iglesia”. Mientras a finales del siglo XIX toda España pugna por modernizarse, para lo que es necesario, entre otras cosas, librarse del omnímodo poder que la jerarquía eclesiástica mantiene en todas las esferas sociales (propiedad de la tierra, privilegios, educación…), Sabino Arana levanta un proyecto nacionalista del que puede afirmarse que nace envuelto en la sotana del jesuita. No es casual que en esta Compañía quisiera ingresar Arana, tras unos ejercicios espirituales, en 1888. De ella afirma el fundador del PNV que “el amor a Jesucristo es indispensable para salvarse, pero el amor a la Compañía de Jesús es signo de predestinación”. Su vinculación y sometimiento a los jesuitas llega hasta tal punto que considera que“si es cierto que no puede decirse a priori que esta Orden religiosa es infalible, sin embargo, prácticamente, resulta infalible”. Seguir a pie juntillas sus directrices se convierte, para los fundadores del PNV, poco menos que en un dogma de fe. Frente a los intentos de separación entre Iglesia y Estado, Arana defenderá, para el futuro Estado vasco independiente, la más íntima ligazón, haciéndose el Estado cargo de sostener financieramente los gastos eclesiásticos, declarando la religión católica como la oficial, prohibiendo los otros cultos, otorgándole la instrucción pública, siguiendo sus enseñanzas y dictados en materia de moral y buenas costumbres…

La moral del“agarrao”

  Este maridaje entre la iglesia vasca y el nacionalismo sabiniano se hace posible en primer lugar por el interés material común de mantener el control sobre la Euskadi rural, la extensa red clientelar de“parrokio-kavernas” que constituyen, de un lado, un vivero de votos para el nacionalismo y, de otro, de vocaciones para la iglesia. Pero al mismo tiempo, en él confluyen los aspectos más reaccionarios de la moral retrógrada y cavernícola que unos y otros comparten. El ejemplo más palmario de esto lo constituye la posición que ambos mantienen a finales del XIX ante la extensión en Vascongadas del “bailar al uso maketo, como es el hacerlo abrazado asquerosamente a su pareja”.

  “Al norte de Marruecos hay un pueblo cuyos bailes peculiares son indecentes hasta la fetidez (…) al norte de este segundo pueblo hay otro cuyas danzas nacionales son honestas y decorosas hasta la perfección”.“El baile ¡agarrao! hay que rechazarlo con firmeza porque esta prohibido por Jaungoikua”.“(…) es necesario que a la faz de Euskadi y del mundo hagamos saber nuestro odio y aborrecimiento a ese baile inmundo, aprobando y haciendo público el siguiente artículo: Todo socio de este Batzoki, del que se tenga noticia de haber bailado Îel agarraoí, será expulsado de la sociedad”. Los alcaldes nacionalistas de Zamudio, Ajanguiz y Arrankudiaga al publicar bandos prohibiendo“el asqueroso baile que llaman agarrao”, no hacen más que seguir la estela del misionero jesuita que en 1897 se flagela públicamente en la plaza mayor de Bergara en reparación del“enorme pecado” de que en las fiestas se haya bailado el“agarrao”. Si el roce y el contacto de la“raza euskariana” con la española era para Sabino Arana la peor de las desgracias, el roce y el contacto de los sexos que propicia el“agarrao” es el camino sin retorno a la condenación del infierno. Si las razas deben permanecer separadas para mantenerse puras, tanto más necesario resulta que las personas de distinto sexo eviten el roce para mantener“la honestidad y el decoro” de la raza euskalduna.

  La simbiosis entre las posiciones ideológicas cavernícolas de Sabino Arana y la Iglesia es total en todos los ámbitos. Así, de la mujer afirma Arana que“es vana, superficial, es egoísta, tiene en sumo grado todas las debilidades propias de la naturaleza humana”. Frente al avance del progreso, de la modernidad hacia la que se encamina el mundo a finales del siglos de siglo XIX afirma que:“La generalidad de los hombres debe leer muy poco, porque es muy poco aquello para cuya perfecta comprensión posee principios y luces la mayoría de los hijos de Adán. Muchas de las aberraciones que se deploran en la sociedad humana, no reconocen otra causa que el excesivo afán que hay por leer toda clase de escritos”.

  Represión, oscurantismo, ignorancia… los ingredientes básicos que se necesitan para mantener en el miedo y el atraso a quienes se quiere dominar en nombre de una raza, una única y un Dios.

4.- El Movimiento Nacionalista Vasco del siglo XX-XXI.

Estella: del error al mito.[v]

El proyecto del PNV de reescenificar la Asamblea de ayuntamientos vasco-navarros reunida en el Teatro Estellés el 14 de junio de 1931, es una muestra del influjo de la historia en la política vasca actual. Desde la firma del Pacto de Lizarra, la política vasca gira en torno al nombre de esta ciudad navarra, hasta el punto de que se ha llamado al nuevo Gabinete de Ibarretxe «el Gobierno de Lizarra». En la historia contemporánea, el nombre de Estella va asociado a las guerras civiles del siglo XIX, en las cuales fue la ciudad santa del carlismo, y a dicha Asamblea de 1931, donde los concejales peneuvistas, carlistas y católicos independientes aprobaron el polémico Estatuto de Estella. No hay duda de que, en la elección de Estella/Lizarra para firmar el pacto de finales del s. XX, se han tenido muy en cuenta tales antecedentes históricos, junto con el interés de las fuerzas nacionalistas vascas por ubicarlo en Navarra como forma de reivindicar la integración de la Comunidad Foral en la futura Euskal Herria (al igual que en el caso del País Vasco francés; de ahí que los abertzales lo denominen «Acuerdo de Lizarra-Garazi» por haber celebrado su segunda reunión en Saint Jean-Pied-de-Port, Donibane-Garazi en euskera).

Por ello, tiene sentido recordar aquí y ahora el significado histórico de la Asamblea y del Estatuto de Estella dentro de la cuestión vasca en la II República, muy bien estudiada por la nueva historiografía. Como es sabido, la República española fue proclamada en primer lugar por el Ayuntamiento de Eibar al amanecer del día 14 de abril de 1931. Menos conocido es que esa misma tarde el nuevo alcalde de Getxo, José Antonio Aguirre, proclamó «la República vasca vinculada en federación con la República española», imitando la actuación de Francesc Macià en Barcelona unas horas antes. Si la «República catalana» fue efímera y se transformó tres días después en la Generalitat de Cataluña, la República vasca no tuvo existencia real y no dio lugar a la formación de un Gobierno vasco provisional.

Sin embargo, el gesto simbólico de Aguirre fue el pistoletazo de salida de un movimiento de alcaldes, liderado por el PNV, que culminó, justo dos meses más tarde, en la Asamblea de Estella. El objetivo de ese movimiento era elaborar un proyecto de Estatuto de autonomía para el País Vasco. El apoyo del carlismo permitió incluir en él a Navarra, donde el nacionalismo era muy débil. Pero a ese movimiento no se sumaron las izquierdas vascas (republicanos, socialistas y Acción Nacionalista), que controlaban los ayuntamientos de las cuatro capitales, los núcleos industriales de Vizcaya y Guipúzcoa, la Rioja alavesa y la Ribera navarra. Por eso, aunque a Estella acudieron más de tres cuartas partes de los municipios vasco-navarros, los asistentes no representaban más que la mitad de la población de las cuatro provincias.

Así pues, la Asamblea de Estella no sólo careció de unanimidad, sino que dividió al País Vasco en dos bloques antagónicos, que se enfrentaron dos semanas después en las elecciones a Cortes Constituyentes: el Bloque católico compuesto por el PNV y la Comunión Tradicionalista, con el Estatuto de Estella como programa electoral, frente al Bloque republicano-socialista y ANV, que propugnaba un Estatuto liberal y no clerical. Las derechas ganaron las elecciones en Vasconia (con 15 diputados, entre ellos los carlistas Oriol y el conde de Rodezno, futuro ministro de Franco), pero las izquierdas obtuvieron un buen resultado (9 diputados y el 44% de los sufragios) y vencieron en la circunscripción de Bilbao y en las localidades antes mencionadas.

El texto de Estella establecía un Estado vasco confederal con grandes competencias, incluida la de celebrar un Concordato con el Vaticano, pero adolecía de graves defectos desde un punto de vista democrático: su intenso carácter partidista, la discriminación política de los inmigrantes (privados del derecho de voto si no llevaban 10 años de residencia en Euskadi), la elección de las instituciones no por sufragio universal, sino indirecto, su no ratificación en referéndum popular, etcétera. Además, era un proyecto muy foralista o provincialista, en detrimento de los organismos autonómicos, y no permitía una auténtica separación de poderes entre el Ejecutivo y el Legislativo vascos.

La esencia del Estatuto de Estella, así como el cimiento de la coalición del PNV con el carlismo, fue la cláusula del Concordato vasco; esto es, el intento de convertir Euskadi en un oasis católico, en el cual no pudiese aplicarse la legislación laica de la República, o «un Gibraltar vaticanista», en palabras del líder socialista Indalecio Prieto, diputado por Bilbao y ministro de la República, quien contribuyó a su fracaso parlamentario. En septiembre de 1931, el Estatuto de Estella naufragó por completo en las Cortes Constituyentes, de amplia mayoría de izquierdas, por su flagrante inconstitucionalidad y por ser clerical y antirrepublicano.

A finales de ese año, el PNV abandonó definitivamente el camino de Estella por inviable y aceptó la vía abierta por la Constitución de 1931 hacia la autonomía, que culminó con el Estatuto de 1936, fruto del pacto del PNV con el Frente Popular, iniciada ya la Guerra Civil. Su retraso obedeció al rechazo del nuevo proyecto de Estatuto en Navarra, que se retiró, y a su paralización por la cuestión de Álava, factores debidos en gran medida a la oposición del carlismo, al cual ya no interesaba una autonomía que había dejado de ser un arma para combatir la República laica y democrática.

El error de Estella del PNV en 1931 fue doble, tanto por empeñarse en aprobar un Estatuto claramente opuesto al régimen republicano, como por aliarse en la Asamblea de Estella y en los comicios constituyentes con el carlismo, enemigo acérrimo de la República. Si por causa de dicho error el País Vasco no consiguió su autonomía en 1932 como Cataluña, al menos los diputados nacionalistas Aguirre e Irujo rectificaron pronto la equivocada estrategia emprendida. Años después, la nueva vía autonómica, más democrática y realista, llevó al PNV a la defensa armada de la República en la Guerra Civil y a la lucha contra sus aliados de 1931, los carlistas, que se sumaron masivamente a la sublevación militar de julio de 1936 y aniquilaron la efímera Euskadi autónoma del primer Gobierno vasco con la conquista de Bilbao por los requetés navarros en junio de 1937.

