Actividades para la prevención de la escalada violenta del conflicto español. España un Estado fallido.

El propósito de la acción internacional en este campo, que no debe caber ninguna duda se dará y se da en España, es prevenir la escalada violenta de un conflicto en el momento más temprano posible y reducir los niveles de violencia existentes (Wallensteen y Möller, 2003). Las intervenciones internacionales no violentas participan en la prevención de conflictos tanto en su etapa inicial, anterior a la escalada violenta, como en el momento posterior a la violencia, cuando la situación es frágil y la construcción de la paz está en marcha, entre cuyos actores se encuentran los Ejércitos.

Sus acciones incluyen el análisis de los conflictos, con el estudio de sus causas, de las partes implicadas en el mismo y de su evolución histórica. También se dedican a realizar una alerta temprana para anticiparse a la escalada violenta de los conflictos, mediante la elaboración de indicadores, el establecimiento de redes para recopilar y distribuir información, y el envío de misiones para la observación o para la investigación y la recogida de datos. Además, las intervenciones internacionales no violentas también desarrollan presencia física preventiva para disuadir acciones de violencia directa, ya sea mediante el acompañamiento, la interposición entre partes en conflictos o la creación de espacios de amortiguación entre ellas (Schirch, 2006: 31).

La prevención de conflictos también requiere el mantenimiento del diálogo y la creación de confianza entre las partes para evitar el aumento de la tensión y para reducirla, a lo que también han contribuido las intervenciones internacionales no violentas, dando origen a conceptos tales como diplomacia no oficial, paralela o ciudadana, diplomacia sobre el terreno o diplomacia civil no violenta. Aquí se incluyen actuaciones como los buenos oficios, la mediación, el arbitraje o la realización de talleres para la resolución de problemas, todo ello con la idea de mantener el diálogo entre las partes y favorecer las negociaciones para la resolución del conflicto. Junto a éstas, dichos conceptos también comprenden la realización de acciones para la creación y el fomento de la confianza entre las partes en conflicto, tales como el establecimiento de lugares de encuentro seguro, “líneas calientes” para el mantenimiento de una comunicación fluida o programas compartidos en los medios de comunicación.

Finalmente, existen también ejemplos de intervenciones internacionales en conflictos implicadas en la distribución de ayuda humanitaria o económica, disminuyendo así la predisposición de las partes al ejercicio de la violencia y facilitando la reconstrucción de las sociedades afectadas por ella. Asimismo, contribuyen con la formación en técnicas de resolución no violenta de conflictos, la creación de instituciones para el desarrollo del estado de derecho y el arreglo pacífico de disputas, o con la asistencia técnica a procesos democráticos que reduzcan la probabilidad de violencia en sociedades divididas.

Actividades de peacekeeping para la reducción de la violencia

Las actividades incluidas en este apartado tienen como principal objetivo la interrupción de la violencia y prevenir posteriores ejercicios de la misma, a través de la separación y el control de los actores implicados en el conflicto, mediante la intervención de terceras partes. Esta estrategia puede ser utilizada en diversos estadios del conflicto, ya que sirve tanto para prevenir como para poner fin a la violencia existente en un conflicto, fomenta la confianza entre las partes enfrentadas y ayuda a garantizar la protección de poblaciones o individuos vulnerables (Burgess y Burgess, 1997). El trabajo de peacekeeping, que tradicionalmente era concebido como algo eminentemente militar, ha añadido nuevas metodologías para disuadir o frenar la violencia directa, y actualmente sólo los más extremos implican la necesidad de utilizar la fuerza militar. Hoy en día existe un gran número de herramientas que pueden realizar las intervenciones internacionales no violentas para reducir la violencia en un conflicto, previniéndola, creando áreas seguras y manteniendo abiertos espacios políticos para transformar los conflictos.

La base fundamental de las actividades comprendidas bajo la denominación de peacekeeping se encuentra en el trabajo de una parte externa al conflicto y cuya intervención puede adoptar diferentes formas. La primera de ellas es la interposición física entre las partes enfrentadas en un conflicto violento, con la intención de crear un espacio físico entre ellas que las separe y dificulte la violencia directa. Sin embargo, como advierte Lisa Schirch, la interposición puede resultar inapropiada o imposible de realizar cuando la violencia es ejercida de forma unilateral por una de las partes presentes en el conflicto (Schirch, 2006: 34).

