La población y el nacionalismo vasco (IX). Paz: un proceso sin fin.

LA POBLACIÓN Y EL NACIONALISMO VASCO. (VIII). La paz.

POPULATION AND BASQUE NATIONALISM

Enrique Area Sacristán.

Teniente coronel de Infantería y Doctor por la Universidad de Salamanca

enriquearea@live.com

RESUMEN: Desde hace mucho tiempo defiendo un concepto de paz dilatado, levantado sobre un concepto de violencia que vaya más allá de la violencia directa e incluya la violencia estructural (indirecta) y la cultural (legitimadora). Paz= paz directa+ paz estructural+ paz cultural. Pero esta definición peca de un defecto básico: es demasiado estática. Por lo tanto, hay que introducirle un concepto de paz dinámico: paz es lo que obtenemos cuando la transformación creativa del conflicto se produce sin violencia. Con ese enfoque, la paz se ve como una característica del sistema, un contexto en el cual ciertas cosas pueden ocurrir de una determinada manera. Esta definición subraya tres puntos: el conflicto puede ser transformado, los conflictos no se resuelven o solucionan, por personas que los conducen creativamente, trascendiendo las incompatibilidades y actuando en el conflicto sin recurrir a la violencia.

Esto impone algunas exigencias al sistema del conflicto y los actores incrustados en el mismo. Estos últimos deben tener actitudes no violentas y creativas. Y la transformación, partes internas y externas, diálogos y conferencias, etc., debe ser pacífica en sí misma, es decir, baja en violencia estructural y cultural. Cuando está en marcha un proceso de transformación deben evitarse estructuras verticales, elitistas, o, como mínimo, no deben ser respaldadas. El proceso debe ocurrir en el marco de una cultura de paz que legitime la reconducción creativa, no violenta, del conflicto, descartando la violencia física y verbal.

La paz es una proposición revolucionaria. No sólo necesita una cultura pacífica, sino una estructura de paz: dos propiedades del sistema de paz, que configuran no violenta y creativamente a los actores, y al revés.

PALABRAS CLAVE: ETA, MVLN, Jóvenes, Violencias, Religión de reemplazo

ABSTRACT: For a long time I have defended a broad concept of peace, built on a concept of violence that goes beyond direct violence and includes structural (indirect) and cultural (legitimizing) violence. Peace = direct peace + structural peace + cultural peace. But this definition suffers from a basic defect: it is too static. Therefore, a dynamic peace concept was introduced to him: peace is what we get when the creative transformation of conflict occurs without violence. With that approach, peace is seen as a feature of the system, a context in which certain things can happen in a certain way. This definition underlines three points: the conflict can be transformed, the conflicts are not resolved or resolved, by people who lead them creatively, transcending incompatibilities and acting in the conflict without resorting to violence.

This places some demands on the conflict system and the actors embedded in it. The latter must have non-violent and creative attitudes. And the transformation, internal and external parties, dialogues and conferences, etc., must be peaceful in itself, that is, low in structural and cultural violence. When a transformation process is underway, vertical, elitist structures must be avoided, or, at the very least, they must not be supported. The process must take place within the framework of a culture of peace that legitimizes the creative, non-violent redirection of the conflict, ruling out physical and verbal violence.

Peace is a revolutionary proposition. You need not only a peaceful culture, but a peace structure: two properties of the peace system, which non-violently and creatively shape the actors, and vice versa.

KEY WORDS: ETA, MVLN, Youth, Types of violence, Religions of replacement

Paz y violencia tienen que ser vistas en su totalidad, a todos los niveles de la organización de la vida (y no sólo de la vida humana). La violencia interestatal es importante, pero más aún la violencia intraestatal por revestir carácteres de guerra fratricida. También la violencia intrapersonal, tanto dentro del espíritu (por ejemplo, la represión de las emociones) como dentro del cuerpo (digamos, el cáncer). Más aún, dado que el objetivo de todo el ejercicio de artículos que hemos realizado es promover la paz, no sólo estudios sobre la paz, es indispensable una epistemología no positivista, con valores y terapias explícitos, más que pararse una vez que se ha pronunciado el diagnóstico.

Conflicto es mucho más de lo que a la vista aparece como disturbios, violencia directa. Existe también la violencia petrificada en las estructuras, y la cultura que legitima la violencia. Para transformar un conflicto entre partes, se necesita más que una nueva arquitectura para su relación. Las partes tienen que ser transformadas para que el conflicto no se reproduzca sin fin. Hay aspectos intraparte en la mayoría de los conflictos entre partes.