Cuatro decenios más tarde, tras el final de la dictadura franquista, los viejos políticos supervivientes de la generación del 36 y los jóvenes dirigentes del PNV en la transición tuvieron muy en cuenta los errores cometidos en los años treinta (otro grave error fue su ausencia del Pacto de San Sebastián, donde se gestó la República española y la autonomía catalana), para no repetirlos y así aprobar pronto el Estatuto de Gernika, muy superior al de 1936.

En la actualidad, al cabo de mas de dos décadas de autogobierno vasco, siempre hegemonizado por el PNV, ha llegado al poder una nueva generación nacionalista, que no protagonizó la transición ni tuvo el referente histórico de la República y la guerra civil. Dicha generación desconoce la historia, cuando no la mitifica, y aspira a rehacerla, convirtiendo en tabula rasa el régimen autonómico vigente y destejiendo, como Penélope, mucho de lo que se ha tejido en Euskadi en los últimos 20 años. El nuevo vestido, que sustituya al de Gernika, lo quiere diseñar en Estella convocando una nueva asamblea de municipios vascos, que incluya también a los navarros y a los vascofranceses, y postergando las instituciones autonómicas y forales elegidas democráticamente, a diferencia de 1931, cuando eran los ayuntamientos los únicos organismos electos.

Para legitimar su nuevo proyecto, los políticos nacionalistas recurren ahora a la historia y quieren representar, otra vez en un teatro, la vieja función de la Asamblea de Estella, transformada en un mito por el nacionalismo al haber incluido a Navarra, «el Ulster vasco», según Manuel Irujo, ministro de la República. Por desgracia, ya no vive este destacado dirigente del PNV, estellés por cierto, ni tampoco ningún líder vasco de la época, para advertir a los actuales políticos del PNV que aquella experiencia de Estella (autonomista y no independentista) fue un fracaso absoluto, que bipolarizó la sociedad vasca y perjudicó el logro del Estatuto, y que constituyó un grave error del PNV su alianza por el carlismo, un partido antisistema y antidemocrático, enfrentado violentamente con el Estado republicano español. En esto último sí cabe establecer un paralelismo histórico con el radicalismo abertzale, que comparte esos mismos rasgos característicos y ha mitificado las guerras carlistas como guerras de liberación nacional, y al general carlista Zumalacárregui, como un caudillo independentista vasco avant la lettre. No en vano bastantes abertzales de nuestros días tuvieron padres o abuelos requetés en la guerra civil, algunos de los cuales ocuparon Gernika tras su destrucción en abril de 1937.

Puestos a comparar símbolos históricos, Gernika, símbolo por excelencia de las libertades forales y autonómicas vascas y de la guerra universal contra el fascismo y la barbarie, tiene un alcance muy superior al símbolo carlo-nacionalista y clerical de Estella, por mucho que ahora lo rebautice de Lizarra el mundo abertzale. Algunos políticos nacionalistas pretenden construir el futuro del País Vasco mediante la tergiversación de su propia historia, poniendo en práctica la afirmación de Orwell: «Quien controla el pasado controla el futuro y quien controla el presente controla el pasado». Como historiadores, tenemos la obligación de poner de manifiesto tal manipulación. Y como ciudadanos, nos queda al menos la esperanza de que esta vez la historia no se repita como tragedia, sino sólo como farsa.

La influencia política de E.T.A

Para explicar las causas de este fenómeno en estas Comunidades nos debemos de remontar a los orígenes del Nacionalismo Vasco, fundado a finales del siglo XIX por Sabino Arana, en clave antiespañola, confesional, tradicionalista y conservador que, curiosamente, en la Guerra Civil (1936-1939), se alineó con las fuerzas de izquierdas, coincidiendo en defender juntos el Estatuto de Autonomía de Vascongadas y la República española, siendo derrotados y posteriormente represaliados.
           La calificación de “Provincias traidoras” aplicadas a Guipúzcoa y Vizcaya por el Régimen de Franco y la supresión de sus fueros (los de Alava y Navarra se mantuvieron), así como las intransigencias contra toda manifestación de ”vasquismo”, contribuyó a que, a finales de los años 50, una parte del nacionalismo, que permanecía latente, se radicalizara, dando lugar al nacimiento de la organización terrorista ETA, que adoptó la reivindicación independentista y el antiespañolismo del fundador del PNV, a los que pronto unió postulados socialistas y marxistas que poco tenían que ver con el carácter confesional, tradicionalista y conservador de sus orígenes.
         La alteración por la Organización ETA, y por el partido político que la sustenta, del nacionalismo “tradicional” se ha revelado como una fuente de conflictos para este tipo de movimiento y ha producido divisiones en su seno, pero siempre se han resuelto con la imposición del sector más proclive a la violencia y más antiespañol. Sirva todo esto para explicar, muy someramente que el movimiento nacionalista vasco no sólo ha sido el más extendido y activo, sino también el más diversificado ideológicamente, lo que se ha traducido en opciones políticas antiespañolas que han cubierto todas las posibilidades políticas tradicionales.

No será difícil mostrar y demostrar empíricamente en capítulos posteriores, siguiendo las teorías psicosociales y la Ingeniería social, los beneficios que el nacionalismo “más moderado” ha sacado de esta organización, convertida en Movimiento en las últimas décadas del siglo XX.

    5.- El federalismo vasco. [vi]

    5.1- Tras la pista del federalismo vasco            
          Según Villanueva, la historia del federalismo vasco, desde que despunta como corriente específica a mediados del siglo XIX hasta ahora, es en muy buena medida la crónica del fracaso repetido de una corriente que no logró superar nunca el estigma del caos cantonalista  atribuido a la Primera República española (1873-1874).
          Desde los años ochenta del siglo XIX, el término “federal” tiende a desaparecer del nombre mismo de los partidos políticos federalistas y su pista se difumina. Desde entonces, lo federal se convierte o bien en una identidad escondida, que está subordinada a otras que aparecen más en primer plano y que por ello se queda en una identidad secundaria o de segundo grado, o bien en un rasgo que está muy presente en ciertos líderes, sobre todo del mundo republicano y socialista, pero que nunca llega a cuajar como una identidad específica y fuerte. Dicho esto, cabe añadir, no obstante, que el balance es más matizado si se mira la historia del federalismo vasco desde otra perspectiva: por su capacidad de contaminar a otras corrientes ideológicas e influir en ellas o “prestarles” alguna parte de su ideario, esto es, desde la historia de las ideas.      
          De entrada, el fuerismo es un “sustrato común” (Coro Rubio 1998) a todas las ideologías presentes en el País Vasco en los años sesenta del siglo XIX: liberales, republicanos, conservadores, carlistas y tradicionalistas, así como, a su vez, la huella de las ideas federalistas es patente en todas las corrientes del fuerismo vasco en esa época. Considero fueristas, siguiendo a Campión[vii], a todos los que se asignan esa identidad y dicen estar a favor de la restauración de los Fueros vasco-navarros. Y, por lo mismo, considero federalistas a quienes se inspiran en modelos o ideas federales. Pero ha de tenerse en cuenta, sobre todo, que la influencia de las ideas federalistas también alcanza al nacionalismo-vasco ya en el siglo XX, a través principalmente de tres vías. En primer lugar a través de la herencia fuerista asumida por aquel, cosa que es ya un lugar común en la historiografía vasca[viii]. En segundo lugar, por el contacto con las corrientes pro-autonomistas del mundo liberal y republicano del País Vasco en el primer tercio del siglo XX. Por último, por la influencia del federalismo europeo en los líderes exiliados del PNV, entre los años cuarenta y el comienzo de los setenta del pasado siglo XX.

a.1..- Cuatro generaciones         
            La primera generación actúa y escribe en los años sesenta y setenta del siglo XIX, en un tiempo en el que se suceden importantes acontecimientos. En el conjunto de España: la revolución de 1868, la segunda guerra carlista (1872-1876), la primera República (1873-1874), la vuelta de la Monarquía y el comienzo del régimen de la restauración. En el territorio vasco-navarro: la derrota del carlismo tras una sangrienta guerra civil, la ocupación militar del territorio vasco en el último tramo de dicha guerra, la desaparición traumática en 1876 de lo que quedaba de las instituciones y prácticas forales en Álava, Vizcaya y Guipúzcoa, el “estado de sitio” posterior en todo ese territorio que se prolonga hasta el verano de 1879.              
          En ese tiempo compiten entre sí tres clases de fuerismo:

1) el liberal moderado de los Egaña y Mateo Moraza, cuyo lema es Fueros y Constitución,

 2) el tradicionalista y antiliberal de los Artiñano, Ortíz de Zárate, Manterola, Navarro Villoslada, etc., con el lema Dios y Fueros, que acaba siendo hegemónico[ix],