Una segunda herramienta es la presencia como medio de protección frente a la violencia. La presencia puede ser protectora al tener un poderoso efecto disuasivo sobre la voluntad de las personas para implicarse en actos de violencia, ya que mucha gente no se implicará en esas actividades si sabe que hay alguien observándolos. Esta actividad disuasiva y protectora puede ser efectuada por muchos tipos de organizaciones que trabajan en zonas de conflicto aunque su mandato no lo recoja (Mahony, 2004). Cuando esa presencia implica la vigilancia activa, la recogida de datos, la elaboración de informes y la diseminación de la información de lo que está sucediendo, aparecen lo que se denomina “observadores internacionales”, que pueden ser utilizados en situaciones muy diferentes (supervisión de acuerdos de alto el fuego, fronteras, movimientos de tropas, derechos humanos, elecciones, etc.) y ayudan a modular la actuación de los actores locales en un conflicto. Mediante su supervisión del cumplimiento de las normas y su capacidad para dar testimonio de su violación, disuaden el ejercicio de acciones violentas directas (Eguren, 2000). El acompañamiento es otra forma de intervenir para disuadir o detener la violencia que va más allá de la presencia y de la observación, ya que implica identificar posibles objetivos de ataques violentos y comprometerse en su protección de forma activa, permaneciendo a su lado, compartiendo en muchos casos su sufrimiento y proporcionando testimonio (Mahony y Eguren, 1996: 18). Con su trabajo, los acompañantes limitan las acciones que los agresores pueden llevar a cabo dentro de lo que consideran como “costes aceptables”. Esta protección puede ejercerse sobre grupos vulnerables (retornados, comunidades amenazadas, etc.) o sobre individuos que son objeto de amenaza (defensores de derechos humanos, líderes indígenas, etcétera).

También existen actividades de peacekeeping centradas en la instauración de espacios seguros para limitar la expansión de la violencia. Una de estas herramientas es la creación de zonas de amortiguación entre las partes en conflicto, áreas desmilitarizadas que sirven para separar a grupos opuestos, evitando que exista contacto físico entre ellos. En este espacio neutral pueden operar ciertas reglas para crear confianza entre las partes con la intención de prevenir una escalada del conflicto (Smith, 2003). Cuando la intención no es tanto separar a las partes en conflicto como impedir que la violencia afecte a espacios concretos, como regiones o ciudades, y a la población que los habita, podemos hablar de zonas de paz (López y Jiménez, 2004: 1190).

Aunque la principal idea de peacekeeping sea la de separar a las partes en conflicto, hay algunas de sus actividades que contemplan lo contrario, el acercamiento entre ellas. Así encontramos la puesta en práctica de medidas para la creación de confianza y la facilitación de las comunicaciones entre las partes (Schirch, 2006: 39). Estas herramientas requieren la presencia de una parte externa que proporcione información en la que puedan confiar los actores envueltos en el conflicto, que conduzca la mediación y las negociaciones entre ellos, que mantenga abiertos canales de comunicación entre las partes y que pueda supervisar el cumplimiento de los acuerdos alcanzados.

Actividades de peacemaking para la construcción de y acuerdos pacíficos

Bajo el concepto de peacemaking se pueden clasificar aquellas acciones orientadas a la búsqueda de una solución negociada, un acuerdo, que ponga fin a un conflicto violento entre gente, grupos o naciones (Burgess y Burgess, 1997: 236-237). Es una estrategia asociativa que trata de reunir a las partes enfrentadas para implicarlas en un diálogo activo que posibilite no solamente el fin de la violencia directa sino también las causas que la sostienen. Tradicionalmente, este trabajo ha pertenecido a la esfera político-diplomática, y por ello, los negociadores y mediadores eran diplomáticos u otras figuras públicas con la autoridad suficiente para inspirar respeto a los actores implicados en un conflicto. Sin embargo, siempre ha existido un lado no oficial en este trabajo, en el que prestigiosos individuos y organizaciones de la sociedad civil se han implicado en procesos de peacemaking. Así, en la actualidad los intentos de peacemaking y de resolución de conflictos implican a diferentes tipos de agentes (organizaciones internacionales, estados, ONGs, individuos), se dirigen a distintos grupos (líderes de las partes, élites, gente corriente), y varían en la forma, en la duración y en el propósito (Miall et al., 2005: 168).

Las actividades que realizan las intervenciones internacionales no violentas para apoyar el diálogo entre las partes en conflicto se orientan tanto hacia los procesos de resolución de conflictos como a los de reconciliación entre las comunidades enfrentadas. A continuación, se hará un repaso de las herramientas que este tipo de intervenciones utilizan, adaptando los trabajos de Fisher, y de Wallis y Junge (Fisher, 2001: 10-11; Wallis y Junge, 2002: 10-13).