Realismo en el cerebro, idealismo en el corazón.

Se necesita mucho si el cometido de la persona que trabaja por la paz es reducir el sufrimiento y potenciar la vida, toda la vida, entendida también como paz con la naturaleza. Los cerebros tendrán que absorber, producir y almacenar conocimientos —totales, no sólo transdisciplinares; y globales, no sólo transnacionales—, y esos conocimientos deben ser realistas para ser idóneos. Flaco favor hace en general la proyección de optimismo, o pesimismo, injustificado sobre la realidad.

Existe el peligro de los conocimientos decisivos —que expresan verdades que no admiten contradicción o duda—, del apriorismo sintético, la verdad por mandato, que no necesitan contraste con la realidad empírica. En Occidente se encuentran estratos de apodicticidad en las ciencias que, desde que Dios empezó a morir durante la Ilustración, dejando como legado Estado y Capital, han ido reemplazando a la teología como transmisoras de conocimientos no falsificables: la jurisprudencia en general y la diplomacia en particular para el Estado, y la economía para el Capital.

Este tipo de conocimientos pueden contener una realidad ideal junto a una racionalidad individual perfecta y a una perfecta percepción de las consecuencias de las posibles acciones que se persigan, así como la maximización de sumas de resultados de probabilidades y medios con la finalidad de abstenerse de cualquier delito y de realizar las opciones óptimas en el mercado. Si la gente no se comporta según marcan las teorías, se tiende a tildar de irracional a la gente, no a las teorías. Individuos perfectos encajarían perfectamente en el ordenamiento, en una unión sin fisuras entre lo ordenado y lo profético, lo pronosticable. Esta cuasiciencia, tan básica en nuestra civilización, también la hallamos en un Gandhi, o en cualquier persona trabajadora de la paz cuyos conocimientos puedan resumirse en «la no violencia perfecta funciona perfectamente». Y así es: en una realidad ideal.

Y, sin embargo, el conocimiento empíricamente fundamentado está lejos de ser suficiente. La lucha por la paz es generalmente una lucha para trascender la realidad empírica precisamente porque ésta no permite una transformación no violenta, pacífica, del conflicto. Eso significa que en las mentes de las personas deben tomar forma nuevas realidades, como realidades potenciales, incluso ideales. El derecho a tener y perseguir utopías modestas es un derecho humano básico, pero no lo es el de perseguir utopías totalitarias que abarquen todos los aspectos de todas las personas, salvo como pura fantasía. Tampoco nos asiste el derecho a creer que vivimos ya en utopías parciales o totales, ya que las pruebas empíricas en sentido contrario puedan desecharse como irrelevantes. Se llama imaginación a la capacidad necesaria para trascender la realidad empírica; está relacionada con el conocimiento, pero no es idéntica a él. Sin embargo, por imaginativas que sean nuestras hipótesis sobre cómo sería una realidad potencial y cómo lograrla, no debemos en ninguna circunstancia caer en la trampa de proyectar nuestras hipótesis de la forma en que lo han hecho los tres generadores de conocimiento apodíctico. El falseamiento sigue siendo una orientación importante (pero ¿es también falsificable esa guía?).

Por lo tanto, nos gustaría que nuestros corazones absorbieran, produjeran y almacenaran compasión, con sufrimiento, al igual que con alegría y potenciación. Igual que la paz en negativo, el sufrimiento compartido es sólo parte de la trama; también existe la necesidad del júbilo compartido con las alegrías de otras personas.

Y, aun así, todo eso sigue siendo insuficiente. Tiene que estar tan profundamente implantado en la persona trabajadora por la paz que le permita sobrevivir a los reveses y retrocesos. En resumen, perseverancia, la capacidad de seguir adelante pese a no recibir retroalimentación positiva o no recibir ninguna. De nuevo, esto plantea el problema de la apodicticidad. ¿Cómo puedo saber que voy por buen camino si no recibo señales o las recibo negativas? No puede saberse. Sólo se dispone de la intuición y el consejo de los demás para orientar bien el rumbo.