 3) el federalista y republicano que intenta una síntesis de modernidad y tradición, imposible para los aires de la época. Estos últimos -entre los que destacan: los hermanos Benito y Joaquín Jamar en Guipúzcoa aunque son de origen navarro, Fermín Herrán en Álava y Serafín Olave en Navarra- son correligionarios o discípulos de Pi i Margall; dicho en otros términos, un exmilitar, dos intelectuales y tres hombres de negocios. El también navarro Arturo Campión es uno de sus miembros más jóvenes, pero la abandona tras el fracaso de la república federal cuando aún no ha cumplido los veinte años.    
          Las ideas-fuerza de esta generación son las de Francisco Pi i Margall, el efímero presidente de la Primera República española. Entre ellas destaca la voluntad de conjugar el doble principio de autonomía y pacto, el núcleo de su concepción federativa. La autonomía es libre albedrío y presupone un punto de partida pro-autodeterminativo[x]. El pacto incluye el impulso unitario, la formación de un estado federal, para la obtención de un beneficio mutuo. La combinación de ambas cosas da como resultado su fórmula: “o pacto o fuerza, fuera del pacto no se puede ser federal”.
          La equiparación de fuerismo y federalismo, en la que insisten los hermanos Jamar[xi] y también Serafín Olave[xii], es un rasgo destacado del republicanismo vasco de esa época, desde que una asamblea de representantes de Navarra y Vascongadas, celebrada en junio de 1869 en Eibar, acordó el Pacto de las Provincias Vascongadas y Navarra, entre cuyos contenidos destacaban la “conservación de los Fueros” y la “federación con la madre patria”[xiii]. Pero quizás su legado más relevante es la interpretación del Fuero como una constitución progresista, laica y garantista, “de un pueblo que no reconoce amos”, que J. Jamar sistematiza y resumen en el folleto Lo que es el Fuero y lo que se deriva del Fuero publicado en 1868. Esta interpretación, reiterada una y otra vez por su hermano Benito desde las páginas del diario La Voz de Guipúzcoa (Fusi 1979), estará vigente en la izquierda autonomista hasta los años treinta del siglo XX.     
           La segunda generación actúa en los años ochenta y noventa del siglo XIX, tras la desaparición traumática de las instituciones forales en Álava, Guipúzcoa y Vizcaya,  y tras haber salvado del naufragio una autonomía fiscal, mediante la figura del concierto económico logrado en 1878, que permitirá sostener la nueva administración vasca[xiv]. De esta generación me fijo, en especial, en la Asociación Euskara de Navarra, de la que son miembros Campión, Olóriz e Iturralde.           
          El federalismo de esta segunda generación se diferencia del de la generación anterior en que invierte los términos de su adscripción al fuerismo. Salvo algunos pocos federalistas confesos de la generación anterior como Fermín Herrán, o los hermanos Joaquín y Benito Jamar, los de esta generación son primordialmente fueristas y a consecuencia de ello son también federalistas. Quien lo tiene más claro en este sentido es Arturo Campión, quizás por su formación jurista, para quien los Fueros vasco-navarros contienen todos los ingredientes sustanciales de los sistemas compuestos federativos o confederativos: una constitución interior, órganos propios exclusivamente poseídos, unos pactos de soberanía e incorporación con un poder exterior[xv].
          El primer tercio del siglo XX es el tiempo de la tercera y la cuarta generación. Ya ha pasado un cuarto de siglo desde la pérdida de las instituciones forales y es un tiempo marcado por la transformación del País Vasco en una sociedad industrializada. En la esfera política es el tiempo de nuevas iniciativas que pretenden ampliar la autonomía de la administración vasca; y, también, de nuevos protagonistas, como el socialismo y el nacionalismo.      
          De estas generaciones conviene fijarse especialmente en personajes como los guipuzcoanos Francisco Gascue y Francisco Goitia, herederos de la primera generación federalista, y los bilbainos Horacio Echevarrieta y Ramón Madariaga, representativos de una izquierda republicana pro-fuerista y pro-autonomista que desde 1912 adopta el lema República y Fueros, o en algunos liberales como José Orueta. La mayoría de ellos son empresarios dinámicos (L. Castells 1987). Desde el congreso de 1918 que proclama su adhesión al federalismo, también forma parte de esta corriente el Partido Socialista, si bien Indalecio Prieto, y, sobre todo la tendencia que pueden representar los líderes del “socialismo eibarrés”, como Toribio Echeverría y José de Madinabeitia, ya habían manifestado anteriormente su afinidad ideológica con el republicanismo vasco de inspiración fuerista y federalista.[xvi] La restauración foral y la federación ibérica son las dos ideas centrales de esta tendencia socialista en cuanto a la organización territorial del estado y la inserción en el mismo de la singularidad vasca.
            El federalismo de estas dos últimas generaciones es de segundo grado. En su caso, la identidad principal es la autonomía, entendida como actualización y adaptación a la realidad vasca y española tanto de los fueros como de los principios federales en los que se inspira. Pero a diferencia de la primera generación, cuyos principios federalistas quedan a veces aprisionados por un doctrinarismo que se nos antoja visto desde ahora rebosante de ingenuidad, y a diferencia de la dedicación casi exclusiva de la segunda generación a sus aportaciones lingüístico-culturales e ideológico-historicistas, algunos personajes de la tercera y cuarta generación se preocupan algo más por aclarar y concretar el significado de la restauración foral en “el tiempo presente”.
            Entre los federalistas de la cuarta generación debe mencionarse finalmente a la extrema izquierda vasca de los años treinta del siglo XX: comunistas, poumistas y anarquistas. Pero en todos ellos sin excepción el federalismo es muy tenue y se queda en un mero adjetivo, si bien comunistas y poumistas proclaman una y otra vez que reconocen y respetarán la autodeterminación del pueblo vasco, “hasta su constitución en estado independiente, si ésa fuera la voluntad de la mayoría”[xvii].         
a.2.- Un federalismo a la medida del nacionalismo vasco             
          Sabino Arana (1865-1903), el fundador del nacionalismo vasco, pertenece a la segunda generación. Casi toda su obra escrita y su intervención política se concentra en apenas una década, mientras que Campión (1854-1936) es coetáneo de las tres primeras generaciones.     
         Para empezar, Sabino Arana cambia de nombre a los Fueros para resaltar que la cosa, aunque siga siendo la misma, debe ser contemplada con otra mirada. Para Arana son las “leyes viejas”, las leyes antiguas de los países vascos; unas leyes propias, de pueblos libres, auténtico testimonio de su capacidad de autolegislación y de su libertad originaria. De manera que el lema Jaun Goikua eta Lege zarrak (Dios y Leyes viejas) con el que sustituye al clásico lema fuerista y carlo-integrista Jaun Goikua eta Foruak (Dios y Fueros) contiene los elementos centrales de la identidad vasca del pasado y del futuro: el catolicismo y la recuperación de las viejas leyes. Esto último equivale, según Sabino Arana, a recuperar la verdadera independencia que tuvieron los países vascos hasta la pérdida de los fueros, de modo que el lazo confederativo o federativo con la Corona de España, hasta entonces un elemento consustancial del sistema foral para todas las corrientes fueristas, queda borrado de la historia.[xviii] A partir de aquí, quedará consagrado el dogma nacionalista de que Euskadi no ha estado nunca unida a España, ni voluntaria ni involuntariamente, hasta la ley del 25 de octubre de 1839 que dispone la conformidad del Fuero con el sistema liberal constitucional.               
          El segundo cambio, por tanto, es la equiparación de fuerismo e independencia, condensada en su fórmula: fuerismo es separatismo. A contracorriente de la tradición vasca hasta entonces unánime[xix], Sabino Arana se inventa un pasado de independencia de España que justifique el futuro deseado (también independiente de España). La utilización resuelta por su parte del argumento y el sentimiento anti-España y anti-español es la argamasa con la que cimienta toda su construcción nacionalista.
          Por lo demás, Sabino Arana traslada los acentos federalistas hacia adentro de los países vascos en un doble movimiento marcado por la dualidad pasado-presente. En primer lugar, de acuerdo con su concepción del pasado, cada uno de los siete territorios vascos (Navarra; las tres provincias vascongadas: Vizcaya, Guipúzcoa y Alava; más los tres de la parte vasco-francesa: Laburdi, Baja Navarra y Zuberoa) ha seguido un proceso de formación confederativo cuyo modelo más acabado es el de Vizcaya. Por otra parte, y en lo que hace al futuro, postula la confederación de todos ellos mediante un tratado especial. Según Javier Corcuera (1979, p. 371), hay un silencio y un nulo desarrollo por parte de Arana en todo lo relativo a cómo habrían de ser la futura constitución común o  confederada y la constitución interna de cada uno de los estados vascos confederados.           
          Durante el primer tercio del siglo XX el grueso de sus seguidores repetirá sin más estas afirmaciones genéricas de Arana, que se convierten por tanto en un tópico omnipresente de la literatura nacionalista; si bien algunos de los principales publicistas no se limitaron a repetir la versión aranista de la historia vasca sino que la ilustraron, complementaron o desarrollaron, sin cuestionarla, conscientes de que apenas había tenido tiempo para penetrar y profundizar más en la mayor parte de los asuntos que abordó.[xx] Hubo, también, quienes se atrevieron a revisar algunas tesis de Arana, como la confederación inter-vasca, en nombre de la unidad nacional vasca.[xxi] E incluso cabe mencionar a quienes cuestionaron dicha tesis confederalista desde la más estricta ortodoxia, como el sacerdote José de Ariztimuño (Aitzol).[xxii]          
            A lo largo del primer tercio del siglo XX es obligado tener en cuenta, de otra parte, la batalla ideológica y política que se libra en torno a la participación o no del nacionalismo vasco en la política española, un asunto que afecta de lleno a cualquier planteamiento federativo del País Vasco en el estado español.              
            La ortodoxia doctrinal afirma el objetivo de la independencia de la presunta “nación” vasca, Euskadi, señala a España y lo español como enemigo principal de Euskadi y lo vasco, y, en consecuencia, exige romper con España y lo español; el nacionalismo no ha tener ningún compromiso con España. Dicho de otro modo:

a) el nacionalismo vasco no ha de comprometerse en ningún pacto estatal, sea la autonomía sea la federación o sea la confederación,

 b) no ha de participar en la política española,

 c) no ha de aliarse con fuerzas españolas. Una lógica, estrictamente nacionalista de diferenciar y separar cada nación y cada nacionalismo. Los hermanos Sabino y Luis Arana encabezan la ortodoxia. 
          Enfrente de esa ortodoxia doctrinal hubo siempre un criterio revisionista. Que se distingue de los ortodoxos por su pragmatismo, esto es, por admitir objetivos graduales intermedios como la autonomía y el mayor nivel posible de autogobierno en el estado español. La justificación de esa opción se atiene a la lógica de que cuanto más se avance por el autonomismo se estará en mejores disposiciones para vasquizarlo todo (Kizkitza en 1917,[xxiii] por el “deber taxativo de hacer cuanto esté en nuestras manos para salvar nuestra lengua y nuestro pueblo” (Kizkitza en 1932,[xxiv] como “primer paso hacia el ejercicio de todas las funciones que ejercía el país en la época foral” (Leizaola 1932).[xxv] Esa lógica es la que les lleva a apartarse del criterio de los ortodoxos, por considerarlo negativo para Euzkadi, y a interesarse en la política española y en las alianzas con las fuerzas políticas españolas. En la nómina de los “revisionistas” en estas materias están los líderes más conocidos del PNV durante la primera mitad del siglo XX: Engracio Aranzadi (Kizkitza), Luis Eleizalde, J.A. Aguirre, Manuel Irujo y F.J. Landaburu, así como los heterodoxos Ulacia, Landeta y Sarriá o la nueva corriente nacionalista laica y de izquierda que forma Acción Nacionalista Vasca a partir de 1930.
          Esta polémica, aquí presentada en sus posiciones más extremas, pero que produjo de hecho muchos más matices e incluso complejas combinaciones de ambas en las mismas personas, minuciosamente detalladas en el libro El péndulo patriótico, es un campo destacado de la pugna histórica entre las dos almas del PNV, y, más en general, del nacionalismo vasco.  
            Desde 1917, en que se inicia un movimiento autonomista liderado por las diputaciones de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, las concepciones básicas del fuerismo (más o menos federalista) se ven sometidas a la prueba de su validez política y jurídico-constitucional. ¿Cuál es el título del derecho al autogobierno? ¿El argumento foral-historicista? ¿El criterio nacional y el principio de nacionalidades confirmado por la lingüística, la etnología y la antropología? ¿La voluntad popular y la regla democrática? ¿La identidad de los vascos es una, aunque con diversas variedades dialectales e institucionales o debe prevalecer su diversidad de manifestaciones como en la historia? ¿Cuál es el significado en nuestros días de la restauración foral y en qué puede consistir en concreto? ¿Cuál es la diferencia entre la autonomía y la reintegración foral? ¿Se plantea o no algún vínculo constitucional entre las instituciones vascas y el estado español y cual es su carácter: autonómico, federativo o confederativo? ¿Cuál es el modelo de constitución interna del País Vasco y por tanto de relación entre sus unidades históricas: unitario, federal o confederal? ¿Cuál es la lógica de la lista de competencias cuya soberanía se reclama?          
            Cabe decir, sin entrar al detalle, que la respuesta a estas interrogantes tiene dos momentos y dos protagonistas distintos. El primer momento, anterior a la constitución republicana de 1931, tiene como protagonista a la Sociedad de Estudios Vascos, Eusko Ikaskuntza, en cuya comisión de autonomía se viene gestando desde años atrás el texto-base conocido como el Estatuto de Estella. Este proyecto estatutario tiene la impronta de la mayoría foral[xxvi] que lo elaboró (Idoia Estornés Zubizarreta 1990). En lo que hace a la constitución interna del territorio vasco tiene un sesgo confederalista. Es de inspiración más bien federalista en cuanto al vínculo que establece con la república española. Y es también federalista en la distribución de poderes. Tras el fracaso de ese intento, habrá un segundo momento, con protagonismo de las instituciones y fuerzas republicanas, en el cual se encaja el estatuto de autonomía vasco dentro de la lógica y las normas de la constitución republicana y de su modelo de estado integral.