Así, una de las herramientas que pueden ser catalogadas dentro de la categoría de actividades de peacemaking es la conciliación o buenos oficios. En ella, agentes externos en los que las partes en conflicto confían, les proporcionan vías de comunicación para entablar contacto, rebajar la tensión y comenzar las negociaciones. En los momentos iniciales del proceso de resolución del conflicto, estas intervenciones pueden contribuir a la apertura de oportunidades para el diálogo, reuniéndose con las distintas partes y contribuyendo al establecimiento de las posibilidades y opciones para negociar. Además, la asesoría y la formación en gestión no violenta de conflictos proporcionan herramientas a las partes implicadas en el conflicto para la resolución creativa de sus problemas, mediante comunicación y análisis, haciendo uso de habilidades en relaciones humanas y de la comprensión socio-científica de las causas y de las dinámicas del conflicto.

Las acciones de intervención internacional no violenta, también pueden estar dirigidas a la mediación entre las partes en conflicto. Estos mediadores pueden ayudar a las partes a alcanzar el objetivo de un acuerdo negociado entre ellas, mediante el uso de la razón, la persuasión, el control de la información y la sugerencia de alternativas. Además, las intervenciones llevan a cabo acciones de observación, ya sea para la supervisión del comportamiento de los actores implicados en el proceso de negociación, la verificación del cumplimiento de los acuerdos alcanzados o para analizar la evolución del conflicto y alertar de situaciones que puedan conducir a una nueva escalada de la violencia.

Otras actividades que las intervenciones internacionales no violentas realizan en el área de peacemaking son las que inciden en el proceso de reconciliación, fomentando las acciones que atraviesan las divisiones y las líneas que separan a las partes en conflicto. Es un trabajo que tiene dos perspectivas: la actuación directa sobre los afectados, mediante el desarrollo de talleres y programas; y la formación de las organizaciones locales para la construcción de capacidades locales, de modo que sean los activistas de las propias comunidades quienes puedan desarrollar y sostener el proceso. Así, las intervenciones se pueden dirigir a la mejora de las relaciones comunitarias mediante programas de integración a través del deporte, de actividades culturales, de proyectos escolares o del empleo, que posibiliten a las diferentes comunidades a interactuar y cambiar sus respectivas percepciones. También trabajan en el área de la reducción de los prejuicios existentes hacia el otro y en el empoderamiento de grupos vulnerables como jóvenes o mujeres y minorías religiosas o étnicas, y llevan a cabo acciones en el campo de la ayuda psicosocial postrauma.

Actividades de peacebuilding: para la transformación de los conflictos

El propósito de estas acciones es conseguir una paz duradera mediante el restablecimiento o el normal desarrollo de relaciones pacíficas entre la gente, sus organizaciones y sus sociedades (Burgess y Burgess, 1997: 232-233). La construcción de una paz duradera implica cambios a largo plazo que conviertan un sistema violento en un sistema basado en la paz positiva; es un proceso que se enfoca hacia la transformación de las actitudes y estructuras socioeconómicas negativas intentando superar las causas de los conflictos, mediante el fortalecimiento de todos aquellos elementos que sean capaces de reconciliar a las partes en conflicto, modificando las diferentes dimensiones de este.

El concepto de peacebuilding puede integrar los tipos tradicionales de diplomacia (Track I, II y III) y las distintas estrategias para la gestión de conflictos (arreglo, resolución y transformación de conflictos) (Checa y Ghica, 2007). De esta manera, la construcción de la paz supone: 1) el arreglo pacífico de disputas, donde actúan la diplomacia y los actores de nivel I; 2) la resolución de conflictos, que implica el trabajo de la diplomacia y de los actores de nivel I y II; y 3) la transformación de conflictos, donde participan la diplomacia y los actores de nivel III. Estas relaciones entre estrategias y cada una de las diplomacias pueden ser conceptualizadas verticalmente, donde cualquier modificación puede también producir cambios en las otras (Lederach, 1997).

Dada la amplitud de la tarea que supone la construcción de paz, y de los actores y estrategias que pueden participar en ella, es fácil imaginar que en este ámbito de la gestión de conflictos es donde las intervenciones internacionales no violentas han tenido tradicionalmente mayores oportunidades. Sus acciones se pueden ordenar de acuerdo con las causas de los conflictos que pretenden afectar. Así encontramos cinco áreas donde estas intervenciones trabajan para la construcción de paz: económica, política, social, cultural y de seguridad (Wallis y Junge, 2002: 13-18).