Conocimiento, imaginación, compasión, perseverancia… La aseveración de que equivalen a habilidades, un síndrome de capacidades que se refuerzan entre sí, puede mantenerse frente al argumento de que es pedir demasiado. Sí que existen papeles modelo. Ahí tenemos prototipos tan fácilmente reconocibles como frailes y monjas de cualquier religión, totalmente dedicados a servir a otros seres humanos sobre bases cerebrales y de corazón. Existen médicos y enfermeras, trabajadores sociales, etc. Y hay modelos tan cercanos que muchas veces ni los vemos: nuestras propias madres, otros miembros de la familia, nosotros mismos en nuestras mejores facetas, en círculos de consanguinidad y amistad.

Como máximo, en la tradición positivista, la universidad da servicio únicamente al conocimiento dejando a un lado los otros tres elementos; quizás está tan imbuida de práctica apodíctica que el conocimiento es inútil. No hay duda de que las familias de origen y procreación son las principales universidades y laboratorios; es ahí donde adquirimos los conocimientos básicos, o no conseguimos adquirirlos; es ahí donde somos sometidos a prueba. Pero el grupo primario no es ni el único lugar ni la única prueba.

Ahora afrontamos el problema concreto de la falta de idoneidad de las universidades para la formación de personas que trabajen para la paz. Probablemente hay mucho que aprender de los monasterios y escuelas militares: ambos abarcan muchos más aspectos de la persona. Por supuesto, la escuela militar imparte conocimientos sobre cómo incrementar el sufrimiento y disminuir la vida, restringiendo la compasión únicamente a los suyos y dejando el odio para los del otro bando. Pero la imaginación y la perseverancia son ingredientes básicos. Coloquemos un manual para soldados —que básicamente enseña cómo cometer asesinatos sin correr la misma suerte— junto a los manuales sobre no violencia: es fácil señalar las diferencias, pero las similitudes van más allá. Hay aquí espacio para mucho aprendizaje mutuo a medida que los militares vayan siendo apartados de su violencia, perdiendo la costumbre de atacar a otras naciones y otras clases sociales.

Paz por medios pacíficos: tres cuestiones.

Si violencia es violencia directa + violencia estructural + violencia cultural, ¿qué es exactamente lo que puede hacer una persona trabajadora por la paz para prevenir y deshacer la violencia? Sin duda, diagnóstico, pronóstico y terapia, pero ¿cómo?

Al origen de gran parte de la violencia directa puede seguírsele la pista hasta la violencia estructural vertical; por ejemplo, la explotación y la represión, para la liberación o para evitar la liberación. De telón de fondo está la violencia cultural, que legitima la violencia estructural y la violencia directa para deshacerlas o mantenerlas. El pronóstico no es bueno: la violencia engendra violencia, en parte mediante los simples mecanismos de la venganza y en parte porque los actos de violencia se utilizan para anular cualquier sentimiento de mala conciencia que pueda surgir de la utilización que uno mismo hace de la violencia.

Un enfoque sería aumentar los espacios para que los actores se comporten de forma no violenta en el conflicto mediante la inserción de más papeles no violentos, o de violencia de baja intensidad, en el mantenimiento de la paz.

Es indispensable la formación militar para contener la violencia. Hace falta conocer los medios de la violencia y la mentalidad que lleva a utilizarlos. Pero, para control de masas, puede ser mejor la formación policial, más basada en el despliegue de autoridad y el mínimo uso de violencia. Y, además de eso, entraría en juego la formación no violenta activa, con preparación también para formar a la población local, y con adiestramiento en técnicas de mediación de conflictos, sabiendo qué decir, qué hacer cuando, de repente, la persona trabajadora por la paz se encuentra en una habitación con las partes del conflicto, llenas de odio mutuo y plenamente justificado.

Además, si las mujeres son mejores para las relaciones y son menos propensas a utilizar las armas, debe garantizarse que el 50% de los mantenedores de la paz sean mujeres. El mantenimiento de la paz tiene 40 años de existencia: los siguientes 40 deberían ser incluso mejores.