a.3.- Desviación del federalismo hacia Europa   
          En los años cuarenta del pasado siglo, tras la guerra civil, con el nacionalismo vasco derrotado y sus líderes en la cárcel o en el exilio, hay un repunte inesperado de los asuntos federalistas en el PNV fruto del encadenamiento de varios acontecimientos.
El primero, el proyecto de una comunidad ibérica de naciones en el que participa Manuel de Irujo, permite descubrir cómo concibe el federalismo uno de los líderes del nacionalismo vasco con mayor contacto con la política española.     
          Irujo concibe la comunidad ibérica como una “unión de unidades” o “comunidad de tipo federal” entre Cataluña, Portugal, Galicia, España y el País Vasco, pero que más bien es de tipo confederativo pues cada parte habría de disponer de atributos estatales tradicionales, como fuerzas armadas propias, bandera, moneda y representación exterior.[xxvii] Su planteamiento responde a lo que se entiende hoy por federalismo multinacional, ya que habría de reconocer y proclamar expresamente el rango de naciones soberanas, “igual que Portugal y España”, de Cataluña, Galicia y Euzkadi.[xxviii] Irujo subraya el carácter voluntario de esa unión federativa, cuyo fundamento es autodeterminativo.[xxix]     
          El segundo acontecimiento más bien es una especulación relacionada con la expectativa (producida por el vehemente deseo de los exiliados más que por indicios racionales) de que la victoria de los aliados en la guerra mundial acarrease la caída del franquismo y un cambio de régimen. Esa expectativa animó la discusión sobre cómo habría de ser el nuevo régimen democrático español y puso sobre la mesa la discusión sobre la validez de la reciente experiencia republicana. En esos debates, el nacionalismo vasco no se limitó a exigir una restauración de la autonomía vasca sino que reclamó asimismo un mayor reconocimiento del rango nacional del País Vasco, concretado en el reconocimiento de la capacidad de consultar al pueblo vasco acerca de su futuro político, mediante un plebiscito, y de convertir en fuente única de derecho esa decisión popular.[xxx] Con esta condición, el nacionalismo vasco volvía a su tradicional exigencia de un acomodo más bien de tipo confederal.
          El tercer acontecimiento, nada más terminarse la guerra mundial, fue el enganche del nacionalismo vasco con el movimiento federalista europeo en los debates e iniciativas para impulsar la unidad europea. Su edad de oro son los años que van de esa fecha inicial hasta que se adoptó la decisión de constituir una Europa de los estados, opción aceptada con tristeza por el PNV, pues dilataba sus expectativas. No era “la Europa de los pueblos que los vascos llevaban en la mente y en el corazón”, pero aún así “era preferible esa Europa a ninguna.[xxxi]      
          El testimonio de los principales representantes del nacionalismo vasco en esos debates, Manuel Irujo y Francisco Javier Landaburu, no da mucho de sí, más allá de confirmar su cómoda conexión personal con esa corriente. Los temas “federalistas” no abundan en sus artículos en la prensa nacionalista, lo que ya es un dato, y cuando los abordan expresamente raras veces se escapan de la generalización. Pero, pese a ello, se advierte en ambos la lucidez de vislumbrar la aparición de un nuevo horizonte político y de anticipar sus consecuencias. El desarrollo político de una Europa federal de los pueblos es la nueva perspectiva del nacionalismo vasco[xxxii], cuyas implicaciones desveló  Irujo con toda claridad: No queremos poner aduanas en el Ebro, aspiramos a quitar las de los Pirineos, aspiramos a que  las facultades reservadas en el estatuto vasco al estado central español pasen a ser ejercidas –en parte al menos- por el estado central europeo.[xxxiii] Dicho de otra forma, el nacionalismo vasco oficializa el desvío hacia Europa de su nuevo horizonte utópico, la federación europea.          
            En la transición del franquismo a la democracia, todos los participantes en el consenso político, incluido el PNV, descartaron las fórmulas expresamente federales; mientras que el PNV descartó asimismo, a su vez, la exigencia de la autodeterminación. En el debate parlamentario de la nueva constitución democrática la incorporación a la misma del derecho de autodeterminación fue propuesta únicamente por el partido de la izquierda nacionalista vasca Euskadiko Ezkerra.[xxxiv] Aparte de esta enmienda de EE, en la que se mencionaba la opción federal como de una de las posibilidades que habría de dirimir el ejercicio del derecho de autodeterminación, la defensa de fórmulas federales o confederales se quedó una vez más en los márgenes de la vida política: en la izquierda de la izquierda. Mientras que el PNV optó por plantear la exigencia de un reconocimiento simbólico del rango nacional de Euskadi a través de la fórmula de la unión con la Corona. Pese a su evidente carácter de fórmula anacrónica e historicista, era funcional para poner sobre la mesa la exigencia de alguna señal de asimetría y de admitir, por parte del estado, su realidad plurinacional.   
            A modo de resumen, los principales hitos de este recorrido por la historia vasca, tras la pista del federalismo, se pueden concentrar en estas ideas.         
          Primera. El federalismo, debido a su esencia de pacto y autonomía y a la doble lealtad que entraña, conecta de un modo natural con la tradición histórica de los países vascos que, exageraciones retóricas aparte, se pensaba en esos mismos términos. En la medida que da continuidad a la tradición histórica vasca, el federalismo engancha de una manera fácil con el fuerismo, y especialmente con el llamado fuerismo progresista.
          Segunda. Sabino Arana rompe con la tradición histórica vasca cuando formula la idea nacional desde un pensamiento excluyente de lo español, cuando afirma que Euzkadi es la patria de los vascos así como su única nación (“los vascos no somos españoles ni franceses”) o cuando señala que España y lo español son la antítesis de Euzkadi y lo vasco o que “fuerismo es separatismo”. Con el antiespañolismo de Arana, se niega toda posibilidad de pacto federal con España y el federalismo se reserva a la organización interna del País Vasco bajo una fórmula confederativa.        
          Tercera. El autonomismo vasco que surge a comienzos del siglo veinte es el heredero natural del federalismo y el fuerismo del siglo XIX, a los que da continuidad histórica. En lo fundamental, el autonomismo es una actualización y adaptación a las circunstancias del siglo XX de ambas corrientes.            
          Cuarta. Pese a que el antespañolismo aranista es una herencia presente en todas las ramas posteriores del nacionalismo vasco, en éste hay una permanente ambigüedad en la actitud hacia España y lo español, que también está presente en la obra escrita de Sabino Arana y en su práctica política de diputado. Una muestra de dicha ambigüedad es el protagonismo del nacionalismo vasco en la reivindicación autonomista que ha estado en el centro de la vida política vasca desde 1917 a 1979.
          Quinta. Desde que emerge la unidad europea, el nacionalismo vasco es consciente del profundo cambio que implica en cuanto a los viejos conceptos estatales decimonónicos de soberanía nacional e independencia; y, en consecuencia, orienta y reserva su federalismo hacia Europa. Su nueva perspectiva es la de una Europa de los pueblos en la que “Euskadi” sea una estrella de primer grado, sin pasar por España, en igualdad de condiciones con todos los demás miembros de la misma. 
          Sexta. En la actualidad, el nacionalismo vasco combina esta perspectiva europea con su tradicional ambigüedad hacia España, al menos por parte del PNV, su principal partido, que le permite conectar con interpretaciones como la Herrero de Miñón sobre la utilización de la Disposición Adicional 1ª de la Constitución o con formulaciones de tipo confederal como la declaración de Barcelona-Vitoria-Santiago de 1998, aparte de mantenerse al frente del gobierno autónomo vasco desde 1980.    

5.2.- Valor y viabilidad del federalismo multinacional    

          Se trata de examinar el valor y la viabilidad de las fórmulas federativas para encarrilar lo que suele considerarse el último de los grandes problemas del siglo XIX, una vez ya resueltos o encauzados básicamente el problema agrario, el religioso, el social y el militar. Me refiero al encaje de las nacionalidades y nacionalismos periféricos (de Cataluña, Galicia y País Vasco) en la España constitucional.           
          Para abordarlo adecuadamente parece obligado distinguir tres aspectos sustanciales del mismo: 
          Primero. Es menester explorar qué tipo de acuerdos federales pueden acomodar satisfactoriamente las aspiraciones de los nacionalismos periféricos. Lo específico en este caso es la existencia política interesada de diversas naciones o identidades nacionales en un mismo territorio que, como quedó demostrado en el capítulo segundo, no existen como tales y han sido creadas de forma artificial; o por decirlo de otra forma, la constitución o integración de una supuesta sociedad plurinacional. El federalismo para acomodar en un estado común diversas naciones o identidades nacionales, ha recibido diferentes nombres: multinacional (Máiz 2000), plurinacional (Requejo y Fossas 1999), asimétrico (Kymlicka 1995), de diversidad profunda (Taylor 1992a)… Aunque parece un invento reciente, es la misma clase de federalismo en que pensaba Rovira i Virgili, hace un siglo;[xxxv] o el que propugnaban Irujo o Pi i Sunyer, cuando discutían el proyecto de una comunidad ibérica de naciones. En este sentido, se puede afirmar que España, desde la Constitución de 1978, es un Estado pseudo-federal asimétrico.
           Sumariamente las condiciones básicas de un federalismo multinacional.