Las partes externas pueden contribuir a la corrección de los desequilibrios económicos visibles entre diferentes grupos sociales mediante programas de construcción, reconstrucción y rehabilitación que se dirijan a la satisfacción de las necesidades humanas básicas. Si esta intervención se produce después de un conflicto armado, puede participar en proyectos de suministro de ayuda de emergencia y de reconstrucción de infraestructuras, así como en la atención a los refugiados. Además, pueden participar en la puesta en marcha de proyectos para contribuir al desarrollo sostenible de las sociedades en las que actúan.

Las actividades de las intervenciones internacionales también se dirigen hacia el área política. Pueden proporcionar asesoría y formación en el campo de la administración civil y de la justicia, así como trabajar en la observación del funcionamiento de ambos. Otras acciones se centran en la promoción del buen gobierno y en la organización y supervisión de elecciones. En el caso de los derechos humanos, su trabajo abarca desde la observación, la investigación y la información hasta la promoción de una conciencia pública sobre ellos.

Otra área de trabajo es la del desarrollo de una sociedad civil activa y organizada, con el apoyo a la construcción de capacidades que empoderen a los grupos y a los individuos que trabajan por cambio social con medios pacíficos, el desarrollo de medios comunicación independientes y el desarrollo comunitario. Junto a ello, la promoción de una cultura de paz y la formación en la gestión no violenta de los conflictos son campos donde las intervenciones internacionales no violentas están trabajando intensamente.

La última área de trabajo es aquella que tiene que ver con la seguridad. En un contexto con altos niveles de violencia o después de haberlo sufrido, las partes externas pueden contribuir a su mejora, en primer lugar, mediante la protección de la población civil de la amenaza directa de la violencia. Además, pueden participar en la reforma de las fuerzas de seguridad para convertirlas en representativas, imparciales y libres de interferencias políticas. También colaboran en programas de desminado y en programas de desarme, desmovilización y reintegración.

Conclusiones

La proliferación de intervenciones internacionales no violentas en los últimos años ha sido creciente, evidenciando que su trabajo para la transformación de conflictos se está expandiendo, profesionalizando y adquiriendo más recursos para implicarse en procesos de transformación de conflictos a largo plazo. A pesar de poseer algunas fortalezas que los actores más tradicionales no tienen, no debemos olvidar que también presentan significativas limitaciones, como la crónica falta de recursos tanto humanos como financieros, unas infraestructuras inadecuadas, pobres comunicaciones, unas limitadas oportunidades de formación, la poca atención que le prestan los medios de comunicación, el escaso conocimiento que el público general tiene sobre estos esfuerzos, y una recurrente incapacidad estratégica para establecer unos objetivos claros y precisos para conseguir con la intervención.

Sin embargo, como hemos tratado de exponer en este trabajo, las intervenciones internacionales no violentas para la transformación de conflictos se están posicionando como una herramienta complementaria y alternativa a los medios militares y al uso de la fuerza para la intervención en situaciones de conflicto con altos niveles de violencia. Buena muestra de ello es que las organizaciones que desarrollan estas intervenciones, a las que se ha caracterizado como civiles, no violentas, internacionales, de base, defensoras de la justicia y constructoras de paz, pueden participar con una notable eficacia en las diferentes estrategias utilizadas por el sistema de Naciones Unidas para la gestión de los conflictos, ya sea en la prevención de conflictos, en peacekeeping, en peacemaking o en peacebuilding, llevando a cabo las mismas labores que otros actores pueden realizar. Dado que su trabajo está siendo cada vez más reconocido por la comunidad internacional, su futuro es muy prometedor.