Las actividades destinadas a la consecución de la paz pueden identificarse con la búsqueda de soluciones creativas, y a la vez aceptables y sostenibles, al conflicto. Hay un error que ya no puede perdonarse: la única mesa que está allá arriba, la mesa alta, para líderes. Es mejor que florezcan mil conferencias, es mejor utilizar la moderna tecnología de comunicación para generar un flujo visible de ideas de paz desde todas partes de la sociedad. Las propuestas pueden ser contradictorias, pero ¿por qué tiene que verse igual la paz desde todas partes? Hay que sondear todas las percepciones, sin marginar a nadie, haciendo que la construcción de la paz en sí misma sea modelo de la paz estructural. Creer que un puñado de diplomáticos puede hacerlo por su cuenta equivale a la creencia (post)estalinista de que 400 miembros del aparato pueden planificar la economía para 400 millones de personas. O véase lo que ocurre con Israel/Palestina, en manos de los dirigentes políticos de ambas partes, con los movimientos pacifistas aparentemente en fase de desactivación. Estos asuntos son tan terriblemente complejos que para resolverlos es necesaria la participación masiva. Y, cuando se dan los estímulos adecuados, se puede hallar creatividad en cualquier lugar.

Las actividades de construcción de la paz pueden identificarse con la construcción de paz estructural y cultural. Se necesita la capacidad de identificar los conflictos estructurales no articulados que haya en la sociedad, no necesariamente para intentar resolverlos todos (algo que, de todas maneras, sería imposible) sino para reconocerlos, un paso muy importante hacia una transformación positiva. Esto significa especificar la explotación, la represión, la marginación (violencia estructural vertical), así como aquellos grupos que están demasiado cerca como para estar cómodos unos con otros, o demasiado separados como para interactuar de manera simbiótica (violencia estructural horizontal). Lo vertical debe horizontalizarse más, y lo horizontal optimizarse.

Deshacer la violencia cultural es todavía más difícil. Vuelve a ser válida la metáfora de la parte oculta del iceberg, como lo fue para la violencia estructural. Pero ahora lo oculto no está en las profundidades de la estructura social, sino en la cultura, escondido en el subconsciente colectivo. Cuando negocian los diplomáticos, podemos descubrir cuatro estratos: los intereses nacionales que se supone que representan (por ejemplo, la obtención de bases en el extranjero), los intereses individuales (como el de exhibir brillantez negociadora, en función de escalar en la carrera), el subconsciente individual (por ejemplo, superar un complejo de inferioridad) y el subconsciente colectivo, con convicciones implícitas sobre lo que es normal y natural (cosmología, códigos culturales, cultura profunda).

Una muestra: el síndrome DMA (División, Maniqueísmo, Armagedón). Se concibe el mundo en términos bipolares (Occidente contra una alianza islámico-confuciana), uno se presenta como el bueno y otro el malo (adivínese cuál es cual), y se dará una batalla (estemos preparados). Cuando ese DMA es el subconsciente colectivo compartido de la negociación, el paso natural siguiente es que los diplomáticos tracen líneas sobre los mapas, con reglas (nótese el doble significado de esa palabra). Cualquier línea de ésas puede ser una línea de armisticio. Pero también puede convertirse en una línea de guerra, una invitación a la limpieza étnica a cualquier lado de la línea para fortificar el territorio para la nación.

Por lo tanto, un subconsciente colectivo puede ser especialmente peligroso si las creencias tácitas compartidas son más de raigambre bélica que pacifista. Esas élites negociadoras que impiden la transparencia no sólo de los protocolos (secretos) finales, sino también del proceso (negociaciones secretas sensibles) son obstáculos de primera magnitud para la paz.

Legitimación de la acción por la paz: el principio de reversibilidad.

«Porque (algo) lleva a la paz» no es suficiente razón; no podemos saberlo de antemano; eso sería un planteamiento incontrovertible. «Porque su objetivo es llegar a la paz» tampoco es suficiente; lo puede decir cualquiera, incluso podrían protestar los militares que están dispuestos a sembrar la muerte: «la paz es nuestra profesión». «Porque hay demanda y nosotros entregamos los bienes», «porque nosotros somos la oferta y creamos la demanda» son las dos caras de la lógica del mercado, pero tampoco nos sirven, porque hacen recaer la responsabilidad en el lado que está pidiendo. Si esa demanda parte del sistema estatal, puede que haya quien la entienda como una forma de resolver el problema de la legitimidad, especialmente si el gobierno en cuestión es democrático y si la ONU fuera democrática. El sistema de la ONU cambiará probablemente hacia una democracia global, pero no lo hará rápidamente.