1ª) Requiere, ante todo, el reconocimiento (Taylor 1992b)  de la plurinacionalidad, que no es asunto de competencias sino de otro orden: el status dentro del estado, su rango nacional, sus símbolos reconocidos… y todo ello desde la percepción de las propias minorías (Kymlicka 1996).

2º) La regulación de la plurinacionalidad se ha de atener estrictamente al principio de igualdad y exige, por tanto, un tratamiento simétrico (Requejo 1999).

3ª) Los acuerdos federales para acomodar la plurinacionalidad se han de extender a un triple ámbito: simbólico-lingüístico, institucional y competencial (Requejo 1998).

4ª) Todo ello debe quedar atado mediante garantías constitucionales, un rasgo fundamental de cualquier clase de federalismo según toda la doctrina.
           Segundo. Por la misma razón, aunque en otro sentido y a otra escala, se trata de plantear un federalismo ajustado a unas realidades injustas establecidas por la Constitución de 1978 respecto a las nacionalidades periféricas que también se definen por una diversidad profunda de identidades nacionales, cosa muy relevante en Vascongadas y en Cataluña.

También en este caso, el federalismo multinacional pudiera ser una fórmula idónea, en principio, para aquellas situaciones que señala Norman (1996, p. 57): “cuando los grupos están muy entremezclados, no se les puede dividir territorialmente y sería más costosa y traumática e insatisfactoria la separación”. En casos como el vasco o el catalán, en efecto, la federación “multinacional” pudiera adecuarse mejor a la identidad dual de buena parte de la sociedad;[xxxvi] tiene la ventaja añadida de mantener un ámbito existente desde hace siglos de estrechas relaciones (culturales, económicas y sociales) y de solidaridad en lugar de romperlo, ámbito hacia el que siente una especial vinculación afectiva una buena parte de la población; y puede ahorrar, por tanto, los riesgos, traumas, temores e incertidumbres de la desmembración. 
          Tercero. Hay que ver qué clase de acuerdos y de prácticas federales hacen falta para aunar e integrar en un proyecto común un cuadro de conjunto que ofrece una complejidad específica dada la suma de asimetrías y peculiaridades del estado español.
          Hay que aunar e integrar un país radicalmente asimétrico, dada la confluencia de estos hechos peculiares.

1) La existencia de naciones distintas a la predominante, con lo que supone de distintas identidades, culturas y lealtades nacionales, y, por tanto, de una realidad plurinacional que cuestiona radicalmente la afirmación de un único pueblo español y una única soberanía nacional.

2) El hecho de que en estas naciones periféricas hay al mismo tiempo un sector de la población no identificado con la identidad nacional propia de los nacionalismos periféricos, lo que se traduce en un gran lío de identidades: exclusivas y no compartidas, duales o divididas, complejas o múltiples.

3) Los ocho hechos diferenciales (Aja 1999) reconocidos por la Constitución (lengua, organización interna: los cabildos insulares y los territorios históricos vascos, derecho civil foral) que nadie cuestiona.

4) Un total de 17 comunidades autónomas reconocidas, entre las cuales hay una diferencia sustancial entre las que se sienten naciones distintas y aquellas otras que se sienten regiones de España, independientemente de que algunas de ellas puedan esgrimir en su haber una personalidad histórica milenaria.              
          La puesta en marcha de un federalismo multinacional en un conglomerado de esta guisa no puede hacerse de cualquier forma.             
          Ante todo requiere algún tipo de identidad compartida (Kymlicka 1995), un proyecto común, un vínculo afectivo; que no tiene por qué ser definido de la misma forma en las diferentes naciones de la federación (Norman 1996), pero que debe ser un motivo lo suficientemente fuerte y claro, inicialmente, como para impulsar una empresa colectiva correosa: la transformación del estado en una federación multinacional y, luego, para darle un tiempo razonable de prueba. El convencimiento sobre su necesidad y conveniencia, porque se piense que reporta ventajas claras o bienes valiosos a unos y otros (Stepan 2000), puede ser uno de los ingredientes de esa identidad compartida.
          De otra parte, requiere reciprocidad, lealtad mutua, lealtad a los respectivos compromisos adquiridos: de la federación con las partes y de las partes con la federación (Solozabal 1979). Esta reciprocidad parece el terreno más propicio para generar la lealtad mutua que exige por definición un federalismo multinacional y para elaborar la cultura pública federal compartida que necesita asimismo.        
Finalmente, requiere una distribución adecuada de poderes. La distinción de Requejo (1998) sobre la necesidad de tres tipos de acuerdos diferentes: el tratamiento simétrico de la plurinacionalidad desde la igualdad para todas, acuerdos asimétricos y confederales, acuerdos simétricos competenciales, parece en principio una sugerencia adecuada para las peculiaridades del estado español, aunque personalmente no la comparto.       
          De manera que este último campo de exigencias sobre qué acuerdos federales son aptos para un ámbito plurinacional, se desenvuelve en un terreno eminentemente práctico, de eficacia y eficiencia, no menos importante. Pertenece, por así decirlo, al campo de la política práctica, que es un arte sobre todo. Mientras que los otros dos aspectos son de un género distinto y definen la sustancia misma de la cosa: la complejidad de España, por su plurinacionalidad, y la complejidad de algunas naciones periféricas a causa de la diversidad profunda de identidades nacionales que hay en ellas. 
          Pese a su diferente naturaleza estos tres aspectos forman un todo lógico e inseparable, de manera que no cabe quedarse con uno cualquiera de ellos y abstenerse de los demás. La lealtad a la federación es correlativa e inseparable del reconocimiento y respeto de ésta a la plurinacionalidad. Y otro tanto puede decirse de la satisfacción de los nacionalismos periféricos, que es correlativa e inseparable de que satisfagan a aquella parte de su población apegada a una identidad nacional vasco-española.
          Así concebido, el federalismo multinacional presenta a su favor un juicio de valor y en su contra una previsión cuajada de sombras acerca de sus posibilidades.
Su mayor valor es que permite conjugar mejor que ninguna otra fórmula el doble aspecto que define la cuestión vasca: la aspiración nacionalista de reconocimiento de la dimensión nacional del País Vasco de un lado, y, de otro, el reconocimiento y respeto de la diversidad político-ideológica de la sociedad vasca. En la medida en que conjuga ambos aspectos, posibilita un reparto más equilibrado de las incomodidades sociales de todo tipo que entraña la plurinacionalidad. Este valor no es efectivo, empero, si no es fruto de un acuerdo que satisfaga a ambas partes.              
          Entre las ventajas de la federación se encuentra asimismo el valor, ya comentado antes, de mantener un ámbito histórico, el marco común estatal, en el cual se han entretejido unas relaciones de todo tipo especialmente intensas. La permanencia de ese ámbito tan diverso, siempre y cuando se haya eliminado en el mismo toda sombra de imposición, enriquece en todos los sentidos a sus habitantes, aparte de satisfacer el sentimiento de pertenencia de cuantos se identifican con él.
Pero, dicho esto, es obligado tener en cuenta que la discusión sobre el valor del federalismo multinacional está ya condicionada en buena medida a la evolución futura de la Unión Europea. Ya hoy día, de hecho, algunos argumentos ampliamente manejados antaño para legitimar o deslegitimar a los estados, como la búsqueda de seguridad o el atractivo de un mayor poder económico, se están desplazando hacia la UE, en su actual realidad, y ésta los ofrece con mayor amplitud (Kymlicka 1996).
En cuanto a la viabilidad del federalismo multinacional, es ya casi un lugar común la prevención acerca de que no asegura el éxito de la empresa ni garantiza “de un modo definitivo” la satisfacción de los nacionalistas periféricos. Ha de asumirse que el más racional y generoso de los proyectos federativos puede no satisfacer a quienes tienen un sentimiento de  identidad exclusiva y quieren mantenerla a toda costa.         
          Una de las claves principales de su viabilidad la expuso Rovira i Virgili, hace casi un siglo, cuando insistió en que el federalismo (multinacional) está en manos de los “otros”: las fuerzas españolistas. Tal dependencia de las fuerzas mayoritarias del sistema político español es una sombra sobre la federación multinacional. Otro tanto puede decirse de la dificultad de construir una identidad común, dado que exige un impulso, una solidaridad, un convencimiento… (Kymlicka 1995, p. 259 y ss.) que no se ve hoy día en las élites políticas ni se puede llevar a efecto por la delegación en materias, como la educación, que prevé la Constitución a los Gobiernos Autónomos . Previamente ha de construirse el sujeto y los motivos que animen ese impulso y, precisamente por permitirlo la propia Constitución, el sujeto, que ya existía desde tiempos, se está anulando desde las propias estructuras del Estado Español.          
          Solozabal comentó hace tiempo, citando a T.M. Frank, que la viabilidad de una federación multinacional requiere tres condiciones especiales: convencimiento de la federación, líderes carismáticos y acontecimientos que la impulsen.[xxxvii] Es evidente que las tres brillan por su ausencia en el conjunto del ámbito político español, incluido el vasco. Así las cosas, se antoja pertinente el pesimismo de Fossas (1999) sobre la viabilidad del federalismo multinacional (en el ámbito del estado español), dados los tics y temores que despierta en los nacionalismos realmente existentes o la ausencia de una sociedad civil federal o de una cultura federal en las élites políticas.[xxxviii] Pero tal vez no sea tan sombrío el panorama en las élites culturales y económicas.        