El estudio sistemático de las guerras civiles apenas acaba de dar sus primeros pasos. El interés de la ciencia social por este tipo de fenómenos se incrementó notablemente con la oleada de conflictos étnicos que estallaron en las últimas décadas del siglo XX, de modo que los análisis pecan inevitablemente de un excesivo presentismo, centrados en estudios de caso típicamente descriptivos, y centrados en dinámicas descritas a un nivel macrosocial. Aunque el COW Project gestiona un importante despliegue de datos que a veces arrancan de 1816, no ha sido nada frecuente la comparación de los conflictos fratricidas de la historia reciente con los casos más «clásicos» o «convencionales» de la modernidad tardía, la primera contemporaneidad o el período de entreguerras. Por otro lado, la búsqueda de variables correlacionales al riesgo, duración, prevalencia o recurrencia de las guerras civiles no tiene un gran alcance heurístico: pueden advertir de las situaciones objetivas de riesgo (eso es lo que interesa a instituciones internacionales como el Banco Mundial), pero no dan cuenta de los factores desencadenantes del conflicto, que son fruto de la opción deliberada de los actores y de una serie de imponderables estratégicos de orden coyuntural. Además, como observa Kalyvas, estas teorías no nos dicen nada acerca de la violencia como factor intrínseco de la guerra civil, y la tratan como una manifestación automática de la misma. Nadie puede, pues, predecir el estallido de una guerra, y contra ese paradigma estructuralista de su inevitabilidad se han erigido estudios parciales que han analizado de forma preferente las razones de los actores y la estructura de oportunidades políticas. Sin embargo, la concentración en los móviles egoístas y en los agravios individuales y colectivos (greed and grievances) en el primer caso, y en la mayor o menor apertura y capacidad del Estado en el segundo, desembocan en una visión de la guerra civil demasiado estática y dual.

Como todo proceso de conflicto, en este caso de grado máximo en organización, fines y movilización de recursos (coactivos o no), las guerras civiles deben estudiarse de modo dinámico, y por esa vía van las investigaciones de autores como Kalyvas, que opina que las guerras civiles son esencialmente procesos «endógenos», donde las preferencias, las estrategias, los valores, y las identidades colectivas e individuales se forman y se reforman continuamente, mientras que la guerra en sí misma añade todo tipo de fracturas, desde la más ideológica a la más local.

No existe un consenso académico sobre la naturaleza última de la guerra civil: ¿es un conflicto en si o la manifestación de conflicto a través de la violencia desbocada y de alta intensidad? En nuestra opinión, la esencia de la naturaleza histórico-política de la guerra civil no radica en sus manifestaciones violentas —por lo demás, enormemente heterogéneas—, sino en su carácter de conflicto político en gran escala, de lucha en máximo grado para conservar o conquistar el poder de un Estado. En definitiva, como arquetipo máximo de conflicto violento instalado en el seno de una comunidad política, la guerra civil ha de ser analizada como una estrategia de alto coste dirigida a obtener resultados máximos, se llamen éstos conquista del poder, revolución, contrarrevolución o eliminación del adversario. Waldmann y Reinares señalan que basarse en un concepto demasiado estrecho y dogmático de guerra civil carece de todo sentido. En efecto, las guerras civiles tienen orígenes, formas y desarrollos múltiples, que deben ser evaluados convenientemente. La ambigüedad es y será el rasgo definitorio de las guerras civiles.

No obstante en todos los conflictos internos e internacionales se ha seguido la norma siguiente en lo que se refiere al apoyo mutuo entre Autoridades civiles y militares; Lo que hace que las Fuerzas Armadas, entre las que se encuentra el Ejército, actúe o participe de muy diferentes formas en la resolución de las crisis, entre la que se encuentra la crisis generada por un gobierno social-comunista cuyo objetivo es hacerse ilegítimamente con el poder de las Instituciones del Estado y la desmembración de España, sin necesidad de emplear la fuerza o con el empleo de la misma utilizando medios militares con recursos no propiamente militares en apoyo al esfuerzo militar.

Estas son las tres formas o estrategias que, presumiblemente, deben utilizar los Ejércitos para un eventual enfrentamiento entre los distintos actores políticos que nos llevan al desastre social, político y económico. La utilización de una u otra dependerá de la intensidad del conflicto abierto entre lidercillos de ambas tendencias, derechas e izquierdas, que pretenden el enfrentamiento entre españoles por un margen de poder.

Mientras los Ejércitos se mantengan unidos, a pesar de las discrepancias individuales de sus miembros, apelando al “honor militar”, que no es otra cosa que la subordinación a la Ley, podrá ejecutar la acción de arbitro y no de contendiente. No obstante, es muy difícil, dada las características ideológicas de los integrantes de los mismos, que no se vean abocados a la intervención militar en favor de aquellos que defienden los valores puros y sencillos establecidos en la Constitución. Ante la acción de unos que defienden la desmembración de España en un Estado plurinacional y los otros que defienden la Unidad nacional, la posición de los Ejércitos es muy difícil que sea neutral: las dos Españas son una realidad tangible.

La intervención de los Ejércitos es una posibilidad real ante los ataques a la Unidad de España, a su Jefatura, a las Instituciones que nos hemos dado todos los españoles y a la democracia en forma de monarquía parlamentaria.

Enrique Area Sacristán.

Teniente Coronel de Infantería. Doctor por la Universidad de Salamanca

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