No debe cuestionarse el derecho de toda persona a actuar según su mejor saber y entender, movida por la compasión, para reducir el sufrimiento y potenciar la vida. Pero los seres humanos son imperfectos, como lo es nuestra compasión y nuestro conocimiento. Este principio de falibilidad humana general debería tener, por tanto, una consecuencia muy básica: actuemos de forma que las consecuencias de nuestra acción sean reversibles. Opta por actos que puedan deshacerse. Procede con cuidado. Puedes estar en un error. Tus conocimientos pueden no ser los adecuados, tu compasión puede ir mal encaminada.

Pero ¿eso no es contraintuitivo? ¿Por qué no grabar la paz sobre piedra, sobre acero? Porque puede ser una paz errónea, e incluso si es la adecuada puede resultar demasiado estática. La paz es un proceso. Podemos dar por hecho que existe una tendencia general en los seres humanos hacia la potenciación de la vida o, por lo menos, a alejarse del sufrimiento. Una paz adecuada, una paz cada vez mejor, o un proceso de paz cada vez mejor, ganarán apoyos. Pero no hay una receta perfecta, no existe la panacea.

Por supuesto, la irreversibilidad es una cuestión de grado. La mayoría reconoce que la muerte física es irreversible para el cuerpo, es el final; un argumento potente no sólo contra la pena de muerte sino contra cualquier tipo de violencia letal. No puede deshacerse. Es más, puede darse el caso de que te confundas de persona. Este tipo de razonamientos son peldaños hacia una posición más general sobre la no violencia, argumentación que ciertamente puede enraizarse también en los supuestos de la religión inmanente «en toda persona hay un poquito de Dios». Ser cíclicos, no lineales, en pensamiento y acción.

Esto es aplicable también a la violencia física contra las cosas: un edificio destruido no puede reconstruirse jamás. Sólo puede ser imitado, como puede confirmar cualquiera que haya visto la reconstrucción europea tras la violencia de la segunda guerra mundial. Cualquier cosa que haya saltado en mil pedazos sufre la alta entropía de la violencia y la muerte, la irreversibilidad total. La violencia es así de irracional.

Y ¿qué hay de la violencia que puede dañar y lesionar, pero que no llega a la muerte? Es lo que conocemos como trauma, e incluso el mejor trabajo de los especialistas, sobre el cuerpo en los traumas físicos y el alma en los traumas espirituales, no consigue deshacerlos nunca completamente. Permanecen las cicatrices, también en las personas desconsoladas, en quienes quedan tras la muerte inaceptable de un ser querido. Asumir que pueden borrarse todas las cicatrices es suponer cuerpos y almas sin memoria, reparables por la mera sustitución de las partes que faltan.

¿Puede desaprenderse lo que se ha aprendido sobre las técnicas de violencia directa (formación militar) y de violencia estructural (como determinados aspectos de la economía y la jurisprudencia dominantes), o son irreversibles daños como el de saber cómo hacer armas nucleares? Quizá, pero eso no quiere decir que haya que poner en práctica todo lo que se sabe.

Existe una entropía de guerra y violencia; existe una entropía de paz. He mantenido durante cierto tiempo que las estructuras —¡y las culturas!— caóticas, altamente diversificadas, con todo tipo de conexiones, son mucho mejores portadores de paz por medios pacíficos que las estructuras (por ejemplo, alianzas polarizadas) y culturas (con síndromes DMA) cortadas a cuchillo, bajas en entropía pero con alta carga de energía, dispuestas para la batalla final. ¿Una contradicción? No, la entropía de la paz presupone vida intacta, potenciada, pero organizada de tal forma que aumente la entropía espiritual de un Yo complejo, y una entropía social de desórdenes mundiales y sociales super-complejos. La entropía de la paz es una barrera contra la entropía física y espiritual de la muerte y la violencia. Y existe una entropía de la naturaleza basada en la diversidad y simbiosis de la ecología profunda, conocida como ecosistemas maduros. Una vez más, la fórmula es la misma: alta entropía.

El cometido de la transformación de conflictos positiva, creativa, no es sólo evitar la violencia, abstenerse de lo irreversible, sino aumentar la entropía, saliendo de esa fase de conflicto con personas más maduras y estructuras sociales más maduras alrededor. El conflicto, entonces, se convierte en el Gran Maestro, un regalo espiritual para todos nosotros. Pero la transformación del conflicto puede ser también negativa, dejando graves efectos irreversibles en la esfera humana, en la biosfera, litosfera, hidrosfera, atmósfera y cosmosfera, y lesiones de difícil vuelta atrás en el alma: odio, deseos de venganza y restitución; construcción de la vida futura sobre el deseo de cambiar una irreversibilidad por la otra. Puede ser útil un espíritu de perdón por encima de la transformación compleja y creativa del conflicto, un espíritu como el puesto en práctica por el segundo gigante del siglo XX, después de Gandhi: Nelson Mandela. Como Gandhi, un regalo para todos nosotros.