5.3.- Nacionalismo vasco y federalismo

          ¿Es compatible el nacionalismo-vasco con el federalismo?. Doctrinalmente, creo que no hay una incompatibilidad de fondo con las fórmulas de tipo confederativo, mientras que sí la hay, y muy radical, con todas las demás fórmulas federativas. A juicio del autor, esa incompatibilidad se concentra en tres puntos de fricción principales: a) la definición de España, b) la definición de nación vasca y la valoración del pluralismo ideológico de la sociedad vasco-navarra, c) la concepción de la autodeterminación. Los dos primeros afectan directamente al sujeto o sujetos de la federación. El último, a la entraña misma del federalismo multinacional.          

c.1. La definición de España       
          Hoy día el nacionalismo vasco[xxxix] no acepta el concepto primario de nación española y de pueblo español, concepto que está en la Constitución y que, muy probablemente, es compartido con más o menos entusiasmo por la mayoría de la población del estado español. Tampoco acepta siquiera el concepto de “España, nación de naciones”, ni aun en la más ambigua de sus acepciones (en el sentido de una nación política que alberga a varias naciones culturales). Al nacionalismo vasco no le van las distinciones sutiles sobre el sentido primario o secundario del término naciones del que suele hablar, entre otros, Requejo (1999), sino que se atiene a la vieja distinción entre naciones y estados, que asigna a aquellas la pertenencia intrínseca al orden natural de las cosas (en último término guiado por la providencia divina) mientras que los estados son construcciones meramente artificiales y arbitrarias. De modo que todas las corrientes del nacionalismo vasco coinciden en la idea de que España no es una nación (una comunidad natural), sino tan solo un estado (y una comunidad artificial). Todas ellas coinciden asimismo, en la idea de que Euskal Herria (o Cataluña y Galicia) sí lo son, por el contrario, en la medida en que tienen todos los atributos de las comunidades naturales.          
          No obstante, esa definición negativa de España (que no es una nación) está en flagrante contraposición con la que reconoce y acepta que España sea una nación, definición que está presente además en Sabino Arana (De la Granja 2001).[xl] Me refiero a la idea que ha venido sosteniendo el nacionalismo vasco a lo largo del siglo pasado de que España es la cuarta nación de la península ibérica (sin Portugal), esto es, la resultante de la operación de quitar a aquella los territorios de las nacionalidades vasca, catalana y gallega. Esta concepción aparece nítidamente en los escritos de Manuel de Irujo (1945) sobre la comunidad ibérica de naciones.[xli]           
          En mi opinión, ambas definiciones son francamente insatisfactorias. Se sustentan en definiciones de época, decimonónicas, cuyas insuficiencias (una concepción objetivista, la arbitraria asignación de un carácter natural a las naciones y de un carácter artificial a los estados, un exceso de primordialismo) ha enunciado con acierto y desde diferentes perspectivas la revisión crítica de los nacionalismos llevada a cabo en las últimas décadas. La idea de la “cuarta nación” no se ajusta a la realidad, pues también está presente en gran medida en las otras tres. Y otro tanto puede decirse de la negación de la nación española.   
          Requejo (1999) ha señalado que en España no existe ni una sola ni 17 naciones y que España no es solo un estado sino que tiene también un componente nacional. Pero añado, por mi parte, que es menester tirar algo más de ese último hilo si se quiere llegar a una definición cabal de España. Creo que la definición de España debe abarcar por lo menos tres aspectos fundamentales:

a) es un ámbito territorial en el que se han desarrollado lazos comunes de muy diversos tipo (familiares, lingüísticos, culturales, económico-sociales, políticos, de costumbres y tradiciones, etc.) que han operado en el largo tiempo;

b) es una comunidad política, producto de esa experiencia histórica común de larga duración y de un fenómeno de integración de tipo nacional;

c) es un sentido de pertenencia nacional, un sentimiento afectivo de identificación nacional probablemente mayoritaria fuera de Cataluña, el País Vasco y Galicia, pero que también está muy presente aunque con menor intensidad en el interior de estas otras naciones[xlii]. De manera que en ese triple sentido, España y lo español son un elemento consustancial de la propia definición de las nacionalidades históricas.[xliii]
          Se antoja un imposible que pueda cuajar un federalismo multinacional en el estado español si el nacionalismo vasco no revisa y corrige su definición de España. Pero lo mismo podríamos decir, cambiando el sujeto de la frase, acerca de la definición predominante de España que tienen la mayoría de los españoles. También adolece de las mismas insuficiencias teóricas y de similares desajustes respecto a la realidad.  

c.2. La definición de la pluralidad            
          La sociedad vasca, además de estar marcada por la diversidad habitual en toda sociedad moderna abierta y compleja (una diversidad social, política e ideológica, de religión y de moral, de cultura, de hábitos y costumbres, etc.), lo está también y en un grado muy notable por otra clase de diversidad que afecta a sus cimientos nacionales, esto es a la lengua, cultura, procedencia, identidad colectiva y sentimientos nacionales. Pero lo más singular del caso vasco, y también del catalán, a este respecto, es que esa clase de pluralidad se da en un grado muy superior a la media conocida en países occidentales similares al nuestro, como Escocia, Quebec o Flandes o Valonia.                
          La particularidad del pluralismo vasco se manifiesta en estos tres hechos: 1) que es ya una sociedad mayoritariamente mestiza, 2) que está escindida como ya se ha dicho en cuestiones básicas de su identidad colectiva, y 3) que alberga un alineamiento político-electoral muy condicionado en el fondo, si bien de forma compleja, por los dos hechos anteriores. Todos los países modernos tienen el pluralismo 1 y son mestizos en mayor o menor grado. La mayoría de los estados del mundo, que son plurinacionales de hecho, tienen un pluralismo 2 más o menos acusado. Mientras que en los estados verdaderamente nacionales como Portugal y en naciones como Quebec, Escocia, Flandes, Valonia y Galicia, etc. el pluralismo 1 es muy reducido; en todos esos casos, la homogeneidad de la población (de origen, lengua materna, tradición cultural, etc.) es bastante elevada, con porcentajes de la misma entre el 75% y el 90%.           
          En la Comunidad Autónoma Vasca, los pluralismos 1 y 2 son muy relevantes y a consecuencia de ello hay un acentuado pluralismo 3 .[xliv] Pero tal vez lo más peculiar de su pluralismo no son las diferencias existentes que atañen a la identidad colectiva y a los sentimientos y lealtades nacionales. Su rasgo más singular puede residir en que, en dichas diferencias y a través de ellas, se manifiesta una quiebra social en asuntos básicos para la cohesión de la comunidad política que pretende ser. Lo más peculiar es, por tanto, el hecho de que, a resultas de su pluralismo, se dé un patente conflicto interior en cuestiones básicas para la convivencia comunitaria.              
            La definición de la nación vasca en la doctrina central nacionalista tiene una sustancia etnicista que le incapacita para satisfacer las expresiones del pluralismo de la sociedad vasca que no sintonizan con los postulados del nacionalismo vasco. [xlv] En esto, también ocurre que la incompatibilidad doctrinal entre ambos términos se plantea muy radicalmente mientras que, históricamente, en la práctica política, esa radicalidad se diluye en continuas negociaciones y en muy diversos apaños o acomodos.   
            La doctrina central nacionalista piensa la nación vasca en los términos unívocos mazzinianos: un territorio, una lengua, un pueblo, una única idea nacional. Dicha de otra forma, no está pensada para asumir la diversidad profunda que caracteriza hoy día a la sociedad vasca. Precisando aún más, la piensa así a largo plazo, esto es, como resultado del éxito de su oferta política, tras un largo proceso de integración y como fruto de su capacidad de asimilación al ideario abertzale. El conjunto del nacionalismo vasco rara vez se sale de tal modelo, si bien es patente asimismo una preocupación por suavizar o camuflar sus aristas más antipáticas.           
            El problema estriba en que esa aspiración asimiladora, aun cuando se piense en términos de voluntariedad y de respeto de los procedimientos democráticos del estado de derecho y de los derechos individuales, ya denota en sí misma un juicio negativo de la diversidad y pluralidad actual. A tenor de su doctrina, el nacionalismo vasco no puede dejar de considerar la diversidad profunda existente como “una realidad molesta”, como “algo a superar o a hacer desaparecer”. Lo cual no sólo plantea un conflicto profundo de valores con quienes la consideran una riqueza del conjunto de la sociedad, que se debe mantener aunque sea una permanente fuente de conflictos. Ante todo y sobre todo es una grave y mutua desconsideración hacia quienes tienen un sentimiento nacional distinto al del otro.
            Ya hace tiempo que el conflicto vasco no puede entenderse si se ignora este nuevo aspecto de este: la demanda de reconocimiento y respeto por parte de quienes se sienten menoscabados por el nacionalismo vasco en su identidad personal y colectiva en el territorio en el que éste es la fuerza hegemónica y a la inversa. Cosa que por cierto conecta con un cambio de paradigma en todo el mundo occidental en lo que hace al tratamiento de las identidades diferentes (Kymlicka 1996). Antes se aceptaba la perspectiva de la pérdida de la nacionalidad a cambio de otras ventajas, como ya dijo Marx en su día a propósito de la sociedad provenzal. Entonces no había otra opción sino la elección entre la asimilación o hacer las maletas y el éxodo. Ahora se trata de hacer compatibles en una misma sociedad una pluralidad de bienes distintos (I. Berlín), incluidos los diferentes bienes nacionales, aunque sean conflictivos entre sí. Así lo exige una visión de la justicia y de la vida buena indudablemente más civilizada y satisfactoria.            
            La convicción “revisionista” a este respecto, por parte de los líderes del  nacionalismo vasco, sería una condición necesaria para que pueda cuajar en todo su mundo un sentimiento favorable al federalismo multinacional. Pues tal vez la mayor ventaja de este sistema, como ya se ha dicho antes, es su mayor capacidad de adecuación a ese rasgo singular de la sociedad vasca que es su diversidad profunda.      

c. 3. La autodeterminación o el derecho de salida           
          Desde hace ya un tiempo, el derecho a la autodeterminación es la idea más poderosa que tiene en sus manos el nacionalismo vasco.      
          Lo es así por su versatilidad. Esto es, por su capacidad de expresar a la vez: a) la meta final de su carrera, el mito de la plena libertad, porque un pueblo autodeterminado es un pueblo con soberanía plena; b) la meta próxima en la que lo ha invertido todo su capital en la última década: “pacificar y normalizar” la vida vasca, ya que cree que ETA abandonaría las armas si se le reconociera ese derecho; c) la manera o el método para llegar a cualquier meta: mediante el ejercicio de la libertad de decisión democrática en el ámbito vasco; d) el motor para movilizar las fuerzas necesarias. En la vida política vasca no hay ninguna otra idea capaz de ofrecer prestaciones tan poderosas como estas “emes” asociadas a la autodeterminación: mito, meta, método y motor movilizador.     
          Lo es también por su utilidad práctica para la acción ideológica y política del nacionalismo vasco. Blandida como amenaza, es un instrumento de presión en sus manos para intentar obtener otras mejoras de muy diverso tipo en sus conflictivas relaciones con el Gobierno central español. En momentos muy determinados, puede tener un alto valor político asimismo, bien sea como método de afirmación y legitimación o bien como procedimiento de ratificación.         
          Pero en cualquier caso conviene adelantar que para el nacionalismo vasco la autodeterminación no equivale a un referéndum sobre la permanencia o no en España.[xlvi] Según el canon de la ortodoxia nacionalista, la autodeterminación sólo tiene sentido para confirmar el triunfo de las propias posiciones. De modo que si ha acudirse a alguna consulta, será para ganarla, no para ver cuántos están a favor de una cosa y cuántos a favor de otra. Más que una consulta para dirimir una controversia entre ir por una dirección o por otra, como a veces se piensa ingenuamente, sería un refrendo que mostrase su mayoría. Si por un error de cálculo se perdiera ese referéndum, tampoco pasaría nada trascendente; no sería más que un revés momentáneo, un mero atraso de su proyecto hasta que madurase la siguiente ocasión para poder demostrar la mayoría.     
          De ahí que el sentido actual de la autodeterminación para el nacionalismo vasco, más allá de su utilidad o función política, haya que situarlo en su valor simbólico. Lo que le coloca en un terreno mucho más poderoso que el de la política: el campo de los anhelos, deseos, sentimientos, horizontes… de un amplio movimiento social, el nacionalismo vasco, y de su complejo imaginario ideológico-político de afirmación de una nacionalidad-isla, de un pueblo en marcha  por su supervivencia, de una nación heterodeterminada por España y Francia, etc.       
          Pero este valor preferentemente simbólico implica también, por lo mismo, una mayor versatilidad, indeterminación y ambigüedad que otras fórmulas políticas. Lo cual le da al mismo tiempo una gran capacidad de adaptación y de flexibilidad en cualquiera de las direcciones, tanto en las más proclives a revisar y renovar el contrato estatal del País Vasco, como en las que manifiestan una intrínseca desconfianza en toda fórmula que no sea la separación de España y Francia.               
          Desde el nacionalismo-vasco, el reconocimiento de la autodeterminación es la condición mínima para legitimar cualquier sistema político, y, por tanto, para legitimar también un sistema federal multinacional. Esa condición se resume, de entrada, en dos cosas. Una, que se reconozca la viabilidad legal de todos los proyectos políticos democráticamente legitimados -aun los independentistas- y se les deje en igualdad de oportunidades; todos han de ser posibles si cuentan con mayorías suficientes. La otra, que esté regulado todo lo relativo a la forma en que pueda ejercerse el derecho de secesión, desde cómo y quién puede tomar la iniciativa de ese ejercicio o quién hace la pregunta o qué mayorías se exige para sancionarla hasta cómo y quién ha de consumar la separación si logra cumplir todos los requisitos.         
          ¿Se le puede exigir al nacionalismo vasco que renuncie al postulado que más y mejor le define hoy día: a la posibilidad de que una amplia mayoría de la población vasca pueda refrendar un proyecto político que avale su inserción directa en Europa sin pasar por España?. Creo que no habría ningún argumento político-moral que pudiera justificar tal exigencia de no ser por lo artificial del proceso de euskaldunización de la sociedad y por los desleales e inmorales procedimientos utilizados. Se le debe exigir naturalmente que todo el proceso de autodeterminación esté regulado mediante procedimientos democráticos previamente acordados o que haya plenas garantías de la preservación de todos los derechos de las minorías disconformes con el proyecto presuntamente mayoritario o que la consumación de la separación sea tratada y negociada de modo bilateral, ya que la ruptura del contrato estatal existente afectaría a las dos partes como ya señaló en su día Pi i Margall.[xlvii]        
          Todo lo relativo a la autodeterminación se ve de manera radicalmente distinta, empero, si se contempla desde la diversidad profunda de la sociedad vasca. Si se mira desde esa perspectiva, lo verdaderamente relevante es la existencia de “otra parte” de la población vasca, la otra mitad de la sociedad, que niega que haya una imposición exterior antidemocrática o que el pueblo vasco esté heterodeterminado por otros.         
          Es más, en esta “otra parte” de la población vasca no se entiende qué se reivindica con la autodeterminación o el ámbito vasco de decisión. O bien se considera que “ya lo tenemos” en el estatuto de autonomía y que ya lo ejercemos continuamente y en muchas cosas verdaderamente importantes: educación, sanidad, hacienda, policía, parlamento y gobierno vasco… O bien se entiende que no es una demanda de la mayoría, el caso de Navarra, donde, además de ejercerlo también en cosas similares, está reconocido incluso para poder decidir su integración en unas instituciones comunes a las de la CAPV. O bien predomina en ella un sentimiento de pertenencia a España y se está de acuerdo en compartir con otros pueblos y otras gentes -a las que se siente vinculada por múltiples lazos de todo tipo- ese ámbito común más amplio de convivencia y de solidaridad y de decisión que es España.                
          A tenor de este hecho la conclusión es clara y terminante: la autodeterminación no es un valor compartido por la sociedad vasca. Para unos es un bien y para otros no lo es. Más aún, en esa “otra parte” la autodeterminación propugnada por el nacionalismo vasco se ve como amenaza y genera un mundo de miedos y temores incontrolados.   
          Aquí tiene el nacionalismo vasco un problema ineludible, que hasta ahora no ha sido capaz de digerir, seguramente porque choca de raíz con el núcleo más íntimo de la doctrina central nacionalista. Ésta, desde su concepto de nación vasca unívoca y uniforme, no puede admitir tamaña disidencia. De ahí que tienda a negarla o que la interprete  como una alienación, esto es, como una mera contaminación de parte de la población vasca por un agente exterior, el españolismo, como un fenómeno pasajero que se puede rectificar a base de un proceso de “concienciación nacional correcta”. Pero esta forma de abordar el problema, aparte de apoyarse en un concepto tan endeble como la alienación nacional, es además muy insatisfactoria, en tanto en que implica que una de las partes aspira a imponer su punto de vista sobre la autodeterminación a la otra parte. Parece más adecuado al signo de los tiempos otro paradigma, a saber, que lo que es un bien de una parte sólo puede ser un bien común si la otra parte lo acepta como un bien también suyo, libremente, por su propio interés y convicción, a través de un diálogo y de una negociación en la que muy probablemente haya un intercambio cruzado de bienes, que son particulares o de parte, amén de conflictivos entre sí. A través de un do ut des, un te doy para que me des, dicho de otra forma.         
          De otro lado, este problema interno a la sociedad vasca derivado de su diversidad profunda no se puede ni se debe confundir con el aspecto externo de la autodeterminación: el relativo a la disconformidad con la estancia y permanencia del País Vasco en el seno del estado. Pero es obvio que se condicionan poderosamente entre sí. Hasta el punto de que es difícil pensar siquiera la posibilidad misma de desencadenar un proceso de autodeterminación externa si antes, y previamente, no hemos arreglado los vascos de alguna forma mínimamente satisfactoria esa división interna que afecta a cosas básicas para toda comunidad política, como qué país queremos, cual es su territorio, y su identidad colectiva, qué relaciones establecen entre sí sus diversos territorios, qué relación deseamos  mantener con los estados español y francés, etc.      
          Una federación multinacional no debería cerrar el paso a los proyectos políticos  más “soberanistas” o independentistas; no debería negarles la mínima viabilidad legal que ha de tener todo proyecto político legitimado democrática y mayoritariamente en las urnas. Una acción federal-estatal que impidiera un proceso autodeterminativo vasco sostenido por una mayoría de la población, no sólo iría en contra de la regla democrática si de verdad hubiere un proceso autodeterminativo vasco que contase con el apoyo de una mayoría, sino que pondría en peligro la calidad de la propia democracia  española y la sometería a ésta a una muy grave degeneración.    
          Una federación multinacional que pretenda satisfacer al nacionalismo vasco debe admitir, por consiguiente, la incertidumbre de un futuro abierto a la posibilidad de una separación. Si ésta posibilidad no se reconociera no habría manera de paliar el temor a quedarse sin garantías, atados y supeditados a una mayoría electoral “ajena”, por parte de los nacionalismos que se saben minoritarios en la federación.  
          Ahora restaría por saber si la federación multinacional puede encajar esa falta de certezas sobre su futuro, dada la consustancial ambigüedad de un partenaire que está en ella porque no tiene el apoyo necesario para “salirse”. Este problema, así planteado, de forma pura y dura, parece irresoluble, permanentemente abocado a la desconfianza recíproca, al desencuentro, a la inestabilidad, al conflicto insoportable…            
No obstante, cabe pensar que en la práctica se muestre de forma más matizada y compleja, aunque sólo sea porque cada parte se vea forzada a reconocer sus propias limitaciones, que son abundantes y muy profundas. Es decir, que unos sean más conscientes de que la identidad española no puede ser incluyente de quienes se sienten de una nación distinta y no aceptan una identidad dual; y que otros sean más conscientes de que la identidad vasca no puede ser excluyente de los ciudadanos y ciudadanas vascas que no se sienten ni quieren sentirse únicamente vascos sino que se sienten a la vez vasco-españoles. Si llega ese momento y hay unos líderes carismáticos por ambas partes que así lo reconocen y que saben trasmitirlo a la sociedad, al menos se podrá discutir las ventajas que reportaría a todas las partes una federación multinacional.  
          En cualquier caso, parece evidente que la posibilidad misma de la federación multinacional en el ámbito del actual estado español es inseparable de una reconversión de los nacionalismos, del central-español y de los periféricos.
Por parte del nacionalismo vasco requiere: la decisión de ponerse a cimentar un suelo común para toda la población habida cuenta la diversidad profunda de la sociedad vasca, una vuelta al reconocimiento del hecho español así como a la perspectiva (fuerista) del pacto y a la voluntad de compartir un proyecto común, la opción de fijar un umbral de satisfacción “razonable” de sus demandas… Si se empeña, por el contrario, en deslegitimar cualquier salida por su carácter de “española”, independientemente de su alcance y contenidos, la federación multinacional no tendrá nada que hacer. Y no es un consuelo, tener la razonable presunción de que el nacionalismo-vasco, en ese caso, tampoco podrá nada más que cultivar el propio huerto que ahora administra.


[i] Palacio Atard, “Manual de Historia de España”, Edad contemporánea I, Volumen I, Madrid, Espasa Calpe, p.544.

[ii] Desgraciadamente la verdad de sus palabras las estamos sufriendo las generaciones de la segunda mitad del siglo XX con el nacionalismo secesionista que ha surgido en las Provincias Vascongadas.

[iii] Arana era de familia carlista; su padre, Santiago, fue militante muy activo en las filas de Don Carlos.

[iv] Cánovas evitó que el texto legal introdujera los términos “abolición” o “supresión”, remitiéndose a las “reformas del antiguo régimen foral”, además de suprimir directamente las exenciones tributarias y del servicio militar.

[v] Basado en el artículo de JOSÉ LUIS DE LA GRANJA SAINZ en «El País» del 23-1-99

[vi] Basado sustancialmente en Javier Villanueva, http://www.pensamientocritico.org; ponencia publicada en: Manuel Calvo-García y William L. F. Festiner, coord., Federalismo/Federalism, Dykinson, 2004, pp. 189-219.