Una terapía para el futuro: Federalismo no territorial.

Más prometedora es otra propuesta para afrontar el gran tema de los conflictos interculturales, es decir, internacionales. Las naciones son construcciones culturales erigidas sobre un kairos, un lapso indeterminado en que algo importante sucede, de tiempo y espacio sagrados, los tiempos y lugares de traumas y glorias, entremezclados con religión, ideología y lenguaje. El componente espacial —proteger los lugares sagrados con el suficiente territorio contiguo para que se sostengan por sí solos a lo largo del tiempo— lleva a incompatibilidades cuando la entropía es elevada, cuando todas las naciones que hay sobre un territorio tienen reivindicaciones sobre los mismos kilómetros cuadrados, y nadie quiere moverse. Cuando los representantes de un sistema estatal que encarna el síndrome DMA empiezan a gobernar con reglas, trazando líneas en el mapa, o en las arenas del desierto, y se ha completado el trabajo disgregador de DM y A están a la vuelta de la esquina, manteniendo ocupados a los diplomáticos. Si en el mundo hay unas 2.000 naciones capaces de articular ese tipo de reivindicaciones, pero sólo 200 países y 20 naciones-estado, quiere decir que aún quedan 1.980 batallas más que librar: una receta suicida dada la calidad y cantidad de armas que hay por todas partes. M y A tienen que desaparecer.

Una alternativa sería mantener la alta entropía de vivir unos junto a otros, construyendo la autonomía en torno a un parlamento para cada circunscripción nacional, con monopolio sobre la administración de los elementos sagrados en tiempo y espacio, sobre la lengua, la religión, la ideología y el idioma (entendido como la mayor parte de la educación), sobre la policía y los tribunales para la organización propia del orden público y de las condenas, y sobre algunos aspectos de la economía. Algo al estilo de lo que hacen los demócratas y republicanos de Estados Unidos cuando votan en las primarias, o los Sami en Noruega cuando votan para elegir el Parlamento Sami.

La paz es una idea revolucionaria; paz por medios pacíficos define esa revolución como no violenta. La revolución se está dando continuamente; nuestro trabajo es expandirla en alcance y competencia. Las tareas son interminables; la cuestión es si estaremos a la altura.

He defendido más arriba la necesidad de inserción profunda en los conflictos, con o sin invitación, básicamente circunvalando el sistema estatal, tomando la legitimidad, en parte, del derecho que surge de la compasión por las víctimas (que, en última instancia, podemos ser todos nosotros a medida que los conflictos van siendo cada vez más indivisibles), y en parte abogando por un principio básico para la acción pacífica: la reversibilidad, hacer sólo aquello que puede deshacerse, puesto que podemos habernos equivocado. No hace falta decir que eso presupone esa rara cualidad, la capacidad de reconocer los errores y la capacidad de prestar atención al veredicto del mundo empírico antes que a las verdades evidentes, convincentes, que tenemos en la mente, en nuestra ratio.

Pero la paz es también un ejercicio de perseverancia. Pueden pasar décadas antes de que una buena idea se aplique, si es que llega a aplicarse; e incluso si se aplica, puede que su autor no llegue a saberlo. Puede que para entonces haya muerto, o que la idea haya sido cooptada por alguien que «siempre había sido de esa opinión». El trabajo por la paz no es un camino a la gratificación inmediata. El objetivo es la paz, no la publicidad.

Más tarde o más temprano eso llevará a los trabajadores por la paz (independientemente de en cuál de las muchas profesiones por la paz ya establecidas o potenciales ejerzan su labor —y muchas están en formación ahora mismo—) al problema del establecimiento de un código de conducta. Si no lo hacen, seguro que alguien o algo lo hará, por ejemplo, un sistema estatal muy celoso de su supuesto monopolio sobre los conflictos. Es una tarea de primera magnitud, y una tarea que debe afrontarse pronto mejor que tarde.

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