[vii] “Fuerismo es la tendencia o aspiración política que se propone reconquistar los fueros de que ha sido despojado el país vasco-navarro y retener, mientras tanto, los que aún conserva”. En “Fuerismo, regionalismo y federalismo” (sin fecha). Obras Completas. Tomo  XV:  Campión periodista, página 138. (Pamplona, 1854-San Sebastián, 1937) Escritor español. Publicista y político, es autor de las Euskarianas, obras de carácter narrativo, lingüístico o histórico, y de dos novelas naturalistas: Blancos y negros (1898) y La bella Easo (1909).

[viii] Tras la senda abierta por Solozábal (1975), Elorza (1978), Corcuera (1979), Aranzadi (1981) y Juaristi (1987) entre otros.

[ix] Vicente Garmendia: Jaungoicoa eta foruac. El carlismo vasco-navarro frente a la democracia española (1868-1872). Bilbao, Universidad del País Vasco. 1999

[x] “Los pueblos deben ser dueños de sí mismos, incluso para asimilarse y fundirse con otro pueblo”. Pi i Margall (1876): Las nacionalidades. Madrid, Cuadernos para el diálogo, 1972. Pp,s 149 y 154.

[xi] “La organización foral de las Provincias Vacongadas es la república federal”. En Juan María Sánchez Prieto, “El imaginario vasco. Representaciones de una  conciencia histórica, nacional y política en el escenario europeo 1833-1876”. Barcelona: Ediciones Internacionales Universitarias, 1993. Pp,s 266-269.

[xii]“Fuerismo y federalismo son sinónimos” dice en un escrito fechado en 1878. En Miguel José Izu (2001): Navarra como problema. Nación y nacionalismo en Navarra. Madrid: Biblioteca Nueva, p. 158.

[xiii] Antoni Jutlar (1975): Pi i Margall y el federalismo español. Madrid: Taurus, tomo 1º, p. 433.

[xiv] El concierto reconoce la autonomía fiscal de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa (reconocida ya a Navarra en la figura similar del convenio económico) y mantiene la especificidad administrativa del País Vasco.

[xv] Idem, pp,s 215-218.

[xvi] Jesús M. Eguiguren (1984): El PSOE en el País Vasco. 1886-1936. Haranburu Editor. Págs. 152-167.

[xvii]La cita es de un artículo de José Luis Arenilles, escrito en 1936. Para los poumistas, ver el libro de los hermanos José Luis y José María Arenilles Sobre la cuestión nacional en Euskadi, editado por Fontamara en 1981. Para los comunistas, Antonio Elorza (1977): “Comunismo y cuestión nacional en Cataluña y Euskadi (1930-1936). Un analisis comparativo”. Saioak, revista de estudios vascos, número 1.

[xviii] Los críticos de la “invención” de la historia vasca por Sabino Arana, como Solozábal (1975), Elorza (1978), Corcuera (1979), Aranzadi (1981),  Juaristi (1987) o de la Granja (1995), abundan en estas ideas.

[xix] Con la única excepción del vasco-francés Txaho, autor del libro Viaje a Navarra durante la insurrección de los vascos, en tiempos de la primera guerra carlista, cuyo antiespañolismo está bajo sospecha de encubrir un interés político y diplomático descaradamente pro-francés según Juaristi (1987).

[xx] Lo hizo por toda la primera generación nacionalista Luis Eleizalde cuando escribió en la revista Euzkadi, en 1921, que S. Arana “murió sin haber podido terminar una sola de las obras que emprendió”) En Luis de Eleizalde. Un vasco polifacético, de Esteban Antxustegi. Bilbao: Fundación Sabino Arana, 1998.

[xxi] José Luis de la Granja (1995): El nacionalismo vasco: un siglo de historia. De la Granja menciona entre los heterodoxos a Francisco Ulacia y Eduardo Landeta, ambos provenientes del fuerismo liberal intransigente, así como a Jesús de Sarriá, el director de la prestigiosa revista Hermes entre 1917 y 1922. Textos significativos de estos u otros “revisionistas” en De Pablo, Santiago; de la Granja, José Luis y Mees, Ludger eds. (1998): Documentos para la historia del nacionalismo vasco. De los Fueros a nuestros días. Barcelona: Ariel practicum.

[xxii] Ariztimuño, además de cuestionar la tradicional separación de los vascos en siete territorios distintos y de criticar el proyecto de la izquierda nacionalista, ANV, por “centralista y unitarista”, anima a revisar la propuesta confederativa de Arana y postula una solución “más equilibrada y ponderada” que la separatista o la unitarista. José de Ariztimuño, Aitzol (1935): La democracia en Euskadi, páginas 210-214. Aitzol murió en 1936, a los 39 años, fusilado por las tropas franquistas. Fue uno de los principales impulsores y animadores del renacimiento lingüístico-cultural en euskera desde la asociación Euskalzaleak y desde la revista Yakintza.

[xxiii] En Antonio Elorza (1978): Ideologías del nacionalismo vasco. 1876-1937. De los “euskaros a Jagi-Jagi. L.Haranburu-Editor. Página 360.

[xxiv] Citado en Ideologías… Página 432.

[xxv] Idem, página 430.

[xxvi] Compuesta por carlistas, nacionalistas, republicano-federalistas y fueristas liberales. Pero esa mayoría pro-fuerista era compatible con una durísima contienda en la esfera política, donde los nacionalistas compiten en esa época con los carlistas por la hegemonía en los ámbitos agrarios guipuzcoanos y ambos se la disputan con liberales y republicanos en las zonas urbanas.

[xxvii] La Comunidad ibérica…, páginas 80-85 y 102-104.

[xxviii] La Comunidad ibérica…, páginas 89 y 104.

[xxix] La Comunidad ibérica…, páginas 35, 116, 119 y 121.

[xxx] De Pablo, Santiago; Mees, Ludger; Rodriguez Ranz, Jose Antonio (2001). El péndulo patriótico. Historia del Parido Nacionalista Vasco. Barcelona, Crítica. Tomo II, páginas 172, 251, 257, 289.

[xxxi] Manuel de Irujo (1972). Escritos en Alderdi. Editado por el Partido Nacionalista Vasco, Bilbao, 1980. Tomo II (1961-1974), página 247.

[xxxii] Francisco Javier Landaburu (1953). Escritos en Alderdi (1949-1962). Editado por el Partido Nacionalista Vasco, 1980. Página 67.

[xxxiii] Manuel de Irujo (1962). Escritos en Alderdi, Editado por el Partido Nacionalista Vasco, tomo II (1961-1974), página 49.

[xxxiv] Dicha enmienda obtuvo el voto favorable al final de todos los representantes del nacionalismo vasco: los diputados y senadores del PNV, Letamendía y los senadores Bandrés y Goio Monreal.

[xxxv] Rovira i Virgili llamó federación nacional a “aquella en que los estados que la constituyen son unidades nacionales, son naciones”. Jaume Sobrequés i Callicó (1988), “Federalismo y nacionalismo en el pensamiento de Rovira i Virgili”. En Federalismo y estado de las autonomías. Barcelona: Planeta. Página 34.

[xxxvi] En las series del euskobarómetro entre 1987 y 2001 sobre la identidad subjetiva, la identidad dual “tan español como vasco” es la más preferida, con un porcentaje medio del 33´3%. La siguiente es la opción de “solo vasco” con un 28% de media. Fuente: página webb del Euskobarómetro.

[xxxvii] Juan José Solozábal (1979): “Nacionalismo y federalismo en sociedades con divisiones étnicas: los casos de Canadá y Suiza”. Recopilado en la obra del mismo autor, Las bases constitucionales del estado autonómico. Madrid: Mc Graw Hill, 1998.

[xxxviii] Enric Fossas (1999): Simetría y plurinacionalidad en el estado autonómico”. En Asimetría federal y estado plurinacional. Editorial Trotta. Página 292.

[xxxix] Uso esta expresión cuando entiendo que todas sus distintas ramas y familias coinciden en algo.

[xl] José Luis de la Granja (2001): “La idea de España en el nacionalismo vasco”. En Antonio Morales Moya, coordinador. (2001): Nacionalismos e imagen de España. Sociedad Estatal España Nuevo Milenio. Página, 39.

[xli] Este concepto de cuarta nación también está muy extendido en las corrientes de izquierda más abiertas al reconocimiento de los problemas nacionales en el estado español. A modo de ejemplo, su presencia en la obra del filósofo Manuel Sacristán, quien se refería frecuentemente a ella como “la pequeña España”.

[xlii] No estoy de acuerdo en esta denominación que hace el autor de estos territorios, aunque he de reconocer que quedan contemplados en la Constitución.

[xliii] Por la misma razón se debería añadir, en rigor, que Francia y lo francés son otro componente sustancial de la nación vasca en su totalidad.

[xliv] El pluralismo 3, medido a través de los datos político-electorales, se distribuye de forma heterogénea en el conjunto del territorio vasco. En la CAPV, su población se puede considerar dividida y polarizada en dos campos bastante similares, aunque ligeramente inclinada a favor de la identificación con el nacionalismo vasco. Mientras que en Navarra y en Iparralde (parte vasco-francesa) la diversidad es mucho más asimétrica en un sentido desfavorable a dicha identificación.

[xlv] Dicha doctrina central se puede resumir, a  juicio del autor, en estos postulados: A) El País Vasco, Euskadi, es una nación diferente a la española y a la francesa; su existencia se remonta a tiempos inmemoriales. B) El territorio vasco comprende las siete regiones históricas: Vizcaya, Guipúzcoa, Álava, las dos Navarras, Lapurdi y Zuberoa, cuya reunificación (Zazpiak bat!: Siete en uno) en una única comunidad política es un objetivo irrenunciable. C) El euskera es la lengua del País Vasco y el signo singular de su identidad nacional y de su cultura; la euskaldunización del territorio vasco es una condición necesaria para que vuelva a ser la tierra del euskera: Euskal Herria. D) El País Vasco está sometido desde hace siglos a dos estados que impulsan su españolización y afrancesamiento. E) Lograr la soberanía es una aspiración política fundamental; sin ella no puede realizarse plenamente la nación vasca. F) La realización de la nación vasca es una empresa colectiva que requiere la identificación y la lealtad de todos los vascos.

[xlvi] La generación de la postguerra (los J.A. Aguirre, Manuel Irujo, etc.) planteó la autodeterminación como referéndum sobre la vinculación o no del País Vasco con España, en consonancia con la doctrina de la ONU en ese tiempo bajo una influencia acusada de lo que podríamos llamar la versión “leninista de la autodeterminación, tras la cual están los votos mayoritarios de la alianza entre el bloque pro-soviético y el bloque tercermundista”.

[xlvii] Los pactos federales, como cualquier contrato, tienen su base en la voluntad de dos partes, según Pi i Margall, y “no se disuelven ni se rescinden por la de uno de los contratantes” sino que requieren el mutuo disentimiento.

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